Más casas compartidas y más personas compartiendo casa en Japón

Sociedad Cultura

Un creciente número de japoneses están optando por vivir en casas compartidas como respuesta al deterioro en los lazos comunitarios provocado por el aumento en las últimas tres décadas del número de hogares en los que viven una o dos personas, un reflejo de la “economía colaborativa” que se extiende por el mundo.

Nuevas maneras de vivir

Durante las últimas tres décadas Japón ha visto caer de manera dramática el número de hogares en los que convivían tres generaciones para dar paso a las viviendas unipersonales, con un quinto de la población viviendo sola en la actualidad. El aumento de la privacidad y la independencia ha tenido como consecuencia un mayor aislamiento y alienación social. La aparición de un mayor número de casas compartidas (sharehouses), un tipo de alojamiento que ha mejorado bastante desde su encarnación inicial como antros de mala muerte para extranjeros que estaban de paso, es una señal de las ansias por el resurgimiento de los lazos comunitarios.

Puede que Japón haya llegado tarde a la moda de las casas compartidas, pero esto ha ayudado a la aparición de una oferta de originales casas comunales que reflejan diversos estilos de vida, desde artistas urbanos sin blanca a fanáticos de la agricultura y padres jóvenes.

Muchas de las 2.800 casas compartidas que existen alrededor del país unen a personas con intereses comunes, ya sea la programación, escalar o hacer ganchillo, o responden a las necesidades de algunos de los miembros más desamparados de la sociedad como las madres solteras o los mayores.

Sharenest, en Yokohama, es una de estas casas compartidas que han aparecido recientemente. Apareció en 2013 de manos del agente inmobiliario Sakai Yōsuke, cuya intención era recrear la atmósfera acogedora y la cocina saludable que asociaba con su abuela, y ofrece un servicio que ha llamado “la Obāchan (abuela) conserje”. Iwai Junko, una mujer de 62 años con dos nietos, va a esta casa tres veces a la semana para preparar la cena, limpiar el salón y hacer la colada. Como la mayoría de veinteañeros del mundo, los seis inquilinos de este piso se muestran agradecidos de poder tomar una cena nutritiva al llegar a casa y de disponer de ropa limpia, en lugar de tener que comer ramen instantáneo y no disponer de calcetines limpios.

"La Obāchan conserje" Iwai Junko: "Me siento con más energía y más vida solo de venir aquí."

“Me encanta cuando me dejan notas que dicen ‘Estaba estupendo, ¡gracias!’. Nadie me da las gracias de forma sincera después de la cena en casa”, dice Iwai. “Esto convierte mis labores domésticas en un auténtico trabajo. Me siento con más energía y más vida solo de venir aquí.”

Servicios para los más vulnerables

La soledad crónica es uno de los grandes problemas de las personas mayores de 65 años, que serán un tercio de la población de Japón en 2025. Muchas de estas personas viven solas, y esta tendencía parece que empeorará a medida que la sociedad envejezca: se cree que las viviendas con una sola persona representarán el 40 % del total de los hogares japoneses en 2035, según el Instituto Nacional de Investigación de la Población y la Seguridad Social. Las casas compartidas multigeneracionales, donde bebés ajenos a la familia y personas de 90 años compartan un espacio común podrían ser una solución.

El salón de la casa de Sharenest es una muestra de que las casas compartidas de hoy ya no son aquellos oscuros dormitorios con los que muchos aún asocian este tipo de alojamiento.

“Estar rodeado de personas mayores puede ser poco saludable si estos solo hablan de enfermedades y de muerte, o de cuántos años les quedan hasta que se mueran. Si hay una persona joven en el grupo que es como un nieto, la cosa es muy diferente”, afirma Hosoyama Masanori, director ejectivo de Stone’s, una agencia inmobiliaria de Kawasaki que gestiona 11 casas compartidas, incluyendo una multigeneracional y cuatro de madres solteras.

Las madres solteras son uno de los grupos más vulnerables de Japón, con al menos un 55 % de ellas viviendo bajo el umbral de la pobreza. Muchas pasan de ser amas de casa a tener que lidiar con un trabajo a jornada completa, criar a los hijos solas, y el impacto emocional de la separación o el divorcio. Las casas compartidas de Stone’s alivian la carga de estas mujeres permitiendoles tener el apoyo de otras madres en la misma situación y otorgándoles una niñera una vez a la semana, mientras que los niños pueden conocer a nuevos amigos para jugar.

“A veces los niños quedan confundidos porque algunas madres les riñen por algo por lo que sus propias madres no lo harían. Pero en cualquier caso se acostumbran a ello y aprenden que la gente tiene diferentes valores, algo que es muy importante”, asegura Hosoyama. “Antes los niños eran criados por la comunidad y cualquiera podía reprender a los hijos de otra persona. Eso ya no ocurre con tanta asiduidad, pero creo que hay algunas personas que quieren recuperar esta costumbre”.

