Medio ambiente en Japón: 50 años de destrucción y rehabilitación

Medio ambiente en Japón: el monte Fuji y el río Sumida

Sociedad

Japón ha logrado escapar de la época en la que sufría un grave problema de contaminación medioambiental. Repasamos el camino recorrido por el país hasta llegar a la situación actual.

El cielo azul sobre los campos incendiados

Tenía cinco años cuando la Segunda Guerra Mundial terminó. En mi memoria perdura la imagen de las calles de Tokio convertidas, literalmente, en campos incendiados; ni un solo rastro de los edificios que las ocupaban antes. No obstante, todavía recuerdo el cielo azul cobalto y el claro atardecer que se cernía sobre la ciudad sin obstáculo alguno. En los parques, cementerios, santuarios y templos que escaparon de las llamas pronto volvió a surgir la vida, haciendo caso omiso de los seres humanos que se afanaban por sobrevivir. Yo, que era un niño interesado en los distintos organismos, me pasaba los días persiguiendo aves e insectos y observando plantas.

El centro de Tokio quedó reducido a cenizas por los bombardeos aéreos durante la Segunda Guerra Mundial (periódico Mainichi/Aflo).

En Japón este gran conflicto bélico se cobró la vida de 3.100.000 ciudadanos y redujo el producto interior bruto del país a la mitad. Además, el fuego dejó sin hogar a 15 millones de personas. El archipiélago nipón no había sufrido nunca antes una destrucción medioambiental de este calibre.

Mi vida se ha ido desarrollando en paralelo a la historia del país: Japón se recuperó de la tragedia de la guerra y llegó a ser la segunda economía del mundo por su PIB tras pasar por un período de crecimiento acelerado para luego entrar en una época de estancamiento. Además, he podido observar, desde otro ángulo, el desarrollo de los tiempos a través de los cambios en el medio ambiente, en calidad de periodista especializado en la cuestión, así como investigando en universidades de Japón y el extranjero, y también mediante mi labor en el PNUMA. Quizás pertenezca a la primera y última generación que ha sido testigo de tantas transformaciones medioambientales.

Entre las décadas de 1960 y 1970, Japón era conocido por tener las peores condiciones medioambientales del mundo, e incluso se decía que el país era como unos grandes almacenes de la contaminación. El agravamiento de la polución atmosférica, del agua y del suelo y la contaminación acústica y los malos olores hacían peligrar la vida; desparecieron, incluso, algunos animales silvestres. El surgimiento de enfermedades relacionadas con la contaminación en diferentes puntos del país se llevaba a los tribunales, donde se decidía sobre quién recaía la responsabilidad y qué tipo de compensación era necesaria; estos eran los daños colaterales del crecimiento acelerado.

Tras salir de este trágico período de su historia, Japón ha conseguido superar una gran parte de sus problemas medioambientales. A pesar de que perduran algunas cuestiones sin solución, una lectura de los índices relativos al medio ambiente ―polución del aire, el agua y el suelo, cantidad de residuos y contaminación química― permite decir que el país se ha recuperado, hasta el punto de convertirse en un modelo para el resto del mundo. Entre los objetivos por los que los turistas extranjeros, cuyo número aumenta rápidamente, deciden visitar Japón la naturaleza y los paisajes ocupan los primeros puestos, junto con la gastronomía y las compras.

Personalmente, considero que el monte Fuji y el río Sumida son dos elementos de la naturaleza que permiten medir los cambios en el medio ambiente en territorio japonés, dado que nací y me crié en Tokio, que es un Japón reducido.

Las vistas del monte Fuji

Desde la casa en la que me crié, en Tokio, se podía ver a lo lejos la parte superior del monte Fuji. De hecho, desde la escuela primaria hasta la enseñanza secundaria superior, el camino que hacía para ir a clase pasaba por Fujimizaka, en el distrito de Bunkyō; el pico más alto de Japón se vislumbraba entre los edificios en todo su esplendor. En los días despejados de invierno, me fascinaba que apareciera completamente blanco. Sin embargo, al comenzar la enseñanza secundaria superior, la niebla impedía verlo.

El número de días del año en que se puede ver el monte Fuji desde la metrópoli hace las veces de medidor de la contaminación atmosférica. Los estudiantes de Seikei Gakuen ―en la ciudad de Musashino, en Tokio― miden diferentes fenómenos meteorológicos como parte de su educación. Uno de ellos consiste en comprobar a diario si se puede ver el pico desde el centro educativo, que se encuentra a 83 kilómetros del mismo; lo llevan haciendo desde 1963.

