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Más allá de La gran ola: Hokusai en el Museo Británico

Cultura Arte

“Hokusai: más allá de La gran ola” es una exposición del Museo Británico de Londres dedicada al pintor de grabados en madera Katsushika Hokusai. Cuenta con obras de las tres últimas décadas de la notable carrera de Hokusai, e incluye una excelente impresión temprana de la famosísima gran ola de Kanagawa, considerada una de las imágenes artísticas más reproducidas del mundo. Más de un siglo después de la profunda influencia que Hokusai ejerció sobre el arte occidental a través de Van Gogh y los impresionistas, se remonta de nuevo en la ola de la popularidad.

El pintor más famoso de Japón, Katsushika Hokusai (1760-1849), tuvo una carrera larga, versátil y sorprendentemente productiva. Antes de morir, a la edad de 88 años, había producido pinturas, dibujos, libros ilustrados y, por supuesto, los exquisitos grabados en madera por los que es más conocido.

Sin embargo, a pesar de que se considera a Hokusai el pintor más importante de Japón y a pesar del hecho de que el Museo Británico adquirió su primer grabado de Hokusai en 1860, la presente exposición es la primera dedicada enteramente a él desde 1948.

Los organizadores son Timothy Clark, director de la sección japonesa del Museo Británico, y Asano Shūgō, un notable experto en Hokusai y el director del Museo de Arte Abeno Harukas de Osaka. (Este otoño se realizará una exposición con muchas de las mismas obras en Osaka.)

“Llevo veinte años hablando sobre esta exposición”, dice Clark.

Timothy Clark, conservador en jefe de la exposición.

Clark eligió el título “Hokusai: más allá de La gran ola” en referencia, por supuesto, al grabado más famoso de Hokusai; es, de hecho, una de las obras de arte más famosas de cualquier época y lugar.

Pero el objetivo de la exposición es presentar a los visitantes un espectro más amplio de la obra del artista. “El evento homenajea a La gran ola”, dice Clark, “pero también invita a los visitantes a un viaje a la edad más avanzada de su autor”.

La exposición se concentra en las últimas tres décadas de la vida de Hokusai, desde sus sesenta años (el comienzo de una segunda vida, según la tradición japonesa) hasta su muerte, casi a los noventa. Y su título se ve reflejado en la disposición del lugar: La gran ola de Kanagawa (1831) y el grabado casi igualmente icónico del Fuji rojo (cuyo título formal es Fino viento, clara mañana, 1831) se encuentran cerca de la entrada; los visitantes deben adentrarse físicamente más allá de ellos para llegar al mundo de las décadas posteriores de Hokusai.

Diez mil cosas

Dragón en nubes de lluvia (1849).

La exposición se divide en dos secciones: Worlds Seen (Mundos Vistos) y Worlds Imagined (Mundos Imaginados). Como explica el texto de la exposición, “Hokusai dio expresión dinámica a la creencia del budismo japonés de que todos los fenómenos -tanto animados como inanimados- poseen un espíritu y están interconectados”.

Y Hokusai quería pintarlo todo. Sus paisajes -los grabados del monte Fuji, por ejemplo- son muy conocidos en Occidente, pero también retrató dragones imaginarios, fantasmas, fénix y leones chinos.

“Su habilidad para pintar cosas que no podemos ver es tan poderosa como la de aquellas que sí vemos”, dice Clark.

A la edad de 75 años Hokusai adoptó el nombre de Manji, que puede referirse tanto a la esvástica budista como a unos caracteres chinos que significan “diez mil cosas”. Fue una declaración de intenciones.

“No hay nada que no quiera pintar. Es increíble”, dice Clark.

La determinación de Hokusai de representar todo lo que encontraba se veía igualada por su ansia por absorber cualquier técnica artística que pudiera ayudarlo. Mucho antes de que ejerciera su profunda influencia sobre el arte occidental por medio de Van Gogh y los impresionistas, el propio Hokusai ya absorbía el método europeo de perspectiva profunda.

