Los estadounidenses de ascendencia asiática y la cuestión japonesa de la historia

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El discurso del primer ministro Abe Shinzō ante una sesión conjunta del Congreso de los Estados Unidos durante su reciente visita al país fue bien recibido sin duda por sus expresiones de arrepentimiento por la Segunda Guerra Mundial con referencia a las batallas en las que murieron soldados estadounidenses. No obstante, sus palabras vagas sobre las atrocidades cometidas durante la Guerra en Asia pueden ir más allá de la política regional y afectar a las relaciones nipoestadounidenses. Dada la tendencia de los estadounidenses con ascendencia asiática a dedicarse a los estudios de Japón, la falta de conciencia por los sentimientos de los asiáticos podría alejar a futuros estudiantes y afectar al interés de los Estados Unidos por Japón.

Respuestas enfrentadas sobre la visita del primer ministro Abe Shinzō a los Estados Unidos

El discurso que el primer ministro Abe Shinzō ofreció el 30 de abril ante una sesión conjunta del Congreso de los Estados Unidos ha sido ampliamente celebrado como un éxito en las relaciones nipoestadounidenses, y es fácil saber por qué: dio prácticamente con todas las claves correctas. Siendo consecuente con las continuas peticiones desde los Estados Unidos, hizo un llamamiento para fortalecer la alianza en materia de seguridad, poniendo énfasis en sus propios esfuerzos legislativos para mejorar la cooperación militar en el Pacífico. Semanas antes de la reciente victoria del presidente Obama en asegurar la negociación de la Autoridad Comercial por la “vía rápida”, Abe destacó su sólido apoyo a la Asociación Transpacífica y sus promesas económicas para ambos países. Y, como es bien conocido, expresó su arrepentimiento por la Segunda Guerra Mundial, haciéndose eco de muchas de las batallas en las que soldados estadounidenses fallecieron, incluyendo un emotivo gesto al sentar entre el público a un veterano estadounidense de la batalla de Iwo Jima junto al nieto del comandante japonés en aquella misma batalla. El primer ministro Abe y el Gobierno japonés quedaron merecidamente satisfechos con el resultado del discurso después de que la audiencia del Congreso se levantara a aplaudir en numerosas ocasiones y mostrase un claro entusiasmo.

Esto, por supuesto, contrastó con su accidentada visita a Harvard, donde se encontró con un grupo de estudiantes que protestaba por su controvertida postura sobre la historia bélica de Japón, y con una desafiante pregunta realizada por un estudiante respecto a su opinión en el debate sobre las “mujeres de solaz”. Los medios de comunicación japoneses informaron sobre la pregunta y la cuidadosa y extensa respuesta, aunque poco satisfactoria, del primer ministro —en la que no negaba los hechos, lo que habría gustado a sus simpatizantes conservadores, ni admitía plenamente la responsabilidad japonesa, lo que habría apaciguado a sus críticos—, pero hubo que buscar en los medios digitales de extrema derecha de Japón para saber que el estudiante que hizo la pregunta era coreanoestadounidense. Para estos redactores y opinadores nacionalistas, por supuesto, el trasfondo étnico de este joven interlocutor parece ser útil a la hora de invalidar su crítica. De hecho, al definirlo como kankokukei se enfatizaba su ascendencia coreana y sugerían que probablemente era un agente de influencia de ese país en Harvard, no representativo de la institución en absoluto. El hecho de que muchos de los manifestantes fuesen miembros de la comunidad de estadounidenses con ascendencia asiática de Harvard probablemente haya servido de confirmación para ellos de que esto fue simplemente una campaña irrelevante frente a una misión y un mensaje más importante para el primer ministro Abe. Pero en los Estados Unidos, la segunda mitad del término “coreanoestadounidense” tiene el mismo peso y señala directamente hacia las políticas emergentes en torno a la representación histórica de las relaciones entre los Estados Unidos y Japón. Con un creciente número de ciudadanos que se consideran estadounidenses y también de otro origen, incluyendo a los estadounidenses asiáticos,  la historia del mundo es considerada cada vez más como parte de la propia historia del país.

Para muchos observadores de ambas orillas del Pacífico especializados principalmente en Asia Oriental, el momento clave será el discurso del primer ministro el 15 de agosto, en el 70 aniversario del fin de la Guerra. ¿Utilizará las palabras “invasión” y “coacción” para describir las acciones de Japón, o tendrá un gesto con sus simpatizantes conservadores y respetará, tal vez, sus propias convicciones al utilizar un lenguaje más ambiguo como “avance” o “tráfico”? Si elige esta última opción, por supuesto, recibirá las críticas ya previstas de otras naciones asiáticas, unas críticas que el Gobierno japonés estará preparado para hacer frente si no las puede evitar.

