Cómo sanear las finanzas públicas japonesas

Política Economía

En un ambiente de grandes alteraciones en la economía internacional, con la crisis financiera griega y la rebaja de la calificación de la deuda estadounidense, la deuda pública japonesa se encuentra en una grave situación, pues ha superado el 200% del PIB. El economista Harada Yutaka explora las medidas que podrían aliviar el problema del déficit público.

Con la crisis financiera griega convertida en un grave problema que afecta a toda la eurozona, se están sucediendo las alteraciones, como la abrupta alza del rendimiento de la deuda pública italiana, o la rebaja de la calificación de la deuda pública estadounidense. Actualmente el superávit en la balanza por cuenta corriente ha creado la imagen de que la situación japonesa no es tan mala como la de otros países y esto ejercer atracción sobre el dinero, con la consiguiente alza del yen y nuevas bajadas en los intereses de la deuda pública a largo plazo. Lógicamente, las empresas exportadoras están perdiendo competitividad con el alza del yen y las bolsas japonesas marcan fuertes descensos. En esta situación, la intervención no esterilizada (*1) conjunta del Gobierno y del Banco de Japón ha sido a muy pequeña escala y carente de efectividad.

Atendiendo solo al estado de sus finanzas, vemos que si bien es cierto que la deuda gubernamental de Japón supera el 200% del producto interno bruto (PIB), siendo su situación más grave que la de Grecia, la tasa de interés es estable. Los gastos de la Seguridad Social, en correspondencia con el envejecimiento de la población, están creciendo sin freno, pero no se prevé un aumento de los impuestos. Por otra parte, los gastos de reconstrucción tras el desastre ocasionado en el este de Japón por el gran terremoto con tsunami de marzo se han convertido en una pesada carga. ¿Cómo podrá Japón solucionar el problema de su déficit presupuestario?

Dos planteamientos sobre el déficit presupuestario

Existen diversos modos de pensar, pero comenzaremos aquí por las dos posturas más extremas. Por un lado, tenemos la postura de considerar que la deuda pública es un pasivo y que por tanto debe ser enjugada a toda costa, ya mediante el aumento de los impuestos, ya recortando los gastos.

Por otro lado, está la idea de que no hay por qué preocuparse. La deuda pública es un pasivo para el gobierno, pero desde el punto de vista de la ciudadanía, que ha comprado esa deuda, es un activo. Se dice que la deuda pública es un pasivo que cargamos a las generaciones venideras, pero, del mismo modo, esas generaciones dispondrán del activo heredado de la generación presente. La devolución del principal más los intereses será un simple intercambio entre las generaciones futuras de ciudadanos y el gobierno, y el activo conseguido mediante la emisión de deuda no es algo que la generación presente esté obteniendo de las futuras. Para comprender esto, convendrá considerar lo siguiente: si el descenso poblacional continúa en Japón al ritmo actual, el último japonés nacerá dentro de unos 950 años. Este último japonés tendrá que actuar al mismo tiempo como gobierno y como pueblo. Como gobierno, tendrá que cargar con su pasivo, la deuda pública; como pueblo, heredará el activo que representa esa misma deuda pública. La deuda pública como pasivo y como activo se anulan mutuamente, de forma que el último japonés no tendrá ni pasivo ni activo.

Japón había acertado al sanear sus finanzas públicas

A mí me parece correcta la segunda postura, pero no estoy tan seguro como para afirmarlo tajantemente. Cuando no podemos zanjar un asunto mediante razonamientos, lo mejor es remitirnos a los casos del pasado. La gráfica muestra la deuda pública neta que tienen las principales economías del mundo con respecto a su PIB. Aquí no vemos la deuda bruta, sino la neta, que se obtiene deduciendo de la deuda bruta los activos. El gobierno de Japón, si bien afronta una enorme deuda, tiene al mismo tiempo grandes activos. No hará falta explicar que lo que nos importa no es la deuda bruta, sino la neta. Ahora bien, aunque nos fijemos en la neta, veremos que la situación de Japón es apenas mejor que la de Grecia. No obstante, debemos prestar atención aquí al hecho de que el saldo de la deuda pública neta con respecto al PIB fue más bajo durante los años 2006 y 2007. En otras palabras, Japón había conseguido sanear sus finanzas. La deuda pública neta respecto al PIB bajó entre 2005 y 2007 1,5 puntos porcentuales al año. Si esta tendencia se hubiera mantenido durante 20 años, esa ratio habría bajado hasta situarse entre el 50% y el 60%, un nivel similar al que tenían las principales economías del mundo antes de la crisis financiera mundial, lo cual no sería demasiado preocupante.

Si posteriormente la ratio se disparó, fue debido a varios factores. En primer lugar, no habrá que decir que los ingresos procedentes de los impuestos sufrieron un fortísimo descenso como consecuencia de la recesión causada por la crisis financiera internacional.

