La revolución del esquisto y la política energética japonesa

Geopolítica de la revolución del esquisto

Política Economía

Se prevé que Estados Unidos consiga autoabastecerse de energía gracias al gas y al petróleo que está extrayendo del esquisto. Presentamos aquí una reflexión sobre el influjo geopolítico que esta revolución del esquisto ejercerá sobre Japón y sobre el resto del mundo.

La revolución que el gas de esquisto (gas pizarra) está obrando en Estados Unidos es conocida ya con el nombre de “revolución del esquisto” (shale revolution, incluyendo aquí también el petróleo de esquisto) y es vista como un factor de cambio radical en el juego político y económico en ese país. Sin embargo, da la impresión de que en Japón no hay una conciencia demasiado viva sobre la influencia que puede llegar a tener esta revolución en la economía japonesa o en el orden mundial. En este artículo hablaré de algunas de las consecuencias económicas y geopolíticas de esta revolución del esquisto, frente a las que tanto Japón como el resto de los países deberían pertrecharse.

Un influjo macroeconómico opuesto en Japón y Estados Unidos

Las consecuencias sobre el equilibrio macroeconómico que se derivan de la revolución del esquisto son de signo opuesto en Japón y en Estados Unidos, y pueden invertir la relación económica bilateral, que ha servido de base para el desarrollo económico japonés después de la Segunda Guerra Mundial.

A partir de este momento, Estados Unidos irá reduciendo visiblemente sus importaciones de energía primaria y, según previsiones que cobran cada vez más fuerza, en un futuro no muy lejano podrá reducir prácticamente a cero su dependencia externa en materia de energía. La balanza por cuenta corriente podrá, en el peor de los casos, frenar su creciente desequilibrio, y hasta es posible que ponga rumbo a la mejoría. Y si en algún sitio se hacen patentes los fenómenos contrarios, será precisamente en la economía japonesa.

A menos que los políticos japoneses tomen la valerosa decisión de poner rumbo hacia el sostenimiento y renovación de la energía nuclear en Japón, lo cual es muy poco probable, las importaciones de materias primas no disminuirán. Aunque esto, lógicamente, dependerá de la voluntad de las autoridades reguladoras y del Congreso Federal norteamericano, si el gas y el petróleo estadounidenses comienzan a fluir a gran escala hacia Japón, la balanza comercial bilateral, que ya está empeorando desde el punto de vista japonés, comenzará a ser desfavorable a este país en un grado todavía mayor.  

Ese futuro en que el intercambio comercial entre ambos países pase a presentar números rojos para Japón, con un saldo cada vez más deficitario, va acercándose a cada instante. Una situación que apenas han podido imaginar las personas de las generaciones en activo, que actualmente copan los puestos de mando en la política, en la administración del Estado o en la empresa privada, pero que está en realidad a la vuelta de la esquina. Y que no puede tomarse a la ligera, pensando que ese desequilibrio será compensado por el superávit en la balanza de rentas: la economía japonesa viene mostrando un debilitamiento generalizado en la propia balanza por cuenta corriente. Sobre este aspecto incidiré más adelante.

A la economía japonesa le llegará el momento en que comience a experimentar dificultades para financiarse. Desde el ángulo de identidad matemática de la macroeconomía, en la que el ahorro y balanza por cuenta corriente siempre están equilibrados, es una situación a la que alguna vez habrá que enfrentarse. En un país como Japón, en el que la población activa decrece, el ahorro no puede sino decrecer también, porque es impensable que no empeore la balanza por cuenta corriente. Lo que sorprende es la velocidad a la que esto está sucediendo. La fobia nuclear desencadenada por el terremoto y la revolución del esquisto que está ocurriendo en Estados Unidos están teniendo un efecto compuesto, y a una velocidad hasta ahora inimaginable.

Estos dos fenómenos van a empujar los tipos de interés en Japón hacia el alza y esto traerá como consecuencia dificultades para amortizar la deuda pública. No estaremos demasiado lejos de lo que hemos visto en Grecia.

Thinking about the unthinkable

Junto al equilibrio macroeconómico, otro aspecto que no podemos dejar de lado son las consecuencias geopolíticas de la revolución del esquisto. Gracias al gas y al petróleo de esquisto, Estados Unidos será menos dependiente de las importaciones de recursos primarios. Nos preguntamos qué cambios se producirán en la forma en que se implica con otros países en política y seguridad. Es muy posible que su interés por los asuntos de Oriente Medio descienda.  