La población de estadounidenses con ascendencia asiática se expande

Dejando a un lado la cuestión de qué debería decir el primer ministro Abe el 15 de agosto, el incidente de Harvard debería llamar más a la cautela a los que apoyan esta alianza de lo que realmente lo ha hecho, porque sugiere que la vieja dicotomía entre la diplomacia asiática de Japón y su diplomacia hacia los Estados Unidos ya no es válida, si es que alguna vez realmente lo fue. Después de todo, para un creciente número de estadounidenses los recuerdos de la Guerra del Pacífico no giran principalmente en torno a la historia de confrontación entre los Estados Unidos y Japón, sino más bien sobre el brutal conflicto en dicha región, a menudo reflejado en experiencias personales recientes allí, películas, series de televisión y literatura de los países asiáticos. La población estadounidense de ascendencia asiática continúa expandiéndose y diversificándose, con un número creciente de indoestadounidenses, bangladesíestadounidenses, malasioestadounidenses, y otros grupos uniéndose a las ya extensas comunidades de vietnamitaestadounidenses, filipinoestadounidenses, chinoestadounidenses, coreanoestadounidenses, y, por supuesto, nipoestadounidenses. Esta población es étnica, religiosa, económica y políticamente diversa, pero ha adquirido importancia en todo el panorama social y cultural estadounidense. Posiblemente en ningún sitio esto sea más visible que en la educación superior del país, con un amplio porcentaje de miembros de esta comunidad asistiendo a varias de las universidades más prestigiosas y comenzando sus carreras profesionales. Si duda esto ha contribuido a crear el “mito de la minoría modelo” que tiende a ignorar la diversidad dentro de la propia experiencia asiaticoestadounidense e imagina que los jóvenes miembros de esta comunidad son ratones de biblioteca con “madres tigre” que les conducen al éxito. Pero el abrumador número de estudiantes estadounidenses de ascendencia asiática que se gradúan en las universidades más prestigiosas del país sugiere que sería ingenuo ignorar su creciente implicación en la política y la cultura.

Muchos grupos étnicos y religiosos en los Estados Unidos han fortalecido los lazos de la comunidad en parte a través de historias compartidas de lucha o memorias colectivas de un trauma: los grupos afroamericanos que hacen reivindicaciones apoyándose en la historia del esclavismo y en su perdurable y profundo legado, las organizaciones judías que recuerdan el holocausto y sus lecciones sobre las consecuencias del antisemitismo, los estadounidenses descendientes de irlandeses que como es bien conocido apoyaron a los nacionalistas irlandeses bajo el gobierno británico, los armenioestadounidenses que han trabajado para que la masacre de su gente en Turquía a comienzos del siglo XX sea reconocida como genocidio, o los grupos de cubanoestadounidenses centrados en la revolución comunista que llevó a muchos de ellos a huir a los Estados Unidos. De hecho, en parte fue este tipo de manifestación en torno a la memoria colectiva—concretamente, de los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial— lo que permitió a los nipoestadounidenses presionar exitosamente al Gobierno de los Estados Unidos para recibir una disculpa y una compensación en 1988. Aunque este tipo de luchas siempre tienen una respuesta—tanto dentro de las propias comunidades étnicas como por personas no pertenecientes a ellas que se sienten confrontadas o agredidas por esas demandas—también son reconocibles e incuestionablemente legítimas en los Estados Unidos hoy en día: un país que es mucho más diverso de lo que es el Congreso de los Estados Unidos, abrumadoramente blanco y predominantemente masculino. Y por tanto no sorprende en absoluto no solo que los monumentos a las “mujeres de solaz” coreanas hayan sido construidos en Nueva Jersey, California y Virginia, sino también que han sido ampliamente aceptados y celebrados, y no únicamente por coreanos o coreanoestadounidenses.

Para muchos de los que enseñamos sobre Japón en los Estados Unidos—su idioma, su cultura, su política, su historia—el interés de los estudiantes estadounidenses asiáticos en nuestros cursos no es un secreto. De hecho es esencial, ya que en muchas escuelas el interés de estos alumnos ha ayudado a prevenir o limitar el declive en el número de matrículas que ha llevado a algunas universidades a cancelar programas en japonés o a limitar la contratación de nuevos profesores. Ya sea porque son estadounidenses con ascendencia asiática o personas que hayan crecido junto a amigos asiaticoestadounidenses, muchos estudiantes ven los productos japoneses—sushi, Kitty-cha, Durarara—simplemente como parte de la vida diaria. La gente también sabe que el dim sum es chino, que el grupo Girls’ Generation en coreano, y que el banh mi es vietnamita. Todos se han convertido en elementos  en el cajón de sastre de las influencias culturales asiáticas en los Estados Unidos, incluso aunque mantengan los aspectos específicos de sus orígenes culturales. Aunque el sueño americano del multiculturalismo tiene sus límites y sus fallos, es no obstante un problema y un objetivo que interesa profundamente a nuestros estudiantes, y que dará forma a la próxima generación de líderes estadounidenses. Y no es una sorpresa que los estudiantes con diversos trasfondos étnicos y familiarizados con este cosmos cultural deseen aprender sobre Japón en la universidad. Pero es también evidente que los mensajes contradictorios que llegan desde Japón sobre su historia colonialista y bélica— un lenguaje ambiguo sobre la tristeza más que unas disculpas directas y un reconocimiento de su responsabilidad, libros de texto que minimizan o matizan las atrocidades cometidas durante la Guerra, incluso mientras el Gobierno hace pública una disculpa anual y lleva adelante políticas pacifistas— se encontrarán con el controvertido legado que muchos asiaticoestadounidenses y otros estudiantes estadounidenses discuten con sus padres y aprenden durante sus estudios. Estos mensajes contradictorios tienen consecuencias que traspasan el océano Pacífico y difícilmente desaparecerán.

