Cerezos en la historia

Cerezos del Potomac: la flor de la amistad Japón-Estados Unidos

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Los cerezos ornamentales de la variedad japonesa someiyoshino están muy bien representados en Estados Unidos. Hablamos de las espectaculares hileras de sakura que engalanan las orillas del río Potomac, en Washington D. C. Regalados por la ciudad de Tokio hace ahora algo más de un siglo, siguen floreciendo puntualmente cada año y contemplando, desde su privilegiado emplazamiento, la larga y no siempre fácil historia de las relaciones bilaterales.

Una bóveda floral de 2.000 troncos

En una orilla del río Potomac, que recorre las partes centrales de Washington D. C., florecen cada primavera 2.000 cerezos sakura, formando una bóveda de flores que se ha convertido en una bella prueba de la amistad existente entre Japón y Estados Unidos. Llegados desde Japón, hoy continúan congregando a un gran número de admiradores, sobre todo durante las fechas de celebración del National Cherry Blossom Festival, que se ha convertido ya en uno de los grandes eventos de la capital estadounidense.

Los sakura del río Potomac crecieron a partir de plantones cultivados en la ciudad de Itami (prefectura de Hyōgo), y continúan embelleciendo el paisaje fluvial sin ser talados incluso después de aquella guerra que enfrentó a ambos países.

Cuando visité Washington en marzo de 2015, el frío y la nieve habían congelado la superficie del río y en las copas de los árboles nada hacía presagiar su inminente floración.

Un año más, el 21 de marzo se inauguró el National Cherry Blossom Festival. Famosos cantantes, pianista de jazz y otros artistas japoneses ofrecieron conciertos y recitales, poniendo el toque de distinción artística al programa de actos.

Hilera de cerezos sakura en la orilla del río Potomac. Con el frío y la nieve de mediados de marzo de 2015, los capullos no parecían todavía dispuestos a abrirse.

 

A mediados de marzo, el hielo y la nieve se enseñoreaban todavía de las orillas del Potomac.

Cinco lustros de sueño y una madrina de excepción

La idea original de traer a Washington la belleza de los sakura hay que atribuírsela a Eliza Ruhamah Scidmore, miembro del directorio de la National Geographic Society y autora de libros de viajes. Fue ella quien, en 1885, a su regreso de un viaje por Japón, propuso al Ejército de Tierra, que entonces se encargaba de administrar ciertas instalaciones públicas, adornar con estos árboles los terrenos ganados a las aguas que habían sido acondicionados en la desembocadura del Potomac.

La propuesta fue rechazada varias veces y solo encontró eco al cabo de 24 años de persistentes demandas.

Fujisaki Ichirō, que ocupaba el puesto de embajador de Japón en Estados Unidos cuando, en 2012, los sakura del Potomac cumplían su primer siglo, explica que una de las personas que más trabajaron por hacer realidad este sueño fue el entonces cónsul general Mizuno Kōkichi.

Durante la Guerra Ruso-Japonesa, Mizuno dedicó grandes esfuerzos a la protección de sus compatriotas residentes en Estados Unidos y siempre guardó una especial gratitud a este país, que fue el que propició el acuerdo de paz entre las dos partes.

Mizuno, amigo de Scidmore, se había interesado y conocía muy bien la propuesta hecha por la dama. Durante un desplazamiento a Washington por motivos de trabajo en abril de 1909, Mizuno tuvo la oportunidad de charlar con Scidmore y con el científico japonés descubridor de la adrenalina, Takamine Jōkichi, que se encontraba casualmente en la ciudad. Takamine era uno de los líderes de la colonia japonesa en Nueva York.

Durante la reunión, Scidmore puso en conocimiento de los japoneses que la esposa del presidente William Howard Taft se había mostrado muy receptiva ante la propuesta de plantar sakura en la ribera del Potomac. Las cosas avanzaron a gran velocidad a partir de ese momento. Takamine y Mizuno, conscientes de que el sentimiento antijaponés era cada vez más exaltado y de que los inmigrantes padecían la exclusión social, utilizaron toda su influencia para implicar al Gobierno japonés en el proyecto.

Un doloroso final para la primera remesa de árboles

La respuesta llegó del alcalde de Tokio, Ozaki Yukio. A petición del ministro de Asuntos Exteriores, Komura Jutarō, la ciudad de Tokio destinó en agosto de 1909 un presupuesto al envío de cerezos sakura a Estados Unidos. Ozaki era conocido en la época como activo promotor de las relaciones internacionales de Japón y tenía en alta estima el papel desempeñado por Estados Unidos en la firma del Tratado de Paz de Portsmouth, firmado en septiembre de 1905 con Rusia.