El sentido de responsabilidad norteamericano en cuanto a la preservación del orden mundial se ha basado, en gran medida, en su implicación en Oriente Medio. A la luz de este hecho, es posible que un debilitamiento de ese interés en Oriente Medio produzca en Estados Unidos el efecto de rebajar el interés hacia el exterior en términos generales. Nos preguntamos si eso redundará en una mayor estabilidad en el mundo y la respuesta es, sin duda, negativa.

Con la desestabilización del orden mundial, aumentará forzosamente la dificultad para prever el futuro. Y el tipo de interés, que gobierna el flujo global de capitales, reflejará ese aumento del riesgo, por lo que inevitablemente se dirigirá hacia el alza.  

De esta forma, con el mutuo refuerzo de los factores internos y externos, el tipo de interés en Japón se irá elevando. El área de propagación de la revolución del esquisto podría ser extremadamente amplia, pero en estos momentos la acción que no se puede postergar es la que expresa la frase “pensar en lo impensable” (to think about the unthinkable). Una actividad, y un reto, que nunca se les ha dado bien a los organismos oficiales japoneses de toma de decisión.

Japón, una economía que pierde capacidad de obtener ingresos

El superávit en la balanza comercial de Japón arrojó resultados superiores a los diez billones de yenes en seis ejercicios de los diez que median entre 1998 y 2007. La cifra más elevada se alcanzó en 1998, año en que se registraron 13,99 billones de yenes, y la más baja en 2001, con 6,56 billones. Durante los años 2008 y 2009, con el retroceso de la economía mundial, el superávit se hundió hasta situarse algo por encima de los dos billones de yenes y en 2010 se produjo un repunte hasta los 6,63 billones. Pero es posible que ese fuera el último año en que la economía japonesa muestre un superávit comercial tan considerable.

En 2011 la balanza comercial japonesa se apuntó un déficit por primera vez en 31 años. La cifra fue de 2,56 billones de yenes. A falta de conocerse los datos definitivos, para 2012 se espera que el déficit se sitúe en torno a los cinco billones de yenes. Supone, en cifras absolutas, un viraje hacia el rojo de cerca de diecinueve billones, catorce años después de que se alcanzase el récord de superávit. Cuantitativamente, este hundimiento equivale a la desaparición de un país que, como Chile, Israel, Portugal o Egipto, se sitúe en el puesto cuarenta de la clasifición de países por el tamaño de su economía. 

Tampoco es normal la forma en que se ha transformado la economía japonesa, tal y como se ve en la evolución que ha seguido su balanza por cuenta corriente. Si en 2007 esta registraba un superávit frente al resto de países de 24,93 billones de yenes, en 2012, según las previsiones, el superávit se reducirá hasta situarse en apenas 4,30 billones. Es una caída de más de 20,63 billones. Por compararlo con algo, sería como si las gigantes norteamericanas General Motors y Ford hubieran desaparecido. Conviene pensar en la cantidad de puestos de trabajo que se han perdido en este periodo. Si esto ocurriera en Estados Unidos, ningún presidente podría aspirar a ser reelegido.     

Si centramos el enfoque en el intercambio comercial bilateral con Estados Unidos, del que cabe pensar que recibirá más directamente los efectos de la revolución del esquisto, advertimos que las transformaciones en la balanza comercial están ya en marcha. Es evidente que ese pensamiento según el cual hay una dinámica que permite a Japón crecer o salir de las recesiones económicas exportando a Estados Unidos no es ya más que una idea fija que solo existe en nuestras cabezas. Durante los diez años que median entre 1998 y 2007 la balanza comercial fue continuamente favorable a Japón en cantidades que rondaban los siete u ocho billones de yenes. La cifra más alta fue la de 2006, con 9,02 billones, pero después de 2009, cuando ocurrió la crisis financiera internacional, solo se alcanzaron los tres o cuatro billones.

Así pues, con la entrada del nuevo siglo, el equilibrio económico de Japón con respecto al exterior ha experimentado en muy poco tiempo un brusco empeoramiento que afecta tanto a la balanza comercial como a la balanza por cuenta corriente. Esto, como reconoce la gran mayoría de los analistas, está motivado directamente por el hecho de que Japón, con su alergia nuclear, se ha visto obligado a aumentar sus importaciones de combustibles fósiles. Pero si lo observamos más en profundidad, lo que está ocurriendo es que a Japón ya no le quedan energías para obtener liquidez.

