Cuatro años en el camino de la reconstrucción

Huérfanos del terremoto: lo peor empieza ahora

Sociedad Cultura Vida

Más de 1.700 niños perdieron a sus padres en el Gran Terremoto del Este de Japón. Marcados por hondas heridas psicológicas, los huérfanos del terremoto necesitan de un sistema de asistencia a largo plazo, así como del apoyo de la comunidad y la sociedad.

Niños desestabilizados por el desastre

Cuando se cumplía el cuarto aniversario del terremoto y el tsunami en marzo de 2015, la reconstrucción de las zonas damnificadas volvió a cobrar protagonismo en Japón. Los medios de comunicación muestran a “niños que dan lo mejor de sí” y “niños que siguen adelante persiguiendo sus sueños”. Sin embargo, para la mayoría de estos niños estos cuatro años han sido una sucesión de cambios abrumadores en su entorno, y tengo el convencimiento de que todavía están lejos de alcanzar la estabilidad psicológica.

Están aumentando los casos de hikikomori (aislamiento social total) y abandono escolar entre los niños de secundaria. Los hay que van a clase con la mochila vacía de libros, otros que viven arrastrando un sentimiento de vacío y algunos incluso dicen que se quieren morir. Algunas víctimas que quedaron huérfanas tras el Gran Terremoto de Hanshin-Awaji (1995) recuerdan que la peor época llegó a los tres o cuatro años del desastre. En el período inmediatamente posterior al terremoto, las víctimas tienen bastante con dedicarse en cuerpo y alma a mantener la compostura y seguir con sus vidas; pero después la situación se calma y llega la época en que sienten desvanecerse sus esperanzas. Las personas de Tōhoku han venido mostrando un gran estoicismo, pero ha llegado esa época durísima en la que realmente van a necesitar ayuda psicológica.

El arcoíris negro que motivó todo un sistema de ayuda psicológica

En 2014 la Asociación de Becas Ashinaga inauguró tres centros Rainbow House para la atención psicológica continua de los niños que se quedaron huérfanos por el terremoto: uno en Sendái, otro en Ishinomaki (ambos en la prefectura de Miyagi) y el tercero en Rikuzentakata (prefectura de Iwate). Estos centros, que celebran sesiones de tertulia de día y alojamiento los fines de semana y durante las vacaciones escolares, ofrecen a los niños un lugar tranquilo y seguro donde desahogar su pena y llorar a voluntad, a resguardo de miradas ajenas. Compartir los sentimientos de los que no suelen hablar, como la confusión, el dolor, la tristeza e incluso el odio ayuda a los niños a ordenar sus sentimientos, tomar conciencia de su situación actual y seguir adelante.

Fachada de la Rainbow House de Sendái

El original salón polivalente con el techo curvado se diseñó para evitar que recordase a lugares de refugio de desastres como los gimnasios escolares.

El salón polivalente también incluye pequeños “escondites” donde los niños pueden relajarse.

La Sala del Volcán, destinada a liberar los sentimientos. Dispone de paredes acolchadas y un saco de boxeo.

La primera Rainbow House se fundó en Kobe en 1999, cuatro años después del Gran Terremoto de Hanshin-Awaji, motivada por el dibujo de un arcoíris negro pintado por un niño apodado Kacchan.

Por aquel entonces la Asociación de Becas Ashinaga ofrecía compensaciones económicas a los huérfanos del desastre y los ayudaba a solicitar becas escolares, pero en agosto de 1995 se creó un programa de campamentos infantiles en una playa del norte de la prefectura de Hyōgo.

En el campamento se plantó un tótem conmemorativo con un tablón en el que los niños colgaron sus dibujos y mensajes. Fue allí donde sucedió la anécdota que originó las Rainbow House, cuando un niño de diez años apodado Kacchan dibujó el arcoíris en un cielo nocturno pero acabó pintándolo de negro.

Kacchan había pasado 9 horas atrapado entre los escombros tras el terremoto. Al llegar el rescate el niño se encontraba en tal estado de shock que no lograba emitir ningún sonido. En el derrumbe de la casa, los ocho miembros de la familia de Kacchan quedaron atrapados bajo los escombros al derrumbarse la casa donde vivían, y su padre y su hermana menor fallecieron.

El dibujo del arcoíris negro nos reveló que, más que las ayudas escolares que teníamos como objetivo original, lo que necesitaban los niños que habían padecido el desastre era algo tan fundamental como ayuda para aliviar sus heridas psicológicas. Gracias a los que aprendimos de los niños del terremoto de Hanshin-Awaji, en el terremoto de 2011 conocíamos la necesidad de la asistencia psicológica y de las Rainbow House, por lo que inauguramos los centros tres años después de la tragedia.

Familias divididas por el tsunami: una ardua experiencia

En muchos casos los niños que pierden a sus padres se sienten responsables de su muerte y sufren secuelas psicológicas ocultas. En el caso de Hanshin-Awaji, por ejemplo, hubo un estudiante de secundaria que seis años después de la tragedia confesó su sentimiento de culpa declarando “Mi madre murió porque yo no había hecho los deberes”. El chico contó que el día anterior al terremoto no había hecho los deberes de la escuela, y su madre le mandó hacerlos a la mañana siguiente. Por la mañana la madre se levantó antes de lo acostumbrado para preparar el desayuno y el terremoto acabó con su vida. “Mi madre se levantó de madrugada porque yo no había hecho los deberes y murió. Yo la maté”. Aunque se trata de un argumento carente de relación causal, la cuestión es que el niño pasó seis años con el remordimiento encerrado en el pecho.

