La revolución industrial Meiji como patrimonio de la humanidad

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La revolución industrial japonesa del período Meiji se incluyó en la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco en 2015, y da la impresión de que la atención pública se centró exclusivamente en las fricciones diplomáticas que afloraron entre Japón y Corea del Sur durante el proceso de nominación. El especialista en historia japonesa moderna Arima Manabu nos expone una serie de criterios para interpretar el valor de los veintitrés puntos que incluye el nuevo conjunto patrimonial, su futura conservación y el modo de legarlo a las generaciones futuras.

Ruinas e instalaciones operativas: un variopinto conjunto patrimonial que esboza una imagen global de la modernización

Después de dársele muchas vueltas, finalmente el patrimonio industrial del período Meiji —centrado en la industria pesada— se registró en la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco en 2015. Sin embargo, la controversia causada por las desavenencias diplomáticas entre Japón y Corea del Sur amenaza con silenciar el debate fundamental y necesario sobre por qué el patrimonio elegido tiene el valor de patrimonio de la humanidad, o sobre qué hay que hacer para conservar y dinamizar los elementos que lo componen. En este artículo recuperamos el foco original de la cuestión para reflexionar sobre las características que hacen al conjunto industrial Meiji merecedor de la denominación otorgada por la Unesco.

El patrimonio que se nominó para entrar en la Lista del Patrimonio Mundial incluía lugares famosos que ya aparecen en los libros de texto japoneses, como los hornos de reverbero de Nirayama (Izunokuni, prefectura de Shizuoka) y los de Hagi (prefectura de Yamaguchi)(*1) o el complejo industrial Shūseikan de Kagoshima(*2). No obstante, los elementos que se acabaron registrando en el conjunto de la modernización industrial componen una imagen global mucho más diversa de lo que la mayoría de los japoneses concebía hasta la fecha.

En el conjunto registrado encontramos elementos que han resistido discretamente al paso del tiempo conservándose como espléndidos enclaves históricos sin que la mayoría de los japoneses los conozcan, como son las minas y la fundición de hierro de Hashino (Kamaishi, prefectura de Iwate)(*3). Otros elementos, como las ruinas de la Base Naval de Mietsu (prefectura de Saga)(*4), ya estaban bien documentados pero las recientes excavaciones arqueológicas desvelaron aspectos que se desconocían. El dique construido con troncos que apareció en las profundidades de la cuenca del río Chikugo fue un hallazgo especialmente emocionante.

Las ruinas de la Base Naval de Mietsu, en la ciudad de Saga (fotografía de Jiji Press)

Las minas de carbón incluidas en el patrimonio son las de Hashima (Gunkanjima), en la prefectura de Nagasaki, y las de Miike, entre las prefecturas de Fukuoka y Kumamoto. Lo cierto es que, hasta que unas cuantas oenegés mostraron un profundo interés y respeto por su valor patrimonial en los primeros años del siglo xxi, las minas estaban abandonadas. Así pues, la inclusión de las minas de carbón en el patrimonio mundial significa el reconocimiento de algo que se consideraba ruinas sin valor como patrimonio cultural; es la primera vez que esto sucede en Japón.

Por el contrario, la fundición de Yawata (prefectura de Fukuoka) y los astilleros de Mitsubishi en Nagasaki, que también forman parte del conjunto patrimonial registrado, aún siguen operativos como instalaciones de las principales empresas de industria pesada contemporánea de Japón; se reconocen como patrimonio en su función activa actual. Como sucede con las antiguas ruinas abandonadas, este tipo de patrimonio desafía la definición estándar de patrimonio cultural.

La primera industrialización fuera de Europa

La iniciativa de enlazar veintitrés enclaves tan diversos y esparcidos territorialmente para convertirlos en un símbolo de la industrialización y la modernización de Japón no es una mala idea. El conjunto industrial japonés no incluye ningún espacio que tenga una gran presencia por sí solo o que pueda considerarse artístico, como sería el complejo industrial de la mina de carbón de Zollverein en Alemania. Aun así, considero que reunir este heterogéneo conjunto patrimonial ha sido una buena estrategia para expresar el complejo y problemático proceso de industrialización pesada que experimentó este pequeño país de Asia Oriental desde su primer contacto con la modernización europea.

