Lo que pienso cuando pienso en Fukushima

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Tras la dura lección de Fukushima, el pasado 8 de julio el gobierno japonés implementó nuevas exigencias de seguridad para las centrales nucleares. El consultor de evaluación de riesgos Woody Epstein compartió sus puntos de vista sobre el accidente de Fukushima y el uso de la energía nuclear en un simposio celebrado en Hiroshima en marzo de 2013. Presentamos aquí extractos de su discurso.

Quisiera comenzar mi charla con ustedes hablando de riesgos y sociedad. Espero que mis palabras ayuden a formar la base para unas relaciones honestas con la opinión pública y los políticos con poder de toma de decisiones.

A causa del accidente de Fukushima Daiichi, estamos hoy aquí hablando sobre la energía núclear. El accidente del 11 de marzo de 2011 hizo preguntarse al mundo si es posible utilizar la energía nuclear de una forma aceptablemente segura.

Yo no estoy ni a favor ni en contra de la energía nuclear. Pero sí que estoy a favor de la honestidad y en contra de la deshonestidad. Soy un matemático que ha trabajado durante treinta años con tecnólogos que analizan riesgos. Dos de los objetivos de un analista de riesgos son proporcionar pruebas razonadas para aquellos que van a tomar decisiones y ofrecer explicaciones prácticas a la opinión pública.

El significado de “riesgo”

El riesgo (y en consecuencia la seguridad) es la respuesta a tres preguntas:

(1) ¿Qué puede salir mal?

(2) ¿Cuáles son las probabilidades?

(3) ¿Cuáles son las consecuencias?

La generación de energía nuclear conlleva riesgos, y siempre los conllevará. Nada es 100% seguro. Kurokawa Kiyoshi, presidente del comité independiente creado por el Gobierno para investigar el accidente de Fukushima, declaró que “los accidentes ocurren, las máquinas se averían y los humanos cometen errores”.

Durante años, la mayoría de reguladores han apoyado un objetivo de seguridad según el cual debemos procurar que para cada reactor, la probabilidad de un accidente que dañe su núcleo no sea mayor que una vez cada diez mil años; y que la probabilidad de una gran fuga de radiación no sea mayor que una vez cada cien mil años.

El 10 de marzo de 2011 había 438 unidades de generación de energía nuclear comercial en el mundo. Si cada unidad estaba operativa un 70% del tiempo, y cada unidad era segura según los objetivos de seguridad que acabo de describir, la probabilidad de que se produjese un accidente que dañase el núcleo de un reactor, en cualquier parte del mundo, era alrededor de tres veces cada cien años. Así pues, cabe esperar un accidente que dañe el núcleo de un reactor alrededor de dos o tres veces durante nuestra vida.

Pero los accidentes que afectan al núcleo de un reactor no equivalen a fuga de radiación. No significa que sean accidentes como los de Fukushima o Chernóbil. Si utilizamos el mismo razonamiento para grandes fugas de radiación, cabría esperar un accidente como el de Fukushima alrededor de una vez cada 330 años.

Y por eso les pregunto: ¿Están ustedes dispuestos a aceptar la energía nuclear si la probabilidad de una gran fuga radiactiva, en algún lugar del mundo, es de una cada 330 años? Tengan en cuenta que esta probabilidad se hará mayor a medida que se vayan construyendo más centrales nucleares. Y tengan también en cuenta que vivimos en una aldea global: un accidente en China afectará a vidas en Okinawa.

Solo estoy hablando de la probabilidad de un accidente, no de la consecuencia de que ustedes puedan morir o enfermar a causa de este tipo de accidente. Ustedes corren mucho más riesgo (probabilidad y consecuencia) de verse implicados en un accidente de tráfico, de ingerir demasiado alcohol, de consumir comida con alto contenido graso, o de fumar cigarrillos.

El factor emotivo

La energía nuclear tiene sus ventajas: menores emisiones de dióxido de carbono, menor dependencia del petróleo, menores balanzas comerciales, menor contaminación por la quema de combustibles fósiles. Pero estas ventajas causan poco impacto en nuestra mente porque estamos hablando de energía nuclear. Estamos tratando con la percepción humana del riesgo.

