Los “hikikomori”, aislados del mundo en la era del envejecimiento demográfico

Sociedad

El fenómeno de los hikikomori afloró en Japón en la segunda mitad de los años noventa como un problema social que afectaba a los jóvenes. En la actualidad el grupo de edad que se halla en una situación más precaria del colectivo es el de los mayores de 40 años, que ni siquiera figura en las estadísticas.

El envejecimiento de la población hikikomori

El término hikikomori designa a aquellas personas que renuncian a todo contacto humano y social y, careciendo de independencia y medio para sustentarse económicamente, permanecen aisladas en casa durante un período de tiempo prolongado (de 6 meses o más, según la definición del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar).

Según un estudio realizado en diciembre de 2015 y publicado por la Oficina del Gabinete en septiembre de 2016, en Japón viven aproximadamente 540.000 hikikomori de entre 15 y 39 años de edad. El grupo más numeroso, alrededor de un 35 % del total, lleva al menos siete años encerrado en el hogar familiar. Aunque esa cifra supone unas 150.000 personas menos que en el estudio realizado en 2010, es preciso señalar que no incluye ni a los menores de 15 años sin escolarizar ni a los mayores de 40 años. Es decir que la última estadística deja fuera a las personas que cinco años atrás tenían entre 35 y 39 años y representaban el 23,7 % del total. El recuento también excluye, por supuesto, a los numerosos hikikomori no detectados por las instituciones sanitarias y los organismos de ayuda.

Algunas Administraciones locales realizan sus propias investigaciones para conocer la situación dentro de su jurisdicción. Un estudio publicado en Saga en mayo de 2017 reveló que más del 70 % de los 644 casos de hikikomori registrados en la prefectura correspondían a personas mayores de 40 años y que el 36 % del total llevaban al menos 10 años de reclusión. Por ende, si sumamos a los números oficiales una estimación de los casos que se ignoran en las estadísticas de la Oficina del Gabinete, podemos concluir que en Japón debe de haber más de un millón de hikikomori.

El fenómeno de los hikikomori obtuvo su mayor resonancia mediática durante la segunda mitad de los años noventa, pero estoy convencido de que aún sigue en aumento. Los sistemas públicos de sanidad y bienestar social no siempre funcionan. Los casos relativamente leves, en los que el propio afectado busca ayuda médica o de los servicios sociales, suelen hallar una recuperación total o parcial. En los casos críticos de aislamiento prolongado, en cambio, la mayoría de los pacientes alcanzan la cuarentena o la cincuentena sin experimentar prácticamente ningún avance. Además, en el seno de las familias con un hikikomori pueden llegar a producirse casos de violencia doméstica o de insensibilización psicoafectiva de todos los miembros, lo que agrava aún más la situación.

Los estudios del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar revelan que una tercera parte de los hikikomori sufre enfermedades mentales (como esquizofrenia o depresión), otra tercera parte tiene dificultades de desarrollo y el tercio restante presenta trastornos de personalidad (problemas muy diversos de carácter, conducta o pensamiento que dificultan la adaptación del individuo al entorno). Aunque las causas del problema pueden ser de índole muy diversa, un buen número de hikikomori han sido víctimas de algún tipo de maltrato como el acoso escolar o laboral, o la carencia afectiva y comunicativa derivada de la negligencia por parte de la familia.

Más de diez años para verles la cara

Me dedico a ayudar a personas con problemas de hikikomori desde el año 2000. Como la mayoría de los sujetos con quienes trato no salen a la calle, desde siempre he prestado mi asistencia principalmente mediante visitas a domicilio. También ofrezco sesiones informativas mensuales para familiares, consultas personalizadas (con los afectados o sus familias) y reuniones para jóvenes. Actualmente efectúo unas 800 visitas a domicilio al año. Llevo más de 10.000 visitas acumuladas en toda mi carrera. Atiendo a un rango de población muy amplio, desde adolescentes hasta personas en la cincuentena, pero el grueso se encuentra entre los 35 y los 40 y pocos.

