Acoso sexual en Japón: causas sociales

Sociedad Cultura

La sentencia del Tribunal Supremo que declaró “pertinente” la sanción aplicada por una empresa a dos de sus empleados por acoso sexual es una muestra de que la sociedad japonesa es cada vez más estricta con este tipo de ofensas. Sin embargo, el problema no desaparecerá mientras no cambie la arraigada estructura social que provoca la desigualdad entre los dos sexos.

Los escándalos relacionados con el acoso sexual se repiten

Los casos de acoso sexual salen a la luz pública uno tras otro. En junio de 2014 la noticia de unas burlas machistas pronunciadas en la Asamblea de Tokio causó un revuelo considerable. Y en febrero de 2015 el Tribunal Supremo consideró “adecuadas” las medidas disciplinarias tomadas por una empresa que expulsó temporalmente y destituyó de su cargo a dos empleados —que denunciaron a la empresa porque consideraban que la sanción era excesiva— por hacer repetidos comentarios de cariz sexual a dos subordinadas.

A mediados de marzo de 2015 estallaron en internet las críticas a un anuncio que se mostraba en las pantallas de los grandes almacenes de moda Lumine por considerar que fomentaba el acoso sexual. Por otra parte, aunque suene presuntuoso, mi intervención en el informativo matutino de la cadena NHK Asa ichi! a propósito del acoso sexual a las mujeres de mediana edad que se emitió en octubre de 2014 tuvo tanta resonancia que volvió a emitirse en diciembre del mismo año.

Ya ha pasado un cuarto de siglo desde que se celebrase en 1989 en Fukuoka el primer caso judicial de Japón relacionado con el acoso sexual, que introdujo el término sekuhara en el vocabulario popular (la expresión se llevó el gran premio al neologismo y la palabra de moda del año), y quince años desde que en 1999 se aprobase la Ley Enmendada de Igualdad de Oportunidades Laborales, primera medida legal contra el acoso sexual en Japón. El hecho de que después de todo este tiempo sigan surgiendo casos tan sonados de acoso sexual hace difícil discernir si la situación de la sociedad japonesa ha mejorado o no.

Más consciencia social sobre los distintos tipos de acoso

Cabe señalar que los casos de acoso sexual de difusión mediática que mencionábamos tienen un aspecto positivo. El juez del Tribunal Supremo consideró que el comportamiento de los jefes sancionados, que insistían en que sus comentarios eran solo bromas para animar el ambiente de trabajo, constituía “una conducta de acoso sexual extremadamente inadecuada”. Otros incidentes como el del diputado de la Asamblea Metropolitana de Tokio que espetó “¡Cásate ya!” a una diputada, o el anuncio de Lumine en el que un empleado criticaba la apariencia de su compañera de trabajo y se animaba a las mujeres a convertirse en “la flor de la oficina”, han creado mucha polémica al dinamitar la paciencia y desatar la ira de muchos ciudadanos y ciudadanas. La conclusión de estos casos, que han generado disculpas y han ganado pleitos, demuestra la evolución de la conciencia social; hace años ninguno de ellos hubiese tenido las mismas consecuencias.

Además, la popularización del término sekuhara (acoso sexual) desencadenó la creación de nuevos términos relativos a distintos tipos de acoso, como pawahara (acoso laboral), akahara (acoso académico) y morahara (acoso moral). Últimamente en las escuelas secundarias se oye hablar a menudo de bukahara (acoso en los clubs extraescolares). Tal vez el término con un mayor impacto de la lista sea matahara (acoso a la maternidad), que designa el acoso relacionado con el embarazo, el parto y la crianza de los hijos. En este tipo de acoso se incluyen conductas como forzar a las mujeres a abandonar el trabajo cuando la empresa se entera de que están embarazadas, y causarles dificultades si intentan solicitar la baja por maternidad. Por fin han surgido voces que critican el sistema social y empresarial que da por sentado que para las mujeres es incompatible trabajar y tener hijos.

La persistente insensibilidad de los hombres

A pesar de que en teoría la situación ha mejorado, la mayoría de las mujeres japonesas se sienten frustradas ante los incidentes de acoso como los que comentábamos antes. Que en un lugar de la formalidad de la Asamblea Metropolitana de Tokio se interrumpa a una diputada que formula una pregunta sobre el descenso de la natalidad increpándola a casarse y tener hijos representa una falta de respeto hacia su cargo como diputada y un desprecio hacia su libertad de decisión y su intimidad. Luego están los empleados que atormentan a sus subordinadas con comentarios indecentes hasta el punto de casi obligarlas a dejar el trabajo, y que acaban llevando a su empresa a juicio porque creen injusto que se les sancione solo por unas “bromas”. Y qué decir de los grandes almacenes de moda que, pretendiendo “apoyar a las mujeres trabajadoras”, las bombardea con publicidad que sugiere que deben cuidar su imagen para estar más “monas” en el trabajo. Estos anacronismos que persisten en la sociedad arrebatan a las mujeres la esperanza de que el acoso desaparezca algún día.

