Japón en la era posterior al 11 de marzo

Un territorio sumido en la desesperación

Política Sociedad

Cuatro meses después del 11 de marzo, el periodista Kikuchi Masanori visitó zonas de Tōhoku devastadas por el terremoto y el tsunami ocurridos ese día. En su trato con residentes y líderes locales, Kikuchi es testigo de la desesperación de estas personas por superar esta tragedia y reconstruir sus vidas.

Mediados de julio en la prefectura de Miyagi. Durante el día, la temperatura se eleva hasta los 33 grados. Bajo un sol de justicia, en la población costera de Onagawa impera un extraño silencio. La primera vez que visité Onagawa, tan solo doce días después del terromoto y tsunami que asoló tramos enteros de esta costa el 11 de marzo, la ciudad presentaba una actividad febril: residentes, funcionarios del gobierno local, pescadores y miembros de la cofradía, personal de las Fuerzas de Autodefensa (FAD) y policías. Pero esta vez todo está prácticamente desierto.

Camino hacia la zona marítima. Las olas chocan contra el muro resquebrajado del puerto, donde enormes bloques de hormigón desplazados por el tsunami siguen en el mismo lugar que los encontré en mi visita anterior. Al menos la montaña de escombros es ahora considerablemente más pequeña que entonces. No veo a nadie. Entre el hedor a marisco descompuesto, lo único que se mueve son moscas y más moscas.

Sorteo de viviendas provisionales


El pabellón polideportivo municipal es uno de los trece lugares de Onagawa utilizados como centros de evacuación.


En el pabellón polideportivo hay muy poca intimidad.

En el pabellón polideportivo municipal, convertido ahora en el centro de evacuación de cientos de ciudadanos que lo han perdido todo, un obrero de la construcción jubilado se muestra cada vez más abatido por las privaciones de la vida en un centro de evacuación, y se queja de la dificultad de encontrar una vivienda. “Estoy a punto de renunciar”, me cuenta, sin intento alguno por disimular las gotas de sudor que le caen por la cara. “Por muchas veces que lo pido, nunca consigo entrar. Y no soy el único. Muchos más están en la misma situación. Tengo a mi nieto conmigo... no sé qué vamos a hacer”.

Además de su casa, a este hombre el tsunami le ha arrebatado a su madre, a su hijo mayor y a su esposa durante cuarenta años. Desde mayo, ha solicitado cuatro veces que le adjudiquen una vivienda provisional, pero su número nunca ha salido en los sorteos. Todavía atrapado en un centro de evacuación con su nieto, un estudiante de tercero de secundaria, me cuenta que su principal preocupación son los preparativos para los exámenes de entrada al instituto que deberá afrontar el año que viene.

“En el centro no hay intimidad; tan solo unos biombos de cartón no muy altos entre la zona de una familia y la siguiente. Lo puedes oír todo. Y a las nueve de la noche apagan la luz. ¿Cómo quiere que mi nieto estudie en un ambiente así? Habrá otro sorteo de viviendas pronto. A ver si tenemos suerte esta vez...”.

Antes del desastre, Onagawa tenía una población de unos diez mil habitantes. De ellos, 940 constan como fallecidos o desaparecidos. El centro de la ciudad, cercano a la costa, quedó prácticamente destruido. Según las autoridades municipales, a mediados de julio otros ochocientos aproximadamente siguen viviendo en centros de evacuación. Esto representa una considerable mejora de la situación que se vivió inmediatamente después del desastre, cuando 5.700 personas se vieron obligadas a acudir a refugios. Pero a pesar del constante progreso conseguido para construir viviendas provisionales, este verano muchos residentes siguen enfrentándose a unas condiciones deprimentes y un calor de sauna en los trece centros de evacuación de la ciudad, importunados por las moscas en todo momento.


Al señor Hirayama Takeshi le cuesta plantearse la idea de abandonar la comunidad en donde ha vivido tantos años de su vida.


Las viviendas temporales están situadas al lado del pabellón polideportivo. Incluso a plena luz del día no se ve a nadie.


El centro de coordinación de voluntarios de la ciudad también está desierto. En los momentos posteriores a la catástrofe aquí trabajaron más de cien voluntarios.

