Cinco años tras el Gran Terremoto del Este de Japón

Contando la historia de Fukushima

Sociedad

Cinco años después de que el terremoto y tsunami del 11 de marzo desencadenase un triple accidente nuclear en la central de Fukushima Daiichi, la catástrofe ha dejado de ser un hecho puntual para convertirse en parte de la historia de Japón. Pero ¿cómo debería contarse esa historia? El Gobierno y los distintos grupos de la sociedad civil tienen respuestas distintas que están empezando a aflorar en una batalla de museos.

Historia de dos museos

En un frenesí de redacción de notas de pie de página y mensajes cambiantes, los representantes gubernamentales de la prefectura de Fukushima se encuentran actualmente dando los últimos toques a una nueva exposición sobre la catástrofe de la Central Nuclear de Fukushima Daiichi. A partir de este verano, la exposición estará abierta de forma permanente en el Centro de Creación Medioambiental de la prefectura de Fukushima en la ciudad de Miharu. Se está considerando que todos los alumnos de quinto grado de la prefectura tengan la obligación de realizar una excursión para visitarlo. Según los organizadores, el objetivo es “atender las preocupaciones e inquietudes de los residentes de Fukushima, entender mejor los problemas medioambientales y de la radiación, y profundizar en la concienciación sobre la recuperación del medio ambiente”.

Unos 40 kilómetros más allá, en una pequeña sala construida mediante postes y vigas en la ciudad de Shirakawa, un pequeño grupo de ciudadanos están planificando una exposición muy distinta. Su intención es mostrar cómo el Gobierno agravó la catástrofe y desatendió los derechos de los residentes de Fukushima tras lo sucedido. Esta exposición se realizará en el Centro de Información de la Catástrofe Nuclear, que se construyó en 2013 con 30 millones de yenes provenientes de donaciones particulares, con el objetivo de garantizar que Fukushima y sus lecciones no quedaran en el olvido.

Estos dos proyectos simbolizan la divergencia de interpretaciones a la hora de recordar la catástrofe nuclear de Fukushima. La enorme diferencia de recursos y alcance entre ambos hace surgir también preguntas sobre el papel más adecuado del Gobierno en la conmemoración de la catástrofe que convulsionó a Japón y al mundo cinco años atrás.

“Las personas que han sufrido la catástrofe de Fukushima tienen dudas sobre si unas instalaciones públicas como el Centro de Creación Medioambiental pueden comunicar realmente las lecciones que deben aprenderse de un accidente del cual los gobiernos tanto nacional como prefectural son parcialmente responsables”, afirma Gotō Shinobu, profesor adjunto de la Universidad de Fukushima implicado en la planificación de una exposición alternativa en Shirakawa.

Una historia familiar

La batalla silenciosa sobre la interpretación histórica que se está librando en Fukushima tiene un precedente en la ciudad costera de Minamata, en la prefectura de Kumamoto, lugar en el que se produjo una de las catástrofes industriales más devastadoras de la historia mundial. Miles de residentes de la zona murieron o enfermaron gravemente por envenenamiento por mercurio tras los vertidos industriales realizados desde la planta química de Chisso Corporation sobre la bahía durante varias décadas, que contaminaron a los peces y al marisco del lugar e intoxicaron a las personas que los consumieron. Cincuenta años después, museos públicos y privados de la zona siguen contando distintas versiones de esa historia.

Una versión puede encontrarse en el Museo Municipal de la Enfermedad de Minamata, creado en 1993 con el objetivo de “legar las lecciones y experiencias de la Enfermedad de Minamata”, según su declaración de principios. En los vídeos y paneles de unas instalaciones que costaron 6.000 millones de yenes se cuenta la catástrofe desde un punto de vista histórico y científico, y las víctimas acuden a ese museo para compartir sus experiencias personales. Pero Endō Kunio, miembro del consejo y empleado de la organización sin ánimo de lucro Sōshisha de apoyo a las víctimas, afirma que el museo no logra comunicar las verdaderas lecciones que deben aprenderse de la catástrofe. “Limitarse a exponer ordenadamente lo que pasó no equivale a la historia. Los hechos que sucedieron están allí reflejados, pero en ese museo no se aborda demasiado su significado”.

Desde 1988, Sōshisha ha dirigido su propio museo, en el que se exponen abalorios de pesca, pancartas de protesta y otros artículos en un cobertizo para el cultivo de champiñones reconvertido para la ocasión. Entre sus principios fundacionales está el objetivo de mostrar la lucha de las víctimas y la culpabilidad del Gobierno y la industria. “Nuestro punto de partida es que la Enfermedad de Minamata surgió a causa de actividades delictivas perpetradas por Chisso Corporation y el Gobierno nacional”, afirma Endō. Este punto de vista ha convertido a ese museo de bajo presupuesto en un símbolo de la resistencia contra la suavización de acontecimientos históricos dolorosos.

Diferencias fundamentales

La división de criterios transcurre por unas líneas similares en Fukushima. La exposición del centro prefectural incorporará una cronología de los acontecimientos que se sucedieron a partir de los accidentes nucleares, un “laboratorio de radiaciones”para explicar la ciencia de la radiación y las medidas para reducir la exposición, así como una gran muestra de las acciones realizadas para aumentar las energías renovables y la sostenibilidad en la prefectura, tomando como base un sumario publicado el año pasado. Aunque la exposición propugna una “Fukushima que no dependa de la energía nuclear“, informaciones del rotativo Tokyo Shimbun señalan que varios miembros de su junta de planificación guardan estrechos lazos con la industria nuclear.