A menor ahorro, mayor deterioro en la balanza por cuenta corriente

La otra cara de la moneda es que toca a su fin la época en que en Japón se conseguían excedentes de ahorro.

Según las estadísticas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la tasa de ahorro familiar en Japón fue en 2012 del 1,9%, muy por debajo del 10,1% de Alemania e incluso del 3,7% de Estados Unidos. La caída es muy importante también en este apartado, pues si contemplamos su evolución desde 1995 comprobamos que, frente a una caída aproximada del 1% en estos dos últimos países, en Japón ha sido de diez puntos, desde el 12,2% que tenía en aquel año, según las proyecciones publicadas en su informe semestral OECD Economic Outlook, número 92.

En cuanto a los datos correspondientes al gobierno, no habrá que decir que carga con un exceso de deuda. En el caso de Japón, esto se cubre con el ahorro generado por las empresas, lo que hace posible que el índice de ahorro correspondiente al conjunto del país (sobre el producto interno bruto nominal) sea del 22,9%, lo que le deja todavía una cierta holgura. Aun así, esto representa una caída de 8,6 puntos con respecto a la medición de 1995. En realidad que el ahorro esté en manos de las empresas no significa otra cosa que una disminución en las oportunidades de inversión. Y si esto es así, hemos de concluir que las perspectivas de que repunte el ahorro familiar, que en circunstancias normales debería aportar la mayoría del ahorro, son muy poco halagüeñas.

Es a este panorama al que hay que sumar los efectos de la revolución del esquisto. El intercambio comercial con los Estados Unidos, cuyo superávit se ha reducido ya hasta los tres billones de yenes, entrará en números rojos. El cambio más trascendental se dará cuando, bien el gas natural procedente del esquisto, bien el que se extrae por métodos convencionales en Alaska, comience a ser exportado a Japón a gran escala.  

A todo esto podrían presentarse algunas objeciones. La primera sería que, debido a que esa compra se haría de un país que es aliado en materia de seguridad nacional, traería beneficios no estrictamente económicos. La segunda, que en un momento en que el precio internacional del gas natural, indexado al precio del petróleo, resulta comparativamente alto, poder comprarlo a bajo precio de Estados Unidos tendría un efecto positivo sobre la balanza comercial japonesa.

Por lo que se refiere al primer razonamiento, estoy de acuerdo. Si han de adquirirse recursos, que sea de Estados Unidos. Estoy conforme también por lo que atañe a que podrían conseguirse mejores precios comprándose gas y petróleo estadounidenses. O, mejor dicho, pienso que Japón debería tratar de utilizar la alianza entre ambos países para negociar con ventaja los precios de estos dos recursos, cuando comiencen las importaciones a toda escala.

Pese a todo ello, creo que cuando Japón haya sufrido ya un déficit en su relación comercial con Estados Unidos, junto a una suerte de impacto, se producirá un despertar a la verdadera realidad de la economía japonesa. Como muestran las estadísticas de los resultados del intercambio comercial por regiones del mundo, actualmente Japón no dispone de ningún país o mercado que pueda, por sí mismo, absorber sus exportaciones en las cantidades en que lo hacía Estados Unidos. Con respecto a China, Japón viene registrando déficits comerciales consecutivos desde 1988. Aunque el precio de los recursos que Japón adquiera de Estados Unidos pueda ser relativamente bajo, no cabe pensar que la balanza exterior de una economía como la japonesa, que ya no tiene nada que vender a Estados Unidos, pueda beneficiarse de un claro efecto positivo.   

Conviene aquí comprender que, si se produce un déficit en la balanza por cuenta corriente bilateral con Estados Unidos, no estará lejano el día en que el déficit afecte a la balanza por cuenta corriente con el conjunto de los países del mundo. Si comparamos Japón a una empresa, el balance de explotación, que muestra el lucro obtenido mediante la actividad de esa empresa, pasaría a arrojar un déficit. Si la balanza por cuenta corriente se pone también en números rojos, a esa empresa no le resultará fácil financiarse.

Una vez que sale a la luz una situación así, se hace muy difícil controlar la subida de los tipos de interés. No será necesario recordar lo que ha ocurrido con Grecia, o con Portugal. La deuda soberana, la devolución de cuya cantidad principal no es posible ni en sueños, va agrandándose como una bola de nieve.

¿Reducirá Estados Unidos su implicación en asuntos extranjeros?

