El asesinato de un menor en Kawasaki expone las deficientes políticas sociales de Japón para abordar la inmigración

Sociedad

El brutal asesinato de un estudiante de instituto en Kawasaki dejó sin habla a los japoneses en 2015. A medida que sale más información a la luz sobre la víctima y sus supuestos asaltantes, se revelan ante nosotros las profundas fisuras que existen en el conjunto de la sociedad Japonesa. Este caso ha sacado a la luz las deficiencias en la capacidad de Japón para tratar adecuadamente los asuntos relativos a las familias monoparentales, la pobreza y la inmigración.

Jóvenes incapaces de relacionarse con la sociedad

Uemura Ryōta fue asesinado en las horas previas al amanecer del 20 de febrero de 2015, a la orilla del río Tamagawa en Kawasaki, en la prefectura de Kanagawa. El niño de 13 años había sido obligado a nadar desnudo en las gélidas aguas de invierno y su cara y cuerpo cortado con un cúter. La herida que le mató fue un profundo tajo en el cuello. Había bridas de plástico en el terreno aledaño y Ryōta tenía heridas en sus rodillas, lo que sugería que también había sido tratado con brutalidad mientras estaba atado y obligado a estar de rodillas.

La policía arrestó a tres varones menores de edad como los culpables de este truculento asesinato. Uno de los tres, el “Chico A”, fue identificado como el líder y culpado de asesinato. Este joven tenía entonces 18 años, vivía con su madre filipina y su padre japonés, y había abandonado el instituto. Los otros dos, de 17 años de edad, fueron acusados de causar heridas fatales en la víctima. Uno era un antiguo compañero de instituto del líder de la banda, y el otro, un curso por debajo, había asistido a otro instituto. El más joven de ellos era el hijo de una madre soltera de origen filipino y un padre japonés.

Ryōta también vivía en una familia monoparental como el segundo de cinco hijos. Cuando Ryōta tenía cinco años, su padre se llevó a la familia a Nishinoshima, en el archipiélago de Oki situado en la prefectura de Shimane, para trabajar como pescador. Sus padres se divorciaron cuando Ryōta estaba en el tercer curso de la escuela primaria y la madre se trasladó con sus hijos a Kawasaki dos años después.

Al entrar en el instituto, Ryōta se unió al equipo de baloncesto, pero dejó de asistir a los entrenamientos después de unos meses y comenzó a salir con chicos mayores que él. Comenzó a relacionarse con el grupo liderado por el “Chico A” en diciembre de 2014, y dejó de asistir a la escuela al mes siguiente. En una fotografía tomada en esa época, Ryōta tiene un ojo morado—la consecuencia de haber sido golpeado por el chico mayor.

Entre 2004 y 2008 me dediqué a informar sobre la vida de los niños con padres extranjeros en Japón. Lo primero que pensé cuando supe del asesinato de Ryōta y de su conexión con Filipinas era que mis temores se habían hecho realidad. Noté que la delincuencia entre los hijos de padres extranjeros era en parte el resultado de prejuicios muy enraizados en la sociedad japonesa y de una red de seguridad ciudadana completamente inadecuada. Me he interesado especialmente por las circunstancias vitales de los hijos de madres filipinas.

He comprobado que los niños criados en entornos en los que no se habla japonés encuentran una barrera lingüística en la vida diaria y normalmente tienen dificultades para permanecer en las escuelas, y al mismo tiempo he aprendido que la violencia doméstica es también parte de esta ecuación. Otro descubrimiento inquietante fue que las personas responsables de ofrecer ayuda a los niños están alejados de la realidad a la que ellos se enfrentan. La ayuda de terceras personas a los niños más necesitados es inexistente. 

La pobreza de las familias compuestas por una madre soltera y su hijo o hija, independientemente de la nacionalidad, es un problema grave que sigue empeorando en Japón. Los hijos de este tipo de familias carecen de una vía para conectar con la sociedad al no existir una estructura de apoyo adecuada para ellos. El asesinato de Ryōta me pareció sintomático de una sociedad y política con defectos.

Nuevas residentes filipinas en Kawasaki

La madre de Ryōta hizo pública una declaración tras el velatorio de su hijo a través de su abogado. Cada mañana se marchaba a trabajar antes de que su hijo fuese a la escuela, y volvía a casa tarde, por lo que era difícil para ella saber qué hacía su hijo en todo ese tiempo. Esa declaración recibió respuestas de apoyo de numerosas madres solteras y otros simpatizantes.