Una vez hubo quedado todo dispuesto, en enero de 1910, 2.000 plantones fueron embarcados con destino a Estados Unidos. Sin embargo, durante la larga travesía, muchos de ellos quedaron afectados por una plaga y, al no poder pasar la inspección fitosanitaria a su llegada al puerto de destino, hubieron de ser incinerados.

El alcalde Ozaki no se resignó e hizo un segundo intento, dando instrucciones para que esta vez se enviasen árboles más resistentes a las plagas. La solución encontrada fue injertar ramas de los goshikizakura que cubrían los espolones del río Arakawa, en Tokio (principalmente de la variedad someiyoshino), en pies o patrones de la zona de Higashino, en la ciudad de Itami (prefectura de Hyōgo), que además recibieron un cuidadoso tratamiento de fumigación con ácido cianhídrico. Esta es la razón por la que se dice que los árboles que engalanan el Potomac crecieron en Itami.

Hilera de cerezos sakura en plena floración, vistos desde el lago artificial Tidal Basin. Al fondo, el monumento a Thomas Jefferson. Fotografía tomada el 11 de abril de 2014.

27 de marzo de 1912, ceremonia de plantación

Tras un año de cuidadoso cultivo, en febrero de 1912 los 3.020 cerezos que habían partido del puerto de Yokohama llegaron sanos y salvos a Washington. La ceremonia de plantación de los primeros árboles se llevó a cabo el día 27 de marzo y fue honrada con la participación de la primera dama, Helen Taft. Los responsables de la inspección fitosanitaria se admiraron de que esta vez ni uno solo de los árboles estaba afectado, pese a la larga y dura travesía marítima.

En este segundo y exitoso envío de 3.020 árboles estaban representadas 12 variedades de sakura, pero hoy en día, la mayor parte de los árboles que pueden verse son de las variedades someiyoshino y kanzan. Además, en las orillas del lago artificial Tidal Basin, también en Washington D. C., se han plantando hasta el momento cerca de 3.750 árboles. Otros famosos lugares donde los sakura están representados son el East Potomac Park y las inmediaciones del Monumento a Washington (obelisco).

Algunos de estos árboles han protagonizado un inesperado retorno a la aldea natal. En 2003, con ocasión del 90 aniversario de la llegada de los primeros árboles al Potomac, Washington devolvió el gesto enviando algunos plantones procedentes de esos mismos árboles a Itami, que los situó precisamente en la zona de Higashino.

Un acontecimiento multitudinario

El National Cherry Blossom Festival, organizado por la empresa homónima, se ha convertido en un gran evento de primavera que atrae cada año a más de 700.000 personas. Comienza con el Family Day del último sábado de marzo y su duración es de dos semanas. Durante este periodo, con los sakura florece también en la capital norteamericana la cultura japonesa. Se celebran conferencias sobre temas como el sushi o el sake, hay exposiciones de anime y de fotografía, desfiles de moda para kimonos, etcétera. Actúan, incluso, recitadores de cuentos cómicos tradicionales (rakugo). Durante el primer fin de semana comprendido en el periodo de celebración del festival se desarrolla, asimismo, el popular campeonato de cometas Blossom Kite Festival (antiguo Smithsonian Kite Festival).

Durante el National Cherry Blossom Festival y como parte del mismo se celebra el evento de animación en calle Sakuramatsuri, organizado por la Embajada de Japón, la Asociación Nipo-Americana de Washington y otras entidades. Es, por supuesto, la mayor muestra cultural japonesa que se celebra cada año en ese país. La planificación se realiza con gran antelación y en ella participan muchos miembros de la colonia japonesa de Washington, así como ciudadanos americanos de origen japonés.

Corea del Sur le hace un pedido al festival

Gracias a la belleza incomparable de los sakura y a su larga tradición de más de un siglo, este festival se ha convertido en uno de los principales eventos de la capital. Solo que, últimamente, algo raro está ocurriendo con él. Corea del Sur y China están moviendo sus hilos para que el festival sea rediseñado de forma que pueda colarse en él todo lo asiático, en general.

Especialmente activa se está mostrando Corea del Sur, que parece empeñada en conseguir que el Gobierno de Estados Unidos clarifique oficialmente que la variedad someiyoshino no es originaria de Japón, sino de Corea. Ciertamente, Corea no es del todo ajena a la relación entre Japón y Estados Unidos, ya que el citado Tratado de Paz de Portsmouth de 1905 significó el reconocimiento internacional del dominio japonés sobre la península coreana. Aun así, esta repentina politización de que está siendo objeto el festival no puede sino parecerme totalmente ajena a los sentimientos de aquellas dos damas, Helen Taft y Eliza Ruhamah Scidmore, que fueron cautivadas por la belleza de estos árboles.

Fotografía del encabezado: hilera de cerezos sakura en plena floración desde la Cuenca Tidal. Fotografía tomada el 11 de abril de 2014.

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