'Hikikomori' en primera persona: el testimonio de Hayashi Kyōko

Sociedad

En Japón hay aproximadamente un millón de los llamados hikikomori, personas que viven encerradas en casa, aisladas de la sociedad. Se trata de un colectivo con una gran diversidad de motivaciones y trasfondos. En la presente serie entrevistamos a dos personas que lograron superar el problema. Dedicamos esta primera entrega a Hayashi Kyōko, que ahora se dedica a gestionar asociaciones de ayuda para hikikomori, como Hikikomori UX Kaigi, y a organizar actos para concienciar e ilustrar sobre la realidad del colectivo. En la segunda entrega entrevistaremos a Maruyama Yasuhiko, fundador del centro de psicología Human Studio, que ofrece servicios de consulta y reuniones para familias con hikikomori. El autor de esta serie, Ishizaki Morito, también fue hikikomori en el pasado, y actualmente trabaja como editor de la publicación Hikikomori Shinbun.

Hayashi Kyōko HAYASHI Kyōko

Vive en Yokohama. Abandonó los estudios en segundo curso de bachillerato. Fue hikikomori desde los veintitantos. Empezó a recuperarse pasados los 35, gracias al apoyo de su psiquiatra y al contacto con diversas personas a través de la asociación Hikikomori nitsuite Kangaeru Kai. Actualmente trabaja en una ONG y forma parte de varias organizaciones de ayuda a los hikikomori, como Hikikomori UX Kaigi, Shin Hikikomori nitsuite Kangaeru Kai y Hikkynet.

El detonante: el discurso de inauguración del bachillerato

ENTREVISTADOR

Imagino que fue un cúmulo de factores y detonantes lo que la llevó a aislarse del mundo. ¿Podría hablarnos de ello?

HAYASHI KYŌKO

En el discurso de inauguración de mi primer curso de bachillerato, el director del centro dijo “Os quedan exactamente X días para los exámenes de ingreso a la universidad”. Esas palabras me impactaron muchísimo porque me di cuenta de que el bachillerato, que yo esperaba que fuera una experiencia divertida, no iba a ser más que una preparación para esos exámenes. El desagrado que ya arrastraba por la rigidez y la opresión del sistema educativo se me manifestó de forma psicosomática y abandoné los estudios.

Al llegar a la veintena, empecé a trabajar por horas, pero el transporte lleno de gente en horas punta y la intolerancia de la sociedad grupal también me incomodaban mucho. Como nadie de mi entorno me comprendía y parecía que el problema era mío, poco a poco dejé de comunicar lo que pensaba y, pasados los 25, no pude más y terminé convirtiéndome en hikikomori.

Además, como vivía sometida a una madre controladora y autoritaria, acabé encontrándome sin voluntad propia. También por eso, al llegar a la adolescencia, no veía qué rumbo quería tomar en la vida y perdí el norte.

“Los demás vivían en la superficie, pero yo vivía bajo tierra.”

ENTREVISTADOR

Háblenos del dolor y el sufrimiento que sentía cuando era hikikomori.

HAYASHI

Los dos o tres años a partir de los 26 fueron los peores. Pasaba todo el tiempo que estaba despierta culpándome y pensando cosas como “¿Por qué he llegado a esta situación? ¿Por qué soy una persona tan inútil? La sociedad no tiene espacio para que yo viva en ella…”.

Estaba convencida de que todos me culpaban por no participar en la sociedad. Aunque antes no se me daban mal las relaciones sociales, dejé de verme con la gente por miedo y empecé a evitar hablar con los demás.

Hubo épocas en las que me limitaba a ingerir dos comidas al día y no era capaz de ducharme ni de lavarme los dientes. No era más que un cadáver que se despertaba pasado el mediodía, comía, iba al baño y respiraba. Me veía como alguien sin un ápice de valor, que no tenía sentido que siguiera viviendo.

En aquellos tiempos me peleaba con mi madre y la culpaba mucho, pero también sentía una ira muy intensa que no sabía hacia dónde dirigir y que me consumía.