El argumento clave que justifica el valor del patrimonio industrial moderno japonés como patrimonio de la humanidad es que constituye el primer ejemplo de éxito de un proceso industrializador fuera de Europa. Este es un hecho del que seguramente la mayoría de los japoneses pueden convencerse sin problemas; sin embargo, hasta ahora se había puesto poquísimo empeño en identificar un patrimonio que lo demostrase físicamente y que le atribuyese una explicación universal (que convenciese al resto del mundo). La carta de nominación oficial que se presentó a la Unesco puede considerarse como el primer intento de ofrecer esa explicación al mundo; por eso conviene que repasemos cómo se desarrolló el debate entre los especialistas del comité que redactó la carta.

El comité de especialistas, compuesto por comisarios japoneses y extranjeros, fue constituido por los Gobiernos regionales interesados basándose en el Comité de Promoción de Registro del Patrimonio Mundial. Y en las reuniones del comité surgieron sutiles diferencias de parecer entre los comisarios japoneses y los de otros países.

Valorar el patrimonio: la necesidad de una explicación universal

Uno de los contextos fáciles de comprender para los comisarios extranjeros son los encuentros de Japón con Occidente (incluidas las guerras) y la asimilación de la civilización occidental por parte de Japón. Los comisarios no tuvieron discrepancias en la valoración de la cooperación experimental que motivó el contacto con Occidente en el período del Bakumatsu (último período del shogunato, 1853-1868) y la Restauración Meiji (1868-1889). En cambio, creo que los comisarios japoneses quedaron ligeramente disconformes con la inclusión de la ciudad fortificada de Hagi y la academia Shōkason(*5) en el conjunto patrimonial. Eso indica que los comisarios extranjeros dieron más importancia que los japoneses a la existencia de una base general que posibilitó la introducción de la tecnología occidental a Japón.

También sucedió el caso contrario. Al principio se propuso que el nombre oficial del patrimonio fuese “Conjunto Patrimonial de la Modernización Industrial de Kyūshū y Yamaguchi”. La idea de que la crisis externa que representaba el dominio feudal del Suroeste (Seinan Yūhan) motivó la adopción de los avances —especialmente en tecnología militar— de la civilización occidental es una concepción histórica que los japoneses tienden a obviar. Desde la perspectiva de los comisarios extranjeros, el marco de dicho fenómeno fue Japón en su conjunto, y por lo tanto reducirlo a Kyūshū y Yamaguchi no tenía prácticamente sentido. Las minas de Hashino y los hornos de reverbero de Nirayama se incluyeron en el patrimonio con esta postura en mente. Así pues, la justificación del valor universal requerida para entrar en la lista del patrimonio mundial fue lo que sacó a los japoneses del marco de pensamiento que obviaba el valor de su antiguo patrimonio industrial.

Ruinas abandonadas: la ampliación del concepto de patrimonio cultural y la modernidad extinguida

El Conjunto Patrimonial de la Modernización Industrial es el patrimonio que simboliza el proceso de modernización de Japón, sostenido gracias a la actividad manufacturera. No obstante, en los últimos años el porcentaje de trabajadores que se dedica a la minería y la industria representa menos del 25 % del total de la población trabajadora japonesa. Hoy en día en Japón parece que el grueso de la economía se apoya en el sector de servicios, compuesto por campos como las tecnologías de la información y la comunicación o las finanzas. Visto desde la era hipermoderna actual, el Conjunto Patrimonial de la Modernización Industrial representa una modernidad ya extinguida.

Esto es especialmente obvio en el caso de los complejos patrimoniales que incluyen minas de carbón. Una vez se apaga la euforia del reconocimiento del patrimonio, nace la duda de cómo mantener el consenso sobre su valor entre las generaciones venideras; hablando en plata, surgen incontables problemas de conservación física del patrimonio que requieren consenso para destinarles los fondos necesarios.

