Kazuo Ishiguro, la memoria y Japón

Cultura

En marzo de 2015 Kazuo Ishiguro volvió a estar bajo la mirada de todos con la publicación de su nueva novela después de una década, El gigante enterrado. Nacido en Nagasaki pero criado en Reino Unido, este escritor ha tenido siempre presente la influencia de sus raíces japonesas de varias formas a lo largo de su carrera, aunque a veces fuese de manera indirecta. 

Un lazo emocional

A medida que crecía, la imagen que Kazuo Ishiguro formó de Japón estuvo compuesta por “recuerdos muy coloridos y muy distorsionados” de su infancia. Nacido en Nagasaki en 1954, se trasladó a Guildford en Inglaterra a la edad de cinco años cuando su padre fue contratado por el Gobierno británico. No volvió a Japón hasta 1989, el mismo año que su tercera novela, Los restos del día, fue galardonada con el Premio Booker.

Pero esta estancia de 30 años en Gran Bretaña no era el plan original. Tal como explicó a Ōe Kenzaburō en una charla durante su visita en 1989, sus padres siempre tuvieron en mente volver a Japón, y le prepararon para ello con una firme dieta de libros y revistas de su país natal. Aunque llegó a desarrollar un fuerte lazo emocional con esa tierra, cuando tenía algo más de veinte años reflexionó sobre su naturaleza: “Me di cuenta de que este Japón, al que tenía tanto aprecio, existía realmente solo en mi imaginación”.

Ishiguro durante una entrevista en 2011.

Al principio Ishiguro se propuso recrear su Japón personal en sus novelas. Parte de su primera obra, Pálida luz en las colinas, está ambientada en Nagasaki, con otra parte de la acción en Inglaterra. Su segunda novela, Un artista del mundo flotante, es su único libro donde la acción sucede exclusivamente en Japón. Cuenta la historia de un pintor llamado Ono que ha perdido su posición social en la posguerra por haber apoyado al régimen que gobernaba en tiempos de conflicto.

En este segundo libro son evidentes las influencias del cine de Ozu Yasujirō que sirve como complemento a los recuerdos de Ishiguro. Al igual que los jóvenes que aparecen en las películas de Ozu de la misma era, el nieto de Ono es cautivado por la cultura pop estadounidense. Y las dificultades para encontrar un marido para la hija de Ono, Noriko, recuerdan a las obras del maestro Ozu Primavera tardía y Principios de verano, que giran en torno a los intentos de encontrar un esposo para dos personajes no relacionados llamados Noriko, ambos interpretados por Hara Setsuko. Para señalar esta fuente de inspiración, la otra hija de Ono se llama Setsuko.

Al mismo tiempo, el análisis que hace Ishiguro de cuestiones como la culpa y la memoria lleva a la novela más allá del territorio del drama apacible de Ozu hasta lo que se ha convertido en una preocupación recurrente en el novelista. Entre sus diferentes fechorías, el pintor Ono recuerda haber denunciado a su mejor alumno ante la temida policía de la época de la guerra. De manera inverosímil, no obstante, señala que pensó que las autoridades simplemente le darían una dura reprimenda. La naturaleza difusa de la memoria ayuda a Ono a recordar de manera distorsionada el alcance de su responsabilidad durante la guerra.

“Huérfanos” desplazados

Las siguientes novelas de Ishiguro han estado ambientadas mayormente en Europa, pero Cuando fuimos huérfanos incluye partes que suceden en el Asentamiento Internacional de Shanghái, antes de la guerra y durante la invasión japonesa de 1937. Son conexiones biográficas tentadoras, ya que el abuelo de Ishiguro vivió en este asentamiento y su padre nació allí. Pero aunque son plenamente evocadoras, el Shanghái de la novela no pretende ser una descripción literal de la ciudad china. 

El principal personaje, Christopher, crece en el Asentamiento Internacional. Su mejor amigo es un chico japonés llamado Akira. Cuando vuelve como adulto, confunde a un soldado preso al que encuentra con su amigo de la niñez, y lo devuelve al bando japonés. De esta forma, aunque de manera menos directa a lo que podemos leer en Un artista del mundo flotante, Ishiguro vuelve a examinar el pasado bélico de Japón.

Más que la agresión japonesa, no obstante, es el colonialismo británico y su apoyo al comercio de opio lo que está bajo el microscopio de Ishiguro. Así como Akira es una suerte de espejo para Christopher, alejado en Shanghái de su herencia cultural, la violencia del ataque japonés es un contrapunto a los efectos destructivos de las corruptelas de Gran Bretaña en China. Mientras tanto, Japón está fuera de la acción en todo momento, representado como el hogar ideal perdido para Akira y para el soldado.

Cuestiones históricas

La última novela de Ishiguro, El gigante enterrado, está ambientada en una versión fantástica de la Inglaterra post-Arturiana. Habla de crímenes olvidados a través de la alegoría de un dragón que exhala una bruma que oculta la memoria de las personas. Tal como indica una entrevista reciente, junto a su interés por los Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países con su propio pasado oscuro, a Ishiguro también le preocupan las cuestiones históricas de Japón. 

“En Japón—y me encuentro muy distante de Japón, por lo que observo esto desde una gran distancia—ha habido siempre un conflicto con China y el Sudeste Asiático sobre la historia de la Segunda Guerra Mundial. Los japoneses han decidido olvidar que fueron agresores y todo lo que el Ejército Imperial de Japón hizo en China y el Sudeste Asiático en esos años.”

Aunque Ishiguro ha desistido de sus primeros intentos para reproducir su versión personal de Japón en la ficción, sus raíces se mantienen como una importante aunque indirecta influencia en su obra. Será interesante observar las últimas interacciones entre Ishiguro y su país de nacimiento cuando realice un nuevo viaje a Japón en junio de este año para promocionar su nueva novela.

(Fotografía del encabezado: las obras de Ishiguro son populares también en su traducción japonesa. Cortesía de Robert Sharp/English PEN.)

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