Los comedores infantiles: la importancia de cocinar y comer juntos

Sociedad

Cada vez hay en Japón más locales como los comedores infantiles, en los que los niños que viven en hogares monoparentales que no se alimentan correctamente en casa, y uno de sus padres, pueden comer gratis o por un precio muy reducido. Una visión sobre las medidas que se están tomando para tratar de paliar la pobreza y el hambre entre los niños.

Pobreza infantil que se hace evidente en la escuela

Llevo desde el año 2005 realizando labores como trabajadora social en escuelas, y me he implicado en problemas relacionados con los niños. Partiendo de ese puesto, he tratado de mejorar la calidad de vida y la educación de los niños a través de una extensa observación del entorno en el que se generan dichos problemas, y de la relación de ese entorno con sus actividades escolares.

Los siguientes problemas relacionados con los niños son una parte de lo que pude observar, y no se limitan a una serie de zonas específicas.

-Cuando investigaba los motivos para las faltas de un niño, a veces descubría hogares colmados de problemas. El niño debía hacerse cargo de sus hermanos pequeños, y no comía suficiente. La casa olía mal. La higiene del hogar resultaba preocupante.

-Los dientes se hallaban en mal estado por culpa de las caries, y no habían recibido tratamiento en años. Tampoco se les habían realizado exámenes otorrinolaringológicos, y no podían entrar en la piscina.

-En un solo apartamento se encontraban hacinados varios estudiantes de secundaria, montando jaleo; el grupo se dedicaba constantemente al hurto.

Unos niños con problemas como estos no se encuentran en situación de poder atender a la escuela.

Para tratar de mejorar la situación de los niños, las escuelas piden la colaboración de los guardianes legales, pero en muchas ocasiones resulta imposible incluso ponerse en contacto con ellos. Tratando de saber qué está ocurriendo, intenté recabar información sobre el hogar de los niños que me preocupaban, y fue entonces cuando me topé con los problemas de sufrimiento y pobreza a los que se enfrentan muchos padres.

La relación entre pobreza y abandono

Algunos de esos padres sufrían de discapacidades intelectuales, y tenían problemas para administrar el dinero o hacer las labores del hogar. Nadie les había enseñado a cocinar, ni habían usado jamás un cuchillo de cocina. Por ese motivo la mayoría de las veces comían fuera, y el presupuesto de la ayuda oficial para las necesidades básicas desaparecía para mediados de mes. En otros casos de hogares monoparentales, el padre o la madre trabajaba desde temprano por la mañana hasta bien entrada la noche, y por ello carecía de tiempo para comprar las cosas necesarias para la escuela, o para supervisar los deberes de los niños. Además de las dificultades económicas, no podía pasar tiempo con sus hijos.

Además no son pocos los casos de guardianes que debían sumar a los problemas anteriores los de salud mental. Aunque antes podían hacer las tareas del hogar, ya no les era posible moverse. A base de aprender mirando, los hermanos y hermanas mayores tenían que cuidar de los más pequeños.

Como resultado, los niños se encontraban en un estado de abandono. Ese abandono (o negligencia) se refiere a la ausencia de las necesidades que el ser humano requiere para poder vivir: ropa, alimento, vivienda, amor, etcétera. En japonés se suelen utilizar expresiones, para referirse a este abandono, que podrían traducirse como “denegar la crianza”, o “abandono del cuidado del niño”, que implican fuertemente que son solo los padres quienes están negando intencionadamente a sus hijos algo necesario.

Pero lo cierto es que, a pesar de que los guardiantes se encuentran en situación en la que necesitan ayuda, muchos no hacen uso de los sistemas de bienestar social, o incluso desconocen su existencia. Por mucho que se esfuercen, no pueden llevar estilos de vida saludables. Muchos de ellos tienen en común la ausencia de familiares o amigos con los que poder contar, su falta de relaciones comunitarias, el hecho de no tener siquiera fuerzas para pedir ayuda a otros. Esta triste realidad, en la que se aúnan la pobreza y el abandono, y la subsecuente complejidad de la situación, es algo que la sociedad en su conjunto no llega a comprender.

La desigualdad, ya desde el punto de partida de la educación obligatoria

Una de las razones por las que esta situación empeora aún más es el hecho de que la educación obligatoria en Japón no solo no es gratuita, sino que debe ser costeada por los guardianes legales. Por ejemplo, a la hora de acceder a una escuela pública deben costear el uniforme del niño, su ropa de deporte, las zapatillas de goma que se usan dentro del edificio, el estuche con útiles de escritura, el randoseru (la mochila típica de los escolares en Japón), etcétera.

Tras la entrada en la escuela sigue habiendo infinidad de pagos: los costes del almuerzo y de las actividades extraescolares (las excursiones y viajes de estudios), los cuadernos de prácticas escolares, juegos de costura, materiales de prácticas, tasas de clubes, etcétera. Incluso aunque hubiera un sistema de ayuda para estos pagos, cuando la economía de un hogar no da más de sí no tiene sentido culpar simplemente a la familia, incapaz de priorizar la educación de los niños.

Y sin embargo una marea de acusación hacia este tipo de padres que no pueden pagar la educación de sus hijos está arrasando el país. Los propios padres, avergonzados, deben hacer frente a las fechas de entrada en el colegio, incapaces de consultar sus problemas con nadie. Desde la línea de salida de la educación obligatoria la idea de una igualdad de oportunidades en la educación no se puede preservar, y hay niños que no pueden recibir esas valiosas oportunidades para crecer y desarrollarse.

