Cuidadores que matan: un problema que afecta a toda la sociedad

Política Sociedad

En todos los rincones de Japón están ocurriendo casos criminales muy dolorosos, en que una persona que atendía a otra acaba matándola y, a veces, suicidándose. Una experta analiza el tema y señala algunas estrategias que pueden ayudar a reducir la incidencia de estos casos.

Uno de cada cuatro mayores de 75 años, atendido en casa por familiares

En Japón el número de ancianos continúa su ascenso y los mayores de 65 años representan ya el 26,7 % de la población total, según el Libro blanco del envejecimiento 2016, publicado por la Oficina del Gabinete del Gobierno de Japón. Y con ello está aumentando también el número de ancianos que necesitan cuidados. Según el Libro blanco del envejecimiento 2014, una de cada cuatro personas mayores de 75 años necesita cuidados y la mayoría de ellos los reciben de sus familiares, en sus hogares. Según el Estudio básico de las condiciones de vida de los ciudadanos 2014 (publicado en 2013), en el 60 % de los casos eran las propias familias las que consideraban cuidar a sus ancianos en caso de que se manifestara esa necesidad en alguno de sus miembros. En este contexto, en el que se experimentan grandes dificultades relacionadas con la atención a la ancianidad, están ocurriendo en todo el país casos en los que personas que cuidaban de otras acaban matándolas o incluyéndolas en sus planes de suicidio. En adelante, nos referiremos a este fenómeno con la expresión “asesinatos de ancianos atendidos”.

Cifras y características

Según las estadísticas de criminalidad de la Agencia Nacional de Policía, durante los ocho años que median entre 2007 y 2014, se han denunciado 356 asesinatos en los que el cansancio causado por los cuidados a ancianos o enfermos aparece como principal motivo del crimen. Además, hay otros 15 casos de inducción o asistencia al suicidio, y 21 más de agresión con resultado en muerte. Por otra parte, aunque fuera ya del concepto de asesinato, según las estadísticas de la Oficina del Gabinete relativas a los suicidios, durante los nueve años del periodo 2007-2015, se registraron 2.515 casos de personas que se quitaron la vida como consecuencia de la fatiga producida por dichas actividades de atención a ancianos y enfermos, de las cuales 1.506 eran mayores de 60 años, representando aproximadamente el 60 % del total. Pese a que todavía no han transcurrido ni siquiera 10 años desde que comenzaron a elaborarse estas estadísticas, las cifras de muertes relacionadas con la fatiga producida por estas actividades adquieren ya proporciones alarmantes.

Un rasgo distintivo de estos asesinatos de ancianos atendidos es la elevada proporción de mujeres entre las víctimas y de hombres entre los agresores. Según el análisis realizado por la autora de estas líneas a partir de informaciones de prensa, dichas proporciones se sitúan en ambos casos en torno al 70 % (Yuhara 2016). Si bien es cierto que últimamente el número de cuidadores de sexo masculino ha aumentado, en conjunto todavía son mucho más numerosas las mujeres. Se infiere de esta situación que los hombres tienden, en mayor medida que las mujeres, a encontrar grandes obstáculos al prestar la atención a ancianos o enfermos y a llegar a un callejón sin salida. He podido comprobar, asimismo, que en cerca del 30 % de los casos el agresor sufría algún tipo de discapacidad o problema en su estado físico. Parece ser que en bastantes de esos casos se estaba precisando que la asistencia se dirigiera no solo a la persona objeto de cuidados, sino también a su cuidador (y, finalmente, agresor).

