Lo importante es la vida de los brasileños, no la victoria de la selección

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Ya han pasado unos diez días desde que comenzó el Mundial de fútbol de Brasil. El 12 de junio, la selección anfitriona dio inicio a la competición con una victoria ante la de Croacia, y en las jornadas sucesivas equipos como el de Alemania y el de Argentina, que suenan como posibles campeones de esta edición, vencieron a sus rivales como era de esperar; sin embargo, la selección española, ganadora de la anterior Copa, provocó un gran revuelo al caer en la fase de grupos tras perder dos de los tres encuentros que disputó. Por otra parte, al tiempo de escribir este artículo, la selección japonesa se encontraba al borde de la eliminación por haber perdido un partido y empatado otro, pero finalmente cayó al ser derrotada por Colombia el 24 de junio.

A medida que avanza el Mundial, van aflorando también las luces y las sombras de los 32 países participantes en la competición, pero esta vez yo he decidido centrarme en los problemas que existen fuera del terreno de juego.

Un rápido aumento de los robos

Pocos días antes del inicio del Mundial, en momentos en los que Brasil recibía a hordas de aficionados procedentes de las cuatro esquinas del mundo, la ciudad de São Paulo, principal vía de entrada al país, se había convertido en un nido de ladrones; comenzaron a producirse robos en lugares como el Aeropuerto Internacional de São Paulo-Guarulhos, el estadio Arena de São Paulo, que acogió el partido inaugural, y la avenida Paulista, en el centro de la ciudad.

Puesto temporal del Consulado General de Japón en Recife instalado en la zona de llegadas del Aeropuerto Internacional de Recife (fotografía tomada por la autora).

El Consulado General de Japón en São Paulo pidió a los japoneses que se desplazaran hasta Brasil que proporcionaran su dirección de correo electrónico, y envía información sobre la situación en el país; sin embargo, durante los días previos y posteriores al inicio de la competición, la cantidad de robos y los detalles acerca de los mismos eran tales que uno se ponía de mal humor solo con leer los mensajes.

Aunque muchas de las substracciones se produjeron en casos en los que el dueño de un objeto lo había dejado momentáneamente desatendido y serían, por consiguiente, fruto de un descuido, queda claro que la causa de los robos no es simplemente que los japoneses viven un tanto atontados por la seguridad que les rodea en su país; los hinchas de otras nacionalidades y los enviados de los medios de comunicación internacionales, acostumbrados a viajar al extranjero, suponen también un blanco para los ladrones. Además, la cantidad de hurtos fue mayor de lo normal en estos casos.

De las doce ciudades que sirven como sede de los partidos del Mundial, Recife es una de las que registra más delitos; la Embajada de Japón en Brasil envió a varios de sus funcionarios a la zona de llegadas del aeropuerto de la localidad para repartir panfletos de advertencia a los visitantes, algo que ni siquiera se hizo durante el Mundial de Sudáfrica, país conocido por sus graves problemas de seguridad.

Los peligros de resistirse a un robo incluso si el ladrón es un niño

“Brasil es uno de los países del mundo donde se cometen delitos generales con mayor frecuencia. En la mayoría de los casos, los perpetradores emplean armas de fuego, y existen posibilidades de sufrir daños si se opone resistencia, por poca que sea”. Esto se podía leer en los folletos.

Los niños son especialmente peligrosos, aunque no lo parezca. Según me contó un brasileño de origen japonés, antes del Mundial la Policía había ordenado que, durante el torneo, se actuara discretamente contra las bandas de ladrones vinculadas con la mafia; sin embargo, a los niños no se los podía controlar. Ahí me di cuenta del porqué de su peligrosidad.

En los panfletos que se repartían en Recife se decía que “En caso de robo no se debe oponer resistencia bajo ningún concepto, incluso si el ladrón es un niño, y el dinero exigido se debe entregar lentamente y con cuidado”.

Huelgas de transportes que trastocan la vida diaria

Las manifestaciones en contra de la celebración del Mundial y a favor de la gratuidad de los servicios de autobuses que habían tenido lugar en junio del año pasado durante la Copa Confederaciones, que también acogió Brasil, son bastante frecuentes todavía. Las protestas cuentan con una gran participación de grupos radicales y de ciudadanos brasileños de a pie, si bien existen también marchas encabezadas por colectivos homosexuales y de indígenas, entre otros. Además, varias agrupaciones de estudiantes organizaron las suyas propias. No obstante, la Policía suele disponer de antemano de información relativa a las manifestaciones y se la transmite a las embajadas y consulados.

Durante mi estancia en Brasil con motivo de la Copa Confederaciones, presencié  conductas radicales durante varias manifestaciones, como el bloqueo de carreteras principales y la quema de neumáticos. Sin embargo, lo único que hicieron los agentes de policía que se habían apresurado a la zona fue rodear la protesta manteniendo la distancia. Resulta extraño, pero cuando las ruedas terminaron de arder, los manifestantes se retiraron rápidamente. Aunque el bloqueo de las carreteras supone un inconveniente, una vez terminado no tiene mayor efecto.

