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Robert Soanes: restaurador de armaduras de samuráis

Cultura

El inglés Robert Soanes está especializado en la restauración y conservación de armaduras y espadas de samuráis, y otras antigüedades japonesas. nippon.com lo visitó en su casa de Brighton, junto al mar.

Admiro con cuidado la impecable tarjeta de presentación que sostengo en la mano. En elegante tipografía está escrito: “Robert A Soanes. Especialista en restauración de espadas, armaduras y antigüedades japonesas”.

La casa de Soanes está en la ciudad costera de Brighton, Inglaterra, un lugar que desde luego parece más propicio para una novela de Agatha Christie que para Tokugawa Ieyasu. Le pregunto si alguna vez ha pensado que resulta incongruente trabajar como restaurador de armaduras de samuráis en ese lugar. Lo piensa un momento. “Nunca he pensado que sea inusual,” contesta. “Es simplemente lo que vengo haciendo desde hace años.”

Soanes trabaja en el encaje de una armadura

Sentado en el suelo, junto a la ventana

Hace casi 30 años Soanes comenzó su carrera artesanal como herrero, y después empezó a forjar objetos de metal. Hoy día trabaja exclusivamente con antigüedades japonesas, sobre todo con armaduras y accesorios para espadas, pero también con otras manualidades, que incluyen jizai okimono (figuras animales articuladas de hierro), restauración kintsugi (reparar objetos con una laca mezclada con polvo de oro, plata o platino), cerámica e incluso objetos tan pequeños como los netsuke (esculturas en miniatura).

La casa de Soanes también le sirve de taller. Está inmaculadamente limpia, y muestra toques de estética japonesa en su decoración. El estudio de Soanes está en el piso superior, donde trabaja sentado en el suelo, junto a una gran ventana.

“¿Así aprendió en Japón?”, le pregunto. “Sí”, me contesta. “Pero hay otro motivo: si te sientas en el suelo cuando trabajas con cerámica o algo parecido y se cae, es menos probable que se rompa.” Por supuesto, Soanes nunca pone a prueba su teoría con los preciados objetos que le dejan a su cargo.

Soanes suele trabajar en varias piezas a la vez. Sus clientes son, además de museos y casas de subasta, coleccionistas privados de todo el mundo. Normalmente le envían sus pedidos a la casa de Brighton por FedEx o mediante sus propios mensajeros privados (“Es responsabilidad del cliente envolver correctamente el objeto”, explica Soanes.) En otras ocasiones lo invitan a trabajar con las piezas in situ. Algunos pedidos recientes lo han llevado a Tailandia y Hong Kong.

Uno de tan solo un puñado de armeros a tiempo completo

Soanes es parte de un pequeño y selecto grupo de artesanos. Calcula que hay solo cuatro o cinco armeros trabajando a tiempo completo en Japón, incluyendo a Nishioka Fumio, con quien Soanes ha estudiado y colaborado. Él es, por lo que sabe, el único restaurador de armaduras que trabaja a tiempo completo en Gran Bretaña.

Soanes explica que hasta y durante la era Edo (1603-1867) existía probablemente una división de trabajo a la hora de fabricar armaduras. Hoy día los armeros deben ser expertos en numerosas manualidades japonesas, como el trabajo en metal, en cuero y en laca, aunque pueden tener una área especial en la que son expertos. En el caso de Soanes, se graduó de la internacionalmente famosa universidad West Dean College en 2001, con un diploma de posgrado en conservación y restauración de detalles en metal.

Soanes trabaja en el encaje de una armadura. / Soanes trabaja con el hachimanza, una pieza de metal que se coloca sobre el kabuto (casco).

Solo dos años después, en 2003, su profesor Nishioka lo invitó a trabajar en la creación de la reproducción de una armadura histórica de impresionante nombre: “La gran armadura con flores de cerezo sobre encajes de cuero”. Es una réplica de una reliquia del periodo Heian de la familia Takeda, del dominio Kai (la actual prefectura de Yamanashi), propiedad del Museo Prefectural de Yamanashi, donde está expuesta.