¿Regreso a la comunidad?

Las casas compartidas están resucitando el sentido tradicional de la comunidad que existía en Japón antes de la llegada de las casas de estilo estadounidense para familias nucleares. La socióloga Maren Godzik describe los hogares de preguerra como “permeables”, en los que las personas visitaban las casas de los vecinos para utilizar la radio, la televisión o incluso la bañera.

Un abarrotado genkan hace notar la vida comunitaria.

En contraste, los edificios de apartamentos construídos desde la década de 1950 se han caracterizado por el aislamiento compartimentalizado. Como en otros países industrializados, el aumento de las horas de trabajo y del individualismo en las últimas décadas ha provocado una tendencia a ver la interdependencia con otras personas y el mantenimiento de los lazos comunitarios como fuente de estrés, pérdida de tiempo y en última instancia, como algo innecesario. El imperativo social japonés del ki o tsukau—considerer siempre los sentimientos de los demás antes que los de uno mismo y actuar en consecuencia—puede añadir más estrés a las interacciones, animando a la gente a vivir sola en lugar de tener que pensar constantemente en las necesidades de los compañeros de habitación.

Para algunas personas, sin embargo, el estrés de la soledad es peor que el de tener que llevarse bien con otros inquilinos. Además, a muchos jóvenes ya no les interesa tanto—y menos aún se pueden permitir—comprar su propia casa, y prefieren compartir hogar con otras personas. Los sociólogos han acuñado el término satori sedai, o “generación iluminada”, para aquellos que son tan jóvenes que no han experimentado el boom de la época de la burbuja económica, dada su falta de deseo por los objetos terrenales, algo propio de monjes.

Shibuhouse, un colectivo que reside actualmente en una casa de cuatro plantas en Shibuya, Tokio, ha llevado la convivencia al extremo. Ahora cuenta con 25 miembros, pero hubo un tiempo en el que rondó los 50 compartiendo un espacio en el que dormían como podían: cada cual debe apañárselas para buscar su propio espacio libre en una habitación para poner su futón en el suelo. Saitō Keita, uno de los fundadores de este colectivo, se dió cuenta de que el sitio se estaba abarrotando y redujo a la mitad el número de miembros cuando algunas personas comenzaron a dormir en las escaleras. No obstante, esta casa compartida todavía está llena muy por encima de su capacidad.

Aunque nadie tiene un espacio privado, los beneficios de vivir de manera tan ascética es la libertad para crear arte y organizar fiestas—el grupo celebra exposiciones a menudo y hay una cabina para un DJ y un espacio para celebraciones en el sótano—y para vivir por solo 40.000 yenes al mes en el centro del vibrante distrito de Shibuya. Los diseñadores de moda, fotógrafos e ilustradores viven codo con codo, algunos de ellos pasando la mitad del tiempo en la casa de sus padres en el extrarradio, donde van a recargar las pilas, y la otra mitad en Shibuhouse, donde van a crear.

Un pasado sombrío, pero un imponente presente

En los últimos dos años han aparecido rápidamente un buen número de casas compartidas centradas en intereses comunes. Colish, un sitio web para presentes y futuros gestores de casas compartidas en el que se pueden poner anuncios para buscar inquilinos, muestra un amplio rango de casas con atractivos únicos—desde apartamentos llenos de gatos para los amantes de estos felinos hasta otros con cocinas enormes para aspirantes a chef, o con pequeños jardines para cultivadores orgánicos.

Esto es muy diferente en Europa y Norteamérica, donde el número actual de casas familiares con varios dormitorios hace que compartir piso sea una necesidad económica. En Japón, el acelerado ciclo de reconstrucción permitió la proliferación de apartamentos unipersonales asequibles en la década de 1980 y 1990 a medida que un creciente número de jóvenes clamaba por la emancipación. Las casas compartidas, cuyo alquiler cuesta prácticamente lo mismo que estos apartamentos pero ofrecen menos privacidad, tienen que prometer beneficios más allá de los incentivos económicos para atraer a la gente.

En su encarnación más temprana, las casas compartidas eran “casas de huéspedes” creadas para extranjeros que llegaron a Japón durante los años de la burbuja económica y encontraron dificultades a la hora de alquilar apartamentos privados debido a los prohibitivos costes iniciales y a la discriminación de los arrendadores. Esta asociación con los extranjeros marcó negativamente la expresión “casa compartida” para muchas personas mayores en Japón que temían que de haber una de estas viviendas en la vecindad tuvieran lugar fiestas salvajes, se tirara la basura de manera incorrecta e incluso aumentara la actividad criminal.