En 2014, poco después de que se iniciase la planficación de la exposición, un grupo de ciudadanos con convicciones antinucleares denominados Proyecto de Acción de Fukushima (PAF) envió una carta a las autoridades de la prefectura expresando su inquietud acerca de la exposición. Este grupo solicitó, entre otras cuestiones, que el centro no minimizase los riesgos de la radiación sobre la salud. Desde entonces, representantes del PAF se han reunido ocho veces con funcionarios de la prefectura para hablar del contenido de esa exposición. Según las transcripciones de esas reuniones publicadas en el sitio web del grupo, este mismo mes de enero sus representantes expresaron su inquietud de que la exposición no aborde adecuadamente la grave e incesante contaminación de las aguas causada por la catástrofe o las enormes cantidades de desechos radioactivos generadas por las tareas de limpieza.

Mientras tanto, funcionarios de la prefectura de Fukushima puntualizan que la exposición no habla de la culpabilidad del Gobierno o la industria, del hecho de que los límites de exposición a las radiaciones fueron aumentados tras la catástrofe o de los problemas de contaminación y residuos porque “estas cuestiones no son pertinentes respecto a los objetivos de la exposición“. El objetivo de la instalación, explican, es “dar apoyo a actividades educativas relacionadas con la radiación y el medioambiente“; y como respuesta a la inquietud pública sobre esta exposición, se limitan a manifestar que los contenidos de la exposición fueron determinados por un comité de expertos.

Nagamine Takafumi, director del Centro de Información de la Catástrofe Nuclear se muestra también profundamente escéptico sobre el museo público. “Creemos que el objetivo del Centro de Creación Medioambiental de la prefectura de Fukushima es crear un mito sobre la seguridad de las radiaciones”, afirma. En la actualidad, Nagamine y sus colegas están planificando dos exposiciones permanentes para su centro. La primera, diseñada por Gotō, de la Universidad de Fukushima, comparará materiales de enseñanza de todo el mundo sobre la energía nuclear y remarcará la preferencia pronuclear del Ministerio de Educación antes de la catástrofe. La segunda analizará la incapacidad que demostraron todos los municipios de Fukushima salvo unos pocos de distribuir píldoras de yoduro de potasio justo después del accidente, hecho que habría rebajado el riesgo de los residentes a desarrollar cáncer de tiroides.

Una tercera perspectiva

Existe otro museo privado menos politizado en un edificio anexo a una escuela abandonada en la pequeña ciudad de Kawauchi, a unos 25 kilómetros tierra adentro de la central nuclear. Se denomina Kangaeru Shirōkan, que podría traducirse aproximadamente como “museo para sentir, pensar y comprender“, y es una instalación gratuita en la que se exponen trajes protectores, medidores de radiación, fotografías, circulares informativas municipales y otros artículos relacionados con el accidente nuclear.

El museo fue fundado en 2012 por Nishimaki Hiroshi, un periodista local que se trasladó a la zona desde la prefectura de Saitama hace nueve años. Este periodista afirma que durante los meses posteriores a la catástrofe quiso hacer algo constructivo, pero que quedó paralizado por la envergadura y la complejidad de las consecuencias del accidente. Cuando su viejo amigo y novelista Taguchi Randy le aconsejó abrir un museo, se puso manos a la obra.

Cada pieza expuesta en este museo incluye un breve texto explicativo, y Nishimaki no suele hacer de guía. Afirma que su objetivo es sencillamente presentar la realidad tal como la han vivido los residentes para que no caiga en el olvido. “El Gobierno tiene alguna responsabilidad sobre lo que sucedió, pero no planteo la exposición como una forma de atacarles“, comenta. Sin embargo, Nishimaki no ha utilizado fondos gubernamentales para tener así completa libertad para elegir lo que expone.

Una división inevitable pero desigual

No es de extrañar que los puntos de vista sobre la catástrofe medioambiental difieran entre los museos públicos y privados. Es poco probable que los agentes gubernamentales parcialmente responsables de una catástrofe se muestren objetivos a la hora de planificar un museo para rememorarla, y es igualmente poco probable que las organizaciones cívicas que incorporan a víctimas de esa catástrofe dejen de lado sus propias experiencias al interpretar los mismos acontecimientos. En el caso de la catástrofe de Fukushima, las visiones divergentes sobre la energía nuclear modelan todavía más los mensajes que se presentan en los museos.

Los proyectos públicos y privados de interpretación histórica pueden ser complementarios en este sentido. Pero es poco probable que la mayoría de la opinión pública reciba información de ambos puntos de vista. Tal como señala Gotō, el presupuesto del museo público es más de 600 veces mayor que el del museo privado en que está involucrado, y las visitas al museo privado no forman parte de ningún programa escolar oficial.

El año pasado, representantes nacionales y locales se reunieron para hablar de otro gran museo sobre la catástrofe nuclear financiado por el Gobierno, cuya inauguración en la costa de la prefectura está prevista para una fecha indeterminada durante la próxima década. Aunque no se lo hayan pedido, Endō de Minamata tiene un consejo que darles.

“Es de suma importancia que la historia de lo sucedido sea contada por las personas que viven en esa zona”, afirma. ”Cuando representantes gubernamentales y grupos de la sociedad civil los interpretan en su lugar, se convierte en una cosa distinta. ”

Escrito originalmente en inglés. Foto principal: los campos y montañas de la prefectura de Fukushima se extienden más allá de la accidentada Central Nuclear de Fukushima Daiichi. © Jiji

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