La tasa de pobreza relativa entre las familias monoparentales de Japón—de las cuales un 85 % de ellas están encabezadas por una mujer— es del 54,6 %. Alrededor de un 80 % de las madres solteras en Japón trabajan fuera de casa, y algunas de ellas tienen dos o más trabajos para poder llegar a fin de mes. Las exigencias del trabajo limitan el tiempo libre de estas madres para estar con sus hijos y afectan a su capacidad para criarlos.

Hay muchos factores que han empeorado la situación de las madres solteras en Japón, incluso cuando el número de las familias monoparentales ha ido aumentando. En primer lugar, las políticas de empleo han asumido implícitamente que los hombres son los que ganan el sustento para la familia, y que el trabajo de las esposas fuera de casa es de naturaleza suplementaria. Otro problema es la creciente proporción de trabajo a media jornada y temporal en el porcentaje total de empleo.

Es destacable también el lugar del asesinato de Ryōta: el distrito de Kawasaki en Kanagawa. Como distrito industrial, el área ha recibido la influencia de muchos tipos de residentes desde antes de la Segunda Guerra Mundial. En mayo de 2015 un incendio en dos hostales de bajo precio en el distrito de Kawasaki acabó con la vida de 10 personas. Las víctimas eran de la clase de obreros que contribuyeron al rápido crecimiento de Japón durante las décadas de 1960 y 1970, pero vivían sus vidas en condiciones de pobreza, y el fuego tuvo lugar cerca de donde Ryōta y el “Chico A” pasaban muchas noches.

Alrededor del 5 % de los residentes de este distrito son extranjeros. Estos son los antiguos residentes—trabajadores de las dos coreas y otras colonias del Japón de preguerra y sus hijos y nietos— y nuevos residentes—extranjeros que han llegado buscando trabajo desde la década de 1980.

La iglesia de St. Claire Kaizuka, que reúne a los fieles del área, ofrece misas en inglés cada domingo por la tarde. Un 80 % de los 200 o 300 fieles que acuden son mujeres filipinas. Muchos de ellos llegaron a Japón a finales de la década de 1980 y comienzos de la década de 1990 con visas de artista, se casaron con hombres japoneses, y aseguraron su residencia como esposas de japoneses. Dos de los tres jóvenes arrestados por el asesinato de Ryōta son niños de mujeres que encajan en esta descripción.

Su asesinato asestó un golpe devastador a las madres filipinas del distrito de Kawasaki. Hablé con una de ellas, a la que llamaré “María” para preservar su anonimato. Ella tiene 45 años y cuida de un niño de 10 años como madre soltera.

“Ha sido impactante”, asegura María. “Yo recibía ayuda pública, pero estaba también trabajando duro para evitar depender demasiado del Estado. Desde el asesinato he reducido mis horas de trabajo para poder cenar con mi hijo, pasar tiempo hablando con él y mirar su tarea escolar. He fallado a su hermano mayor, y me gustaría hacer las cosas bien en esta ocasión”.

María está luchando para mantener a su hijo y a sí misma con trabajos de baja remuneración y un mínimo de ayuda pública. Su situación es lamentablemente parecida a la de las madres solteras japonesas.

Con un hijo deportado a Filipinas por delincuencia

María me contó que perdió a su padre en 1990 y vino a Japón con visa de artista para poder enviar ayuda a su madre, sus dos hermanas menores y un hermano menor. Sus dos hermanas pudieron ir a la universidad gracias al dinero que enviaba desde Japón. Trabajó al principio en un bar filipino en Japón y tuvo un hijo con un hombre japonés que conoció allí. El hombre tenía más de cincuenta años, y no se casaron. María sobrepasó el límite de estancia de su visado y regresó a Filipinas. Cuando su hijo tenía dos años, lo dejó con una hermana menor y volvió a viajar a Japón, donde encontró trabajo en otro bar y comenzó una relación con un japonés que trabajaba en la construcción.

La madre de su pareja, no obstante, se opuso a este matrimonio, y de nuevo terminó en una situación de residente irregular. Pero la pareja comenzó un negocio con sus ahorros, e inició una vida muy ocupada por el trabajo.

