Siete décadas de posguerra en Japón

Las relaciones Japón-Corea del Sur en un mundo cada vez más equilibrado

Política

2015 trae el 70 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, pero también el 50 aniversario de la firma del Tratado sobre las Relaciones Básicas entre Japón y Corea del Sur. Este artículo explora, a la luz de los cambios estructurales que se han producido en las relaciones internacionales, las posibles vías para sacar adelante unas relaciones bilaterales que están prácticamente paralizadas por las diferencias de conciencia histórica y otros problemas.

Un tratado precedido por una época que cambió el mapa del mundo

2015 es, para las relaciones entre Tokio y Seúl, el año del 50 aniversario de la firma del Tratado sobre las Relaciones Básicas entre Japón y Corea del Sur de 1965. Cuando oímos hablar de 50 años, no es fácil hacerse una idea de lo que representa un periodo de esa duración, pero para comprenderlo podemos probar a restar otros 50 años de esa fecha. Restando 50 a 1965 se obtiene 1915, y 1915 nos retrotrae a un momento histórico en que el dominio colonial japonés sobre la península de Corea era aún incipiente, no habiéndose cristalizado todavía el movimiento independentista del 1 de marzo, el más importante entre los que ocurrieron, que llegaría cuatro años después, en 1919.

Si dirigimos la mirada al mundo, veremos que en Europa se había desatado la Primera Guerra Mundial, en la que luchaban a muerte las cinco grandes potencias europeas: Reino Unido, Francia, Alemania, Austria-Hungría y Rusia. Tres de ellas –Alemania, Austria-Hungría y Rusia– seguían aferradas a regímenes de viejo cuño, muy alejados del modelo de las democracias occidentales. Estados Unidos no pasaba de ser una nueva potencia emergente a la que todavía no se le asignaba ningún papel. La mayor parte de Asia y África estaban bajo el dominio colonial de Occidente y la supremacía de la raza blanca sobre las de color se proclamaba con toda naturalidad.

Sin embargo, en 50 años el mundo se ha transformado. Terminada la Primera Guerra Mundial, una revolución dio origen en Rusia a la Unión Soviética. En la Europa Central quedó disuelto el Imperio Austrohúngaro. Estas dos circunstancias dejaron espacio en el Este de Europa para la creación de varios nuevos Estados. Alemania, vencida en la guerra, sigue una difícil trayectoria histórica que la llevará a aliarse con Italia y Japón, y a causar, 20 años después, la Segunda Guerra Mundial. Este nuevo conflicto trajo como consecuencia el ascenso de dos de sus principales vencedores –Estados Unidos y la Unión Soviética– a la categoría de superpotencias. El mundo se encaminó hacia la guerra fría. Extenuados por el conflicto, Reino Unido y Francia renunciaron a sus imperios coloniales, lo que originó una miríada de nuevos Estados en África y Asia. Asia Oriental tampoco fue una excepción. En la península de Corea y el Sureste Asiático nuevos países alcanzaron la independencia y en China se estableció la República Popular. Así pues, los 50 años que median entre 1915 y 1965 trajeron una verdadera transformación del mapa del mundo.

Hacia un cambio cualitativo causado por la pérdida de hegemonía de las potencias

En comparación con ese medio siglo, el transcurrido entre 1965 y 2015 parece no haber traído cambios tan grandes. En las zonas de Asia más próximas a Japón y Corea del Sur, habría que referirse a la unificación de Vietnam como el cambio más significativo. Por lo demás, las principales fronteras apenas se han modificado. Ni siquiera el fin de la guerra fría, que produjo en Europa grandes convulsiones en el marco internacional, ha tenido consecuencias sobre la situación china, que sigue dividida entre la República Popular y Taiwán, ni sobre la península de Corea, dividida en Norte y Sur.  

