Redescubrir a Ozu Yasujirō tras medio siglo

La mirada de Ozu Yasujirō

Cultura Cine

Naum Kleiman, crítico de cine y director del prestigioso Museo Nacional del Cine de Moscú, ha sido una figura esencial en la introducción de la obra de Ozu Yasujirō en Rusia. En este artículo, Kleiman relata cómo fue su primer encuentro con el cine del director japonés, y la reacción de la audiencia rusa durante la primera restrospectiva sobre el autor celebrada en Moscú.

Encuentro con las obras de Ozu - una mirada pura como la de un niño

La primera vez que vi una película de Ozu Yasujirō (1903-1963) ya tenía yo bastantes años, pero su visionado me permitió disfrutar de una alegría sencilla, como la que siente uno cuando es niño, hasta el punto de que me dio la impresión de que conocía sus obras de toda la vida.

Nunca olvidaré el día en que me encontré por primera vez con las obras de Ozu; fue en 1989, en Berkeley, suburbio de San Francisco, en el estado de California. Estaba hablando con la directora del Pacific Film Archive, Edith Kramer, y surgió el tema de Ozu. Dado que en la Unión Soviética no se había proyectado ninguna película suya, yo solo conocía de él su nombre y el contenido de su obra. Al decírselo a Kramer ella me miró con una profunda simpatía, me dijo que tenían una reproducción en 16 mm. de Otoko no miru ehon umarete wa mita keredo (Nací, pero…), película de su primer periodo, y me preguntó si quería verla.

Diez minutos más tarde estaba sentado en la sala de proyecciones de los archivos. Kramer colocó la película en el proyector, y la pantalla mostró las figuras de unos hombres un tanto patéticos, y de unos niños gamberros. Aunque los niños me hacían pensar en lo mal padre que debía de ser su progenitor, no pude dejar de sentir el profundo amor que sentían los niños por sus padres.

Durante los días siguientes me puse a ver casi todas las películas que había de Ozu. Se me antojaba que la característica principal del cine de Ozu Yasujirō consistía en que era capaz de mostrar el mundo con la simplicidad propia de un niño. Y quizá por eso el público, sin darse cuenta, iba dejándose atrapar por sus obras. Y aunque hablemos de simplicidad, no se trata de la visión de adolescentes malcriados y caprichosos, sino de la mirada simple y honesta de sagaces niños de diez años o más, con puntos de vista afilados y cargados de crítica espiritual.

Las proyecciones en el Museo Nacional de Cine de Rusia

Posteriormente decidí que quería proyectar como fuera las obras de Ozu en el Museo Nacional de Cine de Rusia(*1). Por eso, cuando la embajada japonesa en Rusia y la Fundación Japón aceptaron nuestra petición para incluir las obras de un maestro del calibre de Ozu Yasujirō en el programa del Festival Cultural de Japón, me sentí realmente feliz.

En un principio la parte japonesa enfatizó que íbamos a proyectar solo entre diez y doce películas japonesas, ya que se consideraba que el ritmo lento y la forma de narrar de los directores japoneses podría aburrir a los espectadores rusos. Y también se hablaba de que muchos de los temas de las películas eran similares, y quizá el público terminara por hartarse. Sin embargo, estábamos convencidos de que íbamos a lograr un gran éxito en el festival. Finalmente, de las 36 obras proyectadas, 33 eran cintas que nos prestaron de Japón. Aún hoy sigo muy agradecido a los responsables de ese préstamo.

Las obras de Ozu se proyectaron durante cerca de mes y medio, entre el 26 de enero y el 9 de marzo de 1999. Cada cinta se proyectó dos veces; la primera con doblaje en ruso, y la segunda en japonés con subtítulos en inglés. En casi todas las ocasiones la sala de proyección estaba llena, y muchos espectadores volvieron para ver la misma película la segunda vez, aunque no entendían ni japonés ni inglés. Una mujer que frecuentó las proyecciones dijo haber disfrutado del diálogo simplemente manteniendo la mirada en los ojos de los personajes que aparecían en pantalla.

Se puede decir que esto es precisamente lo que pretendía Ozu. Como ya han dicho muchos críticos de cine, Ozu no utiliza contraplanos en sus escenas de diálogo. Se llama contraplano al plano tomado desde el hombro de la persona con la que el personaje en cuestión está hablando, y con él se consigue que el espectador se sienta cercano a la conversación. No obstante, Ozu filma al hablante completamente de frente, con lo que este parece estar hablando al público, y manteniendo la conversación con él.

El efecto que esto produce es inmenso. No solo el espectador se siente implicado en la conversación, sino que es capaz de confiar y empatizar con un personaje de apariencia fría. Actores como Ryū Chishū (1904-1993) o Hara Setsuko (nacida en 1920) no nos hacen pensar en estrellas de cine en pantalla, sino en viejos amigos, y son capaces de transmitir, tanto a través del diálogo como de su voz, amabilidad y calidez, y muestran una sonrisa rica en expresividad. De este modo, el mundo de Ozu Yasujirō se asemeja en cierto modo a la tranquila sonrisa de Buda. Quizá sea la forma en que la vertiente más humana de Ozu exuda desde la pantalla.

