Japón dos décadas después de 1995, un año decisivo en su historia

El mito de la seguridad y los accidentes nucleares en Japón (II)

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Japón carece de preparación alguna para hacer frente a accidentes nucleares y atentados terroristas biológicos o químicos, ya que la nación considera que no existe la posibilidad de que se produzcan. Para proteger la solidez de las campañas a este respecto destinadas a la ciudadanía, el Gobierno y los expertos continúan haciendo caso omiso de la realidad. Sassa Atsuyuki, uno de los principales expertos japoneses en la gestión de crisis, nos revela los entresijos de esta espantosa situación.

La premisa de que no ocurren accidentes y la carencia de preparación

Cuando una fuga de sodio desencadenó un grave incendio en el reactor nuclear rápido Monju, en 1995, el mito de la seguridad en torno a la energía nuclear perduró. Gracias a este concepto, pronto se produjeron accidentes que permitieron darse cuenta de que Japón no tenía capacidad de respuesta alguna para hacer frente a los percances que ocurrieran en las instalaciones atómicas del país. Uno de ellos ocurrió cuatro años más tarde, en una planta de reciclaje de combustible nuclear que la empresa JCO gestionaba en la localidad de Tōkai, en la prefectura de Ibaraki. Lo terrible es que en la década anterior a este accidente la Agencia de Ciencia y Tecnología no visitó ni una sola vez las instalaciones accidentadas.

De hecho, no puede decirse que el sistema de gestión de la planta de reciclaje de Tōkai fuera el que corresponde a un lugar en el que se tratan sustancias nucleares; era lamentable. Si se concentran ciertas cantidades de uranio y plutonio a una determinada densidad, se produce una reacción nuclear en cadena. Para evitarlo, la mezcla del combustible nuclear que alimenta los reactores se realiza en un recipiente cuyo tamaño y forma son específicos; sin embargo, la firma JCO hizo caso omiso del manual correspondiente y empleó a trabajadores temporales que tenían poca experiencia en el campo. El resultado fue que el mero hecho de que los elementos que se utilizarían para elaborar el combustible nuclear se transportaran en un cubo provocó que tres miembros del personal se vieran expuestos a grandes cantidades de neutrones y otras partículas radiactivas; dos de ellos perdieron la vida.

Murieron de una forma horrible. Sin entrar en detalles, se puede decir que su cuerpo se fue derritiendo. Cuando una persona se ve expuesta a una gran cantidad de radiación, los cromosomas de su cuerpo se destruyen y las células no se regeneran, de modo que la estructura corporal se va rompiendo. Para colmo, en aquel entonces no existía en Japón ningún hospital que quisiera tratar a estos pacientes. En este caso, se radiaron sustancias nucleares. Tendrían que haber tomado medidas de descontaminación para todo lo que entrara en contacto con las víctimas: sus camas, los trajes de protección de quienes los trasportaban, las habitaciones en el hospital... Sin embargo, como era lógico, ningún centro hospitalario quería hacerse cargo. Fue entonces cuando salió a la luz el hecho de que Japón no contaba con ningún tipo de preparación médica para el supuesto de que ocurriera un accidente con grandes cantidades de radiación. Al final, tras muchas vueltas, el hospital de la Universidad de Tokio los aceptó.

La policía cercana a las instalaciones nucleares ni siquiera tenía un contador geiger

El problema más grave del que nos dimos cuenta a raíz de este accidente fue que en caso de que se produjera un accidente de gran envergadura en unas instalaciones atómicas, la policía tampoco contaba con ningún tipo de preparación en forma de medidas de vigilancia; la Policía de la Prefectura de Ibaraki ni siquiera tenía un contador geiger. Hasta tal punto llegaba la situación en Ibaraki, prefectura que albergaba el centro de Japón en lo relativo a las investigaciones en materia de energía nuclear.

En aquel entonces, el jefe de la Policía de la Prefectura de Ibaraki, Hori Sadayuki, solicitó mi presencia. Hori era mi subordinado, pero yo accedí y me desplacé hasta la zona. El mito de la seguridad era tan grave que no tenían absolutamente nada: ni un contador geiger ni trajes de protección. Hubo que encargar todo deprisa y corriendo. Como era de esperar, los agentes no tenían conocimiento alguno sobre qué hacer en caso de que se esparcieran neutrones por el aire. La premisa era que no se producirían fugas radiactivas, de modo que por mucho que alguien expresara su deseo de contar con trajes de protección como medida ante la posibilidad de que esto ocurriera, no era posible satisfacer esta petición por motivos de presupuesto.