En 1965, en pleno apogeo del crecimiento acelerado, pudieron ver el Fuji unos escasos 22 días. Sin embargo, tras la crisis del petróleo de 1973, la cifra fue superior a 80. Este aumento pone de relieve una mejora en la contaminación atmosférica derivada de un descenso en el consumo de petróleo. Además, las estrictas regulaciones de las emisiones de gases de efecto invernadero por parte de vehículos y fábricas han servido para devolver la claridad al cielo de la capital nipona. En 2014 el monte se pudo ver 138 días, un dato sin precedentes.

La claridad ha vuelto al cielo de la capital y son más los días en que el monte Fuji se puede admirar desde el centro de la ciudad (Jiji Press/Aero Asahi).

Son diversos los problemas a los que se ha tenido que hacer frente hasta llegar a este punto: el 18 de julio de 1970, 43 estudiantes del Centro de Enseñanza Secundaria Media y Superior Risshō, en Tokio, se quejaron de dolor de ojos y de garganta durante una clase de educación física en el patio; la causa, el esmog fotoquímico. La población montó en cólera en torno a la contaminación atmosférica a raíz de este incidente. En aquel entonces, participé en la primera manifestación de todo Japón, celebrada en la capital, a favor de la conservación de la naturaleza. Gritábamos que nos devolvieran la belleza de esta.

La contaminación atmosférica se convirtió en un problema también en Europa y Norteamérica en la época en la que comenzaba a hacerse difícil contemplar el Fuji. Muchas personas perdieron la vida a causa del fuerte smog de Londres, mientras que en Suecia y Noruega la lluvia ácida afectó a la vegetación de los bosques, resultó en la desaparición de peces de lagos y pantanos y en la corrosión y deterioro de edificios antiguos. Durante varios días consecutivos, las autoridades de Los Ángeles emitieron alertas por smog fotoquímico, motivo por el cual algunos padres se negaron a que sus hijos acudieran a la escuela.

Por otra parte, en la entonces ciudad de Yahata, en Kyūshū, las mediciones de contaminación atmosférica mostraron los peores datos de la historia. Allí se encontraba una importante siderurgia, cuyo humo –popularmente conocido como humo de siete colores– se convirtió en todo un símbolo de la actividad de la zona. Antes de su fusión con la ciudad de Kita-Kyūshū en 1963, la letra del himno local contenía una estrofa en la que se hacía referencia al fenómeno como objeto de admiración.

En aquel entonces, es posible que los empleados municipales y los residentes de la localidad lo cantaran con orgullo por ser el humo una prueba del desarrollo. Las postales para los turistas que se vendían en la ciudad mostraban incluso imágenes de la misma cubierta por el humo.

Las primeras personas que se movilizaron exigiendo medidas para atajar este tipo de contaminación atmosférica fueron unas madres preocupadas por la salud de sus hijos. Una asociación local de mujeres que deseaba que el cielo fuera azul invitó a varios expertos y organizó una conferencia sobre la cuestión. Además, acudieron a la universidad para aprender cómo medir la polución. Se reunieron con representantes empresariales y movilizaron a la asamblea municipal; consiguieron un endurecimiento de las regulaciones relativas a la contaminación.

La población, las firmas y las instituciones públicas aunaron esfuerzos que se tradujeron en una rápida mejora de las condiciones medioambientales. En la década de 1980, Kita-Kyūshū se hizo famosa, tanto en Japón como fuera de sus fronteras, por tratarse de una localidad en la que se "había logrado el milagro" de recuperar el medio ambiente. En 1997 el PNUMA le concedió su Premio Global 500, que otorga a organizaciones y particulares que hayan contribuido en cuestiones medioambientales.

Salmones en el río Sumida

Cerca de 3.300.000 personas viven en la cuenca del río Sumida, que corre por la zona oriental de Tokio en dirección norte-sur. Se trata de un río singular, incluso en el resto del mundo, que fluye por el centro de una gran urbe. Uno de los recuerdos personales ligados a este río son, sin duda alguna, los festivales de fuegos artificiales: de niño, iba a verlos todos los veranos con mi familia; era la principal actividad de la época estival.

El río Sumida es el escenario del festival de fuegos artificiales más antiguo de todo Japón, que se lleva celebrando desde el período Edo (1603-1868). Además, es un lugar querido por el pueblo como enclave de diversión: paseos en barco, puestos de comida a lo largo de la orilla... Son muchas las xilografías ukiyo-e en las que han quedado plasmadas estas estampas. Por otro lado, estas aguas eran necesarias para el transporte de materiales, de ahí su importancia como sostén de la vida y la economía de Edo, la antigua Tokio.