El significado de los “refugios para pasar las tardes”

Actualmente los trabajadores sociales de las escuelas y los asistentes voluntarios de las comunidades han dado comienzo a un sistema para construir “refugios para pasar las tardes”, lugares en los que puedan estar los niños que tras la escuela se quedan solos, en un intento por paliar, aun en pequeña medida, el problema estructural de la sociedad, que trata de volcar toda la culpa de esta situación sobre los padres. Ese término designa, en definitiva, a lugares en los que los niños pueden realizar actividades y pasar el tiempo de forma segura y tranquila cuando terminan sus clubes, después de clase, o en las temporadas en las que no tienen clase.

Un elemento en común entre estos lugares es que puedan servir para que niños y adultos compartan el alimento, los juegos, las discusiones, para que aprendan que “lo que está mal, está mal” y puedan también preocuparse juntos. Sobre todo, una de sus características principales es el alto valor que se otorga al hecho de poder compartir la comida con alguien.

Por ejemplo, tras terminar la escuela los niños se reúnen en su refugio nocturno y saludan como si llegaran a casa. Los empleados contestan de igual modo, al recibirlos. Acto seguido, los niños juegan con los empleados, preguntan lo que no entienden de sus deberes a los voluntarios más cercanos, o leen un libro a solas, tranquilamente. Pasan el tiempo como quieren. Aunque a veces también pelean, muchos adultos vigilan para que no ocurra nada grave. Si un niño hace daño a otro, hay alguien que lo riñe adecuadamente por ello. En este lugar también hay gente que piensa con ellos sobre cómo se pide perdón.

Y cuando llega la hora de la cena, empleados y niños cocinan juntos y empiezan a comer a la voz de “itadakimasu” (que aproveche). Antes siempre cenaban solos, pero hoy comparten con otros tanto comida como conversación. Hay niños que, sin darse cuenta, empiezan a hablar de sí mismos.

En resumen, este lugar se basa en las ideas, que hasta ahora se habían descuidado, de proporcionar a los niños un tiempo de tranquilidad, una cena en compañía y adultos que ayuden con los deberes. El funcionamiento de estos refugios hace que los niños vayan obteniendo fuerza para poder labrarse un futuro. Y a medida que entran en contacto con el sufrimiento de sus compañeros y ven a miembros del refugio que reciben ayuda, su capacidad de poder pedir ayuda ellos mismos va aumentando. Recuperan la oportunidad de crecer y desarrollarse. Si los padres también pueden tomar parte en esa protección del crecimiento de sus hijos, será posible para ellos construir una nueva relación familiar.

Un sistema que permita hacer llegar la ayuda directamente a los niños

Considerar la pobreza de los niños implica considerar también la de los adultos. Los ejemplos que he mencionado hasta ahora son muestra de la triste realidad, en la que la pobreza de los padres y sus desventajas sociales se acumulan, y dado que esa situación no mejora, la pobreza se repite en la siguiente generación. Para poder romper este círculo vicioso de pobreza se hace imperativo crear un sistema que permita hacer llegar la ayuda económica directamente a los niños, a la vez que a los padres.

Hablamos, en concreto, de la gratuidad de las actividades extraescolares y de los almuerzos, un sistema de acompañamiento en el camino de las escuelas para los niños que lo necesiten y la creación de becas escolares. Tampoco podemos olvidar la escolarización y el coste de vida para los niños que se educan en centros de bienestar para niños u organizaciones de ayuda social, así como la ayuda educativa para aquellos niños que han abandonado la educación secundaria o el instituto y lo deseen, y los costes de atención médica. Quizá seamos capaces, ofreciendo a los niños la oportunidad de aprender a vivir el momento, de romper el mencionado círculo vicioso de la pobreza.

Aprender de los comedores para niños

En 2013 se creó la Ley para la Promoción de Medidas contra la Pobreza Infantil, y como resultado están aumentando por todo el país todo tipo de centros de acogida. Y aunque no están relacionados con la ley nacional, también se están extendiendo los comedores infantiles a nivel regional, por iniciativa privada.

Dichos comedores cuentan con dueños de restaurantes, monjes y voluntarios locales de todo tipo, y difieren entre ellos en sus objetivos: medidas contra la pobreza, educación alimentaria, intercambio local… Sin embargo, casi todos ellos comparten otro objetivo: crear un lugar al que un niño pueda acudir aunque esté solo y en el que poder comer.

Algo muy significativo respecto a estos lugares es que en ellos se reúnen no solo trabajadores sociales relacionados con los niños, sino también adultos de muy diferentes entornos laborales y sociales, de generaciones y nacionalidades diversas, que han comenzado a darse cuenta del peligro que corren los niños que viven en Japón. Gracias a la labor de los comedores para niños, esas personas que se han dado cuenta de la crisis que corre la alimentación infantil no solo están ayudando a familias con dificultades económicas, sino que han comenzado a establecer vínculos entre ellos.

En las primeras páginas de periódicos de gran tirada se mencionan los comedores para niños y se mencionan las medidas para paliar la pobreza infantil, algo de gran calado social. A partir de ahora, para que muchas más personas puedan compartir la oportunidad de considerar este problema, es necesario hacer que se convierta en un hecho visible, en un problema de interés para todos. Algunas personas que colaboran en centros de ayuda -la autora incluída- han unido sus fuerzas a las de ciertos artistas para crear dos canciones que abordan esta temática: Yūkoku (“Tarde”) y Tadaima (“Ya estoy en casa”). Se trata de un intento por concienciar al público sobre esta problemática a través de imágenes y música.

Imagen del encabezado: Personas de diferentes edades se reúnen en torno a una mesa en un comedor para niños (21 de julio de 2016, ciudad de Kanazawa) - Yomiuri Shinbun / Afro

(Artículo traducido al español del original en japonés)

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