El mito de la igualdad y la pobreza infantil en Japón

Sociedad

El mito de un país igualitario

Seguro que muchos de los turistas extranjeros que visitan Japón no creen que este sea un país donde abunda la pobreza. En el centro de las ciudades del archipiélago nipón, al contrario que en los países avanzados, no se ven grafitis ni vagabundos pidiendo dinero. Los transeúntes van bien vestidos, y el personal de las tiendas de 24 horas y de los restaurantes de comida rápida es amable y educado. No existen zonas cuya seguridad sea tan mala como para preocuparse por caminar por ellas solo de noche. Además, se dan pocos casos de delitos como el carterismo. Entre los países desarrollados, Japón es uno de los más igualitarios.

Eso es lo que todo el mundo piensa. La idea de Japón como país donde prima la igualdad está muy extendida en el extranjero, pero se trata de un mito en el que los propios japoneses llevan creyendo mucho tiempo. No obstante, no es algo que carezca totalmente de fundamento. Si observamos las estadísticas de la década de 1970, entre las naciones desarrolladas, Japón iba a la par con los países escandinavos en lo referente a la baja brecha de ingresos. Sin embargo, las diferencias empezaron a notarse a partir del siguiente decenio. Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en 2009 Japón tenía un coeficiente de Gini, un índice que sirve para medir la desigualdad de los ingresos, del 0,336, esto es, el octavo más alto de los 35 países que integran la OCDE. La brecha es menor que la de Estados Unidos y el Reino Unido, pero mayor que la de los países escandinavos, Alemania y Francia.

En la década del año 2000, empezó a trascender gradualmente en el propio archipiélago nipón que en realidad el país no es tan igualitario como lo parecía. Sin embargo, nadie podía imaginar que la pobreza planteaba un problema en una nación próspera como Japón. Al hablar de pobreza es preciso aclarar que no se trata de la pobreza absoluta, que a día de hoy sigue siendo un gran problema en los países en desarrollo –la falta de alimentos que lleva a las personas a encontrarse al borde de la muerte y la escasez de ropa y de un hogar en el que protegerse de fenómenos meteorológicos como el viento y la lluvia–, sino de la pobreza relativa, un concepto que está cobrando fuerza en las naciones desarrolladas y en las emergentes.

La pobreza relativa es, por lo tanto, la situación que se da cuando las personas no logran llegar a los niveles medios establecidos en el país en el que viven, y presenta un gran problema social incluso en miembros de la OCDE donde el producto interior bruto per cápita es alto. Las estadísticas sobre la pobreza y las medidas que los distintos organismos de cada nación toman para paliarla se pueden consultar fácilmente en las páginas web de las entidades correspondientes. Por ejemplo, la Comisión Europea presenta en su portal de Internet Europa 2020, una estrategia del bloque de los 28 en la que la Unión Europea se propone rescatar a 20 millones de personas de la pobreza y la exclusión social para el año 2020.

La vergüenza invisibilizó la pobreza 

En Japón, por el contrario, tanto el Gobierno como la sociedad y los círculos académicos creen desde hace tiempo en la fantasía de un país igualitario, motivo por el cual en la sociedad nipona la conciencia respecto a la pobreza relativa ha sido totalmente inexistente durante años. La Administración decidió dejar de hacer estadísticas sobre pobreza en la década de 1960; ni siquiera calculaba el índice de pobreza. Existe un sistema de ayudas públicas a las personas que no tienen recursos, pero se limita, entre otros, a personas con discapacidad y ancianos que carecen de una pensión. La proporción de beneficiarios de estos subsidios no llegaba al 1 % de la población.

La escasa noción sobre la importancia de ayudas públicas explica la invisibilidad de la pobreza que se da en Japón. Para una sociedad que vivía bajo la creencia de ser igualitaria –en otras palabras, en una sociedad en la que se piensa que existe una competitividad igualitaria–, ser pobre equivale a ser un perdedor; es algo de lo que avergonzarse. Por muchas que sean las dificultades que se tengan, recibir ayudas públicas se considera una vergüenza para toda la familia, y todos los parientes se oponen. Además, aunque uno se endeude o reduzca los gastos en alimentación, cuida aspectos visibles desde el exterior como la vestimenta, de forma que no parezca pobre. Por otra parte, en el caso de las personas sin techo, se considera que han llegado a esa situación por problemas propios como el alcoholismo, y no por una estructura social injusta.

Esta visión cambió en 2008. La crisis económica surgida a raíz de la caída de Lehman Brothers sirvió para que la gente se diera cuenta de que cualquier persona puede caer en la pobreza. En esa época fue también cuando los medios de comunicación sorprendieron a la ciudadanía al informar de que existen 30.000 niños sin un seguro que cubra su asistencia sanitaria. Un año más tarde, el Partido Demócrata de Japón accedió al poder y dio a conocer, por primera vez, el índice de pobreza relativa. En aquel entonces, la pobreza relativa entre los niños se situaba en el 15,7 %, mientras que para los hogares monoparentales era superior al 50,8 %. Datos del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar Social revelan que en 2012 eran un 16,3 % y un 54,6 %, respectivamente.

La realidad de la pobreza infantil

El Gobierno del Partido Demócrata llevó a cabo políticas como la ampliación de las ayudas a las familias con hijos y la gratuidad de la enseñanza secundaria superior. Tras el Gran Terremoto del Este de Japón, el Partido Liberal Demócrata y el Kōmei recuperaron el poder, pero el interés por el tema de la pobreza, especialmente la infantil, siguió siendo importante. Esto fue posible debido a que la realidad de la pobreza infantil en el país fue trascendiendo poco a poco. Existía un sinfín de ejemplos de adultos y niños que tienen dificultades para llevar una vida normal.

