Tendiendo una mano a las chicas de la calle

Sociedad

De noche, en los barrios de ocio de las ciudades japonesas, vagan chicas en situaciones desesperadas que escaparon de casa huyendo del acoso, el maltrato o la pobreza. ¿Qué se necesita para ayudar a esas jóvenes que han caído fuera de la red del sistema oficial de protección social?

La chica de 17 años que quería volver a empezar de cero

Escuchar el sufrimiento vital de chicas adolescentes y en la veintena, comunicar sus problemas para buscarles el apoyo que necesitan, crear un espacio para rescatarlas de sus terribles circunstancias y ayudarlas a valerse por sí mismas: esa es la misión de Bond Project. La decisión de fundar dicha ONG en 2009 y poner en marcha sus iniciativas de ayuda nació del encuentro con una joven que vagaba de noche por las calles de Shibuya. Cuando la conocí me dedicaba a repartir la revista gratuita VOICES, que yo misma había fundado en 2006, mientras patrullaba la noche urbana en busca de muchachas con problemas.

“Me llamo Tachibana Jun y edito esta revista. ¿Te importaría compartir tu historia conmigo?”, le dije. Ella me miró con aire extrañado, agarró el ejemplar de VOICES que le ofrecía, lo hojeó rápidamente y accedió a hablar. Se llamaba Ayumi (nombre ficticio), tenía 17 años y hacía tres días que había llegado desde la región de Tōhoku tras abandonar su hogar familiar. Al parecer había publicado un anuncio en una página de citas que rezaba “Tengo 17 años y me he escapado de casa. Busco a alguien que me invite a comer en Shibuya”, y en ese momento esperaba a un hombre que iba a pagarle la cena. Cuando le pregunté por qué había escapado de casa, me dijo que quería volver a empezar su vida de cero en Tokio.

¿Qué tipo de circunstancias pueden empujar a una muchacha de 17 años a querer hacer borrón y cuenta nueva con su vida? Ayumi me contó que sus padres se divorciaron cuando ella era muy pequeña. Luego fue víctima del acoso escolar y terminó huyendo de casa por desavenencias con el nuevo marido de su madre. De ahí pasó a ganarse la vida con la prostitución y abandonó el bachillerato a los 16 años. Tuvo un hijo y se casó, pero su matrimonio no funcionó y el marido la echó de casa.

“Decidí rehacer mi vida en un lugar desconocido. Pero en Tokio no tengo amigos, vivienda, trabajo ni dinero. No sé qué voy a hacer”, me confesó Ayumi, angustiada. El encuentro con aquella chica sin lugar adonde ir ni rumbo que seguir tuvo una gran influencia en mi devenir posterior.

No basta con darles voz

Decidí convertirme en escritora a los 18 años, a raíz de una entrevista que me hicieron para una revista. De eso hace 28 años. Aunque ya casi ni me acuerdo de qué me preguntaron en aquella ocasión, sí recuerdo lo fácil que era hablar con el señor que me entrevistó. Dijera lo que dijera, solo sonreía, sin sermonearme. Me hizo un sinfín de preguntas y escuchó todas mis respuestas. Para mí fue una novedad conocer a un adulto así; hasta entonces todos los mayores me parecían enemigos. En aquella época me centraba en mi bienestar presente, sin pensar en el futuro ni plantearme quién quería ser cuando creciera. No era más que una adolescente que vivía al día.

Empecé a cambiar a partir del encuentro con aquel escritor, que se convirtió en un modelo de adulto para mí. Ahí se despertó mi interés por los adultos y mis ganas de escuchar a muchas personas y difundir sus voces por escrito con mis propias palabras.