Pero esto no significa que durante estos cinco decenios no se hayan producido grandes cambios en el mundo o en Asia Oriental. Si los cambios del medio siglo anterior a 1965 podríamos calificarlos como “cambios de marco” que implicaron modificaciones en las fronteras internacionales, los cambios de este último medio siglo serían más bien “cambios cualitativos” dentro de un mismo marco. Dicho de otro modo, en el mundo de 1965, los países desarrollados, con los antiguos Estados suzeranos en una posición central, siguen ejerciendo un poder avasallador, y los países en vías de desarrollo, muchos de ellos antiguas colonias, continúan en una posición, tanto económica como políticamente, de dependencia.  

Frente a esto, en el mundo del año 2015, ya no se da una situación de superioridad aplastante de los países desarrollados como la que se daba antes. Ni en el terreno económico, como se advierte en el hecho de que el marco del G7, creado en el decenio de 1970, ha sido sustituido por el del G20, que da cita a los 20 países y entidades territoriales más desarrollados, ni en el militar, existe ya una superioridad absoluta de los viejos países desarrollados. Lo que es más, hoy en día ya no puede trazarse una clara línea de separación entre países desarrollados y países en vías de desarrollo.

Unas relaciones normalizadas que reproducen el esquema del mundo

Como es lógico, también la relación bilateral nipo-surcoreana iniciada en 1965 ha estado sometida durante estos 50 años a las grandes corrientes que conducen la historia del mundo. Hasta podría decirse que las relaciones entre un país, Japón, que representó el último ejemplo de gran potencia imperialista hasta la Segunda Guerra Mundial, y otro, Corea del Sur, que desde los años 80 se ha situado a la cabeza de las nuevas economías industrializadas, son una versión reducida de lo que ha ocurrido en el mundo desde 1965. No hay más que comparar la situación de ambos países en 1965 con la situación en que se hallan actualmente.

En 1965 Japón acababa de convertirse en el primer país no occidental en organizar unos Juegos Olímpicos y en ser aceptado en la OCDE, el “club” de los países desarrollados. El Shinkansen (tren bala) recorría ya el trayecto Tokio-Osaka y el país, en plena era de desarrollo económico acelerado, superaba ampliamente cada año el 10 % de crecimiento del PIB nominal. Tres años después, en 1968, el PIB nominal de Japón sobrepasó al de la República Federal de Alemania convirtiéndose en el segundo mayor del mundo. Fue la época en que, apoyándose en este auge de la economía, el Partido Liberal Democrático obtenía en la Dieta (Legislativo) holgadas mayorías que le permitían comenzar a pensar en políticas de largo alcance.     

Por lo que respecta a Corea del Sur, en 1965 habían pasado 12 años desde la consecución del alto el fuego en el conflicto peninsular y el nuevo país continuaba inmerso en grandes dificultades. Ese año la renta per cápita de los surcoreanos en términos de PIB nominal superaba a duras penas los 100 dólares, aproximadamente una séptima parte de la de los japoneses. Todavía más graves eran las condiciones estructurales de su comercio exterior. Ese mismo año, el valor de las exportaciones de Corea del Sur era de 175 millones de dólares y el de las importaciones de 463 millones, lo que dejaba un enorme agujero, de forma que el crecimiento solo podía ser sostenido por la ayuda financiera del exterior.  

En el aspecto militar, el poderío de Corea del Norte, incluso después de la retirada del ejército chino, seguía siendo infinitamente superior al de Corea del Sur, a pesar de lo cual el cariz cada vez más grave que estaba tomando la Guerra de Vietnam iba acaparando la atención del gran aliado de Seúl, Estados Unidos. Y en el aspecto político continuaba la inestabilidad, con un Gobierno, el de Park Chung-hee, surgido a raíz del golpe de Estado de 1961, del que no cabía decir que contase con un claro apoyo popular, pues en las elecciones presidenciales de 1963 el partido en el poder apenas fue capaz de sacar una ventaja del 1,5 % a la oposición.