Hasta aquí, siguiendo la evolución del deterioro sufrido por la balanza exterior japonesa, he señalado cómo el aumento que necesariamente se producirá en las importanciones de recursos norteamericanos contribuirá a acelerar ese proceso, y qué consecuencias traerá esto: una elevación del tipo de interés en Japón, que agravará notablemente la situación de las finanzas públicas.

Estos hechos traerán, indudablemente, consecuencias también en la esfera política.

Si, a fin de frenar el ascenso de China y las ambiciones de este país de ampliar sus aguas territoriales, Japón desea mejorar sus dotaciones en cuanto a capacidad de defensa nacional y de vigilancia marítima, entonces esta va a ser una de las últimas oportunidades de que dispondrá para hacerlo. Ahora que en el interior del país impera el orden social y que todavía hay expectativas de una cierta sostenibilidad de las finanzas públicas, es posible articular un discurso positivo, tomando el fortalecimiento del poder disuasivo frente a China como un sostén de la previsibilidad en lo que concierne a Japón. Conforme pase el tiempo, esto será más difícil.    

La fórmula adoptada en el Japón de la posguerra, de cargar con los costos que suponen las bases militares norteamericanas en Japón a cambio de “comprar” su poder militar, hará que se pierda el equilibrio que venía existiendo entre las partes. Me refiero al hecho de que, si bien el ejército norteamericano está considerando hacer nuevas inversiones en toda el área que va del Oceáno Pacífico al Índico, a Japón le irá resultando cada vez más difícil aumentar su contribución a esos gastos, como país anfitrión. La conclusión que puede extraerse es que, si resulta posible, mediante algún método, sostener y reforzar el poder de la alianza nipo-estadounidense sin necesidad de que Japón realice nuevos gastos, sea cual sea ese método habrá que probarlo. El despliegue de los aviones Bell-Boeing V-22 Osprey debería ser bien recibido y deberían adoptarse con premura otras medidas, como aprobar la inclusión en el texto constitucional del derecho a la defensa colectiva.  

Y en tanto no sea posible ya seguir firmando cheques, habrá que hacer algo también en cuanto a la ayuda oficial al desarrollo (AOD) que Japón presta a otros países. Será necesario hacer una dura criba, seleccionando rigurosamente los países y los proyectos.

Sin embargo, desde una perspectiva mundial, todas estas consecuencias políticas que podrían derivarse para la situación interna de Japón palidecen, por su escala y por su grado de influencia, ante los cambios geopolíticos que podría acarrear la revolución del esquisto.

Uno de los pilares que han sostenido el sistema mundial de la posguerra ha sido el marco de seguridad ofrecido por Estados Unidos a los países de Oriente Medio. Especialmente, Estados Unidos y Arabia Saudí, país que manejaba a su antojo el grifo para producir más o menos petróleo, han mantenido una relación que, si bien no ha estado basada en unos valores comunes, sí que ha estado basada en unos mismos intereses, y gracias a ella, con los precios del crudo hundidos, ha funcionado con efectividad para estrangular económicamente a la Unión Soviética y en otros casos.

Una de las recompensas obtenidas de Arabia Saudí por Estados Unidos a cambio de extender su sistema de seguridad a Oriente Medio ha sido poder realizar todas las transacciones en el mercado de capitales de Nueva York, de forma que todo el dinero procedente del petróleo circulaba necesariamente en el mercado del dólar. El dólar se convirtió así en la única moneda de pago tanto para el petróleo como para otros productos primarios, con lo que los americanos consiguieron un privilège exorbitant, que dirían los franceses. El privilegio que supone poder evitar el riesgo de las fluctuaciones cambiarias y poder tener una política monetaria con influencia en todo el mundo se debe en gran parte al hecho de que solo era posible comprar petróleo con dólares.   

En estos momentos en que la influencia de la revolución del esquisto está todavía en fase embrionaria, eso está empezando a cambiar.

Estados Unidos cede la iniciativa en Oriente Medio tras 55 años de dominio

La decisión de Estados Unidos de confiar al Reino Unido y a Francia la operación de bombardeo aéreo para acorralar al líder libio, Muamar el Gadafi (si bien puede decirse que la implicación norteamericana, que contribuyó suministrando proyectiles de alta precisión entre otras cosas, tuvo una gran influencia sobre el resultado final de la misma), significó que Estados Unidos, que durante 55 años había dominado la región, se retiraba a un discreto segundo plano por primera vez desde que las dos potencias europeas perdieran su influencia sobre Oriente Medio a raíz de la Crisis de Suez (1956-1957). Por otra parte, David Sanger, en su última obra, Confront and Conceal (“Hacer frente y ocultar”), presenta la decisión de Barack Obama de retirar su apoyo político al egipcio Hosni Mubarak como una “amortización de pérdidas” del “activo intangible” creado por Estados Unidos en Oriente Medio, que demostraba hasta qué punto este había sido infravalorado.   