El mayor problema son las huelgas, no las manifestaciones. Fue especialmente problemática la huelga de los trabajadores de instituciones públicas, que afectó enormemente a los transportes. Muchas personas que se habían desplazado hasta Brasil para presenciar los partidos del Mundial se quejaban de que no podían ir a ninguna parte.

En mayo, la Policía de Recife se declaró en huelga y toda la ciudad quedó sumida en la anarquía, razón por la cual llegaron a producirse saqueos sin control alguno. Como era de esperar, este tipo de actos no se han vuelto a producir desde que comenzó el Mundial, pero uno no puede dejar de rogar que la situación continúe así hasta el final.

“Lo que importa es nuestra vida, no la victoria de Brasil”

En las calles de Brasil se pueden observar puestos al aire libre en los que se venden camisetas de la selección anfitriona con el nombre de Neymar y su dorsal, el 10 (imagen cortesía de la agencia de noticias Jiji Press).

Durante este Mundial, mi vida en Brasil se desarrolla principalmente en la ciudad de Itu, en el estado de São Paulo, lugar de concentración de la selección de Japón. La localidad, una de las más ricas del estado, alberga numerosas empresas japonesas, entre ellas Kirin y Toyota.

Recuerdo que el primer domingo del Mundial, el 15 de junio, pude ver a una gran cantidad de personas haciendo compras en un centro comercial de la ciudad al que había decidido acercarme a echar un vistazo. La vestimenta de la clientela y la calidad de los productos que se vendían allí daba a entender que se trataba de un lugar acomodado. De repente, una mujer de mediana edad bien arreglada se dirigió a mí en inglés. En Brasil son pocos los que manejan este idioma, así que aproveché la ocasión para charlar con ella. Durante nuestra conversación, me habló enérgicamente de su oposición a la celebración del Mundial:

“Brasil ganó el partido inaugural, pero los brasileños no estamos contentos. Nadie desea que la selección gane. Si el equipo nacional logra la victoria, la presidenta Dilma Rousseff volverá a ser elegida en los comicios de octubre. Nuestra vida es más importante que el Mundial. Se debe destinar más dinero a la economía y la educación”.

Escuchar de primera mano las opiniones y el sentimiento verdadero del pueblo fue una experiencia instructiva. No obstante, soy consciente de que hay muchas personas que se alegran de las victorias de Brasil y esperan que gane esta selección. Los días en los que juega el equipo brasileño no se trabaja y se respira un ambiente de entusiasmo. Es algo evidente.

Brasileños que animan a Japón

Hinchas japoneses retirando la basura tras el encuentro contra Grecia (imagen cortesía de la agencia de noticias Jiji Press).

En este Mundial llama la atención el apoyo a la selección japonesa. Se estima que 7.000 es el número aproximado de hinchas procedentes de Japón para el primer encuentro, en el que el equipo nipón se enfrentó a Costa de Marfil; sin embargo, la presencia de aficionados japoneses en el estadio fue mayor.

Además de los brasileños de origen japonés que animaban al conjunto del país de sus antepasados, se observaba cierta ‘japonización’ en el estadio, marcada por la hinchada brasileña que apoyaba al conjunto nipón. Unos mil fans del país anfitrión llevaban cintas adornadas con la bandera japonesa atadas alrededor de la cabeza –hachimaki en japonés–, que varios seguidores llegados desde Japón habían repartido por voluntad propia.

Muchos brasileños de origen japonés pertenecen a la clase intelectual del país. Además, son respetados por su abrumadora diligencia, aunque podría decirse que en este Mundial el valor otorgado a los japoneses ha aumentado más si cabe. El conjunto nipón perdió su partido de debut contra Costa de Marfil después de que el rival le diera la vuelta al marcador, pero, tras el encuentro, varios aficionados japoneses decidieron retirar la basura del estadio, un comportamiento elogiado en todo el mundo. En Europa y América del Sur los hinchas suelen arrojar basura cuando su equipo pierde.

Los japoneses, por el contrario, se llevan la basura cuando sufren una derrota. Esta conducta también se produjo en el segundo encuentro, contra Grecia. En este caso, se informó de que tanto hinchas nipones como brasileños realizaron la tarea. Que la hinchada japonesa limpie el estadio tras un partido no se limita a las competiciones de la selección: en la liga nacional se han visto escenas similares. En Brasil hemos sido testigos de la incorporación de una parte de la cultura japonesa de la que nuestro país puede sentirse orgulloso.

Foto de la cabecera: Japoneses de origen brasileño animan a la selección nipona durante el partido contra Costa de Marfil (imagen cortesía de la agencia de noticias Jiji Press)

(Artículo traducido al español del original en japonés)

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