En segundo lugar, para afrontar esta crisis se recurrió al gasto público con una liberalidad inaudita.

En tercer lugar, pese a que, para afrontar esa misma crisis, el mundo procedió a una flexibilización financera sin precedentes, la realizada por Japón fue extremadamente modesta, lo cual condujo al alza del yen y a una deflación que, a su vez, volvió a mermar los ingresos procedentes de los impuestos. La cotización es el tipo de cambio entre dos divisas y si, cuando otros países ponen más dinero en circulación, Japón no hace lo propio, el yen sube. Con el alza del yen las empresas, especialmente las exportadoras, ven decrecer sus beneficios y los ingresos del Estado procedentes del impuesto de sociedades (sobre la renta de las empresas) se reducen. Si decrecen los beneficios de las exportadoras, el empleo se resiente, el consumo decae y se produce la deflación. El abaratamiento de los precios de importación causado por el alza del yen acelera la deflación. Si esta se produce, se reducen los ingresos procedentes de impuestos.

En cuarto lugar, justamente desde antes de la crisis financiera mundial y sin reservar recursos financieros, se ampliaron los gastos de la Seguridad Social. Los gastos de la Seguridad Social aumentan a una con el envejecimiento poblacional, de forma que, desde el momento en que se aumente el gasto por anciano, el aumento del gasto total en el futuro seguirá una progresión geométrica. Este punto no fue tenido en cuenta ni tan siquiera con la reforma combinada de Seguridad Social y política tributaria propuesta por el Partido Democrático de Japón (PDJ) tras su llegada al gobierno. La pretendida reforma combinada de Seguridad Social y política tributaria consistía en incrementar el gasto por anciano de la Seguridad Social y financiar una parte con una subida de impuestos. Así lo que se consigue es que el problema se agrave más en el futuro, cuando aumente la proporción de ancianos.

Volver a la época de los éxitos

¿Qué debería haberse hecho, entonces? Una recesión termina tarde o temprano. Es inevitable que durante una recesión disminuyan los ingresos procedentes de los impuestos, como lo es que aumenten el gasto para combatir el desempleo, para dar una mayor cobertura social.

Sin embargo, la recesión no era razón para hacer gastos tan espléndidos en obras públicas, gastos que son escasamente efectivos. Si se hubiera procedido a una flexibilización financiera, como en el resto del mundo, podría haberse evitado el alza del yen y podría también haberse moderado la deflación. La disminución de los ingresos procedentes de impuestos, que se origina en el alza del yen y en la deflación, era por lo tanto evitable. Por otra parte, si bien es complicado desde el punto de vista político, era necesario mostrar la firme determinación de no incrementar el gasto por anciano de la Seguridad Social.

Si durante 2006 y 2007 la ratio deuda/PIB fue baja, es porque hasta marzo de 2006 se siguió una política de flexibilización cuantitativa, se contuvo el alza del yen y la deflación no revistió gravedad. La actividad económica se recuperó, los ingresos en concepto de impuesto de sociedades (corporaciones) subieron y se expandió el empleo, por lo que los ingresos procedentes del impuesto sobre la renta y los originados en el impuesto al consumo (equivalente al impuesto sobre el valor añadido) mostraron tendencia a aumentar. Se redujeron las obras públicas y al mismo tiempo se contuvo la ampliación del gasto de la Seguridad Social, lográndose poner coto con ello el aumento del gasto público.

Para sanear las finanzas públicas, lo que hay que hacer es volver a las políticas económicas que trajeron los éxitos de 2006 y 2007. No obstante, hay que tener en cuenta que el envejecimiento de la población avanza ahora a un ritmo superior. No deberá aumentarse el gasto por anciano de la Seguridad Social, sino más bien anunciar su reducción; establecerse para 2050, año en que el envejecimiento alcanzará su pico, un tipo del 20% para el impuesto al consumo, sumando un 15% de aumento al 5% actual, y no hacer más gasto público de lo que permitan los sucesivos aumentos del impuesto al consumo. (Artículo escrito el 7 de septiembre de 2011)

(Traducido al español del original en japonés)

(*1) ^ Nota de la Redacción: Cuando, para modificar la tasa de cambio, un banco central intercambia moneda nacional con una divisa extranjera, la cantidad de moneda nacional disponible en el mercado aumentará o disminuirá (aumentará su flujo si vende su moneda y compra divisa extranjera, y disminuirá si vende divisa para comprar la moneda propia). Cuando compensa este aumento o esta disminución mediante operaciones de mercado abierto y otros ajustes monetarios, estabilizando así la oferta monetaria y los intereses del mercado y evitando que se produzca inflación o deflación, hablamos de una intervención esterilizada. Una intervención no esterilizada es aquella en la que no se realizan estos ajustes monetarios.