A la hora de prestar asistencia a los afectados, me centro en ayudarles a acumular experiencias con las que desarrollen competencias en sus áreas favoritas y adquieran la confianza necesaria para desenvolverse en un grupo de personas sin sentirse cohibidos. En ese proceso de ayuda a veces los llevo de viaje a zonas rurales de Asia o de Okinawa; realizo unos siete u ocho viajes internacionales y unos veinte a Okinawa al año.

Cuando empiezo las visitas a domicilio, casi ninguno de mis sujetos muestra interés en actividades como viajar al extranjero. Y lo que es peor todavía: más de la mitad ni siquiera accede a hablar conmigo cara a cara. Pero abrir la puerta a la fuerza y obligarles a mostrarse solo empeoraría la situación, así que lo que hago es visitarles repetidamente, esmerándome en transmitirles mis buenas intenciones con calma y respeto. Tengo comprobado que, tras acumular una serie de visitas regulares, las entrevistas posteriores surten efecto más deprisa. Es importante que los afectados reciban visitas en casa y vayan acostumbrándose a la presencia de otras personas.

Entre los casos que atiendo los hay que, con una o dos visitas a domicilio al mes, tardan más de diez años en acceder a hablar conmigo cara a cara. Aunque es cierto que muchos mejoran después de superar esa barrera, hasta en los casos que llegan a buen puerto termino preguntándome si no había una forma mejor de lograrlo sin tardar tantísimo. Confieso que a día de hoy sigo guiándome por el método de ensayo y error.

Los caminos para salir del hikikomori son más diversos de lo que cabría imaginar. Hay un número considerable de personas que mejoran mediante tratamiento médico. Sin embargo, también existen casos gravísimos de sujetos que, a pesar de haber pasado diez o veinte años aislados, llegan a valerse por sí mismos, a ganarse la vida y a casarse sin recibir ningún tipo de apoyo sanitario. A pesar de que eso signifique que el afectado o su familia se negaron hasta el fin a recurrir a una institución médica, hay que admitir que la lucha interna y el esfuerzo al que han tenido que enfrentarse esas personas resulta admirable.

Estafadores a la caza de los más desamparados

En los últimos años han aumentado los casos de hikikomori de larga duración cuyos padres acaban muriendo de viejos. Al fallecer sus progenitores, la mayoría de los sujetos se quedan sin ingresos y caen en una pobreza extrema. Sin embargo, los hay que reciben una herencia considerable e intentan sobrevivir a la orfandad en su estado de aislamiento, economizando al máximo mientras se comen los ahorros familiares poco a poco.

Mientras que algunos padres dejan más de diez millones de yenes en la cuenta corriente, otros construyen viviendas de alquiler en terrenos propios para facilitar al hijo una fuente de ingresos póstuma. Para algunos de esos huérfanos herederos, no obstante, la falta de concepto del dinero y de conocimientos para la vida cotidiana, combinada con la ausencia de personas que puedan asesorarles, hace que el hecho de contar con recursos económicos acabe girándose en su contra.

En los últimos tiempos han surgido organizaciones de estafadores que actúan por internet y persiguen a los hikikomori con posibles. Se trata de un tipo de estafas que antes se dirigían mayormente a la población anciana pero que ahora amenazan también a este otro colectivo.

Los hikikomori que, tras morir los padres, se quedan con algo de capital pero sin nadie en quien apoyarse suelen recurrir a internet como única fuente de información, donde acuden a buscar respuesta a sus inquietudes y consultar formas de rentabilizar su patrimonio. Y es ahí donde un día aparece una persona que se acerca a ellos con aparente buena fe y les engatusa prometiéndoles grandes posibilidades y ofreciéndoles oportunidades de negocio para drenarles el capital y finalmente desaparecer sin dejar rastro.