Ocurrencia de casos y medidas de prevención

Para estar en condiciones de prevenir los casos de asesinatos de ancianos atendidos, en primer lugar debemos analizar meticulosamente en cada caso qué proceso mental sigue el cuidador hasta que se resuelve a matar a la persona que tiene a su cargo. Es importante averiguar qué dificultades concretas encontraba el cuidador, qué lo condujo al crimen y si no pudo alguien intervenir para evitar que se llegara a ese extremo. Asimismo, hay que aprovechar las conclusiones extraídas para introducir mejoras en las formas de asistencia que se ofrecen actualmente. Por otra parte, es igualmente necesario organizar una base de datos con las informaciones disponibles hasta el momento e ir haciendo un análisis cuantitativo de los patrones que siguen los casos ocurridos y las posibilidades de intervención. Por ejemplo, en Estados Unidos existe el Sistema Nacional de Información sobre Muertes Violentas (National Violent Death Reporting System), por el que se informa de todos los casos de muerte por malos tratos o violencia, siguiendo un procedimiento diferente al del resto, y se analizan dichos casos desde distintos ángulos para tratar de prevenir su ocurrencia. Habrá casos, como los de suicidio del cuidador con asesinato previo de la persona atendida, en que las informaciones disponibles sean muy limitadas, pero también en Japón debería intentarse recoger la mayor cantidad de información posible, crear bases de datos, y llevar a cabo investigaciones y análisis interdisciplinares reuniendo la experiencia y el saber de expertos en campos como la criminología, las políticas sociales, la medicina, el bienestar social, etc, para reforzar al máximo las medidas.

Un punto importante: cómo tratar la fatiga y el pesimismo de los cuidadores

Los móviles declarados por los agresores en casos de asesinatos de ancianos atendidos al ser interrogados por la policía o por la fiscalía, pueden clasificarse en dos grandes grupos: los que aluden a la fatiga derivada de prestar la atención y los que citan una visión pesimista del futuro.

Por lo que respecta a la fatiga originada en la prestación, en algún punto hay que poner coto a esta situación en la que los cuidadores van sintiéndose cada vez más acorralados. Potenciar los servicios de atención a los ancianos es un reto impostergable. La demencia senil y las situaciones en que no puede apartarse la vista ni un momento de la persona cuidada producen un gran cansancio en el cuidador. Es necesario aliviar rápidamente situaciones como las listas de espera para ingresar en residencias de cuidados especiales para la tercera edad, o la no disponibilidad de servicios de atención cuando se necesitan. Si obligamos a los cuidadores a soportar una carga excesiva, estaremos abocándolos al colapso. Hay otros casos, como aquellos en que se hace imprescindible la intervención de una tercera persona cuando puede decirse objetivamente que el cuidador no es apto o carece de vocación para realizar su labor, sea por su mal estado físico, su mala relación con la persona a su cargo o cualquier otra razón. En caso de que el cuidador sufra un estado depresivo o se encuentre en una situación mental crítica, hay que ponerse en contacto con un asistente de atención titulado o acudir a la consulta de un psiquiatra. A ese fin, es preciso realizar una evaluación(*1) de la situación del receptor de los cuidados, pero también de la del cuidador, y comprobar de forma solvente la competencia de este último.

En cuanto a los casos en que el agresor habla de una visión pesimista del futuro, hay que comprender que la situación en el momento de ocurrir el crimen no es, necesariamente, una situación extrema. El rasgo característico de estos casos es que el cuidador, que ha perdido cualquier esperanza sobre el futuro de la persona a su cargo y que no ve un horizonte de mejora en su propia labor como cuidador, decide suicidarse asesinando primero al receptor de la atención, o simplemente matar a este, a veces para evitar así causar molestias a otras personas. Puede servir de ejemplo un caso muy impactante ocurrido en una pequeña aldea en el invierno de 2005. Un hombre que venía cuidando de su esposa con demencia senil, sufriendo él mismo un gran deterioro físico, desesperó de cualquier perspectiva de futuro y se suicidó, matando previamente a su esposa. Fue un caso muy doloroso, pues ambos tenían más de 80 años y su situación era la de un anciano cuidando de otro. Pero lo que más llamó la atención de la sociedad fue el lugar en el que el matrimonio apareció muerto. El marido, tras escribir en su diario “dejo el mundo con mi esposa”, fue a medianoche a una instalación de incineración de cadáveres situada en el barrio, entró en el horno de la mano de su esposa y se prendió fuego junto a ella. Ciertamente, la esposa padecía demencia y era necesario cuidar de ella sin interrupción, pero, a ojos de otras personas, la situación quizás no fuera tan irremediable ni pudiera decirse que la muerte fuese la única salida al haberse agotado todos los recursos. Ni siquiera podía hablarse de una situación económicamente desesperada. Pese a ello, sin consultar a nadie, el marido eligió para ambos la muerte y puso fin a su vida y a la de su esposa en soledad.