María y su pareja se casaron cuando ella se quedó embarazada a la edad de 37 años. Era su segundo hijo. Obtuvo el visado como esposa de un japonés y trajo a su primer hijo, de 11 años, a Japón. Aquí le matriculó en un instituto, pero este cayó en un grupo de delincuentes locales, huyó de casa en repetidas ocasiones, y fue arrestado una y otra vez por robar en tiendas y otras faltas. María perdía el contacto con su hijo durante grandes períodos de tiempo, solo para conocer su paradero a través de la policía.

A la edad de 17 años, el hijo mayor de María tuvo un hijo pero abandonó a la madre. Un arresto por robo en una tienda provocó que le deportaran a Filipinas cuando estaba a punto de renovar su visado. María estaba en Filipinas entonces con su segundo hijo. El negocio del que se había hecho cargo junto a su marido había sucumbido al comienzo de la crisis económica de 2008, y su esposo sugirió que matriculara a su hijo menor en Filipinas para que aprendiese inglés. María abrió un salón de belleza con sus ahorros de Japón, y puso a su hijo mayor a trabajar en el negocio. 

Después de cinco años de una existencia errática entre Japón y Filipinas, María regresó a Japón con su hijo menor en 2014. Ella esperaba que su hijo no olvidase lo que había aprendido sobre la lengua japonesa y las costumbres del país. Pero poco después de regresar, la constante violencia infligida por su marido la condujo a pedir el divorcio.

El trauma de presenciar la violencia contra su madre  

Pude saber que el marido de María había abusado físicamente de ella a diario durante todo el tiempo que estuvieron juntos. Cuando la violencia volvió a manifestarse tras su regreso a Japón, el hijo de María, de 10 años de edad, instó a su madre a abandonar a ese hombre. Esto fue decisivo. El hijo mayor de María también había animado a su madre a divorciarse. Él había sufrido también al ver la violencia diaria que sufría su madre tras ir a vivir con ellos, y de hecho había sufrido también palizas por parte de su padrastro.

María no pudo proteger a su hijo mayor de la ira de su marido, e incluso alguna vez había levantado la mano contra sus hijos cuando vivía en el apartamento de la familia. El sufrimiento provocado por la violencia de su marido le dejaba con poca paciencia para la desobediencia de sus hijos.

“Mi hermana, que cuidó de mi hijo mayor en Filipinas, dice que siempre era amistoso y sincero con todo el mundo allí”, cuenta María. Pero el niño se sintió incómodo y fuera de lugar en su propia casa, y su reacción a la violencia continua fue apartarse de los miembros de su familia. Las personas con las que finalmente estrechó lazos de camaradería fue una banda local de delincuentes. María se dió cuenta del problema, pero no tenía a nadie a quien pedir ayuda.

“Las personas en Filipinas creen que casarse con un hombre japonés significa una vida de felicidad”, confiesa María. “No tuve el valor suficiente para contarle a mi madre o a mis hermanas lo que estaba sufriendo”. María ni siquiera hablaba de sus problemas con sus amigas filipinas en el vecindario. Todas tenían problemas parecidos, y preferían hablar de temas más agradables cuando estaban juntas.

Niños que tienen dificultades para comunicarse

La violencia engendra violencia, despojando tanto a la víctima como al agresor de autoestima y generando sentimientos de vergüenza en los dos. Las víctimas carecen o pierden frecuentemente la habilidad para interactuar con otras personas y se recluyen del mundo. Normalmente aquellos que han infligido una violencia atroz son personas que han sufrido o presenciado violencia doméstica. Al parecer, el líder del grupo que asesinó a Ryōta esperaba fuera de su casa cuando sus padres se peleaban hasta que la discusión terminaba. 

La violencia doméstica es preocupantemente común entre los esposos japoneses y sus esposas de los países asiáticos. Muchos de estos hombres son trabajadores de cuello azul o considerablemente mayores que sus esposas, bastantes de ellos además son inadaptados sociales. Suelen ser personas criadas en entornos familiares en los que las mujeres no son tratadas igual que los hombres. De este modo, encontramos matrimonios infundidos del desprecio hacia otras personas de Asia y con un desprecio del hombre hacia la mujer. 