Ni que decir tiene que el Ministerio de Hacienda no estaba dispuesto a destinar fondos para hacer frente a accidentes hipotéticos que no iban a producirse. Por este motivo, se carecía de preparación alguna.

Hubo una movilización, pero...

La primera partida que se envió a la zona estaba formada por unos 90 agentes de movilidad. En el supuesto de que se haya producido una fuga radiactiva, lo lógico es establecer una distancia de seguridad, acordonar la zona y limitar el tráfico. En aquel momento, cuando los policías informaban sobre la situación, decían que no se habían detectado anomalías en tal o cual barrio o cruce; no se registró nada anormal. Huelga decir que si no disponían de contadores geiger, era normal que no notaran nada ni tuvieran miedo. Los agentes no lograban entender para qué los habían enviado allí.

No obstante, el jefe de la Policía de la Prefectura de Ibaraki, que era una persona seria a la hora de hacer su trabajo, pidió a la comisaría de la prefectura que se averiguara por qué los agentes decían que no había ninguna anomalía. La respuesta fue que todo era normal: los coches circulaban por las calles; los peatones caminaban; los comercios seguían abiertos. Lógico si tenemos en cuenta que la radiactividad no es algo que se pueda percibir a través de la vista.

Este fue un claro caso de "No hay preparación alguna porque tampoco existe preocupación alguna". No se tienen razones para diseñar medidas de protección ante algo que no genera temor.

Una hora más tarde ocurrió algo más sorprendente si cabe. El director del entonces Instituto de Investigación de Energía Atómica llamó al jefe de la Policía de la Prefectura de Ibaraki para pedir que retiraran el cordón policial, alegando que si continuaba un dispositivo tan exagerado, se avivarían los movimientos contrarios a la energía nuclear, que sostienen que se trata de algo peligroso. Incluso el representante de los expertos en el tema tenía esta postura.

Japón, una sociedad sin Estado

El político Hashimoto Masaru ocupaba en aquel entonces el cargo de gobernador de Ibaraki. Cuando nos vimos, me presionó preguntándome si el Gobierno de Japón estaba haciendo algo, y si en este país existía o no el Estado. A este respecto, si pensamos en el accidente de Three Mile Island, ocurrido en Estados Unidos en 1979, o en el de Chernóbil, en la Unión Soviética en 1986, por motivos de seguridad era necesario evacuar a la población en un radio de 10 kilómetros. En el caso de Tōkai, en ese radio había unas 300.000 personas; hacían falta varios cientos de camiones o autobuses. Habría sido imposible aunque se hubieran reunido todos los transportistas de Ibaraki. La magnitud de lo ocurrido era tal que no se hubiera podido hacer nada a no ser que se hubiera contado con la presencia de las Fuerzas de Autodefensa. No obstante, según la Ley Básica de Medidas Frente a Desastres, la responsabilidad pesaba sobre las autoridades locales; en este caso, el alcalde de Tōkai, Murakami Tatsuya.

Como era de esperar, Murakami se enfureció. El gobernador de Ibaraki, por su parte, hizo hincapié en que era una labor del Estado. Hashimoto clamó que el Gobierno nacional se encargaba de todo lo relacionado con las políticas en materia de energía nuclear y, por este motivo, no incumbía a las autoridades locales. Además, dijo vehementemente que exigir algo así al alcalde era una locura y cuestionó la existencia del Estado en Japón.

La verdad es que en este caso, el Estado no existía. A día de hoy, la situación es la misma que en aquel entonces: existe la sociedad, pero no el Estado. En las últimas dos décadas se han producido diversos cambios, pero los aspectos más básicos permanecen inalterados.

Traspasando las políticas en materia nuclear

En la década de 1990, el primer ministro Hashimoto Ryūtarō llevó a cabo una serie de reformas administrativas, entre las que se incluía la reestructuración de las políticas en materia de energía nuclear. Hasta entonces, la Agencia de Ciencia y Tecnología se encargaba de este tema. En la actualidad, el Ministerio de Educación, Cultura, Deporte, Ciencia y Tecnología supervisa la energía nuclear desde el punto de vista del desarrollo de las investigaciones, mientras que la producción como parte de las políticas energéticas está a cargo del Ministerio de Economía, Comercio e Industria. Sin embargo, se trata de algo problemático para el Ministerio de Educación, Cultura, Deporte, Ciencia y Tecnología, ya que esta dependencia no dispone de ninguna unidad con la capacidad necesaria para abordar el tema; este Ministerio carece de la habilidad para responder a los accidentes que ocurren en instalaciones atómicas. Aunque se realizaron reformas en la estructura de la Administración, en los sistemas para hacer frente a las crisis nucleares, propias del siglo XXI, apenas se produjeron cambios.