Salgo del centro de evacuación y me detengo en una de las viviendas provisionales que han levantado justo al lado. De nuevo, muy pocas señales de actividad durante el día. Hablo con el señor Hirayama Takeshi, de 77 años, nacido en Onagawa. El señor Hirayama tuvo la suerte de conseguir plaza en el primer sorteo de viviendas provisionales celebrado a principios de junio. Junto con su esposa, ocupan una pequeña habitación de unos 7,5 metros cuadrados, equipada con una sencilla cocina, baño y retrete. Los Hirayama han tenido la fortuna de haber encontrado un lugar donde vivir. Sin embargo, este lugar tan pequeño dista mucho de la comodidad de la que disfrutaban antes del desastre.

“Nuestra casa fue totalmente borrada del mapa. Tenemos suerte de estar vivos, y por eso no me quejo –pero es innegable que este lugar es un poco pequeño para dos personas. Y los insectos: no sólo moscas, sino también mosquitos; son una plaga. Es mejor que el centro de evacuación, pero...”.

Los residentes pueden permanecer en viviendas provisionales hasta dos años. Después, el señor Hirayama dice que piensan trasladarse a la casa de su hijo mayor, que vive en la prefectura de Tochigi. “Pero tenemos apego por Onagawa, después de haber vivido aquí tantos años”, afirma con un hilo de voz. “Mientras no llegue ese momento, no le puedo asegurar qué haremos...”.

Descenso repentino de los voluntarios

La situación también está tranquila en la oficina de voluntarios de Onagawa, ubicada en las proximidades del polideportivo municipal. Veo a unas cuantas personas, en su mayoría jóvenes, sentadas charlando, pero aparte de eso el lugar está prácticamente desierto.

Una de las razones de esta situación es que el número de voluntarios que llegan aquí ya no es tan grande como anteriormente. Según el secretariado del voluntariado, se presentaron unos cien durante los momentos inmediatamente posteriores al desastre, en su mayoría de fuera de la prefectura de Miyagi. Ahora son sólo unos diez.

“Al principio esto era un hervidero. Íbamos de aquí para allá con un montón de cosas que hacer: limpiar los muebles de sedimentos, quitar el barro de los utensilios de cocina, montar cocinas para hacer sopa, y ofrecer comida a la gente. Pero la situación ha ido asentándose. Ahora la comida y otros productos básicos ya llegan con regularidad, y por esa razón tal vez ya no hacen falta tantos voluntarios como al principio. Últimamente nuestra tarea se ha basado en gran parte en ayudar a la gente a ocupar las viviendas provisionales u otros lugares proporcionados por los gobiernos locales”, me explica Takeishi Kumiko, coordinadora responsable de la asignación de voluntarios.

“Aún así,” sigue explicando Takeishi, “yo diría que estamos mejor que algunas otras ciudades de la zona, como Ishinomaki, donde faltan voluntarios. El calor del verano está empezando a pegar fuerte, y hacemos lo que podemos para evitar casos de hipertermia entre las personas mayores de los centros de evacuación. Colaboramos con los equipos médicos para que la gente beba suficiente agua y descanse”.

Esta es mi tercera visita a la región de Tōhoku desde el terremoto y el tsunami, tras mis anteriores viajes poco después de que el desastre se cerniese sobre la zona en marzo y una segunda vez a principios de junio. En mi segunda visita, pasé la mayor parte del tiempo conversando con familias y otras personas relacionadas con la Escuela Primaria de Ōkawa en Ishinomaki, tristemente célebre en todo el país por el escalofriante peaje de muertos que pagó tras el tsunami, ya que 74 de sus 108 alumnos perecieron. En este caso, lo ocurrido fue más que un simple desastre natural. La escuela no tenía ningún plan de evacuación de emergencia en caso de un gran tsunami, y no dio las instrucciones adecuadas a alumnos y profesores para que se desplazasen a un lugar seguro durante los cincuenta minutos aproximadamente que pasaron desde el terremoto hasta que llegó el tsunami. Cuando se produjo el gran tsunami, este superó todas las expectativas, y un gran número de personas murieron en el acto. La escuela permanece como un símbolo estremecedor de la magnitud sin precedentes de esta desgracia.