Pensemos en el ejemplo de la isla abandonada de Hashima (Gunkanjima). El gigantesco conjunto de edificios de cemento al borde del derrumbe que pueblan la isla son un reclamo irresistible para los numerosos turistas que desembarcan en ella. Mantener los antiguos complejos residenciales de la isla en su estado actual supone dificultades tanto financieras como técnicas. Al mismo tiempo, sin embargo, ese aspecto ruinoso es precisamente la fuente del atractivo de tan complejo paradero.

Seguramente la mayoría de los que tienen relación con la isla opinan tácitamente que es inevitable permitir el derrumbe paulatino de partes de las edificaciones. Aun así, todavía es hora de que alguien —conservadores del patrimonio cultural, investigadores, técnicos, funcionarios del Gobierno o ciudadanos de a pie— se decida a elaborar un marco conceptual que explique la situación. No se ha reunido el consenso social necesario para decidir qué hay que conservar en la isla, cómo conservarlo y qué presupuesto invertirle. Sería necesario establecer un debate que superase el marco actual y la posición de cada uno de los actores, pero se trata de un proceso complicado que requeriría un esfuerzo tenaz.

Lo mismo sucede con el debate en torno a las condiciones de trabajo de los obreros extranjeros de la industrialización, en especial de los coreanos, que provocó confusión temporalmente en la deliberación del Comité del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y para el que aún no se ha hallado ninguna solución fundamental. En ese caso el quid de la cuestión también sería decidir qué criterios se adoptan para valorar el patrimonio de la modernización industrial.

Como bien apuntó el copresidente del comité de especialistas Sir Neil Cossons, no existe ninguna industria pesada que no esté relacionada con la guerra. Del mismo modo, jamás ha habido un proceso de industrialización que no haya comportado discriminación y opresión. Sin embargo, lo que posibilitó la industrialización fueron las personas corrientes que aspiraban desesperadamente a una vida al menos un poco mejor. Su trabajo fue lo que permitió construir esta sociedad un poco mejor en la que ahora vivimos. En este sentido, creo que la razón que nos hace considerar las ruinas como patrimonio cultural no es otra que el respeto por el esfuerzo de nuestros antepasados. En la base de ese respeto debe haber un esfuerzo por esclarecer las condiciones de vida de los trabajadores en su totalidad, desde las del puesto de trabajo hasta las de la vivienda. Empezar el debate desde la postura de que ya sabemos la mayor parte de esa realidad es, cuando menos, pecar de arrogancia.

Fotografía del titular: Una turista fotografía la isla de Gunkanjima (nominada como Patrimonio Cultural Mundial) desde su barco. Tomada el 6 de julio de 2015. (Cortesía de Jiji Press.)

(*1) ^

Hornos de reverbero de Nirayama Se construyeron para ser gestionados directamente por el gobierno del shogunato Tokugawa a raíz de la llegada de las naves del comandante Perry en 1853. Las obras finalizaron en 1857. Se usaron como fundición de cañones.

Hornos de reverbero de Hagi    Construidos por el dominio feudal de Hagi (Chōshū). Hay registros que indican que en 1856 estaban operativos, pero actualmente predomina la hipótesis de que los que quedan actualmente solo se utilizaron como hornos de prueba.

(*2) ^

Complejo industrial Shūseikan de Kagoshima Complejo industrial de estilo occidental iniciado en 1850 por Shimazu Nariakira, señor del dominio feudal de Satsuma. Fue especialmente potente en la fundición de hierro, la fabricación de barcos y el hilado de algodón.

(*3) ^

Ruinas de las minas y la fundición de hierro de Hashino Ruinas de la fundición de hierro construida bajo la dirección de Ōshima Takatō, vasallo del dominio feudal de Morioka. De 1858 a 1860 se construyeron tres altos hornos de estilo occidental.

(*4) ^

Ruinas de la Base Naval de Mietsu Astilleros construidos por el dominio feudal de Saga en el período del Bakumatsu (1853-1868). Allí se fabricó el primer barco de vapor operativo de Japón, el Ryōfūmaru, en 1865.

(*5) ^

Academia

Shōkason Academia privada dirigida por Yoshida Shōin en el período del Bakumatsu. Posteriormente influenció en gran manera a los intelectuales del dominio feudal de Chōshū, personajes centrales del Gobierno Meiji.

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