Setenta años de la Segunda Guerra Mundial: percepciones históricas y realidades actuales

Política

Tengo la impresión de que en Occidente la cobertura mediática de las percepciones históricas de Asia Oriental no es muy acertada. Aunque es innegable que los actos de violencia de Japón contra el orden global del pasado deben ser criticados, debería prestarse también atención a los agresivos retos del orden internacional de nuestra época.

¿Falta de comprensión?

Este año se conmemora el septuagésimo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, lo que ha hecho aflorar más de lo normal el debate sobre cuestiones relacionadas con la historia y las percepciones históricas. Existe un gran interés no solo por parte de China y Corea del Sur, sino también de Norteamérica y Europa acerca del punto de vista del primer ministro Abe Shinzō sobre cuestiones históricas y sobre el contenido de la declaración que efectuará el 15 de agosto, aniversario de la rendición de Japón. Este interés refleja la preocupación de que las disputas sobre hechos históricos puedan atizar el fuego del nacionalismo tanto en Japón como en China, provocando confrontaciones y un aumento de la posibilidad de conflicto militar.

Si el propósito de los comentarios que expresan los principales órganos mediáticos occidentales referente a la opinión sobre hechos históricos de Abe y su Administración  es evitar conflictos y promover la estabilidad en Asia, de momento es un propósito fracasado. Lo más llamativo son las opiniones no constructivas y contraproducentes. Los comentaristas no analizan ni proporcionan detalles de la historia en cuestión y se limitan a presentar argumentos superficiales sobre percepciones del pasado basadas en principios políticos modernos y puntos de vista éticos. Y parecen poco conscientes de la grave realidad que la guerra de palabras sobre el pasado de Japón está desviando la atención sobre las acciones que se están llevando a cabo en la actualidad para alterar el orden internacional en el Este de Asia.

La postura de Abe Shinzō

Los medios de comunicación occidentales se han centrado recientemente en la cuestión de si los revisionistas de la historia en Japón pretenden justificar las acciones de agresión a China durante la década de los años 30 del siglo pasado. Es innegable que algunos lo están haciendo. Japón es un país democrático que garantiza la libertad de expresión, y estas opiniones no están restringidas.

Si hubiese algún indicio de que Japón está potenciando su poder militar hasta el punto de poder representar una amenaza para los países vecinos y perseguir el expansionismo con el objetivo de cambiar el orden internacional existente mediante la fuerza, podría entenderse la sensibilidad de Occidente hacia el revisionismo japonés. Pero no es el caso.

Algunos artículos describen al propio Abe como un revisionista de la historia. De hecho, aunque como político es conservador, es también un firme defensor de la asociación de Japón con Estados Unidos, que ha sido el motor principal que sentó las bases del orden internacional de posguerra. Y aunque a título individual ha insistido en rendir tributo a los caídos japoneses en acto de guerra en el Santuario de Yasukuni, no trabaja para cambiar este orden de posguerra. Al contrario; lo defiende con firmeza.

El temor de que la justificación de agresiones pasadas podría allanar el camino para futuros actos desestabilizadores por parte de Japón es por lo que presuntamente se considera al revisionismo historicista como un problema importante. Pero resulta irónico que el país que en este momento está provocando mayor inquietud por ejercer su influencia por toda Asia no es Japón sino China, el país que tan ferozmente critica la visión japonesa de la historia.

Acciones coercitivas para redibujar fronteras

Creo que es normal que China se inquiete por las percepciones históricas de Japón. Tras haber sufrido la agresión japonesa en la década de 1930, tiene derecho a expresar esas inquietudes. El problema es que los expertos occidentales no separan con prudencia su crítica a la visión japonesa de la historia del debate sobre las acciones que realiza China en la actualidad para extender sus fronteras en los Mares del Sur y el Este de China. Esto complica las cosas, y acaba por obstaculizar la reconciliación.

Un periodista europeo llegó a preguntarme “¿Por qué Japón adopta una postura que provoca un innecesario antagonismo con China simplemente para defender un pequeño grupo de islas deshabitadas [las islas Senkaku]?” Mi respuesta fue que “si Japón transigiese sobre las islas Senkaku, ello significaría ceder a la presión que ha ejercido China tras haber enviado un gran número de buques de su Gobierno en las inmediaciones. Permitir a un poderoso país como China imponer cambios fronterizos sobre sus vecinos sentaría un peligroso precedente en el mantenimiento del orden internacional”. Es el mismo problema que la anexión de Crimea por parte de Rusia, que desató críticas y sanciones de los países occidentales.

El 3 de septiembre de este año una delegación del Gobierno ruso participará en las celebraciones que tiene previsto realizar China en el Día de la Victoria de la Guerra de Resistencia contra la Agresión Japonesa al Pueblo Chino. Pero el mensaje de condena de la ceremonia respecto a la beligerancia japonesa del pasado solo será válido si los propios participantes reconocen y cumplen el principio de que el orden existente no puede modificarse a través de la fuerza.

Siete décadas de no agresión y ayuda económica

Las palabras y acciones revisionistas de algunos japoneses, aunque merecen ser criticadas, no son representativas de la forma de pensar de la mayor parte del pueblo japonés, ni coinciden con la conducta de Japón como nación desde 1945.