En aquella época, los ríos de las ciudades europeas se asemejaban a grandes depósitos de aguas residuales cuyo hedor impedía acercarse a ellos. Durante el verano de 1858, Londres sufrió un grave problema de mal olor causado por el Támesis, que llevaba consigo la suciedad; el Parlamento y los tribunales de justicia, situados en la orilla del río, fueron clausurados de forma temporal. Este momento ha pasado a los anales de la historia como el Gran Hedor o la Gran Peste.

A comienzos del siglo XVIII, la población de Edo superaba el millón de habitantes; el desarrollo de la ciudad se podía equiparar al de otras grandes urbes del mundo como París y Londres. Los extranjeros que llegaban a la localidad japonesa se sorprendían de que hubiera peces en el río y niños nadando en sus aguas. Los excrementos no se tiraban allí, sino que se recogían para su reciclaje en forma de abono.

Desde 1941 hasta 1947, el festival de fuegos artificiales del río Sumida se suspendió por la Segunda Guerra Mundial y la posguerra. Sin embargo, a partir del período de crecimiento económico acelerado, se reparó la red de carreteras del área metropolitana; la función de las aguas fluviales como medio de transporte se trasladó al tráfico por tierra. Al mismo tiempo, las aguas residuales de viviendas y fábricas comenzaron a verterse al río, y la calidad de este empeoró drásticamente. Además, se construyeron altos muros de contención para proteger la ciudad de posibles inundaciones. El pueblo se fue distanciando del Sumida y perdiendo el interés en él. Pasó a ser conocido como el río sucio.

La situación del río, que había quedado en el olvido para la ciudadanía, era lamentable. En la década de 1950 estaba cubierto de gases nocivos y desprendía malos olores; ya no había peces ni moluscos en sus aguas, además de que los residentes de las inmediaciones empezaron a sufrir problemas de salud, hasta el punto de que la Comisión de Tokio para la Protección de los Derechos Humanos tomó cartas en el asunto. El hedor llegaba al lugar donde se realizaba el festival de fuegos artificiales; era digno de ver como algunos espectadores admiraban el espectáculo pirotécnico tapándose la nariz con las manos. De hecho, en 1961 lo cancelaron precisamente por el mal olor.

La cancelación de una actividad con casi 230 años de historia fue un duro golpe para los habitantes de la zona. Las autoridades, las comunidades y las firmas locales se levantaron en pos de la depuración del río y la mejora de las condiciones medioambientales. Se retiró una parte de los altos muros de contención que separaban el río de los residentes y se sustituyó por un muelle más natural. Las reformas en el alcantarillado dieron sus frutos: el 1988 su índice de difusión era del 90 %; seis años más tarde se logró el 100 %. Además, se reforzaron las regulaciones relativas a las aguas residuales de las fábricas.

Consecuentemente, la calidad de las aguas ha mejorado considerablemente desde la década del 2000. En comparación con 1970, la demanda bioquímica de oxígeno, parámetro para medir la contaminación hídrica, ha descendido hasta una novena parte. En las últimas tres décadas, los datos casi han venido cumpliendo los estándares nacionales en materia de medio ambiente. No son muchas las especies, pero vuelve a haber peces y aves acuáticas en las aguas del Sumida, además de plantas en sus orillas. La iluminación de los distintos puentes del río se ha vuelto una estampa famosa de las noches tokiotas.

La calidad de las aguas del río Sumida es mejor desde la década del año 2000 (PIXTA).

Para probar que las aguas del río Nihonbashi, afluente del Sumida, son seguras como hábitat de seres vivos, desde 2012 organizaciones y estudiantes de primaria locales sueltan alevines de salmón en ellas. Los residentes de la zona se sienten orgullosos de que estos peces vuelvan a estar presentes allí; sienten que han recuperado el río Sumida.

Si observamos la historia del mundo, resulta difícil encontrar países que hayan logrado transformar las condiciones medioambientales de semejante forma en tan pocos años. Los problemas relacionados con el medio ambiente se han trasladado de los países industrializados a las naciones en desarrollo: en la actualidad, los países de Asia, África y Oriente Medio se enfrentan a cuestiones medioambientales de gravedad. El camino recorrido por Japón quizás se convierta en un ejemplo para las regiones con las miras puestas en el desarrollo.

Imagen del encabezado: Grullas de Manchuria sobrevolando las vastas tierras de Hokkaidō. El interés del autor por el medio ambiente deriva de su pasión por observar aves silvestres, que se remonta a su infancia (fotografía de Wada Masahiro)

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