Un omnipresente sentimiento de impotencia y resignación

A finales de julio, las estadísticas oficiales recabadas por la Agencia de Policía Nacional hablan de 20.600 personas confirmadas como fallecidas o todavía desaparecidas tras el desastre. De este total, unas 9.400 son de Miyagi, la prefectura más cercana al epicentro del terremoto. Esto representa más del doble de víctimas mortales que se produjeron en la prefectura de Iwate, la segunda más afectada, con 4.600. Inmediatamente después del desastre, algunas predicciones aventuraban que la cifra de muertos superaría los treinta mil. Ahora parece probable que las estimaciones iniciales eran tal vez altas, por el gran número de parientes y amigos que denunciaban la desaparación de una misma persona.


Interior de la Escuela de Enseñanza Primaria Ōkawa en Ishinomaki, en donde casi las tres cuartas partes de sus alumnos perdieron la vida por la catástrofe.

Es bien cierto que las cosas han comenzado a avanzar. Tal como me cuenta la coordinadora de voluntariado de Onagawa, la situación ha mejorado drásticamente en comparación con el caos que reinaba en marzo. Oigo muchos más comentarios optimistas de víctimas del desastre en esta visita que en mis viajes anteriores. Y sigo quedando impresionado una y otra vez por la determinación de la gente de mirar el lado positivo. “No podemos estar llorando indefinidamente”, me dice una persona. “Ahora hemos encontrado un lugar donde vivir, y sentimos que por fin podemos ver la luz al final del túnel”, me dice otra.

No obstante, en la prefectura de Miyagi más de diez mil personas siguen sin una vivienda permanente. Y muchas de ellas, como el señor que he citado al principio de este artículo, ni siquiera han podido acceder a una vivienda provisional. Los casos de suicidio o tentativa de suicidio están aumentando, y cada vez son más las personas al borde de la desesperación tras haber perdido todo lo que tenían: familia, propiedades, sustento y empleo.

Como yo vivo en Tokio, me cuesta evitar pensar que los medios de comunicación nacionales han desplazado su foco de atención a la inacabable crisis nuclear de Fukushima Daiichi, de Tokyo Electric Power Co. y a las últimas especulaciones sobre el alcance de la lluvia radioactiva. De hecho, las noticias referentes a este tema ya hace tiempo que han dejado de ser cabecera. Pero si volvemos a las zonas afectadas por el desastre, la triste realidad es que todavía no existe ningún mapa de ruta para avanzar hacia la recuperación y reconstrucción de los daños causados por el tsunami.

Lo que más he notado en esta tercera visita a la región todavía asolada por la devastación del 11 de marzo es una persistente sensación de impotencia y resignación en todos los rincones que visito. Aquí, en el corazón de la costa devastada, todos los mensajes alegres de ánimo tipo “¡Sigue luchando, Japón!” caen en saco roto y se pierden sin rastro en este cielo infinito de mediados de verano. Una vez superada la confusión inicial, la gente está empezando a olvidarse del tema. Y es imposible no rebelarse ante la crueldad de esta situación.


En este bloque de apartamentos de Onagawa se puede apreciar la furia del tsunami, que llegó a alcanzar el tercer piso.

Ni que decir tiene que una de las principales razones de la distancia que en estos momentos divide a las zonas del desastre del resto del país es la desorganización y las vacilaciones de nuestros líderes políticos. El primer ministro Kan Naoto anunció en junio que dimitiría, pero por algún motivo, no lo ha hecho. En julio, el país asistió al espectáculo de Matsumoto Ryū, que fue nombrado personalmente por Kan ministro para la reconstrucción, y que tuvo que dimitir de forma vergonzosa apenas una semana después tras ser grabado por las cámaras mientras sometía a los gobernadores de las prefecturas de Miyagi e Iwate a un aluvión de comentarios faltos del más mínimo tacto. La frustración y el descontento han ido aumentando dentro del Partido Democrático de Japón (PDJ) en el gobierno. Mientras tanto, los políticos de los Partido Liberal Democrático y Nuevo Kōmeitō de la oposición se han obsesionado tanto con la dimisión de Kan que sus ataques al gobierno han sido en gran parte inocuos.