Durante las siete décadas transcurridas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Japón ha acatado el artículo 9 de su Constitución, que prohibe el uso de la fuerza militar para resolver disputas internacionales, y ha aplicado afanosamente una política de defensa de no agresión. Lo que ha permitido a Japón mantener esta postura en un entorno internacional complicado es su alianza con Estados Unidos, un país con un formidable poder militar. Pero hasta el 1 de julio de 2014, incluso el derecho a ejercer la autodefensa colectiva, aspecto fundamental para mantener una alianza que funcione con fluidez, fue interpretado como contrario al espíritu del artículo 9 y por lo tanto anticonstitucional. Esta extrema auto-limitación por parte de Japón podía haber destruido la alianza bilateral que, como en cualquier otro pacto de esa naturaleza, depende de las reciprocidades. Así, el pasado mes de julio el Gabinete de Abe revisó la interpretación de la Constitución que permite un ejercicio limitado de la autodefensa colectiva. Esta nueva interpretación mantiene el espíritu fundamental del artículo 9, por el cual Japón lleva a cabo una política de defensa de no agresión con el mínimo nivel necesario de capacidad militar.

En 1952, el Gobierno del Kuomintang de Taiwán (República de China) dirigido por Chiang Kai-Shek, quien había luchado anteriormente contra los japoneses en territorio continental chino, renunció al derecho de recibir reparaciones de guerra de Japón a modo de perdón. El pueblo japonés quedó profundamente agradecido por este acto y Japón ayudó a relanzar posteriormente el desarrollo económico de Taiwán. Cuando Japón normalizó sus relaciones con la República Popular China en 1972, el presidente Mao Zedong no exigió ninguna reparación tampoco. Además de expresar remordimiento por su colonialismo y sus acciones en tiempo de guerra y presentar disculpas ante China y otros países asiáticos en numerosas ocasiones, Japón ha ofrecido una importante ayuda económica a sus vecinos y ha fomentado la existencia de relaciones amistosas con ellos.

Según cálculos del Ministerio de Relaciones Exteriores, Japón ha proporcionado a China más de 3 billones de yenes en ayuda oficial al desarrollo (AOD) desde 1979. Los créditos en yenes cesaron en 2007, pero las subvenciones, que no deben devolverse, así como la asistencia técnica continúan a día de hoy. El rotativo Sankei Shimbun ha calculado que en 2011, según la tasa de cambio de cien yenes por dólar, Japón suministró a China 300 millones de dólares en AOD, divididos en 13 millones en subvenciones y 287 en asistencia técnica. Este periódico conservador ha cuestionado con aspereza el hecho de que Japón deba financiar a un país que aplica políticas expansionistas, como por ejemplo la repetida violación de las aguas territoriales de las islas Senkaku y el establecimiento unilateral de una zona de identificación de defensa aérea sobre el Mar del Este de China.

Los medios de comunicación obstaculizan la reconciliación

La cobertura y las críticas de los medios de comunicación occidentales a las percepciones históricas de Japón se centran en gran parte en las palabras de un reducido número de conservadores, ignorando la postura serena hacia China y hacia otros países vecinos que ha adoptado el Gobierno japonés. Esta cobertura miope puede acabar obstaculizando el fin de las fricciones entre China y Japón.

Por ejemplo, las críticas occidentales de la visión japonesa de la historia ofrece apoyo internacional, aunque sea inintencionadamente, al nacionalismo anti-japonés del pueblo chino, que recibe por sus canales de televisión una oleada constante de hechos dramáticos y patrióticos sobre la Segunda Guerra Mundial que hablan de la lucha contra Japón. Este sentimiento es una traba importante en la reconciliación entre los líderes japoneses y sus homólogos chinos, quienes en realidad no obtienen ninguna ganancia ni económica ni política de esta prolongación del enfrentamiento con Japón. Respeto la decisión del presidente Xi Jinping de estrechar la mano del primer ministro Abe durante la cumbre sobre Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) del pasado mes de noviembre, pero su expresión irritada durante ese saludo sigue fresca en la mente de los japoneses.

Para evitar los conflictos entre Japón y China no basta con limitarse a criticar las percepciones históricas de Japón. La comunidad internacional debe adoptar una estrategia equilibrada y buscar el control del expansionismo chino. Mientras el mundo celebra el septuagésimo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, la oposición al revisionismo historicista que pretende justificar el comportamiento de Alemania y Japón durante los años que condujeron a la guerra debe basarse en una comprensión común de que los retos contemporáneos al orden internacional, como la anexión rusa de Crimea y las acciones perpetradas por China para ampliar sus fronteras en los Mares del Este y el Sur de China son inaceptables.  Y debemos evitar que la existencia de opiniones revisionistas de la historia no se tome como una excusa para justificar este comportamiento actual.

Me encantaría que los medios de comunicación occidentales, que deberían erigirse en árbitro imparcial en la problemática entre Japón y China, mantuviesen un debate sereno y adoptasen una postura informada después de analizar cuidadosamente la historia del Este Asiático, para no exacerbar un improductivo antagonismo sobre las cuestiones históricas. Las percepciones de la historia son importantes como fuente de lecciones que aprender y como base para evitar una confrontación innecesaria en las relaciones contemporáneas entre países. Pero el interés por estas percepciones no debe servir para ignorar la verdadera naturaleza de los problemas de las relaciones internacionales de hoy.

(Escrito originalmente en japonés y publicado el 2 de abril de 2015. Foto principal: el primer ministro Abe Shinzō y el presidente Xi Jinping se estrechan las manos en una reunión durante la cumbre de la APEC en Pekín el 10 de noviembre de 2014. © Jiji)

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