Las consecuencias tecnológicas para la población no desaparecerán si abandonamos la energía nuclear. Fíjense en todos los depósitos de gas, petróleo y gas natural licuado que hay a lo largo de la costa japonesa. Hemos realizado estudios sobre el impacto de grandes terremotos, tsunamis y tifones sobre las industrias químicas, petrolíferas y gasísticas. Créanme, se pueden producir peligrosos accidentes con consecuencias medioambientales, sociales y económicas que podrían acercarse a las de Fukushima.

Los responsables que diseñan políticas suelen tomar ideas prestadas de los manuales de economía para crear modelos de percepción de riesgos. Una de las premisas más utilizadas es que los individuos y la sociedad se comportan de forma racional. Si pudiésemos proporcionar a la gente más o mejor información, todo el mundo tomaría decisiones más lógicas, más racionales y más informadas sobre los riesgos.

Pero la gente no se comporta racionalmente. La racionalidad es una parte de la toma de decisiones. Las emociones tienen la misma importancia. Aquellos que ignoran la necesidad de emociones en la toma de decisiones no han comprendido la condición humana.

Diálogo con la gente

¿Cómo pueden los tecnólogos trabajar más eficazmente con la población y el gobierno? Pues escuchando mejor. Debemos entender los temas que son importantes para todas las personas implicadas. Debemos ser mejores a la hora de dar explicaciones que puedan entenderse fácilmente.

Parte del reto es que en la comunidad técnica, en gran medida nos hemos desentendido del diálogo con la población. Hace cien años, las teorías y descubrimientos científicos más novedosos se debatían en los periódicos de cabecera de manera que una persona formada pudiese llegar a comprenderlos. Existía un diálogo con el público, y la ciencia era un tema de debate popular.

¿Qué ha ocurrido? En la comunidad científica nos hemos aislado y nos hemos vuelto arrogantes; hemos perdido el arte de la conversación con el público.

Poco después del accidente de Fukushima, me encontraba en una reunión municipal de vecinos en Tōkaimura. En un momento dado, una madre muy preocupada preguntó a uno de los sensei que dirigía la reunión sobre la cantidad de radiación que podía resultar perjudicial para sus hijos. Y la respuesta del erudito sensei fue que lo consultase en Internet.

El arte de hacerse comprender

¿Cómo vamos a entender el marco en el cual los indicios que los tecnólogos desarrollamos se comprenden y se aplican?

El primer paso es aprender a escuchar. Cuando empiezas a escuchar, empiezas a construir un puente.

El segundo paso es que todo el mundo formule preguntas difíciles. Preguntar es el camino hacia el conocimiento. Recuerden que la definición que antes he hecho de riesgo busca respuestas a tres preguntas. Los tecnólogos deben llevar ese afán de buscar respuestas hasta las personas que toman las decisiones y que nosotros apoyamos y, en el caso de tecnologías que pueden llegar a perjudicar a la población, también hasta la gente.

El tercer paso es ser conscientes de que la ciencia nunca es exacta ni definitiva. La ciencia cambia con el paso de los años, a veces con descubrimientos imprevistos. Debemos ayudarles a entender la incertidumbre, a “esperar lo inesperado”, y a crear instituciones con capacidad de reacción que puedan responder de manera flexible a un accidente cuando ocurra, no “si ocurre”.

La seguridad es una percepción

Después de Fukushima, muchos de mis amigos japoneses me han preguntado “¿Cuándo podemos considerar suficiente la seguridad?”. Mi respuesta es que “la seguridad será suficiente cuando usted diga que lo es. ¿Cómo quieren vivir? ¿Qué riesgos están dispuestos a aceptar para vivir de la forma en que quieren vivir?”

No existen respuestas mágicas. Solamente hay opciones difíciles, algunas con medidas objetivas, y otras que deben hacerse con el corazón. Lo importante es que todos aceptemos la responsabilidad de nuestras decisiones, en especial si las decisiones resultan equivocadas, como ocurrió en Fukushima Daiichi. Cuando te equivocas, sé el primero en reconocerlo, aunque seas el último en saberlo.

El riesgo es una percepción, un sentimiento, y los tecnólogos debemos ser honestos con la opinión pública y las personas que deben tomar las decisiones, y declarar honradamente lo que sabemos y lo que desconocemos. Todos debemos colaborar, manteniendo una continua conversación, para intentar hacer lo que es debido.

Extracto de un discurso pronunciado el 25 de marzo de 2013 en el tercer Simposio Internacional de Líderes Medioambientales del Mundo en la Universidad de Hiroshima. El texto completo está disponible en la página de web de Woody Epstein).

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