La relación entre el marido y la esposa afecta, por supuesto, al compromiso a la hora de criar a los hijos. También afectan a la capacidad de los niños para mejorar sus aptitudes en el aprendizaje del japonés y en su capacidad para expresarse en general. Puede parecer que algunos hijos de madres extranjeras que han sido criados en Japón hablan un japonés completamente fluido, pero incluso ellos requieren de un cuidadoso apoyo en el desarrollo de sus aptitudes lingüísticas.

Los hombres japoneses no suelen dedicarse de manera activa a la crianza de sus hijos, y los maridos nipones de mujeres filipinas rara vez hablan tagalog o inglés, por lo que normalmente hablan con sus esposas en japonés. Las esposas, mientras tanto, rara vez hablan un japonés fluido y no están en una posición para ayudar a sus hijos a adquirir un rico vocabulario.

Al entrar en la escuela, los niños suelen tener dificultades para hacer las tareas por las dificultades para comprender lo que los profesores están diciendo. Tienden a mostrarse reticentes a hablar de sus problemas con sus madres. Y en cuanto a los profesores y a los responsables de la escuela, son propensos a culpar a los estudiantes por sus malos resultados arguyendo que se esfuerzan poco o que carecen de aptitudes básicas. Pocos de ellos se toman la molestia de analizar cómo afecta el ambiente familiar a los resultados del estudiante en la escuela.

Los problemas descritos arriba se basan en las historias de los hijos de madres filipinas y padres japoneses con los que he hablado. Uno de los niños se encerró en el apartamento de su familia al terminar la escuela secundaria, negándose a relacionarse con otras personas. No había sido capaz de expresar sus preocupaciones más personales en japonés, y había perdido la habilidad incluso para exteriorizar sus sentimientos por sí mismo. Este joven quería tener un trabajo, pero no podía soportar pensar que tendría que relacionarse con personas. Desarrolló una ansiedad severa que un día estalló súbitamente en forma de violencia.

Al igual que el hijo de María, este joven había visto a su madre sufrir la violencia repetidamente a manos de su marido. Acabó despreciándose a sí mismo por su incapacidad para protegerla, y había sublimado la ira que sentía hacia su padre. Este joven recuerda haber experimentado discriminación en la escuela desde primaria, pero no guardaba ningún recuerdo de lo que podría haber disparado este arrebato de violencia. Hoy continúa sufriendo por su incapacidad para verbalizar sus experiencias.

Otro joven con el que pude hablar había nacido en Filipinas. Su madre se divorció y se trasladó con su hijo de 2 años a Japón, donde se casó con un japonés. El hijo explicó que sufría violencia por parte de su padrastro y de miembros de la familia de este. Su madre era incapaz de prevenir la violencia, y el chico se encontró sin posibilidad de hablar con su madre sobre el acoso que estaba sufriendo en la escuela.

Este joven filipino acabó involucrado en serios actos delictivos en el instituto, pero retomó la senda de su vida y concluyó sus estudios. Ahora, con 24 años, tiene un empleo como operador de maquinaria de construcción. El joven mostró confianza en sus aptitudes con la maquinaria de construcción, pero me confesó que lucha cada día para esconder una ira interna que le quema. Le pregunté sobre el objeto de esa ira, pero fue incapaz de responderme con precisión.

Las dificultades para divorciarse

¿Por qué las esposas filipinas aguantan la violencia de sus maridos? María me explicó que una de las razones por las que no hacen las maletas y abandonan el hogar es la educación que reciben en la iglesia católica, que prohíbe el divorcio en general. Otra razón, asegura María, es que las mujeres retroceden ante la idea de criar a sus hijos solas en un país extranjero.

“Muchas esposas filipinas aún no pueden hablar japonés después de vivir aquí por más de 20 años”, afirma María. “Este tipo de mujeres se muestran especialmente aterrorizadas ante el pensamiento de arreglárselas por sí mismas como madres solteras. Solo el pensamiento de tener que rellenar ellas mismas los formularios para el divorcio es suficiente para que algunas abandonen la idea”.

María atribuyó su decisión de pedir el divorcio a su estancia en Filipinas. Lejos de la violencia, recuperó la estabilidad emocional para tomar ese paso decisivo. María, que dejó a su familia a la edad de 20 años y llegó a Japón para trabajar en un bar, apenas ha adquirido competencias para hacerse un hueco en la sociedad. El tiempo que pasó de regreso en Filipinas fue como una epifanía. Ver a su familia bregar con las exigencias de la vida diaria, a pesar de su pobreza, fue inspirador. María recobró la confianza en sí misma para superar las dificultades y llevar adelante un hogar independiente de su marido.