El Tratado sobre las Relaciones Básicas entre Japón y Corea del Sur fue, pues, producto de esta relación vertical que en aquel momento existía entre Japón y Corea del Sur. Estados Unidos, que conforme se agravaba el conflicto vietnamita se desentendía cada vez más de los asuntos peninsulares, estaba reduciendo su apoyo a Corea del Sur y este país se veía obligado a tapar el agujero adquiriendo divisas por otros métodos. Por esta razón, el Gobierno de Park se vio obligado a dar un giro con respecto a la dura postura que mantenía su predecesor frente a Japón y adoptar una actitud mucho más transigente. El resultado fue que, al firmar el tratado, Park no solo transigió en lo relativo a las cuantías de divisa que conseguiría su país, sino incluso en el concepto por el que Japón las facilitaba, renunciando a recibirlas como “indemnización” por el dominio colonial ejercido, y aceptándolas a cambio como “ayuda económica”.

De lo vertical a lo horizontal: una brecha económica y militar que se reduce

Sin embargo, estas relaciones bilaterales de carácter vertical han cambiado mucho a lo largo de estos 50 años. Una de las causas de este cambio ha sido la disminución de las diferencias económicas entre ambos países. Como queda de manifiesto en el gráfico 1, gracias al impresionante crecimiento económico experimentado a partir de los años 80, Corea del Sur, que era uno de los países más pobres del Extremo Oriente, ha pasado a formar parte ya del grupo de los países desarrollados. La desaparición de la estructura vertical se observa también en el comercio exterior. Los déficits que venía presentando la balanza comercial durante largos años dieron paso a superávits a partir de 2009, y estos siguen creciendo año tras año.

Algo parecido ha ocurrido en el aspecto militar. El gráfico 2 muestra la evolución que ha seguido el gasto militar (en dólares) de Japón, Corea del Sur y Taiwán. El gasto de Corea del Sur, que proporcionalmente es más alto ya que equivale casi al 3 % del PIB, en los últimos años está acercándose rápidamente al de Japón, aunque aquí hay que tener en cuenta también el alza de la moneda surcoreana, el won. Habría que hablar del diverso carácter que tiene en cada país ese gasto, pero en todo caso es un hecho que las distancias se están acortando también en el apartado militar.

Lo que está claro es que, en estos 50 años, las relaciones nipo-surcoreanas han ido cambiando de un modelo vertical a otro horizontal, y esta es la razón de que, actualmente, en Corea del Sur se estén acelerando los pasos para revisar las “viejas relaciones” bilaterales tal como quedan fijadas en el tratado firmado hace medio siglo. A este mismo cambio estructural de las relaciones bilaterales responden hechos como las repetidas sentencias dictadas por tribunales surcoreanos en torno a temas históricos como los reclutamientos forzosos para servir en los burdeles militares o en las fábricas japonesas, que parecen contradecir frontalmente los términos fijados en el tratado, o la dura actitud hacia Japón que, desde el mismo inicio de su mandato, viene mostrando el Gobierno de la actual presidenta, Park Geun-hye.

Una comisión de arbitraje internacional para la renovación de las “viejas relaciones”

La pregunta sería, entonces, cómo debemos hacer frente a esta nueva situación. Lo primero que hay que dejar en claro es que esa revisión de las “viejas relaciones” nipo-surcoreanas nunca puede significar volver al punto de partida de las mismas. Algo tan complejo como un tratado entre dos países para la creación de un nuevo marco que comprenda problemas tan arduos como los territoriales o los que afectan a las diversas visiones de la historia no es algo que pueda hacerse tan fácilmente, y el hecho de que para redactar el tratado actualmente vigente se necesitasen un total de 14 años desde la constitución de la primera mesa preparatoria es la mejor prueba de ello. Tampoco es concebible, dándose situaciones de mutua dependencia a muy diversos niveles, paralizar las relaciones bilaterales hasta que se resuelvan las negociaciones. 

