Cinco cambios necesarios en la política exterior japonesa

Política

La declaración del primer ministro de Japón por el 70 aniversario del fin de la guerra se ha convertido en un nuevo motivo de tensiones diplomáticas, mientras la nueva política de seguridad nacional promovida por el gabinete de Abe Shinzō desata reacciones encontradas. En esta fecha histórica, es apremiante para Japón dotarse de una política exterior radicalmente nueva, para abandonar definitivamente los esquemas de pensamiento de la posguerra.

Abandonar los viejos esquemas en cinco dimensiones

Ahora que se clama en Japón por un reforzamiento de la alianza con Estados Unidos resulta especialmente llamativa la falta de consenso popular sobre el problema de las bases militares norteamericanas en Okinawa. Y pese a la necesidad de dar una respuesta al ascenso político y militar de China, seguimos siendo incapaces de evitar que los problemas de interpretación de la historia entorpezcan la estrategia exterior de Japón. Además, se está replanteando la forma que debe adoptar Japón para responder a actos de terrorismo internacional o intentos por modificar el statu quo mediante la acción militar. Todos estos hechos nos indican que la diplomacia japonesa se encuentra en un momento crucial.

A Japón le ha llegado el momento de recapitular lo que ha sido su política exterior desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y debatir seriamente qué correcciones y qué cambios debería introducir. Y al plantearnos todos estos temas, creo que se hacen necesarias cinco estrategias diferentes, según cuál sea el tema tratado: Desde este planteamiento, la política exterior japonesa debería reestructurarse por lo menos en cinco dimensiones.

1. La política de los frenos

El artículo 9 de la Constitución ha venido desempeñando, tanto en escena nacional como en la internacional, la función de freno en la política exterior de Japón. En su relación con Estados Unidos, Japón podía esgrimir el argumento de que este artículo le impedía emprender acciones militares que no fueran de autodefensa. Es decir, que el artículo funcionaba como un escudo diplomático. Y en sus relaciones con China, Corea del Sur y el resto de sus vecinos, aunque Japón reforzase sus capacidades de autodefensa, siempre podía argumentar que este artículo constitucional le impedía hacer envíos de tropas al extranjero. Esto también funcionaba a modo de freno.

Pero el constitucional no era el único freno. El propio tratado de seguridad establecido entre Japón y Estados Unidos, al margen de la forma en que haya sido presentado en público, en la práctica ha tenido una función de contención sobre el uso de la fuerza militar japonesa, y como tal se viene discutiendo sobre la forma de racionalizarlo al máximo.

Están, además, las Naciones Unidas. Al calificar la política exterior japonesa suele decirse que es una “política exterior de la ONU”, en alusión al lugar preferencial que se le otorga a este organismo, pero ni siquiera bajo la bandera de la ONU, ni en operaciones de mantenimiento de la paz ni de ninguna otra forma, ha considerado Japón legítimo usar su fuerza militar.

Incluso el derecho que actualmente se somete a debate, el derecho a la “defensa colectiva” (que comprometería a Japón en acciones bélicas en caso de ser atacado su aliado Estados Unidos), diríase que, más que para permitir la participación japonesa en acciones militares mediando siempre resolución de la ONU, es una forma de prevenir la participación de Japón en otras acciones militares a las que pudiera verse arrastrado en virtud de dicho tratado bilateral, que podrían entrar en conflicto con las directrices de la ONU. Es decir, que también a ese organismo se le atribuye una función de freno.

A la vista de todo esto, puede decirse que, en su política exterior, al juzgar si debe o no debe hacer uso de su fuerza militar, Japón ha venido urdiendo su estrategia no tanto en torno a consideraciones de interés nacional o justicia internacional, sino tratando siempre de disponer de algo que pueda ser presentado como un freno cuando haya que dar explicaciones en el ámbito internacional o en el nacional.

