Japón dos décadas después de 1995, un año decisivo en su historia

El mito de la seguridad y los accidentes nucleares en Japón (I)

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La gestión de crisis no ha progresado en Japón a pesar de los accidentes e incidentes que se han venido sucediendo, episodios que se convierten en lecciones que aprender. Esto se debe a que todo lo que sucede se esconde bajo el denominado mito de la seguridad; un caso extremo de ello es la energía nuclear. Antes del accidente ocurrido en Fukushima el 11 de marzo de 2011, la peor de las crisis atómicas que ha vivido el país, Japón ha tenido varias oportunidades de hacer frente a la cuestión; sin embargo, las ha ido esquivando. Sassa Atsuyuki, uno de los principales expertos japoneses en la gestión de crisis, nos explica lo absurdo del mito de la seguridad en relación a la energía atómica, tras su experiencia como director de la División para el Cumplimiento de la Seguridad de la Agencia Nacional de Policía cuando el barco de propulsión nuclear Mutsu sufrió una fuga radiactiva.

La crisis del 95

A finales del siglo XX, se difundieron muchos rumores acerca de lo que en el lenguaje militar se conoce como crisis NBQ –nuclear, biológica, química–, o crisis ABQ –atómica, biológica, química– en términos policiales. Si a estas siglas les añadimos la D correspondiente a "desastres", podremos decir que Japón las sufrió todas en el siglo pasado. De hecho, estos acontecimientos concurrieron en 1995. ­

El Gran Terremoto de Hanshin-Awaji ocurrió en enero de ese año, de ahí la D de "desastres". Dos meses más tarde, la secta Aum Shinrikyō (Verdad Suprema) cometió un atentado con gas sarín en el metro de Tokio, que representaría la B y la Q, de "biológico" y "químico", respectivamente. En diciembre, una fuga de sodio desencadenó un grave incendio en el reactor nuclear rápido Monju, refrigerado por este elemento, en Tsuruga, en la prefectura de Fukui. Los daños causados fueron de pequeña escala en comparación con los posteriores accidentes nucleares de la localidad de Tōkai, en la prefectura de Ibaraki, y el de Fukushima Daiichi, este último debido al Gran Terremoto del Este de Japón. No obstante, este episodio reflejaría la A de "atómico".

En este sentido, en 1995 quedaron al descubierto los problemas existentes en la gestión de crisis a nivel nacional. Sin embargo, no puede decirse que Japón haya realizado mejoras al respecto a partir de las lecciones aprendidas en ese año.

La tragedia de Fukushima podría haberse evitado si no existiera el mito de la seguridad

¿Cuáles son las lecciones aprendidas en 1995? Hasta entonces, tanto la Administración como la sociedad japonesas habían confiado hasta la saciedad en el mito de la seguridad y no habían supuesto que el país podría enfrentarse a lo peor. Se dieron cuenta cuando concurrieron todos los elementos de las crisis citadas anteriormente: atómica, biológica, química y de desastres. Es cierto que ya se había dado la voz de alarma de diversas formas, pero las autoridades establecían sistemas basándose en la premisa del mito de la seguridad. Negar el mito era un acto imperdonable, al menos en los círculos de poder.

Todos los acontecimientos que se fueron sucediendo en 1995 lo negaban. Sin embargo, los sistemas para la gestión de crisis que se implantaron posteriormente volvían a tener ese mito como premisa; muchos ámbitos continuaron ignorando la realidad a la sombra del mito. Un claro ejemplo de ello lo representa el campo de la energía atómica, la A de las siglas que hemos venido mencionando para hacer referencia a las distintas crisis. Si se hubiera aprendido una lección de los accidentes del pasado, se hubiera abandonado la premisa de la seguridad absoluta y se hubieran tomado medidas racionales, el accidente de Fukushima Daiichi no habría ocurrido. Pero eso no es todo. Tras el accidente, la opinión pública pasó a rechazar de forma extrema la energía nuclear, como reacción a esa premisa que tanto se había recitado hasta entonces. Resulta irónico que en estas dos décadas el mito de la seguridad que rodea la energía nuclear haya sido lo que más ha cambiado.

El mito de la energía atómica segura y el carguero de propulsión nuclear Mutsu

Hasta la fecha, el pueblo japonés había manifestado una alergia a lo nuclear debido a las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Por ello, la política básica respecto a este tipo de energía se creó basándose en el hecho de que su uso era aceptable con fines pacíficos, algo que se pudo preservar gracias al mito de la seguridad. Se hizo que la ciudadanía se creyera la idea errónea de que la energía nuclear no presentaba peligro alguno. Además, se negó categóricamente todo lo que no fuera conveniente. No se pensó en medidas en absoluto, y podría decirse que abordar el tema de la energía nuclear como un problema propio de la gestión de crisis estaba de por sí prohibido. Se eligió una respuesta cuyo carácter no era científico. Los expertos en la gestión de crisis alzamos la voz de alarma en repetidas ocasiones, pero no se produjeron cambios en esta mentalidad. Por ello, considero que los distintos Gobiernos del Partido Liberal Demócrata cargan con gran parte de la culpa.

