¿Es difícil hacer amigos japoneses?

Vida

El autor es un chino que lleva 18 años viviendo en Japón, y a pesar de todo encuentra a veces dificultades para entenderse con los japoneses. Esta es la crónica de una de sus experiencias en su comunidad local, durante la cual compartió un trayecto con un corredor de 85 años, algo que “le llenó el corazón de calidez”.

Llevo ya dieciocho años viviendo en Japón. El tiempo pasa volando, y para cuando me he dado cuenta ya estoy a punto de cumplir los cuarenta en este país. Viviendo aquí hay muchas veces que uno se olvida del paso del tiempo. En esta sociedad japonesa de administración asentada, en la que los días se van sucediendo con cierta comodidad, no se siente demasiado estrés. El ritmo de vida de los japoneses busca la eficacia y la simplificación, y separa radicalmente lo laboral de lo privado. Al llegar el fin de semana, los solteros disfrutan de sus aficiones, y los casados del tiempo libre con sus familias, muchas veces saliendo de casa. Parece que llaman a esto “servicio familiar”.

En mi círculo de amistades hay muchos extranjeros que llevan más de diez años viviendo en Japón, y cuando nos reunimos muchas veces surge este tema de conversación: “¿Cómo se puede hacer uno amigo de un japonés?” El debate siempre llega a la misma conclusión: “hacerse amigo de un japonés no es nada fácil”, decimos todos. Un punto en común en nuestras opiniones es: “Las expresiones de los sentimientos de los japoneses son muy ambiguas, y separan siempre el honne (lo que realmente piensan) del tatemae (su fachada)”. Para los extranjeros que no poseen demasiada capacidad lingüística en japonés o conocimientos de fondo no resulta nada fácil discernir qué piensa realmente un japonés. Esto no solo se limita a las amistades, sino que es también aplicable a los negocios. En ciertas reuniones, cuando el extranjero considera que las negociaciones han ido bien, con un ambiente excelente, el compañero japonés le dice para su asombro, en el camino de vuelta: “No hay esperanza”.

También está la cuestión, para los extranjeros que, como yo, se han establecido en Japón y tienen hijos que van a la escuela aquí, de si es posible integrarse con facilidad en la comunidad local. Aunque también hay quienes se preguntan, más bien, qué significa en realidad eso de “comunidad local”. Quizá no exista una definición establecida, pero lo que puedo decir es que, para mí, formar parte de esa comunidad consiste en aparecer en los eventos que se organizan.

Por ese motivo este año he vuelto a participar en la “Competición de Maratón” local que se celebra anualmente. Aunque reciba ese nombre, en realidad la carrera solo cubre tres kilómetros, cuatro vueltas y media a un parque. En ella pueden participar incluso los alumnos de primaria, y se premia a los mejores corredores de cada grupo, por edades. La carrera la organiza la Asociación Local de Corredores, cuyos miembros tienen de media 72 años de edad, según dicen. Muchos de ellos también poseen cargos en otras asociaciones. Se trata de grupos de amables ancianos que dedican su tiempo y su esfuerzo a los demás, y se dejan la piel por su comunidad local. Muchas entidades colaboran de diversas maneras -con donaciones o voluntariado- en el evento, a instancias de dicha asociación: círculos culturales, negocios, supermercados, clínicas…

Yo participé en la “maratón” como corredor el año pasado, pero este año me ha tocado a mí, humilde extranjero, la responsabilidad de ser el corredor de cola; es decir, de acompañar al último corredor, llevando un banderín que marca dónde termina el grupo de corredores. El encargo me vino del anciano de 60 años que se encargó de esta tarea el año pasado, y no pude negarme. El señor Okazaki (apodo) es monitor en un grupo de boyscouts al que pertenece mi hijo. No lo conocía mucho, pero tras considerar bien la petición decidí aceptarla.

Calentando antes del comienzo de la carrera.

Dos horas antes de comenzar la carrera llegué al parque donde se iba a celebrar y Okazaki se me acercó corriendo desde un lugar algo apartado. Me hizo una larga serie de pequeñas reverencias en señal de agradecimiento, y me dijo: “Yo ya no tengo edad para estas cosas; muchas gracias por aceptar”. Me aconsejó que no perdiera de vista de ningún modo al último corredor, pero que dado que ese corredor era una persona mayor tampoco tendría problemas para mantener el ritmo.