Por ejemplo, en 2009 se dieron a conocer los resultados de un estudio según el cual se establece una correlación clara entre los ingresos de los padres y el rendimiento académico de sus hijos basándose en los datos de una prueba relativa al aprendizaje que el Ministerio de Educación realiza a los estudiantes de sexto de primaria de todo el país y separando las ganancias de sus padres en distintas categorías.

En otros países es bien sabido que el rendimiento académico de los niños está relacionado con los ingresos de sus padres. En Japón, sin embargo, el pueblo, e incluso el Gobierno y los expertos en educación, se sorprendieron ante algo tan obvio. Lo mismo ocurre con la salud infantil, algo sobre lo que arrojé luz en un artículo publicado en 2010. Ha sido recientemente, por ejemplo, que ha trascendido, a raíz de diversos estudios, la gran cantidad de casos de obesidad en niños con pocos recursos. Hasta hace poco, la indiferencia respecto al impacto que tiene en la infancia la clase económica a la que pertenecen sus progenitores reinaba en Japón por considerarse que se trata de una sociedad igualitaria, pero si se investiga al respecto, aparecen diversos estudios que reconocen la correlación mencionada.

Además, en diversos ámbitos relacionados con la infancia, cada vez se informa de más casos que evidencian que la pobreza afecta a los niños. Por ejemplo, de instituciones médicas pediátricas llegan avisos de casos en los que hay pacientes que no reciben tratamiento porque sus familias no pueden hacer frente a los costes del mismo; en algunas escuelas los padres de niños que se han puesto enfermos han pedido que no los lleven al hospital por el mismo motivo. Existen centros escolares en los que hay alumnos que no pueden concentrarse en sus estudios porque no han desayunado en casa y se les entrega, a escondidas, la leche que ha sobrado del menú que ofrece la escuela a la hora del almuerzo; algunos profesores les dan caramelos. También son conocidos los casos de estudiantes que están más delgados cuando vuelven a clase tras las vacaciones de verano porque durante ese período no se ofrece el servicio de almuerzo en la escuela. Instituciones como las que se dedican al cuidado, una vez finaliza la jornada escolar, de los niños cuyos padres trabajan informan de casos de pequeños que no comen a mediodía. Medios de comunicación como la prensa y la televisión arrojan cada vez más luz sobre esta realidad y permiten darse cuenta de que en la sociedad japonesa la pobreza infantil se ha convertido en algo alarmante.

Medidas para paliar la pobreza infantil

Ante esta situación, los partidos gobernantes y de la oposición aprobaron en 2013 una ley para paliar la pobreza infantil que obligaba al Gobierno a elaborar medidas para hacer frente al problema. Un año después, el Gabinete estableció los fundamentos de tales medidas; las escuelas, que hasta entonces no habían tenido competencia en los asuntos relacionados con el hogar de sus estudiantes, se convirtieron en una plataforma para las políticas encaminadas a hacer frente a la pobreza infantil; su ejecución, acompañada del presupuesto correspondiente, se hizo visible a partir de 2015.

El Gobierno del primer ministro Abe Shinzō dio inicio a un proyecto para asistir a los hogares monoparentales y a las familias con varios hijos. Además, en el borrador del presupuesto para el ejercicio fiscal 2016, aprobado el 22 de diciembre, se incluyeron medidas como la ampliación de las becas sin intereses y la concesión de ayudas a la manutención infantil de mayor cuantía para los hogares monoparentales con ingresos bajos y más de dos hijos.

La ironía del mito de la igualdad

Sin embargo, en comparación con muchas otras naciones desarrolladas, puede decirse que a Japón le queda todavía un largo camino por recorrer a la hora de hacer frente a la pobreza infantil. Por ejemplo, en lo referente a las ayudas al estudio, el país solo dispone de préstamos estudiantiles; no existen las becas exentas de devolución. Entre los miembros de la OCDE, Japón es uno de los países donde las familias deben sufragar los mayores costes de la educación superior.

Por otra parte, aunque se amplíen las ayudas a la manutención infantil, estas no son suficientes para cubrir todos los gastos. Más del 80 % de las madres solteras –la mayoría de las familias monoparentales japonesas están formadas por una mujer y sus hijos– trabaja, pero el índice de pobreza para este colectivo supera el 50 %. Solo un 20 % de ellas recibe una pensión de sus exparejas. Esto se debe a que no existe un mecanismo público que regule el cobro de este tipo de prestación.

Aunque es cierto que la asistencia social está aumentando, solo cubre a un 2 % de la población. La cuantía de las ayudas universales a la infancia es escasa y, a diferencia de otros países, no existen mecanismos de ayuda a las personas con ingresos bajos como subsidios para las viviendas o los costes de alimentación. Por otra parte, las cuotas que los trabajadores no regulares o autónomos han de abonar al sistema nacional de pensiones y al seguro que cubre la asistencia sanitaria son más altas que las de los sistemas similares a los que se adscriben los empleados con contrato fijo.

Todo esto se debe a que Japón ha ignorado el problema de la pobreza durante mucho tiempo y a la falta de consideración hacia las clases con ingresos bajos a la hora de elaborar los diferentes sistemas que rigen la sociedad. En comparación con otras naciones desarrolladas, va muy a la zaga en lo referente a las medidas para paliar la pobreza. Resulta irónico que el hecho de que Japón fuera un país igualitario durante cierto tiempo se vea reflejado ahora de este modo.

(Traducción al español del original en japonés escrito el 12 de enero de 2016)

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