El primer ejemplo que reveló las carencias de Japón en su capacidad para gestionar crisis relativas a la energía nuclear lo encontramos en el carguero de propulsión nuclear Mutsu, cuyas pruebas fracasaron en 1974. En aquel entonces, ocupaba el cargo de director de la División para el Cumplimiento de la Seguridad de la Agencia Nacional de Policía, así que fui testigo, entre bambalinas, de todo el problema de principio a fin.

¿Qué clase de gente se encargaba de desarrollar la energía nuclear?

La oposición a las pruebas del primer barco de propulsión nuclear fue notable en el puerto de origen –Ōminato–, en la ciudad de Mutsu, prefectura de Aomori. Los residentes de la zona, famosa por el cultivo de vieiras, se opusieron rotundamente, aduciendo las posibilidades de contaminación. No existía una base científica al respecto, pero el movimiento contrario al experimento fue muy acalorado; el ambiente era equiparable al alboroto propio de un festival. Los pescadores se emborracharon, e incluso suele decirse que en todas las licorerías de Ōminato llegaron a agotarse las botellas de sake de 1,8 litros. Algunas personas se ataron al ancla de la embarcación –bautizada Mutsu–, mientras que otras colocaron barcos de pesca delante de su proa para evitar que zarpara.

Ante esta situación, el Mutsu abandonó el puerto tras abrirse paso por un resquicio entre los barcos debido a la aproximación de un tifón y llegó al primer punto crítico en alta mar. Tanto la Agencia de Desarrollo de Barcos por Propulsión Nuclear de Japón, principal ente encargado del experimento, como la Agencia de Ciencia y Tecnología confiaban ciegamente en el proyecto. Sin embargo, un error en el diseño del muro que protegía el reactor desencadenó una ínfima fuga de sustancias radiactivas. En el mundo del desarrollo tecnológico es normal que se produzcan fallos en las primeras fases de un proyecto, de ahí que si se dispone de medidas para hacer frente a un problema, como dicta la lógica, se pueda solucionar. En este caso, bastaba simplemente con tapar las aberturas con una lámina de plomo. Sin embargo, se había presumido que el Mutsu no tenía ningún problema tecnológico, por lo que no se había realizado preparación alguna al respecto.   

La medida que se vieron obligados a tomar en el barco, que se encontraba ya navegando, sorprende: taparon la parte defectuosa del muro con las bolas de arroz –onigiri­– de la cena. Al principio nadie quería acercarse a la fuente del problema, de ahí que decidieran lanzarlas. Como era de esperar, esto no tuvo éxito; lo siguiente fue elegir a un joven investigador subalterno para que se aproximara y tapara las grietas con la mano. Antes de que lo hiciera, sus compañeros compartieron con él la que podría ser su última copa. Así de trágica fue la situación, que incluso dio pie a pensar en qué clase de gente se estaba dedicando al desarrollo de la energía nuclear.

La vergüenza de no haber podido gestionar la crisis

Huelga decir que se carecía de la noción de gestión de crisis según la cual se formulan suposiciones sobre las peores circunstancias que pueden darse, pero este no era el único problema. Esto también se debe a la premisa de que no existía posibilidad alguna de que ocurriera un accidente u otro tipo de percance. El Mutsu iba abarrotado de personas relacionadas con los medios de comunicación, lo cual explica que se informara de la payasada que ocurrió a bordo con todo lujo de detalles. Se generó un problema de gran envergadura totalmente innecesario.

Cuando se produjo el accidente, yo me encontraba en el despacho del entonces secretario general de la Agencia de Ciencia y Tecnología, Moriyama Kinji. Debido a la fuerte oposición local, la Agencia de Seguridad Marítima no había podido hacerse cargo de la cuestión, de modo que se movilizó a efectivos de la Policía Antidisturbios de la Prefectura de Aomori y de la Unidad de Policía Especializada en Sustancias Químicas de Tōhoku; el asunto se trató igual que un caso policial. Esto se decidió en una reunión a la que asistieron los ministros del Gabinete concernidos, un encuentro en el que participé en calidad de representante de la Comisión Nacional de Seguridad Pública; coincidí allí con Moriyama.

Sobre su escritorio había unos 10 teléfonos colocados en línea; uno de ellos era rojo. El secretario me preguntó si sabía para qué servía este último. Al contestarle que no lo sabía y que pensaba que quizás fuera para comunicarse con los bomberos, el secretario me respondió lo siguiente: "No, no es para eso. Con este teléfono se puede hablar directamente con el capitán del barco de propulsión nuclear Mutsu. Si ocurre algo, seré la primera persona a la que se informe de ello. Luego bastará con pensar qué medidas tomar al respecto". Sin embargo, al preguntarle unos días después cómo había ido la comunicación con el barco, Moriyama me contestó: "No sonó el teléfono". Lo que me contó me pareció horrible. No se informó del accidente ni a la Agencia de Ciencia y Tecnología, autoridad competente, ni a la Policía; se enteraron primero los canales de noticias.