El grupo de los estudiantes de primaria estaba formado por más de cien niños que correrían tan solo 1.500 metros; por esa razón la carrera terminó en menos de diez minutos. En un abrir y cerrar de ojos la carrera del grupo principal ya estaba a punto de ponerse en marcha. Corrían unas sesenta personas. Yo me dispuse a esperar junto a la parte trasera del grupo, con carteles que rezaban “kōbi” (fin de la fila) en el pecho y la espalda. Al hacerlo un hombre mayor se me acercó y me saludó con otra profunda reverencia. Estaba claro que era él la persona con la que me tocaría correr en la cola, ese día.

Sonó el pistoletazo de salida. Los gritos de ánimo se escuchaban desde ambos lados de la pista; unos sesenta estudiantes de primaria animaban a los corredores, agitando banderas.

Un grupo local de tambores anima a los participantes.

Como era de esperar, el anciano comenzó a correr a un paso excepcionalmente lento, y para cuando el corredor más rápido terminó la carrera, nosotros habíamos completado apenas una vuelta y media. Un cuarto de hora tras el comienzo de la carrera ya solo quedábamos él y yo en la pista. Mientras lo contemplaba correr comenzaron a asaltarme todo tipo de dudas.

¿Por qué se habría animado a correr, a su edad? ¿No se preocuparían sus hijos por él? ¿No había venido su familia para animarlo?

Tras veinte minutos se escuchó: “Última vuelta. ¡Ánimo!” Los corredores más jóvenes que ya habían terminado el circuito se habían incorporado a las hileras de espectadores, que en lugar de empezar a marcharse se hicieron más numerosos. Algunos percusionistas tocaban tambores para animar a los participantes, y el grupo de estudiantes hacían lo propio con todas sus fuerzas, pese al fuerte sol. Para cuando me di cuenta, solo quedaba un corredor sobre el que se concentraban todos los gritos de ánimo.

“¿Quiere beber agua?” le pregunté, y el abuelo agitó la mano, sin decir una palabra. Por la expresión de su rostro comprendí lo en serio que se había tomado esta carrera. Estaba luchando contra el tiempo, pero también contra él mismo. Me di cuenta de que las dudas que yo había albergado en mi interior habían desaparecido, y sentí mi corazón despejado y lleno de calidez.

La última vuelta. Tanto el abuelo como yo estábamos bastante cansados. Ya no nos preocupaban los tiempos; todos estábamos pendientes, con el corazón en un puño, de si podría llegar sano y salvo a la meta. Yo le repetía: “Enseguida llegamos; tranquilo, no tenga prisa, respire con calma”. El abuelo logró alcanzar la meta bajo una lluvia de gritos de apoyo. Había tardado 32 minutos.

El momento de llegar a la meta.

Volví a la zona de descanso y varios miembros del comité de organización vinieron a hablar conmigo; al parecer, el abuelo quería verme.

Cuando lo vi de nuevo y empezamos a hablar, me enteré de que tenía 85 años. Y lo que me sorprendió aún más es que unos días antes lo habían operado de la pierna. Había logrado terminar la carrera aguantando el dolor del postoperatorio.

Nos dimos la mano con fuerza, y vi cómo brillaban las lágrimas en sus ojos.

“Espero que nos veamos el año que viene. Permítame correr a su lado otra vez”, le dije.

“Claro. Si todo sigue igual”, me contestó el abuelo.

Este último corredor recibió un premio especial de la asociación, y le hicieron entrega de un hermoso ramo de flores.

Mientras observábamos su figura, subido al podio, Okazaki me preguntó, dubitativo: “¿No nos hará el favor de ser el corredor de cola también el año que viene?”

“¡Por supuesto!” contesté.

La cara de Okazaki dejó claro el alivio que sentía al escuchar mi respuesta, aunque yo también me sentía feliz.

Quizá no haya tantas diferencias entre China y Japón, en lo que a la visión de la vida y los sentimientos se refiere. Para comunicarse, de corazón a corazón, no se necesitan palabras. Lo realmente importante son los motivos y el valor.

Ojalá mi humilde experiencia les sirva a los lectores para comprender un poco mejor la sociedad japonesa.

(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: estudiantes de primaria animando a un corredor de 85 años)

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