El camino de los “ezonishiki”, la ruta de la seda del norte

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La ruta comercial que trajo las ricas sedas a Japón

En el periodo Edo (1603-1868) existía una majestuosa ruta comercial que llegaba hasta Hokkaidō, la isla más septentrional de Japón, tras recorrer cerca de 5.000 kilómetros a través del gran río Amur (Heilong Jiang, en chino) del continente asiático, pasando por Nanjing, China. Se trata de la Ruta Norte de la Seda, que trajo a Japón los ezonishiki, (el nombre que se daba a los brocados ainu), coloridos vestidos de China. Yo caminé por la parte más oriental de Rusia en busca de las huellas de esa lejana ruta comercial, que habían sustentado los japoneses, los chinos y numerosas tribus nómadas.

En Japón se denominaba a este intercambio “comercio santan”. Santan era el término utilizado para las tribus de los valles, como los orok o los nivjis. Algunos de los productos representativos de ese comercio eran esos ezonishiki, ricos brocados tejidos con telas amarillas y azules, e hilos dorados y plateados, con diversos motivos (dragones, por ejemplo). Las coloridas sedas traídas desde Hokkaidō despertaban en los japoneses un romanticismo que hizo populares esos productos, y muchos monjes, por ejemplo, las usaban como estolas o como envoltorios para los utensilios del té. También hoy día se siguen usando las sedas de Hokkaidō tras cerca de 250 años en la decoración de las carrozas que son un símbolo del festival de Gion, en Kioto. Del mismo modo, la nobleza china recibía a cambio pieles de marta o zorro, traídas desde Sajalín o Hokkaidō.

Las huellas que dejó en el continente Mamiya Rinzō

Me dirigí hacia el Estrecho de Tartaria, entre Eurasia y la isla Sajalín. De 1808 a 1809, durante el periodo Edo, el explorador Mamiya Rinzō (1780-1844) se dedicó a investigar la zona, y descubrió el estrecho. El doctor alemán Siebold informó al mundo de su existencia, bautizándolo como “(estrecho) Seto de Mamiya”. Para llegar a esa zona desde Japón me dirigí hacia Nicolayevsk-on-Amur, una ciudad en la desembocadura del río, pasando por Jabárovsk, en el centro del extremo oriental de Rusia. Desde ahí marché un día entero por caminos sin pavimentar. Son necesarios al menos tres días para hacer esa travesía. En la actualidad se llama Estrecho Nebriskoi, por un militar de la época del Imperio Ruso.

Desde las montañas del puerto de Lazarev, frente al Estrecho de Tartaria, se vislumbra Sajalín, unos siete kilómetros al otro lado del mar

Subí a la “Silla”, un pico rocoso de unos 130 metros que se alza sobre el pueblo de Lazarev, en la orilla continental, desde el que se puede contemplar el estrecho. Desde la cima pude divisar Sajalín, 7,4 km más allá de las aguas que centelleaban al sol de la mañana. El estrecho está cubierto de hielo desde enero hasta marzo, y se puede cruzar en motonieve. En agosto de 1809, hace 205 años, Rinzō se unió a una comitiva comercial para dirigirse, desde Sajalín, hacia el río Amur, y finalmente logró cruzar tras luchar contra las fuertes corrientes y una espesa niebla.

Bahía de Taba frente al Estrecho de Tartaria. Mamiya Rinzō llegó a este lugar en agosto de 1809

A unos 80 kilómetros al sur del estrecho hay una bahía llamada Taba, en la costa continental. Este es el punto de fácil acceso más cercano al río Amur. Dos siglos antes de la época de Rinzō se llamaba al lugar Mushibō, y constituía un punto esencial para el comercio de los pueblos indígenas. Rinzō también llegó a esa bahía; era el primer paso en su expedición continental.

