Las divisas y el orden internacional en la época del cambio de poder global

Política Economía

Con la crisis financiera mundial que comenzó en 2007, cada vez son más los que dicen que el dólar tiene los días contados como moneda clave. El poder está trasladándose hacia las economías emergentes, sobre todo desde Estados Unidos hacia China. ¿Cómo afectará esto al orden internacional, incluído el sistema monetario internacional? Gyōten Toyoo, experto en el mundo de las finanzas, analiza estas cuestiones.

Cuando la Segunda Guerra Mundial terminó en 1945, EE.UU. era la única superpotencia, con un 40% del PIB mundial. Era lógico que, bajo su liderazgo, se estableciera un orden económico mundial, el llamado Sistema Breton Woods, según el cual se establecía un estándar de dólar basado en el patrón oro que regulaba el sistema monetario internacional, un sistema de tasas de cambio fijas y otro de préstamos a corto plazo, ambos mantenidos por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Durante el cuarto de siglo que siguió a la guerra, la economía mundial se recuperó y desarrolló con fuerza a la sombra de este sistema.

Sin embargo, gradualmente fueron apareciendo contradicciones en el modelo americano de crecimiento, que dependía de la demanda del consumo familiar. La industria de productos de consumo en EE.UU. fue perdiendo su competitividad internacional, lo que dejó la balanza de su cuenta corriente en números rojos con la acumulación de deudas externas. En 1971 EE.UU. abandonó el patrón oro y el sistema de las tasas fijas. Sin sus dos pilares, el Sistema Breton Woods se desplomó. En otras palabras, en lugar de mantener el Sistema Breton Woods a costa de su crecimiento, EE.UU. decidió mantener su crecimiento prescindiendo de dicho sistema. Así, el mundo entró en la época actual, en la que el dólar es la moneda clave sin valor garantizado, y se usa un sistema de cambio flotante.

No obstante, la transición a cambio flotante, lejos de resolver el déficit en las cuentas estadounidenses, condujo a un creciente desequilibrio global. El exceso de liquidez internacional agudizó la volatilidad de los mercados financieros.

Un cambio de poder global

A pesar de que durante mucho tiempo se alzaron voces para prevenir de la imposibilidad de mantener la situación, y de la inminente caída del dólar, esos pronósticos no llegaron a cumplirse. Hubo dos razones para ello. En primer lugar, EE.UU., como emisor de la principal divisa mundial, podía mantener su crecimiento sin preocuparse por su balanza de pagos deficitaria. Por otra parte, los países exportadores mantenían un crecimiento económico dirigido por la fuerte demanda en el extranjero, y empezaron a invertir sus ganancias en bonos del tesoro de EE.UU. y acciones basadas en el dólar. Este flujo circular de dinero mantenía las tasas de interés estables de EE.UU.. En suma, la economía mundial se mantenía a flote, en una peligrosa interrelación en la que todos ganaban, por lo que los japoneses llamamos “operación bicicleta”: para no caer, el sistema debe mantenerse en movimiento. El segundo motivo por el que el dólar no colapsó fue que, aunque el déficit amenazara con subir, EE.UU. seguía manteniendo su estatus hegemónico mundial, y no había otro país que le disputara esa posición. Tampoco existía otra divisa capaz de reemplazar al dólar en su función internacional. Por lo tanto, pese a lo mucho que se hablaba de su peligrosidad, los mercados no abandonaron el dólar.

Últimamente se oye hablar mucho del peligro relativo a las condiciones básicas de las divisas, alteradas quizá desde que la crisis financiera mundial empezara en 2007. Es esta preocupación la que subyace a todas esas especulaciones de que el dólar puede estar en peligro de perder su posición como moneda clave. La gente siente un cambio inminente en el equilibrio global del poder; el primer cambio de ese calibre desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

La idea es que el centro de gravedad de la economía global está trasladándose desde los países desarrollados hacia las economías emergentes. O dicho de otro modo, desde EE.UU. a China. Este cambio comenzó en la economía real: los campos de producción, consumo, comercio e inversión. Esta fase ya ha terminado. La siguiente fase, en la que ahora nos encontramos, consiste en un cambio de poder en las áreas “blandas” de la economía: tecnología, administración, finanzas. Si el cambio continúa, probablemente se extienda a los elementos centrales de la hegemonía: asuntos militares, diplomacia, cultura. La propia China es muy consciente de que esta fase se puede estar aproximando. Básicamente un cambio de este tipo es un desarrollo natural en el curso de la historia del desarrollo económico. ¿Pero por qué ocurre este cambio en esta encrucijada particular del siglo XXI? Las razones se encuentran tanto en EE.UU. como en China.