Ahora se habla de que el coste total de los daños causados por el desastre alcanzará unos diecisiete billones de yenes. Y aumentará todavía más cuando se hayan sumado los efectos de la lluvia radioactiva del accidente nuclear de Fukushima. Hay una montaña de temas, por citar sólo a unos cuantos, que exigen una respuesta urgente del Gobierno –presentar un presupuesto para conseguir fondos para la reconstrucción, trabajar para reconstruir puertos y muelles, reubicar a un gran número de desplazados y gestionar el desastre nuclear. Pero aunque el Gobierno y los partidos de la oposición han denominado repetidamente esta situación como “crisis nacional”, su respuesta política ha sido de mucho ruido y pocas nueces.

Gobierno inoperante, Dieta inoperante


Azumi Nobutaka es alcalde de Onagawa, prefectura de Miyagi, desde 2003.

Ante la cruda realidad de unas zonas golpeadas por el desastre todavía totalmente destruídas meses después de que las olas retrocediesen, el enfado y la frustración de las autoridades locales afectadas van en aumento. En julio visito al señor Azumi Nobutaka, alcalde de Onagawa, y me lo encuentro todavía trabajando en la misma oficina provisional de la escuela de enseñanza primaria en que nos reunimos en marzo. Aunque parece un poco menos tenso que la última vez, su cara aún refleja profundas señales de agotamiento.

“Aún no tenemos una idea exacta de cuántas personas han regresado a la ciudad. Sólo hemos podido empezar a hacernos una idea de su número a partir del momento en que las autoridades municipales han comenzado a ofrecer los subsidios de emergencia e indemnizaciones. Y la situación está todavía menos clara respecto a los que se han marchado a otros lugares. Muchos se han ido sin dejar constancia de ello en ningún papel. Algunos se han ido provisionalmente, y es difícil asegurar al cien por cien en qué situación nos encontramos. Tendrá que pasar algún tiempo antes de que tengamos una idea clara de la situación general de las viviendas”.


Grandes montañas de escombros continúan desfigurando el paisaje.

Al igual que otras zonas afectadas, Onagawa está realizando en estos momentos un anteproyecto de reconstrucción. El alcalde Azumi me cuenta que el gobierno municipal tiene previsto finalizar un plan a mediados de agosto. Después, cree que la ciudad tardará unos ocho años en reconstruirse. Azumi insiste en que la prioridad número uno del municipio es limpiar las 440.000 toneladas de escombros que ha dejado el desastre. Sólo esto ya costará unos quince mil millones de yenes (más del doble de los 6,7 mil millones presupuestados para el año fiscal actual, a partir de abril de 2011) en la ciudad. Esperan finalizar un 30% de las obras este mismo año. El coste de limpiar todos los escombros hará aumentar el presupuesto de la ciudad por los costes incurridos desde el desastre a 23,2 mil millones de yenes. El consistorio está haciendo todo lo posible para reunir los fondos que necesita para mantenerse a flote.

La frustración por tener un Gobierno y una Dieta legislativa inoperantes está creciendo en un momento en que las comunidades locales de las zonas más afectadas necesitan la ayuda gubernamental con urgencia. Azumi elige cuidadosamente sus palabras cuando habla del Gobierno al que se ve obligado a depender para recibir ayudas y se lamenta de la ineficacia de esta administración. “No se hace nada unificadamente”, afirma.

“Los gastos son enormes, pero la realidad es que debemos actuar rápidamente para limpiar los escombros y llevarlos fuera de la población si es necesario. Esto no lo podemos hacer sin fondos o políticas del Gobierno central, pero esta administración no actúa coordinadamente, y no tenemos otra elección que empezar a hacerlo por nuestra cuenta”.

Concretamente, Azumi cree que el Gobierno debe dar los pasos necesarios para desencallar una propuesta que lleva debatiéndose desde marzo para designar a las regiones afectadas por el desastre “zonas de reconstrucción especial”. Se trataría de establecer zonas administrativas especiales en las áreas más afectadas, en donde se flexibilizarían las restricciones y regulaciones gubernamentales para así fomentar proyectos de reconstrucción. Estas zonas recibirían un trato especial en cuanto a presupuesto y sistema impositivo –una idea que Azumi consideraría eficaz ante un desastre de esta magnitud sin precedentes. “En circunstancias normales, es una prioridad del sistema jurídico garantizar que la ley nacional se aplica en todos los rincones del país por igual. Pero el sistema normal no funciona correctamente tras un desastre de esta magnitud. La creación de zonas especiales adaptadas a las distintas zonas afectadas facilitaría la fomulación de políticas acordes con la realidad y las necesidades de la situación sobre el terreno”.