Tras el accidente de Tōkai, considero que es necesario que todos los trabajadores de las instalaciones nucleares cuenten con trajes de protección, y disponer de esta indumentaria como parte del equipamiento habitual para los policías, bomberos y el personal de las Fuerzas de Autodefensa movilizados en caso de que se vuelva a producir otro accidente. Además de esto, propuse ante la Dieta que se realizaran los preparativos necesarios por si ocurría de nuevo un accidente como el de Tōkai, como abastecer de emergencia de vehículos de protección biológica Hazmat, de fabricación alemana, a las prefecturas que albergan centrales nucleares y las localidades de estas en las que se encuentran las instalaciones atómicas.

Considero que sigue siendo necesario importar estos vehículos similares a un tanque de pequeño tamaño, cuyo precio ronda los 500 millones de yenes por unidad. Las personas que se suban en ellos ataviadas con un traje de protección podrán resistir a los neutrones. Además, cuentan con una pantalla protectora de plomo y diferentes medidores que no solo detectan la radiación, sino también las armas biológicas y químicas. Gracias a su brazo de cinco metros de longitud, se puede eliminar las sustancias peligrosas a distancia. Si se coloca en ellos un robot de exploración de pequeño tamaño, será posible acceder en las primeras fases a los lugares donde ocurran accidentes e inspeccionarlos.

Cosas imposibles en Japón

La decisión de Alemania de fabricar estos vehículos se remonta a la Guerra Fría. En aquel entonces, cabía la posibilidad de que Alemania Occidental se convirtiera en un campo de batalla; se barajó la trágica hipótesis de que se produjera un conflicto nuclear en el que se empleara armamento atómico táctico. Por ello, se juzgó estratégicamente que si no se disponía de vehículos de protección, se producirían problemas graves a la hora de obtener información y realizar labores de reconocimiento.

Existían dos tipos de vehículos de protección biológica para hacer frente a las tres crisis NBQ –nuclear, biológica, química– o ABQ –atómica, biológica, química–. Uno, semejante a un coche de bomberos; el otro, como un vehículo de reconocimiento militar. Ambos se desarrollaban bajo la dirección del Ministerio del Interior. Al parecer, se vendieron mucho durante la Guerra del Golfo. El dictador iraquí Sadam Husein declaró públicamente que disponía de armas biológicas. Además, bajo su régimen, unos 5.000 kurdos fueron asesinados con gas sarín. Todos los soldados enviados por los países que formaban la Coalición de la Voluntad llevaban dos dosis de atropina, una sustancia que contrae los músculos y resulta eficaz contra el gas sarín, y se les instruía que debían inyectársela con el traje puesto. Al mismo tiempo, las distintas naciones adquirieron los vehículos de protección de fabricación alemana. Japón, por su parte, se guió por la premisa de que no es posible que ocurra una guerra con gases tóxicos de este tipo en su territorio; sus tropas tampoco se desplazan a lugares así. Llevé el caso de los vehículos Hazmat ante el Comité Ejecutivo del Partido Liberal Demócrata, pero, al final, resultó una absoluta pérdida de tiempo.

Las Fuerzas de Autodefensa disponen de vehículos de protección biológica, pero en comparación con los Hazmat, su calidad es infinitamente menor; no cuentan con una pantalla protectora de plomo contra la radiación y tampoco son buenos a la hora de hacer frente a un accidente nuclear o a una crisis química, biológica o atómica. Se burló la situación remodelándolos. Aunque se movilizaron cuando ocurrió el accidente de la central nuclear Fukushima Daiichi, no sirvieron para nada.

En definitiva, el rechazo al uso de los vehículos de protección biológica en aquella época tiene su explicación en el hecho de que la población de los lugares a los que se enviaran los observaría con interés y, al enterarse de su finalidad, aumentarían los movimientos contrarios al aprovechamiento de la energía nuclear dada su peligrosidad. El anteproyecto sobre los vehículos de protección no salió adelante, una vez más, debido al mito de la seguridad en torno a la energía nuclear.

(Traducción al español del original en japonés)

Japón dos décadas después de 1995