Retrato de Mamiya Rinzō (izquierda). Viejo camino en la Bahía Taba, tal y como lo registrara Rinzō (derecha)

Para mi sorpresa, el viejo camino se extendía claramente desde la colina hasta un riachuelo de la bahía. Tenía unos 120 metros de longitud, y entre 5 y 8 de anchura. Había sido transitado hasta endurecer la tierra de su superficie. Rinzō cuenta que dejó su barco para subir desde la playa hasta la colina, cruzar el paso de Taba y salir al río Amur tras rodear el lago Kizi. La posición y situación del camino eran como Rinzō las había descrito. Me vino a la mente la imagen de Rinzō aunando sus fuerzas a las de los indígenas para sacar el barco del agua.

Deleng, el punto fantasma de comercio descrito por Rinzō

En aquella época la dinastía Qing de China tenía construido un asentamiento para el verano junto la parte central de la cuenca del río Amur, un lugar que se había convertido en centro de comercio. Su nombre era Deleng. Según China, los rusos estaban excluidos de la zona, y no se podía ver a ninguno por las inmediaciones.

Los oficiales Qing, a cambio de pieles de marta y otros productos que adquirían de los diversos grupos étnicos de la zona, entregaban algodón, seda, agujas y otros objetos. La seda, en especial, era muy apreciada en Japón, y de este modo fue como llegó a Edo (el antiguo nombre de Tokio) y Kioto.

Bocetos de Deleng hechos por el propio Rinzō (izquierda). Cabañas construidas por los indígenas alrededor de la muralla. Boceto de la vista contraria desde Deleng (derecha). El aspecto actual de la zona montañosa es muy similar. Mamiya Rinzō, Tōdatsu chihō kikō (Diario de viaje al páis de los tártaros, Depósito Ministerial de la Biblioteca Nacional)

Según los registros de Rinzō, Deleng formaba un cuadrado de unos 25 metros de lado, rodeado por dos murallas, y en su interior había cabañas en las que los oficiales Qing recolectaban las pieles. Para realizar estos intercambios se llegaban a reunir en el lugar hasta 500 indígenas que pernoctaban allí, comerciaban con pieles, comida y otros productos y animaban el asentamiento.

Deleng desapareció de la historia, y se convirtió en un “punto fantasma de comercio”. Sin embargo, según la investigación realizada por el profesor Sasaki Shirō, del Museo Nacional de Etnología (Suita, Osaka), existe un lugar que podría ser candidato para la localización del asentamiento. Está en Noboirinovka, a 120 kilómetros al este de la ciudad industrial de Komsomolsk-on-Amur, en la cuenca central. Se trata de un pueblo pesquero en la orilla derecha del río Amur. En mitad del río hay una isla que llaman Deleng; tanto la topografía como los mapas de Rinzō coinciden perfectamente. En la región también se han encontrado restos de porcelana china.

La historia que se ha contado sobre la Ruta de la Seda del norte

Fui a visitar Noboirinovka. Cuenta con unas cuarenta casas y 110 habitantes, que se ganan la vida pescando. El Amur fluye plácidamente con una anchura de unos dos kilómetros, bajo nubes cargadas de lluvia. Su orilla está cargada de barro. De pie en la orilla, comparé la vista de las montañas con los diagramas de Rinzō; había un gran parecido.

Novoilnovka, candidato de Deleng, el punto de comercio que visitó Rinzō

Un hombre me observaba con curiosidad. Era un nanai de una aldea cercana, llamado Valery Rad, de 63 años. Rad sabía algo acerca de ese punto de comercio, al parecer oído de labios de su padre, que había muerto 35 años antes, y que a su vez lo había escuchado de su tío.

“Hace mucho tiempo había un punto de comercio cerca de aquí. No sé cómo se llamaba, pero en verano se reunía mucha gente y comerciaba con pieles de marta, zorro o tejón, con arroz y té, con sal, tabaco y alforfón.”

Rad me contó que, “En caso de que el nombre fuera Deleng, es una palabra ulch que significa ‘mesa’.”

Línea montañosa junto al río Amur, vista desde Novoirinovka

Unos 800 kilómetros al norte del punto más septentrional de Hokkaidō. Estoy en la orilla del Amur, que fluye con calma. ¿Sería esta la Deleng que Rinzō visitó? Me dio la impresión de escuchar el murmullo de la gente, que llegaba traído por el viento desde la otra orilla.