De vuelta en Japón, María llamó a la policía un día que su marido la golpeó haciéndola caer por las escaleras. La policía le informó de un centro de consultas dependiente del ayuntamiento para las víctimas de la violencia doméstica, y buscó ayuda allí. La ayuda que ofrecía la ciudad incluía asistencia financiera, que permitió a María alquilar un apartamento por sí misma.

Muchas esposas filipinas carecen de la fuerza que María demostró a la hora de buscar la ayuda que ofrece la administración pública. Muchas son incapaces de reunir el valor necesario para escapar de la violencia.

Distintas cualificaciones para la residencia según la nación de origen

A finales de 2014 había un total de 2.121.831 residentes extranjeros en Japón, después de aumentar un 2,7 % durante el año anterior. La política de inmigración japonesa, reticente a la inmigración en general, ha sido de alguna manera flexible a la hora de dar una respuesta a la necesidad de mano de obra que tiene la nación. De este modo encontramos distintas tendencias en las cualificaciones para la residencia comunes entre las diferentes nacionalidades de los residentes extranjeros. 

Por ejemplo, Japón acepta a trabajadores descendientes de japoneses procedentes de América Latina y a sus esposas con visados de residencia a largo plazo. Los descendientes de japoneses de segunda y tercera generación pueden acceder a este tipo de visados. Los que los poseen son libres de desempeñar cualquier tipo de trabajo en Japón. Las trabajos en fábricas gestionados por servicios de empleo son una línea de trabajo común en estos residentes. El número de brasileños en Japón, que llegaron principalmente con visados de residencia a largo plazo para descendientes de japoneses, alcanzó las 317.000 personas en 2007, pero bajó considerablemente cuando la crisis económica mundial sacudió a Japón al año siguiente. Unos 175.000 brasileños residían en Japón en 2014.

Los chinos componen el grupo más numeroso de residentes extranjeros en Japón—unos 655.000 en 2014—, y viven bajo varios tipos de cualificaciones, como esposas o hijos de japoneses, estudiantes, o aprendices. Alrededor de 100.000 vietnamitas residían en Japón en 2014. La mayoría de ellos estaban en Japón con visados de aprendiz o de estudiante, aunque algunos de ellos eran refugiados de la guerra fría o hijos y nietos de esos refugiados. Las personas que son admitidas en Japón como refugiados normalmente viven con el mismo programa de residencia a largo plazo que sirve a los descendientes de japoneses de otros países.

El buque insignia de Japón para los aprendices es el Programa de Capacitación Técnica para Internos. Este programa es en gran medida una iniciativa que atañe a la cooperación internacional—una plataforma para compartir la tecnología industrial de Japón con los países en vías de desarrollo a través de la enseñanza práctica para jóvenes trabajadores. A decir verdad, este programa es mayormente una vía para importar mano de obra no cualificada para contrarrestar el descenso en la mano de obra en Japón. Los políticos de Japón no se deciden a abrir formalmente la nación a la influencia de la mano de obra no cualificada, por lo que recurren a este tipo de subterfugios para admitir a estos trabajadores como “aprendices”.

Algunos observadores en Japón y en todo el mundo han señalado que los falsos visados de aprendices se han convertido en un cheque en blanco para las prácticas laborales abusivas. Pero lejos de retirar algunos de estos programas con visados de aprendiz, el Gobierno de Japón los está expandiendo. Los empleadores japoneses necesitarán un ingente número de trabajadores durante las labores de preparación para los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. El Gobierno está actuando para ayudarles mediante la extensión de los períodos de residencia posibles bajo los programas para aprendices. Y está aumentando el atractivo de los visados de aprendiz permitiendo a los que los poseen salir y entrar en el país durante el período de residencia.

Alrededor de 218.000 personas procedentes de Filipinas residían en Japón en 2014, un 80 % de ellas mujeres. Las que disponían de visados de artistas, que en el pasado se convirtieron en una vía para entrar en Japón para las mujeres filipinas, eran solo 436 en esta ocasión. Por otra parte, unos 116.000 filipinos vivían en Japón con residencia permanente, 4.000 como esposas de residentes permanentes, 29.000 como esposas de ciudadanos japoneses, y 44.000 como residentes de largo plazo.