El sentimiento de pérdida de los niños aflora a la superficie repentinamente. No sé si lo que pretenden es expresar una pena que guardaban en un rincón del corazón o bien quejarse por la pérdida de sus padres, pero quiero crear un entorno que les facilite hablar de lo que necesiten. Solo estoy seguro de una cosa: si los mayores no los ayudan, los pequeños se acaban encerrando en sí mismos.

A diferencia del caso de Hanshin-Awaji, el Gran Terremoto del Este de Japón se produjo durante el día. Con los padres en el trabajo, los abuelos en casa y los niños en la escuela, hubo muchas dificultades para localizar a los miembros de cada familia y volver a reunir a los supervivientes. Hubo muchas familias que no pudieron volver a reunirse con vida. En la mayoría de los casos la búsqueda duró dos o tres días, y en los casos de personas desaparecidas porque las arrastró el tsunami las familias vivieron una angustia que duró entre uno y seis meses. Se trata de una experiencia desgarradora que causó heridas realmente profundas.

Según me contó poco después del terremoto de Tōhoku una persona que trabaja con niños, en la escuela primaria se enseña a los estudiantes que cuando hay un terremoto o un tsunami solo deben pensar en huir para salvarse a sí mismos. Sin embargo, muchos niños de cursos superiores que se salvaron de la tragedia tuvieron que ver cómo el tsunami engullía a niños más pequeños que quedaron atrás en la huida. También oí anécdotas como que hubo niños de secundaria que ayudaron a trasladar cadáveres, o que por la noche en los aseos de los refugios se produjeron delitos sexuales.

Los estoicos residentes de Tōhoku también quieren abrir su corazón

Por supuesto que no hay necesidad de decir lo que se quiere callar, y no se debe forzar a nadie a hablar. Sin embargo, debemos prestar nuestros oídos a los pensamientos y los gritos de dolor y pena de cada una de las víctimas. Los habitantes de Tōhoku no hablan mucho, pero eso no significa que no tengan nada que contar, tanto los adultos como los niños. Sin embargo, existen ciertas razones por las que no pueden desahogarse con los que están cerca.

Poco después de la tragedia muchos de los supervivientes se declaraban afortunados: “En mi casa no estamos tan mal. Solo perdimos un miembro. Hubo familias enteras que fueron engullidas por el tsunami”, decían unos. “No puedo quejarme porque en mi familia aún tuvimos suerte”, comentaban otros. Estas reacciones cargadas de estoicismo abundaban sobre todo entre los hombres adultos.

Aunque ambas regiones sufrieron tragedias similares, las personas de Kobe y las de Tōhoku son distintas. Por ejemplo en Kobe, cuando la Asociación Ashinaga les proponía llevarse a los niños de excursión para darles un respiro de la vida en los refugios, la mayoría de los cuidadores aceptaban de buen grado. En Tōhoku, sin embargo, tendían a rechazar la oferta. “Teniendo a voluntarios que han venido desde Tokio para ayudarnos, no podemos dejar que los niños jueguen por ahí”, decían. Los oriundos de Tōhoku tienden a dar prioridad al prójimo y poner sus necesidades en segundo lugar. Creo que por eso la pena y el daño psicológico tardan más en salir a la superficie que en el caso del terremoto de Hanshin-Awaji.

Intercambios con las víctimas de Kobe: compartir la experiencia ayuda

A medida que crecen, los niños marcan su estatura alrededor de la gran silueta del “tío Ashinaga” dibujada en la pared de la Rainbow House.

En 2014 empezamos a invitar a los huérfanos del terremoto de Kobe y a sus familias a realizar intercambios con las víctimas de Tōhoku. Este programa, en el que participaron tanto niños como padres y abuelos, tuvo excelentes resultados.

Lo que explican las víctimas de Kobe no son historias de éxito como las de las películas, sino humildes testimonios de personas que han sufrido mucho pero aun así han sobrevivido. Aun así, para las personas de Tōhoku las historias de las víctimas de Kobe son muy motivadoras porque que les demuestran que también en su caso los niños pueden seguir adelante, llegar a estudiar en la universidad y convertirse en adultos de provecho dentro de 20 años.

El programa de intercambio también benefició a los participantes de Kobe. Contar sus experiencias les permitió hacer sumario de sus vidas y de la crianza de sus hijos y nietos, reafirmando la validez de las decisiones que tomaron en el pasado.

Los que más ayuda necesitan permanecen en el anonimato

Seguro que en el futuro habrá más terremotos de gran escala. Por eso dejo constancia del know-how que compone el sistema de ayuda para los adultos y el cuidado psicológico de los niños; siento que es absolutamente necesario. El sistema desarrollado en Tōhoku puede servir para otros desastres que sucedan dentro y fuera de Japón. Tenemos que prepararnos e ir todos a una. No hacerlo sería una falta de respeto hacia las 19.000 personas que perdieron la vida en la tragedia de 2011.

En la actualidad la ciudad de Sendái ha recuperado el dinamismo gracias a la reconstrucción, pero a solo 20 minutos en taxi del centro, la zona damnificada de Arahama sigue siendo un desierto que atestigua la destrucción provocada por el tsunami. Ese paisaje que contrasta con el resto de la ciudad debe conservarse para no olvidar jamás lo que pasó.

Lo mismo ocurre con los niños. Los huérfanos que pueden participar en las reuniones de las Rainbow House son solo una minúscula parte del total de las víctimas. Los que realmente necesitan ayuda siguen aislados, pero hay que hacerles saber que existen lugares y actividades para ayudarlos. No tenemos más remedio que seguir difundiendo la información.

Fotografía del titular: Hayashida Yoshiji en la Sala de Charla de la Rainbow House de Sendái. En esta estancia con sofás circulares y numerosos muñecos de peluche los niños huérfanos pueden hablar y jugar tranquilos.

Gran Terremoto del Este de Japón huérfanos del terremoto niños huérfanos Asociación de Becas Ashinaga