A veces un segundo estafador cómplice del primero se acerca al hikikomori después de que haya quedado despojado de sus posesiones y le pide que preste su nombre para un trabajo fácil. En un caso del que me encargué hace unos días, el afectado había caído en una estafa de este estilo y terminó acusado, procesado y encarcelado por el delito del que había sido víctima. Fueron unos parientes suyos los que vinieron a consultarme porque no sabían cómo tratarle cuando saliera de la cárcel.

Las estafas con las que se arruinan los hikikomori siguen patrones diversos: desde aquellos a los que les venden alcohol y drogas por grandes cantidades de dinero, hasta aquellos que reciben la visita de una chica guapa que supuestamente viene a ayudarles y a la que terminan entregando sumas considerables de dinero y regalos caros. Sin nadie a quien acudir en busca de ayuda, muchas de las víctimas sufren su desgracia en silencio, y algunas, desbordadas por la ira y el estrés, caen en la violencia.

En una situación de soledad absoluta, sin ningún tipo de ayuda ni persona de confianza, cualquier pequeño contratiempo tiende a acabar convirtiéndose en un problema de dimensiones formidables. Resulta imprescindible establecer un sistema exhaustivo que evite que los hikikomori de larga duración y edad avanzada queden totalmente aislados.

Todo el día en cama con el teléfono en la mano

Los teléfonos inteligentes empezaron a popularizarse hacia el año 2010 y hoy en día representan más de la mitad de todos los dispositivos telefónicos móviles. Al contar con conexión permanente a internet, son una puerta de entrada fácil para aficionarse a los juegos en línea y las redes sociales. En el caso de los hikikomori, estos aparatos ofrecen un entorno en que desenvolverse con comodidad. Para desarrollar dependencia a internet, antes se necesitaba un ordenador o una videoconsola que requería sentarse en una silla frente a una mesa, pero ahora los teléfonos inteligentes permiten pasar todo el día navegando en la red sin moverse de la cama.

El otro día vino a consultarme una persona en la treintena que pasa más de ocho horas al día en Twitter. “Me mantiene tan ocupado que no tengo tiempo ni de trabajar y, como tampoco leo los periódicos ni veo la televisión, no me entero de qué pasa en el mundo”, me confesó. Según él, además de sentir la compulsión de leer a diario todas las publicaciones de todas las cuentas que sigue en Twitter, cada vez que se encuentra con un término que desconoce necesita consultar su significado para calmar su ansiedad.

En el caso de la adicción a los juegos por internet, las consecuencias no son tan graves mientras se limita a los juegos gratuitos. Existen casos de hikikomori, sin embargo, que se aficionan al sistema de pagar con puntos o dinero para obtener elementos que permiten avanzar en el juego y gastan entre 60.000 y 200.000 yenes al mes. Como ellos no generan ingresos de ningún tipo, evidentemente, las facturas corren a cuenta de los padres. Y, cuando estos se niegan a financiarlos, los adictos se rebelan: en unos casos los acusan de haberles dado una educación que los ha condenado a aislarse del mundo y les exigen compensación por daños a golpe de billetera, en otros se decantan por la violencia. Con todo, los hikikomori que desarrollan ese tipo de conductas conflictivas no son mayoría. Gran parte de los afectados presentan precisamente el problema contrario, excediéndose de silenciosos y pasivos; muchos fueron víctimas de alguna forma de maltrato en el pasado.

El preocupante problema de los hikikomori se visibilizó en Japón hace algo más de veinte años. Desde entonces la evolución del estilo de vida y el envejecimiento de los que llevan largo tiempo enclaustrados en casa han transformado radicalmente la problemática de este colectivo, dando lugar a situaciones que no podían ni imaginarse al principio. Por desgracia, el sistema social y las capacidades de los responsables de prestar la ayuda necesaria no están a la altura de las circunstancias. Esa es la impresión que tengo como profesional que vive el día a día del sector.

(Traducido al español del original japonés, redactado el 30 de junio de 2017.)

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