Gracias a aquella primera entrevista, conocí al editor jefe de una revista y empecé a entrevistar a jóvenes de vidas muy diversas y a escribir artículos sobre ellas. Incluso realicé un reportaje audiovisual sobre los ladies’ teams, equipos de todo Japón formados por mujeres que conducen coches modificados. A los 25 años me casé y tuve una hija. En 2006 fundé junto a mi marido, el fotógrafo KEN, la revista VOICES, que financiamos de forma privada. Incluyendo los especiales, llevamos ya veintiún números publicados. A través de esta revista de distribución gratuita hemos comunicado las voces de chicas con distintos problemas: autolesiones, embarazos, abortos, malos tratos, huidas de casa, prostitución, delincuencia, hikikomori, sobredosis…

Cuando conocí a Ayumi en una de mis rondas de investigación por el centro de Shibuya y el Kabukichō de Shinjuku, comprendí que no bastaba con escuchar y difundir la historia personal de esas chicas que no tenían adónde ir: había que ofrecerles un lugar para vivir tranquilas y empezar a construirse una vida propia. La mayoría de las jóvenes con las que me encuentro en mis incursiones nocturnas por la ciudad no comprenden el alcance de sus problemas, no son capaces de verbalizar su necesidad de ayuda y ni siquiera conocen la existencia de los servicios de asistencia social. Acogerlas en refugios públicos resulta difícil, ya que requiere que se comporten como “estudiantes modélicas” y se sometan a ciertas normas como renunciar al uso del móvil.

A pesar de hallarse en situaciones durísimas, esas muchachas no saben que son víctimas y, convencidas de que su debilidad es lo que las pierde, cargan con toda la culpa de lo que les sucede. Carentes de autoestima y barajando hasta el suicidio, las más desesperadas no cuentan con ningún adulto fiable a su alrededor. Por más que se las aconseje correctamente, no son capaces de juzgar por sí mismas y pasar a la acción. Lo que más necesitan son adultos que las ayuden a salir del atolladero y un lugar adonde ir, pero son invisibles para los servicios sociales: “si no acuden a las ventanillas de consulta, será porque no tienen dudas ni problemas”. Como su grito de socorro no resuena en ningún lugar, no hay sistema ni medidas para rescatarlas; se cuelan por los agujeros de la red de seguridad. Vista la falta de interés de su entorno, no es de extrañar que acaben perdiendo el norte y deseando morir o desaparecer.

Fundé la ONG Bond Project en 2009 con la intención de tender un puente que conectase a las chicas con la asistencia que necesitan, de ejercer de “intérprete” para comunicar a los servicios sociales la situación y los sentimientos de esas víctimas que no son capaces de contar lo que les sucede, y para ayudarlas a ellas a entender qué quieren decir los adultos que han de prestarles ayuda.

Sin lugar adonde huir

Además de recibir consultas por internet, por teléfono y presenciales, el Bond Project funciona también como una suerte de “ventanilla de consulta ambulante” que celebra sesiones en distintos sitios, con un formato de cafetería. Realizamos patrullas y encuestas a pie de calle para escuchar los testimonios de las chicas y ponerlas en contacto con abogados u otros especialistas, según el caso. También ofrecemos refugio temporal, acompañamiento para entrevistas con los servicios sociales, acogida a medio y largo plazo y ayuda para establecerse de forma autosuficiente.

La autora y una colaboradora de Bond Project realizando una encuesta por la calle. (Fotografía: KEN)

En 2016 recibimos 12.395 consultas por internet y 1.979 por teléfono, y acogimos a 1.105 muchachas. Nos llegan entre 40 y 60 consultas nuevas al mes. Suelen ser llamadas de socorro por parte de chicas adolescentes y en la veintena que explican situaciones como “No puedo volver a casa porque mis padres me darían una paliza” o “Hui de casa y ahora estoy en un hotel con un hombre al que conocí por internet”. Entre estas víctimas de malos tratos y abusos sexuales, las hay que solo conocen a adultos que las utilizan y las perjudican; muchas carecen de recursos para buscar auxilio. En Bond las ayudamos a encontrar la forma de conectar con los servicios públicos de asistencia y les dejamos pasar una noche en el refugio, pero raramente nos sirven los sistemas establecidos por la legislación de protección social de menores.