Soanes pasó cerca de mes y medio en Japón, trabajando en la pieza con Nishioka y su mujer, Chizuru, especialista en kumihimo (trenzas) y tintes históricos. Soanes trabajó en el kanagumawari (las partes principales de hierro) y el fukurin (los bordes suaves de metal), fabricados con una aleación especial japonesa llamada kuromidō (cobre con cerca de un 1 % de arsénico). En total participaron seis artesanos en la restauración.

Las cintas denominadas himo que se utilizan para restaurar las armaduras de los samuráis.

Un juego de herramientas exquisitas

Soanes compra todos sus materiales y herramientas de Japón, tanto pidiéndolos por correo o adquiriéndolos en persona durante sus visitas ocasionales al país. Su taller (no mayor que un dormitorio) está repleto de herramientas exquisitas: tijeras, martillos, pequeños tubos de bambú para rociar polvo de oro makie, y pinceles para aplicar la laca urushi.

La laca urushi que se utiliza para restaurar las armaduras.

“Los pinceles deben estar hechos de pelo de buceadoras de perlas,” me dice Soanes. “Dicen que la sal fortalece el cabello.”

Aunque ahora tiene más de cuarenta años, Soanes ha sentido un fuerte interés por la cultura japonesa durante casi toda su vida, desde que aprendió judo de niño. Para trabajar en armaduras y espadas con siglos de antigüedad es indispensable poseer un entendimiento exhaustivo de la historia japonesa, y la restauración debe ser históricamente exacta: no solo en las técnicas y los materiales, sino también en los patrones y motivos correctos para cada periodo.

La mayoría de las armaduras con las que trabaja Soanes son de la era Edo. Hacia el final de esa época relativamente pacífica en Japón, las armaduras y las armas habían dejado de ser objetos prácticos y habían pasado a ser reliquias decorativas familiares. “Tener una buena armadura era entonces como tener un avión privado hoy día,” explica Soanes. “Era un símbolo de estatus.”

La armadura seguramente habría sufrido reparaciones a medida que se iba pasando de padres a hijos. Aunque nunca se hubiera usado en combate, el cuero y los encajes de seda que mantenían la armadura unida se deteriorarían. Así que el trabajo típico de un armero consistía (y consiste) en quitar las cintas viejas y reemplazarlas con nuevas.

Una obsesión por lo auténtico

Placas de cuero para una armadura.

Soanes también tiene su propia herencia marcial. Sobre la repisa de una ventana del salón, en su casa, hay una fotografía del abuelo de Soanes, que lleva un uniforme de mayor de los Coldstream Guards, un regimiento del Ejército Británico. El hecho de tener una familia militar y poseer una vena artística le ayudó a encontrar su carrera, dice.

Y se trata de una carrera que se distingue por una búsqueda obsesiva de lo auténtico, y la atención al detalle. La armadura en la que trabajó con su profesor, por ejemplo, contaba con más de 3.000 placas de cuero sin curtir, llamadas kozane. Cada una debía cubrirse con diez capas de laca.

El desafío para el restaurador es usar materiales y métodos tan cercanos como sea posible a los que usaban los artesanos de antaño, sin importar la dificultad o el tiempo necesario.

“Muchas veces he pensado que, si hay una manera difícil de hacer algo, los japoneses la encuentran y la usan”, dice Soanes. Pero lo dice sonriendo, y me da la sensación de que no se queja.

“Lo haces por pasión”, dice. “Lo haces por la posteridad.”

Soanes sostiene una máscara menpo.

(Imagen del encabezado: Rober Soanes trabaja en el hachimanza, una pieza de metal que se coloca sobre el kabuto (casco). © Tony McNicol. Artículo traducido al español del original en inglés.)

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