Tradiciones “cool”, modernidad y belleza tradicional

La tradición de las “amas" sigue viva en los mares de Mie

Sociedad

La prefectura de Mie es el hogar de unas 1.000 amas, las buceadoras a pulmón que mantienen vivo un tipo de pesca con más de tres mil años de historia. Hoy solo quedan unas 2.000 en todo Japón, un descenso pronunciado desde las más de 17,000 que había hace medio siglo. A medida que las amas envejecen, ¿qué se puede hacer para mantener esta profesión tradicional a flote?

Kimura Masako vuelve a tierra firme con sus trofeos

Las aletas naranjas de Kimura Masako brillan entre espirales de algas mientras desaparece bajo la superficie del mar. La única señal de su presencia es una boya multicolor que flota entre las olas, a unos pocos metros de la rocosa costa. Tras lo que parece una eternidad, pero es en realidad menos de un minuto, Kimura resurge junto a su boya y lanza uno de esos evocadores silbidos agudos conocidos como isobue: el inconfundible sello distintivo de una ama, una de las buceadoras a pulmón de Japón.

Tras depositar su pesca en una bolsa sujeta a la boya y recuperar el aliento, Kimura bucea de nuevo en busca de orejas de mar, pulpos, sazaes (Turbo cornutus), erizos de mar, holoturias y otros tesoros que yacen bajo las aguas junto a Ijika, un pueblo de la prefectura de Mie. Tras dos horas y media en el agua, Kimura regresa a la playa en forma de media luna y suelta un cesto de mimbre con su botín: grandes orejas de mar y otras variedades de moluscos menores, muy apreciados.

“El agua no estaba clara hoy, y era difícil ver nada, ahí fuera, así que ha sido un poco decepcionante”, dice, con un gesto hacia su cesta. “Pero esta es la mejor época del año. El agua está caliente y podremos vender las orejas de mar a buen precio”.

Las buceadoras se calientan alrededor del fuego, en la cabaña de las amas.

Buceando desde hace tres mil años

Kimura es una de las escasas 2.000 duras mujeres que mantienen la tradición de buceo de las amas en Japón, trabajando en el océano sin bombonas de oxígeno y con muy pocas mejoras técnicas respecto a la época en la que sus antepasadas salían a buscar la misma pesca que ellas, cubiertas solo de ropa blanca de algodón y armadas con una herramienta con garfio llamada kaginomi. Este tipo de trabajo ha estado tradicionalmente reservado a las mujeres, que son, según se dice, capaces de aguantar la respiración durante más tiempo que los hombres y tienen más grasa subcutánea que ellos, lo cual las aísla mejor del frío.

Los registros y utensilios encontrados en esta parte del centro de Japón indican que las amas llevan realizando su trabajo desde hace al menos 3.000 años. Sin embargo, en las comunidades, hoy día, hay quien se preocupa de que esta antigua tradición no dure mucho más: el número de buceadoras está decreciendo, a medida que las mujeres más jóvenes buscan trabajos más seguros y mejor pagados en las ciudades.

“Empecé a bucear después de jubilarme, hace veinte años, y ahora tengo ochenta”, dice Kimura mientras se calienta en una cabaña hecha con madera de deriva, por encima de la línea de la marea. Las mujeres se reúnen aquí, alrededor de una hoguera, tras horas en el océano.

“Todas las mujeres del pueblo de Ijika siempre hemos sido amas porque no había otras posibilidades de trabajo para nosotras”, dice Kimura, encogiéndose de hombros. “Estamos muy lejos de la ciudad, y antiguamente las conexiones eran malas, así que era casi como vivir en una isla”.

Kimura se dirige al mercado, donde venderá su pesca del día

Kimura se da prisa para llegar al mercado y vender su pesca; cuelga su máscara y su traje negro de buceo -una de las pocas concesiones a la modernidad que estas mujeres han adoptado- y arrastra su cesta valle arriba, hacia el coche.

Una tradición en peligro

En 1956 había nada menos que 17.611 buceadoras ganándose la vida en el océano, en todo Japón. Hoy día, esta costumbre ha desaparecido por completo en algunas partes del país. Todavía se pueden encontrar amas en 18 prefecturas, pero el mayor número -cerca de 1.000, la mitad del total nacional- trabaja en las aguas del Pacífico de la Península de Shima, Mie, durante la temporada de pesca.

Fuera de temporada, estas mujeres se ganan la vida trabajando en algún ryokan (hotel tradicional) o en tiendas. Una nueva adición a su repertorio ha sido la apertura de sus cabañas a los turistas, que acuden para escuchar sus experiencias.

“Tenía catorce años cuando empecé a bucear, y dejé de hacerlo hace cinco años, cuando cumplí los ochenta”, dice Nomura Reiko, que lleva el tradicional traje blanco mientras trabaja en la cabaña Hachiman, justo tras el rompeolas del pueblo de Ōsatsu.

Nomura Reiko, de 85 años, cuenta a los visitantes historias de sus más de seis décadas bajo las olas

“Mi madre, mi abuela, mi bisabuela… todas eran amas. Es lo que las mujeres hemos hecho siempre, en esta zona”, dice. “Era casi un rito de iniciación para las mujeres de aquí: si no eras ama, no podías casarte”.