La economía estadounidense ha venido dependiendo demasiado del consumo ciudadano y el sector financiero. Ha seguido arrastrando sus números rojos, y eso la ha dejado con la deuda externa más grande del planeta. Esto, sin duda, ha creado miedos crecientes sobre el dólar. Está claro que la crisis que comenzó en 2007 no es una crisis del dólar sino una crisis financiera; no debemos olvidar que la crisis ha aumentado la consciencia acerca de la importancia del dólar como el centro de liquidez internacional. Pero la crisis también ha acentuado varias debilidades de la economía de EE.UU., lo que ha provocado una erosión de la confianza en el dólar como base internacional de valor.

El desafío chino a la hegemonía estadounidense

El declive de EE.UU. no sólo se limita a su economía. Su imperial overreach (sus “excesos imperiales”) ocasionados por las intervenciones excesivas en Iraq y Afganistán no sólo han creado una pesada carga económica y militar, sino que también han dañado el prestigio internacional del país como líder.

Por otro lado, China sufrió una gran transformación de la mano de Deng Xiaoping, que tomó las riendas durante la resaca del tumulto generado por el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural de Mao Zedong. En esencia, las políticas reformistas y liberalizadoras de Deng representaban el abandono del comunismo como ideología moral. El genio de Deng como líder yace en su decisión de liberar a las masas de la ética ideológica para que persiguieran sus deseos materiales y monetarios, sin dejar de mantener la dictadura del Partido Comunista de China. La Masacre de Tiananmen fue el primer gran desafío a esta nueva política. Deng salió de la crisis aplastando a los manifestantes sin piedad. El desarrollo posterior de China ha sido una historia de éxitos de las políticas implantadas por Deng. Con líderes capaces y la enorme energía de 1.300 millones de habitantes desatada en la búsqueda de sus ambiciones, China ha seguido el rumbo inequívoco de “enriquecer al país y fortalecer al ejército” (la política que seguían los líderes japoneses de la Era Meiji, a finales del siglo diecinueve). Sesenta años tras el establecimiento de la República Popular, se había convertido en la segunda economía más grande del mundo.

Este cambio de poder tendrá un fuerte impacto en el orden internacional en los años venideros, incluyendo el sistema monetario internacional. En las décadas tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo aceptó a EE.UU. como superpotencia. La Unión Soviética nunca demostró una ambición a nivel nacional de reemplazar a EE.UU. en este papel. Dado el desequilibrio de fuerzas, un cambio de poder de esta clase nunca fue una opción realista, de todas formas. Con el tiempo, Japón y la República Federal de Alemania reaparecieron como generadores económicos, mientras Europa crecía a principios de los noventa, como resultado de su cada vez mayor y más profunda integración. Pero ninguno de estos actores podía intentar acceder al puesto de líder, ni objetiva ni subjetivamente. Una superpotencia debe actuar como guía en seis tipos de poder: económico, militar, diplomático, tecnológico, cultural e ideológico. Durante buena parte del siglo XX, e incluso en el XXI, ningún otro país demostró deseos de superar la dominación de EE.UU. en estas áreas.

Hoy la situación es distinta. China evidentemente quiere desafiar a EE.UU.; de hecho, está dirigiendo gran parte de sus esfuerzos nacionales hacia este fin. Una de las cosas más notables de la postura china es su convicción absoluta de la inevitabilidad histórica de la caída de EE.UU. y el auge de China; el tiempo está de su parte. China está preparada para esperar con paciencia a que la fruta caiga del árbol cuando esté madura, y EE.UU. se encuentra en un aprieto. Las dificultades de EE.UU. desde 2007 han reforzado (quizá demasiado) la certeza que los chinos sienten acerca del futuro de su país.

El enfoque chino del sistema monetario internacional

China mantiene una política realista sobre el sistema monetario internacional. Para China, desafiar la dominación unilateral de EE.UU. es un objetivo nacional prioritario. Por supuesto, esto incluye desafiar su posición dominante en el sistema monetario internacional. En los últimos años los chinos han criticado con creciente dureza el sistema monetario con el dólar como moneda clave. China no puede aceptar el statu quo, según el cual un bien público, como el suministro de liquidez internacional, es objeto de control arbitrario por parte del emisor de la divisa principal, y se maneja a través de consideraciones políticas domésticas de EE.UU.. China argumenta que la moneda clave debería ser una cuyo suministro se pueda equilibrar entre la oferta y la demanda en base a juicios internacionalmente equitativos y que traiga cierta moderación a cada país: una divisa como los Derechos Especiales de Giro del FMI. Este argumento no es nuevo; identifica correctamente varios de los problemas del actual sistema monetario internacional. Pero estos problemas son estructuralmente inherentes a cualquier sistema que use moneda doméstica de un país como estándar internacional. El mundo ha estado intentando encontrar una solución a este problema durante los últimos cuarenta años, pero aún no hay una respuesta. Los chinos son muy conscientes de esta realidad, y comprenden que el dólar se mantendrá como moneda clave del sistema monetario.