Los descendientes de los ainu y sus coloridos brocados

En muchos puntos de la cuenca del río había gran cantidad de productos, como los ezonishiki, que mostraban cómo era el comercio en la ruta norte.

En el museo del pueblo de Bulava, cerca de la desembocadura del río, en el que vivían numerosos indígenas ulch y nanai, se encuentran expuestas telas con antiguos ezonishiki, bordados con dragones sobre seda azul, así como las primeras lacas que fueron introducidas de Japón y se usaban en festivales. También pude ver utensilios que los ainu usaban para el sake, encontrados en casas del pueblo.

Uno de los ezonishiki reunidos en el Museo Regional de Javarovsk. Un dragón dorado danza en el centro de la prenda.

El clan Kuisari de los ainu habita en este pueblo. La palabra “kui” se refiere a los ainu. Se dice que en la segunda mitad del siglo XIX los sekin, que llevaban tres generaciones en Hokkaidō, se trasladaron a esta zona. Esta tribu guardaba una pieza de brocado como un tesoro familiar. Cuentan que Suirutsū, maestro cazador de martas de dos generaciones antes, cambió pieles por brocados y legó una prenda a cada uno de sus cinco hijos: brocados que mostraban un dragón dorado sobre fondo azul. Cuando un familiar moría, en su funeral cortaban el brocado e introducían una parte en el ataúd, con la esperanza de que no sufriera penurias económicas en el cielo.

Para tratarse del único ezonishiki que había sobrevivido y ser una prenda con un siglo de antigüedad, se encontraba en perfecto estado de conservación. El jefe del clan, Yūrī Kuisari, de 53 años, que también ejerce como director de la Escuela de Bellas Artes del pueblo, me dijo que esas ropas son un tesoro para el clan. “Ser cazador es algo digno; pensamos con orgullo en nuestros ancestros, respetados también por los habitantes del pueblo, y en el hecho de llevar sangre ainu en nuestras venas”.

El brocado ainu del clan Kuisari se conserva en Bulava como un tesoro

En el Museo Popular de la ciudad de Komsomolsk-on-Amur se exhibe también un misterioso muñeco vestido con un ezonishiki. En los poblados de los nanai era costumbre, cuando fallecía alguien, colocar un muñeco en la casa en lugar del difunto, y quemarlo un año después de la muerte. Por algún motivo, este muñeco de pequeños ojos negros se salvó de la quema, y aunque posteriormente ocurrió un incendio en el edificio en el que se encontraba, milagrosamente tampoco ardió. Me indicaron que el muñeco parecía atraer la desgracia cada vez que lo cambiaban de sitio.

El río Amur, un “pasillo cultural” entre Japón y China

Tanto en el museo de Jabárovsk como en el de Nikolayevsk-on-Amur se conservan trajes con brocados para oficiales y ropa para festivales. Según lo que me contó el profesor Nakamura Kazuyuki, especialista en Historia del Nordeste Asiático del Instituto Superior de Manufactura de Hakodate con grandes conocimientos sobre los ezonishiki, en todo Hokkaidō existen cerca de 30 lugares, como Hakodate o Matsumae, donde aún quedan brocados, además de otros sitios como el pueblo de Sai, en la prefectura de Aomori.

En aquella época el río Amur conectaba China y Japón, y era en verdad un “pasillo cultural”. Los tesoros culturales que han sobrevivido en la cuenca del río, como los ezonishiki, nos siguen relatando hoy día el intercambio y la animada actividad comercial de la gente de aquel momento.

(Todas las fotografías fueron realizadas por el autor. Imagen del encabezado: tras cinco meses congelado, el río Amur vuelve a fluir a finales de mayo. Desde la colina Mago, unos 70 kilómetros corriente arriba de la desembocadura, se pueden contemplar unos diez kilómetros del ancho del gran río. En la superficie del promontorio se abren las flores rosas de las azaleas. Traducido al español del original en japonés)

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