Pero las casas compartidas han cambiado mucho desde aquellos tiempos en los que eran lúgubres apartamentos. Al estallar la burbuja y dispararse la demanda de alojamientos baratos, empezaron a surgir “dormitorios” compartidos con habitaciones individuales y zonas y objetos comunes como el pasillo, la lavadora, el wc o la ducha. El siguiente paso de las casas compartidas llegó a comienzos del nuevo siglo, cuando el boom de las “mansiones de diseño”, apartamentos diseñados con gusto orientados a jóvenes profesionales, marcó también el punto de partida de la creación de las “casas compartidas de diseño”.

El resurgimiento de un modelo basado en la comunidad llegó en 2010, a medida que Japón llegaba al fin de la “década perdida” de su segunda postburbuja. La creciente dificultad para contraer matrimonio llevó a muchas personas a reconsiderar su hábitat y a la expansión de sus círculos sociales. Una película de 2011 titulada Share House ayudó a que se popularizara este concepto y a cambiar la imagen de estas viviendas de lugares de mala muerte a espacios en los que era posible divertirse, encontrar nuevas amistades e incluso el amor.

Apetito de un poco de calor humano

Otro factor en la proliferación de las casas compartidas fue el regreso de jóvenes que habían estudiado o viajado fuera de Japón y querían volver a vivir en la atmósfera desenfadada y amistosa que experimentaron en las casas compartidas u hostales de otros países.

Toya Hirotaka muestra la despensa repleta de la casa Well Yōkōdai.

Uno de estos jóvenes fue Toya Hirotaka. Después de pasar cuatro meses en una pequeña aldea de la India, sentía que Japón ya no era su hogar. Para tratar de recuperar la sensación de vivir en una aldea, Toya se trasladó en 2007 a una casa compartida llamada Well Yōkōdai en Yokohama. Pero como la mayoría de casas compartidas por aquel entonces, funcionaba más bien como un dormitorio en el que los inquilinos rara vez hablaban entre ellos. Toya comenzó una “pequeña revolución” junto a un inquilino británico para conseguir que la gente hablase e interactuase más entre sí.

“Es más complicado crear una casa compartida en Japón que en países más multiculturales. Cuando vives con otra gente es natural que haya cosas en las que no estés de acuerdo, por lo que necesitas discutirlas. Los extranjeros son mejores en esto porque sus sociedades son multiculturales”, explica. “En Japón la gente se centra a menudo en la armonía y la unidad, pero si se consigue a la fuerza, es un tipo de unidad de baja calidad”. Hoy cinco de los inquilinos de Well Yōkōdai son extranjeros.

Toya conoció a su mujer en Well Yōkōdai, donde viven juntos ahora con su hija de tres años y otras 30 personas, incluyendo otras cuatro parejas y un bebé. Ha construido esta comunidad poco a poco, comenzando por un jardín para el cultivo sostenible y fomentando un modelo de convivencia en la cocina en el que los inquilinos pueden dejar comida, bebidas e incluso platos que han preparado para compartirlos con los demás. Toya intenta evitar imponer normas en la casa, y prefiere dejar que la gente se gobierne a sí misma. Al contrario que muchas otras casas colectivas, no hay una hora del almuerzo impuesta en la que los inquilinos estén obligados a reunirse.

“Nuestra filosofía es dejar a la gente ser libre e independiente, por lo que no necesitan comer juntos. No existen obligaciones. Cada cual hace las cosas cuando quiere, incluyendo la limpieza”, afirma Toya.

Los residentes aseguran que esta notoria ausencia de normas es lo que hace que Well Yōkōdai funcione tan bien. Al no haber normas predeterminadas se sienten naturalmente motivados a colaborar cuando tienen tiempo libre, y gozan de más libertad al estar exentos de las tareas cuando se encuentran más ocupados.

La cocina de Well Yōkōdai es un lugar animado. La ausencia de normas no significa una ausencia de cooperación a la hora de comer.

Toya explica que uno de los principios centrales que comparten es “la libertad de molestar a los demás”, ya que las personas suelen molestarse unas a otras cuando viven juntas, especialmente cuando hay niños. “Una vez mi hija pintó las paredes con un bolígrafo rojo. Este es el tipo de cosas que pueden molestar a los demás, pero también da a todos la libertad de hacer lo que quieran y aceptarse unos a otros”, asegura.

No todo el mundo en Japón está preparado para vivir de esta forma. Para las casas compartidas podría ser complicado llevarse parte del pastel en un mercado en el que siguen aumentando las viviendas unipersonales, pero ante el creciente número de residentes ofrecen una alternativa novedosa a vivir en soledad.

(Traducido al español del original en inglés. Este artículo se ha basado en un estudio sobre los hábitats en Japón de la Rebuild Japan Initiative Foundation)

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