La política de China hacia el sistema monetario internacional parece estar basada en tres pilares. El primero consiste en maximizar sus propios beneficios tal y como están las cosas, en la suposición de que el sistema actual se mantendrá como está durante unas cuantas décadas. Específicamente, esto significa mantener un crecimiento económico acelerado dirigido basado en los dos ejes de la exportación y las inversiones, mientras el yuan se mantiene por completo bajo control. Si la intervención en mercados extranjeros hace que la moneda china se acumule en las reservas exteriores, que así sea. Tal y como lo ven los chinos, el dólar puede devaluarse, pero no se derrumbará. Esto significa que las inversiones realizadas con dólares son bienes estratégicos, más que riesgos. El segundo pilar consiste en convertir el yuan gradualmente en una moneda internacional. Esto conlleva expandir su uso para cerrar transacciones con otros países, empezando con aquéllos de la región, e incrementar la emisión de bonos en yuanes. Implicará esfuerzos para flexibilizar las tasas de cambio, liberalizar las transacciones de capital y conseguir convertibilidad en el transcurso de una década, más o menos. El tercer pilar consiste en desarrollar Shanghái como nodo financiero internacional enfocado en el yuan, y comparable a Nueva York y Londres.

China se ha vuelto mucho más prominente internacionalmente desde la crisis financiera global, pero al mismo tiempo se enfrenta a un grave riesgo. Para evitar los efectos de la crisis, se realizaron una serie de inversiones y préstamos de más de cuatro billones de yuanes en total por parte del gobierno, empresas y bancos estatales. Esta jugada tuvo éxito porque mantuvo la economía en crecimiento, pero fue un paso atrás en cuanto a las reformas para crear una economía guiada por el sector privado. El hinchado sector público chino ha dado lugar a numerosos grupos de interés, y se ha convertido en un caldo de cultivo para la corrupción. Esto ha exacerbado las desigualdades económicas de China y la frustración de los ciudadanos se acumula. China, tras haberse convertido en una superpotencia económica dejando su ideología de lado para favorecer el desarrollo, y ante un cambio de liderazgo a la vuelta de la esquina el año que viene, ha alcanzado la fase en la que de nuevo necesita encontrar su ideología moral.

Requisitos ante un mundo multipolar

China no es el único país que necesita revisar su modelo de desarrollo. Los países desarrollados de Europa y Norteamérica, cuyas economías antes alimentaba un nuevo paradigma de crecimiento basado en la globalización y el capitalismo financiero, ahora se encuentran atrapadas en una crisis financiera causada precisamente por esos dos factores. La frustración de los jóvenes participantes de las protestas Occupy Wall Street contra las desigualdades producidas por este nuevo paradigma de crecimiento es un fenómeno del siglo XXI con repercusiones globales.

¿Cómo debería comportarse Japón en este contexto del siglo XXI? Los errores y la indecisión de las dos décadas pasadas han costado mucho a nuestro país. La situación no es fácil. Hace falta acometer varias tareas si Japón quiere mantener su alto nivel de vida y mantener su estatus como presencia respetada en la escena internacional. Ante todo, Japón necesita encontrar un mapa de ruta con el que encargarse de dos acuciantes asuntos a largo plazo: solucionar su problema demográfico de alto envejecimiento de la población y baja natalidad, y devolver sus finanzas a un estado saludable. Una vez hecho eso, Japón, de común acuerdo a nivel nacional, deberá mostrar la voluntad de mantener su posición entre los cinco primeros países del mundo en términos de fuerza nacional total, la cual se compone de los seis tipos de poder ya mencionados: económico, militar, diplomático, tecnológico, cultural e ideológico. Entre ellos, en el área de las ideas, Japón puede usar su historia y experiencia para crear un conjunto de ideas lógico y coherente; quizá pueda ganar simpatía y confianza a nivel global, compartiendo esas ideas con el mundo para hacer una contribución valiosa en la encrucijada actual, en la que muchos países se sienten confusos respecto a sus sistemas de valores.

El siglo XXI probablemente no vea un cambio de la dominación unipolar de EE.UU. a la dominación unipolar de China. En cambio, el mundo probablemente se hará multipolar, con EE.UU. como poder central. En este contexto, lo importante es la habilidad de crear consenso a través de negociaciones de cualquier tipo, ya sean sobre divisas, comercio, seguridad o territorialidad, el factor decisivo será cuántas cartas tenemos en la mano, y cuánto valen. En conversaciones internacionales previas, Japón no ha hecho lo suficiente como para fortalecer su mano. Es por ello que, en el pasado, nos hemos concentrado casi exclusivamente en tratar con EE.UU.. Para poder sobrevivir en un mundo multipolar, nuestro país deberá mostrar más astucia como negociador.

(Traducido al español del original en japonés.)

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