El dinero no era suficiente para hacer callar al pueblo

Para colmo, el puerto de Ōminato, donde la oposición al experimento había sido muy fuerte, se negó lógicamente a que la embarcación hiciera escala allí; otros puertos también hicieron lo propio, así que el Mutsu se convirtió en un barco de propulsión nuclear errante. Los trabajadores y los pescadores de los puertos a los que se dirigía protestaban airadamente. Recuerdo que ante tal situación, como director de la División para el Cumplimiento de la Seguridad de la Agencia Nacional de Policía, tuve mucho trabajo al verme obligado a enviar efectivos a la zona.

Fue una situación vergonzosa en la que todas las cooperativas pesqueras pidieron compensaciones. Esto le correspondía a Kanemaru Shin, el entonces secretario general del Partido Liberal Demócrata, quien intentó callar a las cooperativas con dinero, un gesto claramente plutocrático. Una vez tomado este camino, las exigencias de los pescadores no conocieron límites: pidieron que el Mutsu fuera desechado y que se destruyeran el muelle y otras instalaciones portuarias relacionadas con el barco de propulsión nuclear; el coste total fue de aproximadamente dos mil millones de yenes.    

A pesar del problema, el Gobierno no decidió reforzar la gestión de crisis como parte de sus políticas relacionadas con la energía nuclear, por lo que no tomó medidas como disponer de vehículos de protección química o inspeccionar otras instalaciones atómicas en busca de defectos. La gran premisa de la gestión de crisis, la posibilidad de que ocurran accidentes, quedó envuelta bajo la sombra del mito de la seguridad. En eso se tradujo lo ocurrido en el Mutsu.

Autoridades incapaces de hacer frente a accidentes e incidentes

Posteriormente, el control del desarrollo de la energía nuclear siguió siendo responsabilidad de la Agencia de Ciencia y Tecnología. Sin embargo, esta institución era incapaz de responder a los accidentes y otros problemas relacionados con las instalaciones atómicas. Para empezar, la Agencia no disponía de un equipo que se encargara de estas incidencias, ya que, por su naturaleza, el organismo no imaginaba que fueran a ocurrir.

Esto se pudo comprobar claramente en diciembre de 1995, cuando una fuga de sodio desencadenó un grave incendio en el reactor nuclear rápido Monju, refrigerado por este elemento, en Tsuruga, en la prefectura de Fukui. En aquel entonces, el vice director general de la Agencia utilizó la palabra "fenómeno" para hacer referencia a lo ocurrido, durante una conferencia de prensa. Los periodistas, conmocionados, le reprocharon que usara ese término, cuando lo apropiado sería hablar de un "incidente" o "accidente". El vice director general, por su parte, respondió, esforzándose en su argumentación, que las reglas del organismo estipulaban que se trataba de un fenómeno; explicó que si había muertos o heridos, se trataba de un incidente, mientras que se hablaba de accidente cuando no había víctimas y simplemente la maquinaría se había estropeado o incendiado. Además, aclaró que una fuga de sodio no era ni un incidente ni un accidente, sino un fenómeno.

Sus palabras me parecieron una estupidez. Declaré ante la prensa o la televisión que consideraba raro denominar lo ocurrido en Tsuruga como un fenómeno, dado que eso suponía equipararlo a fenómenos de la naturaleza como las tormentas y decir que el incendio no había sido causado por la mano del hombre. Además, opiné que si las reglas equiparaban un accidente relacionado con el sodio de una central nuclear con una tormenta, entonces el reglamento no serviría de nada si no se modificaba.

Un tiempo después, recibí una carta de parte del vice director general. En ella, me preguntaba si me había leído las reglas y me decía que lo que estuviera escrito en estas era válido. Me resultó raro que se esforzara hasta tal extremo; la escribió a mano y muy larga. La imagen macabra del vice director general redactando esa misiva en serio me dejó perplejo.

Descartando la posibilidad de medidas antisísmicas para las centrales nucleares

Antes de este accidente, cuando ocurrió el Gran Terremoto de Hanshin-Awaji, Tanaka Makiko era secretaria general de la Agencia de Ciencia y Tecnología. Ella fue la única persona que se planteó si las centrales nucleares no sufrirían problemas en caso de un seísmo de gran magnitud, aunque todo el mundo dijera que no pasaría nada, y sugirió que se investigara al respecto. Sin embargo, las autoridades se esforzaron en argumentar que los terremotos no afectarían a las centrales nucleares en absoluto, aduciendo que al comenzar ese tipo de pesquisa, correría el rumor de que estas instalaciones no son resistentes a los temblores y se avivarían los movimientos contrarios a la energía nuclear. Para colmo, el Gabinete respaldó las declaraciones de la administración de la Agencia de Ciencia y Tecnología.

En aquel entonces, habría que haber investigado acerca de la relación entre las centrales nucleares y los terremotos. De haberse hecho, es muy posible que se hubiera podido evitar el accidente en Fukushima Daiichi.

(Traducción al español del original en japonés)

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