El futuro de la industria pesquera de Onagawa


Carreteras cercanas al puerto continúan anegadas.

Onagawa está situada en la parte más meridional de la costa de Sanriku. Agraciada con unos buenos puertos naturales y excelentes bancos de pesca, la población ha hecho de la piscicultura del salmón plateado y el cultivo de ostras la espina dorsal de su economía. El alcalde Azumi afirma que la reconstrucción del puerto, que ha bajado más de un metro de nivel después del desastre, es una prioridad urgente.

“A pesar de todo, estamos ante una oportunidad de nuevo desarrollo ideal. Algunas zonas costeras han quedado completamente destruídas, y eso ha eliminado los problemas de los derechos del uso del terreno. El Gobierno debe tomar la iniciativa para determinar los niveles de las mareas y otros aspectos, así como establecer los niveles apropiados para los nuevos muelles lo más rápidamente posible”.

Azumi habla de las perspectivas de restablecer la industria pesquera de la población y sus esperanzas sobre lo que hará el Gobierno al respecto. “Por desgracia, creemos que entre el treinta y el cuarenta por ciento de los pescadores de la población abandonará. Ya antes del desastre, un porcentaje desproporcionado de la población que se dedicaba a la pesca eran personas mayores, y el tsunami ha diezmado las familias dedicadas a este sector. Nuestra industria pesquera depende muchísimo de la acuicultura, y ello exige considerables inversiones en instalaciones, equipamientos y mano de obra. Si no trabajamos todos juntos, no iremos a ninguna parte. En este momento disponemos de quince zonas de pesca con instalaciones portuarias adjuntas, y esperamos poder dar apoyo a la comunidad reorganizándolas en unas seis zonas. Estamos instalando ‘estaciones para pescadores’ prefabricadas en todas las zonas de pesca para que la gente tenga un lugar para hablar con franqueza e intercambiar ideas sobre el futuro de la industria local. Por esta razón necesitamos que se designe a esta área como zona especial, para proteger a los negocios e industrias locales de la zona para el futuro”.

Otro de los tablones más importantes del andamiaje financiero de Onagawa son las subvenciones que recibe del Gobierno a cambio de albergar la Central Nuclear de Onagawa. El tsunami arrasó instalaciones pertencientes al centro de prevención de accidentes nucleares de la prefectura y también se acercó peligrosamente a los edificios de los reactores principales. Los reactores siguen parados, y no se sabe si se pondrán en marcha de nuevo, si es que eso llega a ocurrir. Cuando hablé con él en marzo, Azumi insistió en diferenciar Onagawa de Fukushima. Según él, la central nuclear aguantó el terremoto, puesto que había sido diseñada para ello. Pero esta vez habla muy despacio, seleccionando sus palabras con sumo cuidado. “Personalmente, no veo motivos que impidan poner en marcha la central nuclear de nuevo. Pero es innegable que es una situación difícil. Pero repito, ni la administración, ni los ministerios del Gobierno central ni las empresas eléctricas son unánimes al respecto. Las directrices e instrucciones sobre los niveles de radiación y los límites de las zonas de evacuación han cambiado una y otra vez. Y si decidiesen abandonar la energía nuclear, no veo cómo podemos permitirnos dejarlo todo de la noche a la mañana... Pase lo que pase, el Gobierno debe aplicar un plan a largo plazo que sea digno de confianza y que nos sirva para varias décadas en el futuro”.

La importancia de la gestión específica ante una emergencia

Dejo Onagawa y me dirijo treinta kilómetros al oeste, hacia la población de Matsushima, lugar de la legendaría bahía de calas e islas cubiertas de pinos conocida como uno de los “tres paisajes de Japón”. Aquí constan dieciséis personas como muertas o desaparecidas –un número relativamente pequeño en comparación con los municipios vecinos, donde las víctimas mortales se cuentan por centenares o miles. Se cree que la península y las numerosas pequeñas islas por las que Matsushima es famosa podrían haber ayudado a atenuar el impacto del tsunami. El hecho de que el agua de la Bahía de Matsushima tiene una profundidad media de tan solo 3,5 metros también puede haber sido un factor determinante.