En realidad, no es un caso tan excepcional. Se conoce otro en el que una esposa, que contaba ya con la experiencia de haber cuidado y visto morir a su madre con demencia, decidió tratar de morir llevándose consigo a su marido en un momento en que ella todavía estaba bien y en condiciones de dejar un cierto patrimonio a su hija, para la que, en el futuro, no quería convertirse en una carga como lo había sido para ella su propia madre (Yuhara 2011:51). Es probable que los casos de asesinatos de ancianos atendidos que hemos encuadrado en el tipo de “visión pesimista del futuro”, se hagan más numerosos en el futuro.

Con respecto a los casos de asesinatos de ancianos atendidos que tienen su origen en la fatiga del cuidador, puede realizarse, como decíamos, una evaluación, hacerse uso del respite care (servicio de relevo temporal, mediante el cual el familiar que se encarga de cuidar en el hogar a una persona necesitada de atención que sea usuaria de un servicio de bienestar social, es sustituido por un profesional y liberado temporalmente de esa prestación de forma que pueda tomarse un respiro) y en general cabe esperar una cierta efectividad de estas y otras medidas. Sin embargo, los casos de asesinatos de ancianos atendidos del tipo “visión pesimista del futuro” se resisten más a cualquier tratamiento y hacen necesario un replanteamiento del modelo social que queremos desarrollar y considerar el puesto que deberíamos reservar en él a los cuidadores.

Aunque es algo que venía siendo señalado desde hacía más de treinta años (Ōta, 1987), es importante fijarse en la forma de vida tanto de la persona atendida como de quien la atiende, y construir una sociedad en la que encargarse de cuidar a alguien no implique para el cuidador quedar aislado con respecto a dicha sociedad. En Japón, actualmente, el cuidador se enfrenta a ese problema: ir quedando descolgado del resto de la sociedad por tener que dedicarse a prestar esos cuidados. No son raros los casos en que los cuidadores deben renunciar a sus trabajos o cambiar de trabajo, o en que, al no poder desatender ni por un momento a la persona a su cargo, acaban perdiendo sus amistades.

Quizás por estar habituado a ser testigos de situaciones similares y a oír hablar de ellas, muchos japoneses ven con gran inquietud este problema de la atención a los ancianos.

Un estudio realizado en 2010 sobre 10.663 personas de cinco áreas distribuidas por todo el país por la fundación Carers Japan (Makino 2011:120), que une a personas que cuidan de ancianos sin recibir una retribución, puso de manifiesto que el 84,5 % de las personas entrevistadas que no cuidaba de otras sentía inquietud sobre la posibilidad de tener que hacerlo en el futuro. Por otra parte, otro estudio realizado en 2014 por el Instituto Meiji Yasuda de Vida y Bienestar sobre un total de 6.195 hombres y mujeres de entre 20 y 69 años de todo el país, un 38,0 % de los hombres y un 45,0 % de las mujeres dijeron sentir una gran inquietud por el tema de la atención a los ancianos. Son resultados que impresionan, porque quieren decir que alimentamos un vago temor hacia esta realidad y acabamos dibujándonos un futuro muy poco halagüeño.

Si la nuestra fuera una sociedad en la que encargarse del cuidado de un anciano no implicase quedar aislado, en la que al mismo tiempo que desempeñamos esa función pudiéramos mantener nuestras relaciones sociales, disfrutar de descansos y hacer una vida digna, los cuidadores no se verían abocados a pensar en la muerte como una salida. Ir sentando las bases de un sistema público que preste la ayuda necesaria a los cuidadores es un reto acuciante.