La gente normal me decía cosas como “No eres la única que lo pasa mal: nosotros también sufrimos porque tenemos que ir a trabajar. No seas consentida”. Pero el sufrimiento al que se referían ellos era el de los que viven en la superficie. Los hikikomori viven como si estuvieran enterrados. Están bajo tierra y no pueden respirar; todo está oscuro y solo sienten dolor. Aunque hagan las mismas cosas que los demás, su sufrimiento es completamente distinto. Viven en otra dimensión, así que su experiencia no se puede comparar con la de otras personas. Aunque parezca que viven cómodamente, haciendo el vago, navegando por internet y jugando todo el día, su mente no descansa ni un instante, atormentándolos continuamente con pensamientos de culpa. Tienen el espíritu totalmente destrozado, hecho trizas.

Ver la luz al tocar fondo

ENTREVISTADOR

Cuéntenos qué fue lo que la impulsó a salir del aislamiento y qué proceso siguió hasta llegar donde está ahora.

HAYASHI

Cuando toqué fondo, pensé que tenía que poner fin a mi vida. Cavilé concretamente cómo llevarlo a cabo, pero al final no lo hice. Puede que, de tanta angustia, hubiera perdido la capacidad de pensar y mi mente se hubiera paralizado. Y, en ese estado en que mi cuerpo era un simple recipiente para contener la vida, me decanté ligeramente por seguir viviendo.

Después de eso, me dejé llevar y me observé desde fuera. Ya a posteriori, pensé vagamente que había elegido vivir. Ese fue el momento en que toqué fondo; pasé de una situación de impotencia total a retomar, poco a poco, el rumbo hacia la vida.

Otra cosa que me ayudó entonces fue el contacto con el psiquiatra que me trataba, el doctor Izumiya Kanji. Podía contarle cosas que otra gente hubiera tachado de “raras”, y él me reafirmaba con respuestas como “tal vez, como ser vivo, eso sea lo correcto”. Como en mi entorno no tenía a nadie (ni siquiera mi familia) que me comprendiera, el doctor Izumiya fue la primera persona que conocí con quien podía comunicarme de verdad. Fue la primera vez en mi vida que pude expresar con palabras todo lo que pensaba en realidad. Eso fue un gran paso, porque me permitió emprender la tarea de volver a construirme como persona. Luego, al entrar en la treintena, conocí a otros que me entendían porque habían vivido la experiencia de ser hikikomori. Gracias a ello, vi que no estaba sola y eso me brindó muchísima valentía.

Llegó un día en que, de repente y sin saber cómo, me di cuenta de que no era que yo hubiera decidido vivir, sino que, de algún modo, era la propia vida la que me empujaba a hacerlo. Así que yo solo tenía que seguir viviendo hasta el final, sin interponerme en ese proceso. Y pensé que debía seguir adelante aceptando lo que me fuera llegando, sin forzar el rumbo vital ni angustiarme por el sentido de la vida.

ENTREVISTADOR

Así que comprendió que la propia vida la empujaba a vivir.

HAYASHI

Ya de pequeña era del tipo de personas que se indignan profundamente ante la injusticia de que los débiles sean pisoteados y los fuertes impongan su ley, ya sea en el colegio o en el mundo de los adultos. Ahora, que sigo conservando ese sentimiento de indignación y voy recuperando mi energía, siento que quiero ayudar, por poco que pueda, a esas personas que sufren ante la injusticia del mundo; más que por los demás, por mí misma.

Creo que, en estos últimos diez años, el mundo se ha vuelto un lugar cada vez más asfixiante y falto de espacio para las personas. Por eso, al cumplir los cuarenta, pensé que quería contribuir a ampliar ese espacio. Gracias a haber conocido a otras personas que lo habían pasado tan mal como yo, ahora me dedico a planificar y gestionar iniciativas(*1) para ayudar a nuestro colectivo, como es la asociación Hikikomori UX Kaigi.

Hay muchos jóvenes que piensan que su vida no tiene valor porque no son de utilidad para los demás. Pero yo creo que, ya solo por el hecho de estar vivo, uno tiene derecho a vivir con dignidad, independientemente de si es útil o no para otras personas. Por más inútil que yo sea, tengo derecho a estar en este mundo. Y, si yo tengo derecho a vivir, entonces también lo tienen todos los demás.

Aunque uno no sea capaz de nada, la vida es totalmente innegable; y ahora creo que lo es tanto para mí misma como para cualquiera.

ENTREVISTADORMuchas gracias.

(*1) ^ Hikkynet, Shin Hikikomori nitsuite Kangaeru Kai y Hikikomori UX Kaigi.

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