Los centros de consultas a la infancia, por ejemplo, ofrecen ayuda a menores de 20 años pero, como la prioridad es rescatar a niños pequeños cuyas vidas corren peligro, los adolescentes difícilmente reciben refugio. Las chicas de la calle tienen pocas oportunidades de ingresar en un centro de acogida de menores o en hogares de reinserción (instalaciones en las que conviven jóvenes de entre 15 y 22 años que reciben asistencia para la reinserción social).

Hay muchachas que, negándose a “convertir a sus padres en los malos”, se resignan a seguir sufriendo violencia física o verbal y abusos sexuales, incapaces de confesar la verdad a otras personas. Algunas llegan a la edad adulta y siguen sin poder huir, subyugadas psicológicamente por sus progenitores. Y, aunque contemplen la posibilidad de escapar de su situación, el único modo que se les ocurre es marcharse del hogar familiar. Por eso creo que hay que crear más espacios donde esas fugitivas puedan refugiarse antes de convertirse en víctimas, lugares donde quedarse mientras esperan a recibir la asistencia de los servicios públicos y donde puedan realizar estancias de medio o largo plazo y prepararse para ser autosuficientes.

Un hogar para aprender a valerse por sí mismas

Para vivir por cuenta propia y ganarse la vida trabajando es necesaria una cierta holgura física, psicológica y económica. Sin embargo, las personas que han sido víctimas de malos tratos pueden sufrir secuelas como una inestabilidad psicológica que les impida seguir con sus estudios o conservar un trabajo. Las muchachas que huyen del hogar familiar, además, lo tienen muy difícil para encontrar vivienda y trabajo porque no cumplen ciertos requisitos para formalizar un contrato, como contar con el aval de los padres (en el caso de las menores de edad), tener el certificado de residencia o poseer un documento de identificación personal. Las que más apoyo necesitan son precisamente las que no tienen más remedio que sobrevivir por su cuenta y las que se enfrentan a los mayores riesgos.

Jóvenes que se ven obligadas a vender su cuerpo por un poco de comida y un lugar donde dormir, que acuden a los negocios “oscuros” porque carecen de documentación para trabajar legalmente, que pierden la salud física y mental a causa de la desnutrición y la inestabilidad de la vida en la calle. Dejarlas desamparadas en su situación de marginación entraña grandes riesgos sociales, como embarazos no deseados, abandono y maltrato infantil, autolesión, suicidio, agresiones o asesinatos.

Para que las chicas no se abandonen a la espiral negativa en la que han caído, es importante que cuenten con un lugar donde descansar tranquilas, con una higiene física y mental que las motive a cuidar de sí mismas y con un cierto tiempo para conectar con otras personas. Necesitamos acogerlas con un sistema adaptado a la época actual. A finales de julio de 2017 se inauguró en Tokio la Bond no Ie (‘Casa de Bond’), un hogar que acoge a chicas adolescentes y en la veintena que no tienen adonde ir para acompañarlas en el proceso de aprender a valerse por sí mismas. El personal duerme allí y prepara la comida. Quiero creer que, aunque cueste un tiempo, a todas les llegará el día en que sean capaces de decidir por sí mismas cómo quieren vivir su vida. Y, como estoy convencida de que tienen la fuerza necesaria para tirar adelante, quiero decirles algo a esas chicas a las que conocemos en el que seguramente sea el momento más duro de sus vidas: “Gracias por alzar vuestras voces. Ahora dejad que velemos un poco por vosotras”.

(Traducido del original japonés, redactado el 10 de octubre de 2017)

Fotografía del encabezado: Tachibana Jun, fundadora de la ONG Project Bond, escucha los testimonios de las chicas de la calle en la noche tokiota. (Fotografía: KEN)

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