Se supone que todos saben en qué consiste el acoso sexual y son conscientes de que debe evitarse, pero lo cierto es que los hombres parecen seguir insensibles a esta cuestión, ajenos a algo tan básico como por qué el acoso sexual supone un problema y por qué indigna e incomoda a las mujeres. “Aunque toque un poco a las compañeras de trabajo, no pasa nada porque les caigo bien. Las chicas se ríen de mis bromas picantes. Por eso mi conducta no constituye acoso sexual. Como las mujeres deben casarse con un buen hombre y tener hijos para ser felices, ¿qué hay de malo en sugerirles que lo hagan? Si es que lo más importante de una mujer es su belleza y su encanto”. Este tipo de preconcepciones tiene unas raíces mucho más profundas que el criterio para discernir el acoso sexual. Y, por más tiempo que haga que las mujeres —tengan o no intención de perseguir una carrera profesional— se niegan a llevar esa etiqueta de “feminidad” que se les impone, la brecha entre la conciencia de ambos sexos es abismal.

Mujeres educadas para ser “obedientes y amables”

Una conocida mía que es diputada en una asamblea prefectural me contó que tiene problemas constantes con el acoso por parte de sus compañeros asamblearios y afirmó que “la asamblea es como Parque Jurásico”. Parque Jurásico es una película de ciencia-ficción en la que los extintos dinosaurios vuelven a la vida y atacan a los hombres. Pues bien, las asambleas prefecturales no son los únicos lugares de trabajo en los que dominan los hombres de mediana edad con un pensamiento tan anacrónico como los mencionados dinosaurios.

Además, aunque arriba afirmaba que las mujeres “se niegan” al acoso, en realidad esa negación no llega a comunicarse. En todas las partes del mundo las mujeres tienden a tener en consideración el entorno y amoldarse a él, pero en Japón esta tendencia es especialmente marcada. En Japón expresiones como “franco y directo” o “hablar claro” no tienen precisamente un matiz positivo. En una cultura que exige armonía y adaptabilidad tanto a hombres como a mujeres, ellas en particular son educadas para ser amables y obedientes desde pequeñas. Para las japonesas comportarse con amabilidad, ser consideradas con los sentimientos ajenos y evitar las confrontaciones son casi actos reflejos.

En el caso del Tribunal Supremo que comentábamos antes, las víctimas no pidieron a sus superiores que parasen de hacerles comentarios soeces porque se sentían incómodas. Tal vez su forma de expresar su incomodidad era no reír ni responder ante los comentarios, pero por desgracia su mensaje no fue comprendido por el receptor. Tampoco la diputada Shiomura Ayaka expresó su enfado abiertamente al recibir comentarios degradantes en la Asamblea Metropolitana de Tokio, sino que adoptó una extraña expresión de confusión. Lo mismo sucedió con el anuncio de Lumine. Acostumbradas a ser “buenas chicas” y a “causar buena impresión”, las mujeres japonesas son incapaces de mostrar su ira de forma directa.

Incluso al recibir ofensas como los tocamientos por parte de extraños en el tren, son incapaces de gritar “¡Basta!”, y aun las más audaces se limitan a susurrar algún ruego como “Pare, por favor”. Y, aunque sean las víctimas, si levantan la voz son ellas las que reciben las miradas atónitas de los pasajeros de alrededor. En inglés las expresiones como “Don’t” y “Stop it!” pueden usarse por parte de hombres y mujeres indistintamente, pero en japonés incluso en esa situación se requieren expresiones “típicamente femeninas” (reservadas al uso por parte de mujeres). Visto así, el japonés no ofrece a las mujeres ninguna expresión para decir no tajantemente, lo cual supone una limitación bien triste.

El acoso sexual continuará mientras la sociedad discrimine a la mujer

En los incidentes de acoso sexual los agresores suelen hacer declaraciones como “No tenía ni idea de que mi comportamiento la estaba molestando”. El agente de policía que a lo largo de medio año tocó repetidamente los muslos de su joven compañera de patrulla dentro del coche simplemente afirmó: “Me gustaba tocarle los muslos y, como ella no decía nada, seguía haciéndolo” (Asahi Shinbun, 8 de junio de 2012, edición vespertina). Aunque se trate de una falta de sensibilidad desesperante, estos hombres acostumbrados a que las mujeres no les digan que no y a que los traten siempre con amabilidad son incapaces de comprender los sentimientos de las mujeres y tienen la insensibilidad prácticamente implantada. Con semejante panorama, acabar con el acoso sexual es una utopía.

La sociedad japonesa presenta un problema estructural que genera el menosprecio y la falta de respeto para con las mujeres. Por más que el Gobierno lance políticas para fomentar “el papel activo de la mujer”, en el panorama laboral las mujeres no son tratadas como mano de obra válida, y cada vez se ven más relegadas al trabajo irregular. El creciente problema de la pobreza entre la población femenina es también gravísimo. El acoso a la maternidad (matahara) es un símbolo más de este fenómeno: mientras que el Gobierno aplica medidas para aumentar la natalidad, en la práctica tener hijos conlleva una especie de penalización para las mujeres.

En esta sociedad que solo reconoce como auténticos trabajadores a los que echan jornadas laborales larguísimas y delegan en otros las tareas domésticas y la crianza de los hijos, las mujeres van viendo erosionado su derecho a trabajar e incluso a vivir. Los casos de acoso sexual seguirán sucediéndose mientras no cambie la estructura que engendra la desigualdad entre hombres y mujeres.

(Traducido del original japonés, publicado el 13 de abril de 2015)

Fotografía del titular: Las abogadas de la defensa que ganaron el primer juicio en que se procesó un caso de acoso sexual (Colegio de Abogados de Fukuoka, 16 de abril de 1992. Cortesía de Jiji Press).

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