Sin embargo, en esta época de terrorismo internacional, ataques cibernéticos y sistemas de defensa antimisil se está empezando a temer que la política de defensa nacional de Japón no funcione correctamente dentro de esta “política exterior de los frenos”. El actual proyecto gubernamental de ley de defensa colectiva puede entenderse como una respuesta a estos temores. Y otra vez estamos en un debate centrado en los frenos, dónde se van a poner esos frenos, mientras que otras cosas trascendentales, como la finalidad o las ideas que deberían fundamentar el ejercicio de ese derecho a la defensa colectiva quedan rodeadas de una cierta ambigüedad. En realidad, la propia expresión “autorización del uso de la fuerza”, tan utilizada actualmente, responde a esta misma mentalidad de encontrar siempre un freno.

Por ejemplo, rara vez se oye que alguien se pregunte si, cuando todos se ponen en pie en defensa del sistema democrático, el hecho de que no exista un peligro inminente de invasión del territorio de Japón puede ser considerado razón suficiente para no tomar ninguna acción militar. Dicho de otro modo, ¿por qué será que apenas se habla de que lo verdaderamente contrario a los principios constitucionales es quedarse de brazos cruzados ante situaciones internacionales en que esos principios constitucionales (la libertad, la democracia, los derechos humanos) se violan flagrantemente?

Enfocada desde esta perspectiva, esta “política exterior de los frenos” es una suerte de disimulo o, en el mejor de los casos, una política de moratorias, y creo que ha llegado el momento de analizar en profundidad y considerar hasta dónde puede Japón seguir manteniéndola, y si es bueno que siga haciéndolo.

2. El atrincheramiento

La derrota en la Segunda Guerra Mundial significó para Japón la pérdida de todos sus territorios de ultramar. Pero, además, Japón tuvo que renunciar a la idea de la Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental así como al sintoísmo de Estado, pilares sobre los que se sustentaba su posición, lo que lo abocó a atrincherarse, material y espiritualmente, en su “japonidad”. Así, al concebirse el Japón moderno, no se partió de un concepto de comunidad espiritual dotada de unos ideales, sino de un concepto perfectamente material, como es el de un territorio bien definido.

Se ha mantenido la idea de que entre Japón y el extranjero existe algo así como una línea divisoria infranqueable. La consecuencia ha sido que, cuando se habla de disputas territoriales, solo se ve el territorio como algo puramente geográfico o, en todo caso, solo se hace hincapié en los intereses económicos que de ese territorio se derivan, lo cual no es más que una cara del problema. Por el contrario, otros aspectos contenidos en la idea de territorio, o que deberían estar contenidos en ella, como son los aspectos ideológicos, el pensamiento y los ideales de una sociedad, han sido descuidados (algo que no sucedió en otros casos de disputas territoriales, como puede ser el de las islas Falkland, desde el punto de vista británico).

Otra consecuencia es que, en la política exterior japonesa, no ha existido un firme sentido territorial en el que Japón apareciese como una unidad espiritual, en que el espirítu japonés (por ejemplo, la democracia o los derechos humanos) pudiera defenderse resueltamente en el ámbito internacional. Sin embargo, una de las facetas de la idea de derecho a la defensa colectiva es la defensa de unos valores comunes. Ha llegado un momento en que Japón va a tener que pensar qué espíritu, qué valores va a ir proponiendo en adelante internacionalmente en común con sus aliados. Por decirlo de algún modo, tiene que salir de la trinchera y concebir una estrategia amplia de apertura al mundo.

3. La estrategia del no ser

Japón, que durante la época previa e inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial padeció una especie de orfandad internacional, se ha esforzado durante todo este largo periodo posterior a la contienda por aparecer como un país que puede ser aceptado por la comunidad internacional, como Estado pacífico y democrático. Durante los primeros años de posguerra se realizó una política exterior, a modo de campaña de relaciones públicas, en la que Japón se afanaba en proyectar una imagen fundamentalmente no militarista. Luego, durante algunos años, se proyectó la imagen de un país económicamente desarrollado, que no pretendía inundar los mercados mundiales con productos fabricados con bajos salarios. Cuando esa época llegó a su fin, los esfuerzos se dirigieron hacia la creación de una imagen de Japón como país que, además de ser rico, hace una contribución internacional, un Japón que no es ese animal económico guiado exclusivamente por el ánimo de lucro.