Utilizó dicho método con resultados increíbles en su famosa serie Treinta y seis vistas del monte Fuji, que se publicó cuando Hokusai tenía ya más de setenta años, y es hoy día la serie más conocida en Japón. Contiene dos grabados que se reconocen al instante. Uno es el Fuji rojo; de hecho, la exposición de otoño en Japón se llamará Fuji wo koete (Más allá del Fuji).

Fino viento, clara mañana (Fuji rojo), de las Treinta y seis vistas del monte Fuji (1831).

El otro es la gran ola, que da nombre a la exposición, cuya popularidad se hace evidente por medio de la amplia oferta de productos relacionados disponibles en la tienda: tazas, bolígrafos, bolsas, bandejas, rompecabezas, imanes para frigorífico, paños para lentes, etcétera.

La gran ola de Kanagawa, de las Treinta y seis vistas del monte Fuji (1831).

Katie Turfkruyer, ingeniera automotriz de Londres, visitó la exposición con su novio Michael.

“Conocíamos el grabado de la gran ola, pero no sabíamos que era parte de una gran serie dedicada al monte Fuji”, dijo. “Al mirar el grabado vi un estudio de las dificultades a las que los humanos pueden enfrentarse en el paisaje natural, incluso cuando es un paisaje hermoso a su vista”.

La ola de Hokusai decora la entrada del museo; el monte Fuji, dentro, se cierne sobre el visitante.

Muchos interpretan la gran ola como un retrato de los humanos que se enfrentan al terrible poder de la naturaleza. Y Hokusai ciertamente produjo esta obra tras un momento de especiales dificultades. Su segunda esposa había muerto, peleaba con las deudas de su caprichoso nieto, y él mismo se acababa de recuperar de un derrame cerebral.

Además, como residente de Edo, vivía en una ciudad en la que nadie podía ignorar la ferocidad de la naturaleza. Existía un peligro constante de terremotos, inundaciones, incendios e incluso erupciones volcánicas del cercano monte Fuji. Sin embargo, para Clark, el grabado de Hokusai no representa la oposición del hombre a la naturaleza, sino al hombre como parte de ella.

“Hokusai nos presenta en conexión con el mundo”, dice.

“Dejadme vivir hasta los cien años”

La vida de Hokusai, tan llena de color como su obra, también muestra un compromiso desinhibido con el mundo. Era casi una celebridad en su propio tiempo, y un profesor entusiasta; creó una serie de libros de texto de dibujo llamados manga (literalmente “dibujos extravagantes”). Ganó dinero, pero como buen oriundo de Edo mostró poco interés en conservarlo. Y como muchos artistas del grabado en madera de su época, produjo shunga, grabados eróticos. (Estos últimos grabados no se incluyen en la presente exposición del Museo Británico, aunque aparecieron en la última).

Es famoso el hecho de que se mudó de casa más de 90 veces, muchas de ellas para evitar a sus acreedores, y que cambió de nombre 30 veces. A los 50 años se cree incluso que le cayó un rayo; una experiencia que parece haberle infundido aún más inspiración y deseos de crear arte.

A medida que envejecía, la dedicación de Hokusai a su trabajo -una tarea que creía divina- no hizo más que fortalecerse. Trabajó aún con mayor ahínco.

“Cuando me despierto, agarro mi pincel y sigo pintando”, escribió Hokusai a uno de sus discípulos.

Ya bien entrado en los setenta, Hokusai se concentró cada vez más en pintar, y durante los últimos tres años de su vida dejó todos los otros formatos de lado. Sus últimos cuadros se encuentran entre sus mejores obras.

A los 80 años de edad Hokusai escribió: “Mi vista y la fuerza de mi pincel no son diferentes a cuando era joven. Dejadme que viva hasta los cien años, y no habrá quien me iguale”.

“Hokusai creía en esencia que cuanto más envejeciera mejor sería como artista”, dice Clark. “Y creo que tenía razón”.

(Traducido al español del original en inglés. Fotografías de Tony McNicol. Imagen del encabezamiento: la gran ola de Kanagawa, de las Treinta y seis vistas del monte Fuji. Las imágenes de las obras de Hokusai son cortesía del Museo Británico.)

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