Fuji Rock: el mundo de la música a escena

Cultura

Una brecha divide el negocio de la música en Japón. Es mucho más evidente en las tiendas locales en las que el J-Pop (pop japonés), de factura nacional, y la música extranjera están estrictamente separados, a veces hasta el punto de hallarse colocados en pisos diferentes; pero esta brecha también existe en la música que se hace en directo: los grupos que vienen del extranjero pocas veces tienen la oportunidad de interactuar con las bandas locales, y los aficionados a ambos tipos de grupos tienden a diferir del mismo modo.

Un lugar en el que sí es posible ver a grupos de ultramar codo a codo junto a sus colegas japoneses son los grandes festivales de música como el Fuji Rock, que se ha celebrado este año del 26 al 28 de julio, en la estación de esquí de Naeba, en la prefectura de Niigata. Se ha podido experimentar un amplio abanico de transfondos y géneros, con una docena de escenarios por los que desfilaban músicos de lugares tan dispares como Saitama (Japón) a Etiopía. Y lo que es más, una reunión del calibre del Fuji Rock representa una buena oportunidad de apreciar la música japonesa fuera de su crisálida habitual.

Una mezcla liberadora de estilos musicales

Hay una clara diferencia en la mezcla de reverencia y curiosidad con la que el público responde a los visitantes exóticos, como los shoegazers (estilo independiente de tono melodramático) británicos My Bloody Valentine, en comparación con la manera desenfadada con la que consumen música fácil de producción local como los punks post-hardcore Brahman, de Ibaraki. Pero las actuaciones más interesantes suelen ser aquellas que difuminan las fronteras internacionales.

Bo Ningen son un grupo de hippies japoneses raros de pelo largo; hacen una especie de música psicodélica heavy heredera de una tradición que viene desde grupos alternativos de los setenta como Les Rallizes Dénudés hasta otros contemporáneos, como Acid Mothers Temple. El grupo surgió entre los inmigrantes japoneses de Londres, y probablemente nunca habrían llegado a escuchar a muchos de los artistas de los que han recibido inspiración de no haber sido por el interés que generó el libro de 2007 Japrocksampler, del fanático del rock británico Julian Cope. El resultado es una música que combina el virtuosismo técnico de la escena alternativa japonesa con la arrogancia y el sentido innato de estrellato que caracteriza a tanta música proveniente del Reino Unido.

Al otro lado del espectro están Maeno Kenta & Soaplanders, que toman canciones nacidas del estilo de cantautores japoneses de los setenta, denominado yojōhan (nombre que deriva de las humildes habitaciones de “cuatro tatamis y medio” en las que vivían muchas parejas jóvenes) y, con una banda de músicos virtuosos que incluye a la pianista Ishibashi Eiko y al músico experimental americano (y antiguo miembro de Sonic Youth) Jim O’Rourke, mezclan y retuercen dichas canciones en varios estilos, desde la power ballad hasta el disco-funk.

Colaboraciones internacionales en el escenario

Sin embargo da la sensación de que el Fuji Rock en realidad consiste en grupos extranjeros: únicamente los japoneses Ego-Wrappin’ and the Gossip of Jaxx han merecido ser cabeza de cartel en los diferentes escenarios. Aunque algunos músicos, desde Russell Mael, de Sparks, y Jehnny Beth de los Savages, hasta Speedo, de Rocket From the Crypt, interactuaron con el público en japonés, los punk rockers Ircle, que tocaron el viernes por la noche en el escenario Rookie A Go-Go -para bandas nuevas y principiantes- cambiaron de tono respecto a los grandes nombres extranjeros, proclamando a su pequeña audiencia que no hablaban inglés, y declarando con orgullo que ellos tocaban verdadero rock japonés.

El sábado por la mañana Natsuki Mari también recalcó su falta de habilidad con el inglés, aunque en su caso se trataba más bien de una explicación sobre el hecho de que sus versiones de Janis Joplin, que obviamente le encanta, fueran interpretadas en japonés. De hecho, sus dos actuaciones (una por la mañana, en el Orange Court, y un espectáculo ruidoso y medio ebrio por la noche, en el escenario Naeba Shokudō), constituyeron otro momento fascinante de cruce musical internacional, en el que las letras en japonés a menudo superaban los límites impuestos por la música, entrando y saliendo de ritmo. La insistencia de Natsuki al asegurarse de que el público pudiera empatizar y comprender sus canciones le obliga a uno a considerar la apasionada intensidad y la sexualidad en bruto de su actuación en un contexto japonés, y no como algo extraño e importado. A sus 61 años, el paso del tiempo parece haber intensificado su fuego interior, y a juzgar por los gritos de admiración de las chicas del público, las imágenes de la feminidad que los medios de comunicación tradicionales aprueban muestran, cuanto menos, un ángulo muerto.

Al final, los artistas japoneses que parecieron brillar en el contexto internacional del Fuji Rock no fueron aquellos que imitaban los estilos occidentales ni aquellos más estrechamente moldeados según los estándares de la industria del J-Pop, sino los que ofrecieron algo diferente, auténtico y propio, sin importar el estilo o el género. Pero es una pena que el calendario musical solo nos ofrezca un fin de semana al año para experimentarlo.

(Traducido al español del original en inglés, escrito el 10 de agosto de 2013)

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