De hecho, cuando paseo por su costa, me asombro al ver que los rompeolas y bosques cercanos a la costa parecen haber escapado prácticamente indemnes. Cuesta creer que escenas de devastación similares a las que había visto en Onagawa se extiendan a ambos lados de la costa a tan solo a unos pocos kilómetros de distancia.


Matsushima, con su intrincada orografía costera y sus cientos de pequeñas islas, resultó relativamente indemne.

No obstante, la población estima que el coste total de los daños ascenderá a los 8,6 mil millones de yenes, cifra que supera el presupuesto general incial de la ciudad de ese año, fijado en 5,3 mil millones. A pesar del cada vez mayor estatus de Matsushima como ciudad dormitorio de la cercana ciudad de Sendai, capital de la prefectura, es el turismo y la pesca lo que siempre ha sido la base de la economía local. Instalaciones cruciales para estas dos industrias quedaron inundadas tras el desastre. La situación afectó particularmente a las reservas por las vacaciones de la Golden Week (semana de oro) del mes de mayo, fecha en que la ciudad normalmente habría tenido una ocupación máxima. El señor Ōhashi Takeo, alcalde de Matsushima, explica: “La pérdida de las especialidades de marisco local de Sanriku nos ha afectado mucho en cuanto al turismo. Muchas de las personas que están trabajando en los proyectos de reconstrucción local se albergan en este momento en los hoteles y hostales de la población, pero en muchos casos no cenan en ellos, así que los dueños sólo facturan alrededor de la mitad de lo que facturarían normalmente”.


Ōhashi Takeo es alcalde de Matsushima, prefectura de Miyagi, desde 2007.

Pero en comparación con otros lugares, Matsushima ha sufrido un daño relativamente pequeño, y todavía dispone de los atractivos naturales que siempre la han convertido en un importante destino turístico. El señor Ōhashi afirma convincentemente que la ciudad tiene un importante papel que desempeñar, tanto como base de las operaciones de respuesta al desastre en toda la región como en la ayuda para conseguir que los turistas de Japón y del resto del mundo vuelvan a venir.


Las especialidades de marisco de Matsushima ya vuelven a estar en los estantes.

“Estoy convencido de que hemos hecho una contribución inequívoca a las acciones de respuesta al desastre, como por ejemplo la de ofrecer refugio a muchas de las víctimas de comunidades vecinas. Siempre existe la posibilidad de que ocurra otro desastre en el futuro, y por eso queremos reforzar nuestra capacidad de colaboración con otros gobiernos locales y organizaciones de la región. Además, durante estos últimos veinte años hemos asistido a un aumento continuado del número de visitantes de lugares como China, Hong Kong, Taiwán, Estados Unidos de América y Francia. Es por ello que debemos potenciar las relaciones públicas para poder atraer a un flujo renovado de turistas extranjeros”.

El señor Ōhashi afirma tener serias reservas sobre la respuesta del Gobierno japonés tras el desastre. “Como persona que se ha visto afectada por la respuesta gubernamental a este desastre, lo primero que me sale de dentro es que están intentando salir adelante siguiendo procedimientos operativos estándar. Las regiones están muy alejadas de la política central, y tal vez esto es inevitable hasta cierto punto, pero aquí estamos enfrentándonos a un gigantesco desastre natural, y las respuestas de brocha gorda no bastan. En circunstancias normales, la gestion de la situación a nivel global consigue probablemente una mayor eficacia con un coste menor. Pero en una situación de emergencia en donde las funciones más básicas de la sociedad han dejado de funcionar correctamente resulta esencial gestionarlo todo a un nivel más específico, desde el abastecimiento de agua, gasolina y otros artículos de primera necesidad. Ojalá los políticos y otros cargos con responsabilidad a nivel nacional visiten las zonas afectadas y puedan fijar sus prioridades de reconstrucción tras haber visto con sus propios ojos las cosas como realmente son”.