De hecho, la implicación norteamericana en los asuntos de Oriente Medio había comenzado a reducirse ya con la reorganización en el orden de prioridades de seguridad que supone la retirada de Irak y Afganistán, y el traslado del centro de gravedad de la presencia norteamericana hacia el Océano Índico y el Pacífico. Sobre estas tendencias irá ejerciendo su influencia la revolución del esquisto. 

A partir de aquí no podré presentar argumentos basados en hechos ni en datos numéricos. Porque voy a tratar de hechos que están aún por suceder. No parece que puedan hacerse muchas objeciones al hecho de que, si la economía estadounidense llega a conseguir una autarquía total en materia de combustibles fósiles, será difícil esperar que ese país siga interviniendo en la estabilización del orden de Oriente Medio.

Si Estados Unidos deja de presionar sobre Oriente Medio, el orden en esta región, incluyendo a Arabia Saudí, que se las ha arreglado para sobrevivir a la Primavera Árabe, se verá abocado a grandes alteraciones. Estados Unidos reunirá en torno a sí a algunos aliados y tratará de restablecer ese orden, pero no parece que países como China o Rusia vayan a secundarlo fácilmente. Entonces podremos ver hasta qué punto es inestable un mundo en el que ningún país ejerce un claro liderazgo.  

Los inversores, temerosos siempre del riesgo, se acobardarán. Y como persiguiendo a los capitales, que irán a refugiarse en sus propios mercados nacionales, la ola de la globalización comenzará a moverse en sentido inverso. Esto equivale a decir que la era de los tipos de interés bajos y estables terminará, que estos comenzarán a subir, cebándose en los países que ofrezcan una resistencia más débil. Japón, cuya capacidad de producir flujos de caja positivos se está viendo mermada, corre el riesgo de ser engullido por esta ola, tanto más cuanto que su dependencia de los países productores de petroleo de Oriente Medio es muy elevada.

Es difícil hacer pronósticos sobre si China será capaz de resistir el embate, pero si tiene la oportunidad de hacerlo, el gobierno de Pekín previsiblemente tratará de establecer un sistema en el que pueda adquirir petróleo y otros recursos pagando en yuanes. Aumentarán entonces las reservas en yuanes de los bancos centrales de los países asiáticos. Es perfectamente posible que esto conduzca a un aumento de la influencia política de Pekín.

Japón debe superar diferencias internas y afrontar los riesgos que encara

Desde esta perspectiva, al plantearnos qué significará la revolución del esquisto, no podemos entenderla como un fenómeno puramente económico. El sostenimiento de Estados Unidos como potencia estabilizadora del orden mundial es un reto común que afrontan todos los países que han venido beneficiándose bajo el sistema imperante. Entre ellos, Japón debería activar ahora mismo esfuerzos para enfrentarse a los complejos factores de elevación de riesgos.

Los políticos de Tokio, superando las diferencias entre gobierno y oposición, deberían legar a un consenso a la hora de interpretar estas grandes corrientes que dominan nuestra época. Sería deseable que se alistasen las medidas políticas que hoy son todavía ejecutables, pero que pronto dejarán de serlo, y que también al respecto se consiguiera un amplio consenso por encima de las divisiones de partido.

En el campo diplomático es necesario acelerar las acciones en la dirección que ya ha sido tomada. En otras palabras, buscar alianzas con las “democracias marítimas” y fortalecer la relación con los países de habla inglesa. En el primer caso, se trata de trabajar en común con un grupo de países con los que Japón comparte valores e intereses; la importancia de hacerlo también con el segundo grupo de países es que la información fluye mejor cuando esa lengua es el vehículo. Y la información es tanto más importante cuanto más penetramos en una época en que predecir el futuro es muy difícil. Por lo tanto, la idea sería doblar el peso relativo que se viene concediendo en la política exterior japonesa a países como Australia, India, Reino Unido o Canadá.

Fotografía de fondo del título: Excavaciones de petróleo de esquisto en el estado de Texas (EE.UU.).

(Publicado el 19 de diciembre de 2012 y traducido al español del original en japonés)

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