Pero otro hecho que no puede obviarse de ninguna manera es la desesperante falta de coincidencia que se advierte entre la forma en que cada país entiende esas “viejas relaciones” construidas en 1965, alejamiento que se hace patente en las sentencias emitidas por los tribunales de los dos países en temas como los anteriormente mencionados de los reclutamientos forzosos. Dado que el poder ejecutivo tiene el deber de someterse a los dictámenes del poder judicial, en tanto los tribunales de los dos países sigan adoptando interpretaciones opuestas, los respectivos Gobiernos dispondrán irremediablemente de un margen de maniobra cada vez menor para llevar a cabo sus negociaciones diplomáticas. Y los márgenes no van a aumentar posponiendo una y otra vez la resolución de esos problemas.

En estas circunstancias lo más aconsejable sería, en primer lugar, que ambos países se avinieran a discutir una vez más con toda franqueza el propio marco dentro del cual se establecieron esas “viejas relaciones”. Constreñidos por los dictámenes de sus respectivos órganos judiciales, los Gobiernos pueden hacer muy poco al respecto, y es por eso por lo que necesitamos la ayuda de la comunidad internacional. Por ejemplo, en el Acuerdo sobre la Resolución de Problemas Concernientes a Propiedad y Reclamaciones, y sobre Cooperación Económica entre Japón y la República de Corea, uno de los textos adjuntos al tratado, se establece que en caso de producirse diferencias de interpretación se podrá establecer una comisión de arbitraje, y podría ser interesante estudiar esa posibilidad.

El reto es la construcción de un nuevo sistema 

Si en la práctica esta posibilidad resulta difícil o se estima que los riesgos políticos son demasiado grandes, siempre podría adoptarse una segunda vía, estableciendo otra comisión u otro tipo de órgano que pudiera sustituirla. Trátese de la Corte de Justicia Internacional, de una comisión de arbitraje o de cualquier otro órgano de mediación judicial al servicio de la comunidad internacional, al fin y al cabo todos están conformados por renombrados juristas especializados en derecho internacional,  exdiplomáticos, etcétera, y no sería difícil reunir un elenco similar para formar a modo tentativo una comisión que pudiera realizar esa misma labor de mediación. Tal vez, el dictamen de una comisión de estas características podría ser una buena referencia o punto de apoyo para convencer a los órganos judiciales y a la opinión pública de ambos países y hacer posible así una recomposición de las relaciones bilaterales. Y eso, al menos, serviría para ofrecer a los poderes ejecutivo y judicial, y sobre todo a las ciudadanía de ambos países, un buen elemento de juicio para entender cómo se ven en la comunidad internacional esas discusiones que están llevando a cabo. Además, para los Gobiernos, que ahora apenas pueden maniobrar pues están atenazados por una opinión pública intransigente, ese dictamen podría representar una oportunidad de oro para efectuar un cambio de rumbo.      

En todo caso, lo importante es afrontar el actual estado de unas “viejas relaciones” que al cabo de este largo periodo de 50 años han ido perdiendo funcionalidad y explorar posibles vías de solución para este problema. Las relaciones nipo-surcoreanas son una versión reducida de un mundo cada vez más nivelado, y en relación con esta tendencia a partir de ahora van a surgir otros muchos problemas. 

¿Cómo crear un sistema que venga a sustituir al antiguo, sin perder la estabilidad provista hasta el momento por este, en una situación de grandes cambios en las relaciones internacionales? No será exagerado decir que para afrontar este reto tendremos que poner en juego toda nuestra sabiduría y capacidad.

(Escrito el 7 de enero de 2015 y traducido al español del original en japonés)

Fotografía del titular: La presidenta surcorena, Park Geun-hye, y el primer ministro japonés, Abe Shinzō, durante la cumbre de ASEAN+3 (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático más Japón, China y Corea del Sur) celebrada en noviembre de 2014 en Myanmar. (Xinhua/Aflo)

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