Es el momento de hacer una política de inmigración efectiva

En 2004 Japón carecía básicamente de políticas que tratasen sobre los residentes extranjeros, y empezó a investigar la cuestión cuando estos residentes expusieron el problema. Los Gobiernos locales estaban a la vanguardia de las políticas de inmigración, y el apoyo a los residentes extranjeros variaba en gran medida entre las prefecturas y las ciudades. El apoyo de las administraciones municipales y prefecturales a los residentes de otros países ha mejorado mucho desde entonces en toda la nación. Numerosas administraciones locales han adoptado políticas activas para crear comunidades multiculturales. Entre sus iniciativas se incluye asegurar el acceso a las escuelas públicas a los hijos de padres no japoneses, mejorar sus capacidades para preguntar a los residentes extranjeros sobre la educación de sus hijos, ofrecer tutorías sobre la lengua japonesa a los escolares extranjeros, y servirse de intérpretes que acompañen a los residentes de otros países a las clínicas y hospitales.

Podemos estar orgullosos de las mejoras incuestionables en el entorno para los residentes extranjeros en Japón. Pero al mismo tiempo, debemos tener en cuenta las diferencias que existen entre prefecturas y ciudades. Esas diferencias son especialmente notorias en la disponibilidad— y la no disponibilidad— de tutorías sobre el idioma. Japón necesita desesperadamente tener una política unificada para los residentes extranjeros.

A muchos inmigrantes les ha ido bien en Japón, por supuesto, a pesar de no existir una infraestructura de apoyo adecuada. Han construido sus vidas y formado familias, y los residentes extranjeros de segunda generación, en muchos casos, han continuado viviendo sin muchos problemas. Pero si lo examinamos de cerca, podemos identificar una tendencia común en las experiencias de los niños extranjeros que han crecido en Japón. La mayoría de estos niños han tenido unos padres cariñosos y unos profesores comprensivos. Y estos beneficios han servido para imbuir a estos niños de confianza en sus comunidades. No obstante, no podemos ignorar las experiencias de los niños a los que no les ha ido tan bien en Japón.

Este comentario procede de una persona que se ha dedicado profesionalmente durante años a ofrecer apoyo a los residentes extranjeros: “Los niños comienzan a agruparse según la clase social en lugar de la raza o la etnicidad. Los niños que han sido expulsados de la sociedad estrechan vínculos, pero salir de uno de estos grupos puede ser difícil o incluso imposible”.

Ryōta, que no había recibido apenas apoyo por parte de sus padres o de la sociedad, terminó en la órbita del grupo liderado por el “Chico A”. Los mensajes que dejó a sus amigos en la red social Line por desgracia no estaban equivocados: “Cuando dije que me marchaba del grupo, la violencia ha ido a peor. No puedo soportarlo más. Creo que me van a matar”. 

Los medios de comunicación informaron que Ryōta tenía buenos amigos en Nishinoshima y Kawasaki. Aparentemente, el “Chico A” no pudo soportar el pensamiento de Ryōta abandonando su grupo y volviendo a otra clase social. Un mes antes del asesinato, asestó una paliza brutal a Ryōta. En esa época algunos amigos de Ryōta fueron a ver al líder del grupo y le pidieron que se disculpase. “Estaba muy cabreado de que tanta gente se preocupara tanto por (Ryōta)”, dijo el “Chico A” a los fiscales. La violencia fatal desencadenada por “A” parece haber estado dirigida tanto contra la sociedad que le rechazó como contra su víctima.

Japón pierde a unos 220.000 habitantes cada año debido al descenso en el número de nacimientos. La creciente llegada de residentes extranjeros es inevitable. Para adaptarse a esa afluencia es necesario promover medidas que respondan a las necesidades de los niños no japoneses. Tratar a las personas que vienen a Japón bien es un asunto que va más allá de la hospitalidad o el respeto a los Derechos Humanos. Es poner un poco de sentido común para el refuerzo de la estabilidad social en la nación. Ha llegado el momento de que Japón cree una verdadera política de inmigración.

(Publicado en japonés el 27 de mayo de 2015 y traducido al español. Fotografía del encabezado: flores y otros objetos en memoria de Uemura Ryōta cerca del lugar donde fue encontrado su cuerpo junto al río Tamagawa en Kawasaki, en la prefectura de Kanagawa. Fotografía tomada el 24 de febrero de 2015. © Jiji.)

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