Las consecuencias del arrepentimiento en Asia

Tanto en la comunidad de los estudios japoneses como en el propio Japón ha habido cierta preocupación en torno a la pérdida de interés por Japón a medida que China en particular parece haberlo superado en economía global e importancia política. No en vano algunos amigos conservadores en Japón me han sugerido alguna vez que su país debe volver a ser fuerte de nuevo y cambiar la situación—lo que a menudo quiere decir que esto debe hacerse a través del desarrollo de su capacidad militar y la liberación de los grilletes de una historia aparentemente masoquista escrita por las fuerzas de ocupación de los Estados Unidos—. Pero ellos no ven lo que yo veo, y lo que casi todos mis colegas en los Estados Unidos me transmiten igualmente: la dificultad que tenemos para mantener altos niveles de interés entre los chinoestadounidenses, coreanoestadounidenses, e incluso nipoestadounidenses y otros estudiantes cuando la prensa de los Estados Unidos e internacional informan sobre el lenguaje apropiado de arrepentimiento e incluso las negaciones categóricas de la responsabilidad estatal entre los políticos y comentaristas japoneses. Más de una vez algunos estudiantes me han comentado que han eliminado japonés de entre sus asignaturas después de perder el interés en ir a Japón a causa de su aparente impenitencia. Estos mismos estudiantes son pensadores analíticos muy avispados, y muchos de ellos critican a los gobiernos surcoreano y chino por declaraciones que parecen utilizar de manera oportunista los dramas históricos para ensalzar el nacionalismo y obtener réditos en el país. Pero también son y serán, creo, indudablemente contrarios a los esfuerzos de la derecha japonesa para etiquetar a las “mujeres de solaz” como prostitutas poco afortunadas pero voluntarias o de presentar la masacre de Nankín como una mera ficción, o de sugerir que todo esto no es más que las consecuencias de la guerra más que de la acción deliberada e inequívoca del ejército japonés.

No estoy opinando sobre lo que el primer ministro Abe debería decir el 15 de agosto. Como estadounidense en particular—personalmente frustrado por la negativa de mi país a pedir perdón por los niveles exagerados de violencia contra los civiles en la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Vietnam y otros conflictos— reconozco lo complicados y desafiantes que son estos debates históricos, y cómo las peticiones de disculpas a veces se mezclan con otras metas políticas menos positivas. Pero también pienso que el primer ministro Abe y sus consejeros deben ser cuidadosos y trazar una línea clara entre lo que necesita ser dicho a los Estados Unidos y lo que se puede decir a los países de Asia. Debe recordar que los Estados Unidos lo forman un grupo de personas de muy distinta naturaleza, con un amplio abanico de orígenes y memorias globales. Los estadounidenses de ascendencia asiática, como otros grupos étnicos en los Estados Unidos, han influido profundamente en el país en el que nos hemos convertido, ayudando a afianzar la idea de que la masacre de Nankín, las “mujeres de solaz”, y otras palabras clave en los debates históricos en Asia Oriental son parte del léxico estadounidense de los derechos humanos y la responsabilidad de la guerra a la que nos enfrentamos a diario. Ellos definirán las relaciones de los Estados Unidos con Asia en las próximas décadas más de lo que lo ha hecho la última generación de estadounidenses veteranos de Iwo Jima. Mi propia experiencia me sugiere que el interés y la devoción por los estudios japoneses entre los estudiantes asiaticoestadounidenses puede hacer que se sitúen entre las voces más relevantes para la construcción de unas relaciones bilaterales en los próximos años. Puede que el primer ministro Abe decida apaciguar su propia conciencia y la visión de sus simpatizantes más conservadores con palabras de condolencia menos francas y directas de lo que sus críticos querrían. Pero esto preocupará en Washington fundamentalmente porque los Estados Unidos no es el país que uno pensaría que es solo viendo la edad, raza y el sexo de sus representantes en el Congreso. Las ovaciones en pie que tuvieron lugar en Washington, sin importar que estuvieran justificadas o no, pueden convertirse en recuerdos más distantes incluso que los de la propia Guerra.

(Fotografía del encabezado: manifestantes muestran pancartas que piden al primer ministro Abe Shinzō que se disculpe por los crímenes de guerra cometidos por Japón en su visita a la Universidad de Harvard en Cambridge, en los Estados Unidos, el 27 de abril de 2015. ©Xinhua/Aflo. El autor agradece a Anne Cheng sus comentarios a la primera versión de este ensayo.)

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