Pero hoy en día Japón se enfrenta al reto de superar definitivamente esta estrategia exterior del no ser, y pasar a señalar al mundo hacia dónde se encaminan nuestras sociedades. En cierto sentido, la cuestión es cómo hacer y cómo promover la imagen de un Japón líder del mundo. Y por eso será necesario que las más osadas respuestas de Japón a los retos de futuro que se plantea el mundo tengan un reflejo también en su acción exterior.

4. La contribución al orden establecido

El abandono de esta mentalidad del no ser tiene relación con la política exterior de contribución internacional que viene haciendo Japón desde que es un país rico. La consolidación de la paz (peacebuilding), el desarrollo social y la creación cultural se han convertido en los nuevos pilares de la política exterior japonesa. Sin embargo, la idea básica es que primero han de darse unas determinadas condiciones de orden internacional, conseguidas las cuales Japón se plantea qué contribución podría hacer.

Sin embargo, ahora asistimos al ascenso de China, que además se está produciendo sin que este país abandone el sistema socialista y manteniendo también su condición de país del tercer mundo. Dicho de otro modo, lo que China pretende no pasa de ser una reorganización del orden internacional existente.

Ante casos como este, hay que preguntarse si los esfuerzos de Japón deben dirigirse exclusivamente a la preservación de ese orden internacional existente. Lo lógico sería que, cuando se hable de cómo construir un orden económico que incluya a los países emergentes, o un nuevo orden político que sea también considerado con los países vencidos en la Segunda Guerra Mundial, Japón tenga una visión propia que, en la medida de lo posible, esté también en consonancia con la de los países occidentales y el resto de la comunidad internacional. La política exterior de Japón debería superar esta etapa de contribución al orden internacional existente y pasar a ser una política exterior para la construcción de un nuevo orden internacional.

5. Necesario reencuentro con Asia

A fin de construir este nuevo orden internacional, Japón debería tener un papel rector en la introducción de todos los nuevos pensamientos e ideas que están surgiendo a gran velocidad en Asia. Y para ello, además de prestar oídos a lo que se dice en Asia, Japón debería también poner su toque en aquellos valores asiáticos que deberían ser compartidos por todo el mundo y esforzarse para convertirse, junto al resto de países asiáticos, en un foco de emisión hacia todo el mundo de esas ideas.

Desde esta perspectiva, también sería necesario ir limando asperezas con China y Corea del Sur en la cuestión de las diferentes interpretaciones de la historia. Las palabras de arrepentimiento por los hechos del pasado no son para calmar el sentimiento popular en los países vecinos, a los que se causaron problemas. Creo que deberían ir acompañadas de una reflexión sincera sobre un pasado en el que los países también vulneraron gravemente los derechos humanos y libertades de su propio pueblo. Por lo que respecta a cuestiones como derechos humanos, democracia, igualdad, etcétera, son los propios países asiáticos, con Japón entre ellos, quienes deberían responder con dureza a cualquier violación interna de estos valores.

Solo así será posible compartir con el resto del mundo los verdaderos valores de Asia. Ideas como los derechos humanos, la democracia o la igualdad no son privativos del pensamiento occidental. También han existido en la tradición de los países asiáticos, con Japón entre ellos, aunque haya sido adoptando formas y aspectos diferentes a los occidentales.

Será necesario desplegar una política exterior que aborde los grandes retos de futuro que afronta el mundo compartiendo con el resto de los países pensamientos tan asiáticos como el de la convivencia de la humanidad con la naturaleza, y dejar ya de pensar que la modernización de Asia pasa por su sometimiento a los valores occidentales.

Fotografía del titular: tropas del cuerpo de Tierra de las Fuerzas de Autodefensa de Japón participan en las operaciones de mantenimiento de la paz desarrolladas por la ONU en Sudán del Sur. (Fotografía: cortesía de Jiji Press)

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