Los rusos no dejaban de ir a ver las películas

La última película proyectada en el Festival Cultural de Japón fue Sanma no aji (El sabor del sake). Tras el final de la proyección los espectadores no se levantaron para irse, sino que se quedaron intercambiando opiniones sobre el significado de la película, empapados en el mundo creado por Ozu.

Apoyándome en la idea de que el tema de El sabor del sake está basado en Bakushū (Principios de Verano), fui preguntando a la mayoría de las más de cien personas que habían permanecido en sus asientos si no les parecía que la mayoría de las películas de Ozu eran todas iguales. Para empezar, el tema central de la obra de Ozu son siempre las relaciones familiares, y la ambientación también es casi igual: la casa, el lugar de trabajo y los bares son similares, así como las figuras de los personajes mismos. Incluso los actores se repiten a lo largo de varias obras.

Acto seguido, una estudiante de filología se giró airada hacia mí y replicó: “Según esa lógica, todas las obras de Chéjov son iguales.” Otra mujer dijo que apreciaba la obra de Ozu como la historia continuada de una misma familia; había visto obras de Kurosawa Akira, y en comparación  no le parecía que la familia retratada por Ozu fuera una imagen intachable de la arquetípica familia japonesa. Lejos de aburrir a la mayoría de los espectadores por su repetición de temas, las obras de Ozu se les antojaban un rico reflejo de las relaciones humanas.

Lo que más me impresionó de todo fue la opinión de un anciano profesor de música. “Para oídos no entrenados, toda la música de Bach suena igual. Incapaces de diferenciar las melodías, les parece estar escuchando ruido. Del mismo modo, las obras de Ozu parecen retratar siempre la vida cotidiana de los japoneses, cuando en realidad lo que hacen continuamente es volver la mirada hacia la eternidad.”

¿Por qué Primavera tardía puede conmover a espectadores de todo el mundo?

Años más tarde alguien, desde Japón, me preguntó cuál era mi película japonesa favorita. No era fácil elegir una, entre tantas obras de directores tan excelentes. Kinugasa Teinosuke (1896-1982), Naruse Mikio (1905-1969), Mizoguchi Kenji (1898-1956), Yamanaka Sadao (1909-1938)… Todos fueron maestros del cine japonés. Sin embargo, cuando se habla del mejor, es imposible pasar por alto a Ozu.

La primera obra de Ozu que me vino a la mente fue la internacionalmente famosa Tōkyō Monogatari (Cuentos de Tokio). Sin embargo, también es imposible de dejar de lado su canto de cisne, El sabor del sake. Finalmente, tras dudar mucho, opté por una película simple, en blanco y negro, llamada Banshun (Primavera tardía). Consideré que encarnaba a la perfección el mensaje de Ozu capaz de llegar a espectadores tanto japoneses como del resto del mundo.

Primavera tardía es la historia de Misoya Shūkichi, un profesor de universidad cuya mujer ha fallecido a temprana edad, y su considerada hija Noriko. Con la idea de que Noriko contraiga matrimonio, Shūkichi miente, diciendo que él mismo se va a casar de nuevo. Cuando la boda de Noriko finalmente se concierta, padre e hija hacen un último viaje juntos a Kioto, durante el cual el espectador no puede dejar de admirar gran cantidad de elementos culturales tradicionales japoneses que hacen vibrar el día a día de la pareja: los templos antiguos en Kamamura, el jardín de piedra del templo Ryōanji, en Kioto, un escenario de teatro noh, las hileras de cedros, un desayuno que nos hace pensar en las formas de la ceremonia del té…

Pese a que muchos consideran que esta obra posee una vertiente japonesa bastante conservadora, creo que ese tipo de lecturas resultan extremadamente superficiales. Está claro que hay que respetar la cultura tradicional como una prueba de la existencia de los seres humanos, pero lo que Ozu retrató en la película es, ante todo, las circunstancias que conducen a los vínculos entre personas. El amor entre padre e hija, la devoción y el sacrificio de ella, el cariño que se muestran uno a otro, la amabilidad de familiares y vecinos, que se esfuerzan por ayudar a la pareja… En obras como Cuentos de Tokio Ozu pintó una familia que se va desintegrando, pero en Primavera tardía la familia es, como uno de los mayores pilares para la humanidad, un canto a los más altos valores que parten de esa misma familia, y que no solo se limitan a los japoneses, sino a todas las personas.

Imagen del encabezado cortesía de Shochiku Co., Ltd. http://www.shochiku.co.jp/ozu/

(Traducido al español de la versión japonesa; artículo original en ruso)

(*1) ^ Museo fundado en la segunda mitad de los años veinte en Moscú. En él se realizan proyecciones de películas internacionales, exposiciones y eventos.

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