El coste de la reconstrucción: veintitrés billones de yenes en diez años

A mi regreso a Sendai desde Matsushima me detengo en la lonja de pescado al por mayor de Shiogama, uno de los centros más importantes de la industria del marisco de Tōhoku. Al igual que gran parte de la región, también es zona catastrófica: veintiuna personas de la ciudad han sido confirmadas como muertas o todavía desaparecidas después del desastre. Cuando lo visité en marzo, la lonja estaba prácticamente desierto y con muy poca oferta de producto a causa de la ausencia casi total de capturas en los puertos pesqueros de la prefectura de Miyagi, pero esta vez la cantidad en oferta es mucho mayor. El señor Suzuki Kiyotaka, minorista de marisco local de 58 años, también tiene un aspecto mucho más alegre que cuando le conocí hace cuatro meses.

“La pesca de enmalle se ha reanudado con limitaciones hará cosa de un mes. Desde entonces, han vuelto a aparecer en las lonjas especies como la platija (karei e hirame). Pero sigue sin haber casi nada de la costa de Sanriku. Las acciones para que el sector vuelva a activarse no van todo lo bien que cabía esperar. En lugares como Kesennuma, en la prefectura de Miyagi, la gente ha tenido que arreglar las barcas y muelles por su cuenta, sin confiar en la ayuda del Gobierno central”.


La lonja del pescado al por mayor de Shiogama está empezando a recuperar su anterior vitalidad.


El señor Suzuki Kiyotaka muestra su alegría en la lonja pesquera de Shiogama.

El 29 de julio, la Sede del Gobierno para la recontrucción en respuesta al gran terremoto del este de Japón, presidida por el primer ministro Kan Naoto, adoptó sus Directrices Básicas para la Reconstrucción. Las estimaciones preliminares aseguran que la reconstrucción costará veintitrés billones de yenes durante los próximos diez años. Los anteproyectos incorporan planes para crear zonas especiales de reconstrucción con una flexibilización de las regulaciones, la posibilidad de un trato tributario preferencial y el establecimiento de un sistema de subvenciones para la región. Pero no se hizo mención alguna de planes de reubicación de las viviendas en zonas más altas, aunque este tema era una preocupación clara del Gobierno y de las regiones afectadas. Los partidos del Gobierno no consigueron ningún acuerdo de financiación, como una subida de los impuestos, ni entre sí ni con el PDJ y, en esencia, la cuestión quedó pospuesta indefinidamente. El resultado final es asombrosamente pobre en detalles concretos, por ejemplo en relación al accidente de las centrales de Fukushima. Visto el entusiasmo incial del primer ministro Kan, el plan que se ha hecho público parece haber caído en saco roto. Cuesta evitar la sensación de que el Gobierno ha eludido el reto.

En todas las zonas afectadas que visito noto una fuerte sensación de hastío y un aumento de la desesperación. La gente teme que Tokio vaya abandonando a la región con el paso del tiempo. Desde esta distancia, los llamamientos a “trabajar todos unidos como país para reconstruir Tōhoku” se convierten rápidamente en mera palabrería. En Tōhoku, la falta de confianza en la política y los políticos está llegando a un punto de ruptura.

El 2 de septiembre, un mes y medio después de mi viaje a Tōhoku, Kan y su gabinete presentaron la dimisión tras el aumento de las críticas de la opinión pública a su gestión, y Noda Yoshihiko fue nombrado primer ministro. Parece que el nuevo Gobierno por fin está empezando a avanzar hacia la siguiente fase en cuanto a abordar temas como el tercer presupuesto complementario, la subida de los impuestos para garantizar los fondos públicos necesarios para la reconstrucción, y la creación de zonas administrativas especiales. El pueblo de Tōhoku ya ha padecido bastante. No debemos permitir que sufra más.

(Escrito originalmente en japonés y traducido al español de su versión inglesa.)


Papel atrapamoscas en un centro de evacuación. Las moscas han sido una de las principales molestias durante los calurosos meses estivales.


Instaladas por las Fuerzas de Autodefensa, los baños públicos “Kōbō no Yu” han sido una bendición para los evacuados.


“Kōbō no Yu” interior.


Ropa colgada para secar junto a las pistas de tenis.


La recuperación del puerto de Onagawa todavía tardará mucho.


En la lonja de Shiogama por fin vuelven a disponer de pescado y marisco locales.


Mapa que muestra el alcance de las inundaciones en Onagawa y alrededores.


Mapa que muestra el alcance de las inundaciones en Matsushima y Shiogama.

Gran Terremoto del Este de Japón Tōhoku Kikuchi Masanori Onagawa Ishinomaki