Nomura admite haber tenido varias experiencias aterradoras, en sus 66 años buceando. Más de una vez la cuerda que llevaba atada a su cintura se atascó en una roca del lecho marino, o se enredó en las algas. Pero en cada ocasión, dice, mantener la calma la ayudó a encontrar una forma de regresar sana y salva a la superficie.

Las colegas de Nomura, todas ellas buceadoras veteranas, preparan sazaes, ostras, algas y vieiras, que ellas mismas han atrapado, en el fuego del centro de la cabaña, y se las sirven a los visitantes, mientras ella habla.

En sentido horario, desde arriba a la izquierda: asando moluscos en el fuego de la cabaña; ostras, vieiras y sazaes de la bahía; las amas realizan un baile tradicional para los visitantes; Okano Mitsue, de 70 años, trabaja en la cabaña y también continúa buceando

Como muchas otras mujeres mayores, Okano Mitsue, de 70 años, se preocupa por la falta de buceadoras jóvenes. “Todas tenemos hijas, pero después de ver lo frías que volvíamos a casa tras un día en el mar, ninguna de ellas ha querido hacer este trabajo”, suspira. “Y es difícil ganarse la vida solo como ama, hoy en día. Normalmente necesitamos otro trabajo para salir adelante”.

Hay dos tipos de buceadoras ama: kachido, que simplemente se adentran caminando en el océano o van en barca, en grupo, y funado, que trabajan desde una barca, normalmente con su marido al timón. Los trajes de buceo han reemplazado la ropa de algodón, pero las mujeres siguen rechazando las bombonas de oxígeno que les permitirían mantenerse bajo el agua durante periodos más largos. Es una cuestión de tradición, dicen, y también se evita así que se pesque demasiado, al limitar el tiempo que pueden estar en el fondo del mar.

Incluso las zambullidas cortas pueden ser peligrosas, claro. Las mujeres dibujan diseños tradicionales en las capuchas de sus trajes, diseños que creen las protegerán y les permitirán regresar a la orilla. También visitan con regularidad el santuario Shinmei, sobre una colina baja que domina la ciudad. El recinto principal del santuario se encuentra más allá de un viejo torii (pórtico de madera que indica la entrada de un santuario), pero a un lado está Ishigami-san, el lugar que veneran las amas. Hay dos linternas a ambos lados del altar, en el que las amas depositan sus ofrendas de sake y galletas de arroz. Una cuerda trenzada, roja y blanca, conduce a un minúsculo gong que atrae la atención de los kami (dioses) cuando las oraciones deben ser escuchadas.

Ishigami-san está dentro del recinto del santuario Shinmei. La leyenda dice que puede conceder un deseo a cualquier mujer, una vez en su vida.

¿Un futuro joven para las amas?

Sin embargo, todavía hay algunas jóvenes dispuestas a enfrentarse a los elementos y los peligros del océano para mantener vivas las tradiciones.

Ōno Aiko, una nueva integrante de la comunidad local de amas, se quita el lastre tras llegar a la orilla.

“Desde que era niña siempre he amado el océano. Practico un montón de deportes marinos, como el surf, el piragüismo y el submarinismo”, decía Ōno Aiko, de 38 años, que era una fotógrafa profesional en Tokio antes de comenzar a trabajar como ama en octubre de 2016. Respondió a una oferta laboral del Gobierno municipal de Toba, que buscaba mujeres jóvenes que quisieran mudarse a esa comunidad rural y empezar una vida como amas.

Antigua tokiota, Ōno se considera ahora “parte de la familia de amas

“Durante todo el tiempo que viví en Tokio sentí que quería vivir en un lugar donde pudiera ver el océano”, dice. “Convertirme en ama era mi destino”.

Desde que se mudó a la península de Shima, Ōno dice que su vida se ha simplificado mucho, y que nunca había sido tan feliz. No obstante, admite que puede ser un desafío vivir en un pueblo con pocas compañeras de su edad. Ha recibido nuevos ánimos con la reciente llegada de otra joven buceadora a la ciudad.

“Era una forastera cuando llegué, así que era algo difícil adaptarse”, dice Ōno. “Pero ahora soy parte de la familia de amas”, añade, con una sonrisa.

Como parte de esta familia, ha convertido en su misión la protección de este tipo de vida de la amenaza existencial a la que se enfrenta. “Parte de mi papel consiste en mejorar la imagen de las amas: mostrar su estilo de vida como el perfecto para las jóvenes”, añade. “Quiero hacer todo lo posible para asegurarme de que este estilo de vida no desaparezca”.

Información adicional:

Cabaña Hachiman de Amas

Dirección: Osatsu-chō, Toba, prefectura de Mie
Teléfono: 0599-336-145
Página web: http://amakoya.com/

(Traducido al español del original en inglés. Todas las imágenes © Motono Katsuyoshi. Imagen del encabezado: una buceadora regresa a la orilla con su pesca en un flotador.)

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