Aprender de los sistemas de ayuda a los cuidadores existentes en otros países

Entre la legislación japonesa relativa al problema de la atención a los ancianos tenemos la Ley del Seguro de Atención a la Ancianidad de 1997, que posibilitó a las personas de más de 65 años necesitadas de ayuda o en situación de necesidad de atención, así como a las personas de entre 40 y 64 años a quienes se hubiera reconocido oficialmente dichas necesidades por padecer un mal de los legalmente considerados “enfermedades especiales” recibir un servicio adecuado a su estado físico o psíquico. Sin embargo, no existen suficientes desarrollos legales que sirvan de base para prestar asistencia a los cuidadores. En el marco de esta ley se han establecido programas de carácter local entre los que algunos prestan ayuda a las familias y otros están orientados a hacer posible la continuidad de la atención a los ancianos dentro de las familias, pero todos ellos son facultativos y los Gobiernos locales no están obligados a ofrecerlos. Además, dentro de las leyes relacionadas con la prevención de los malos tratos a los ancianos y con las ayudas a quienes se hacen cargo de ellos, existen disposiciones que afectan a estos últimos. Pero estas leyes están orientadas hacia la protección de los derechos de los ancianos y parten de la idea de que es necesario prestar ayuda a los cuidadores para evitar que los ancianos sean maltratados.

Sin embargo, viendo lo que se está haciendo en el extranjero, comprobamos que en los últimos 20 años se han hecho grandes avances en el establecimiento de sistemas legales que sustenten los sistemas de ayuda a los cuidadores. Por ejemplo, en el Reino Unido, las ayudas no solo se dirigen a hacer posible la continuidad de la atención a los ancianos en el hogar, sino que, sobre la base de una ley específica para los cuidadores, dan un tratamiento legal específico al cuidador, distinguiéndolo de quien necesita la atención, le reconoce un papel social determinado y la ayuda que se le otorga se orienta a que el cuidador no quede aislado de la sociedad en razón del servicio que presta (Mitomi 2000: 18). En Australia se está tratando de potenciar las ayudas a los cuidadores desarrollando en cada estado leyes específicas dentro del marco de una ley básica federal. En estos países el cuidador es visto como un individuo con necesidades propias y se están reservando partidas presupuestarias destinadas a ayudas enmarcadas en leyes que tienen por objeto integrar socialmente al cuidador. Los Gobiernos locales comunican el contenido de dichas leyes a los cuidadores y a quienes profesionalmente prestan ese servicio, hacen una evaluación de los cuidadores y a partir de las conclusiones obtenidas se prestan los servicios adecuados. En los últimos tiempos se está teniendo en cuenta el conjunto de la unidad familiar y tratando de ofrecer una ayuda lo más integral posible. Estos esfuerzos podrían servirle de guía a Japón en sus planes futuros de ayuda a los cuidadores.

Para finalizar

En todas las regiones de Japón están ocurriendo casos similares de asesinatos de ancianos atendidos. Debemos mirar cara a cara a la realidad, aprender de los casos ocurridos, reforzar las medidas e ir creando sistemas de ayuda pública a los cuidadores, a fin de que estos casos no vuelvan a repetirse.

Para conseguirlo, tenemos que aprender de los países más avanzados en sistemas de ayuda a los cuidadores. Considerando ayudar no solo a quienes necesitan atención sino también a quienes prestan esa atención, se aliviarán los vagos temores que abriga la gente sobre este tema y finalmente se contribuirá a despejar los horizontes. Es necesario ir construyendo una sociedad en la que cuidar a un ser querido no signifique tener que renunciar a las aspiraciones personales ni a una vida digna. Creo que si iniciamos ese proceso, será posible reducir el número de casos de asesinatos de ancianos atendidos.

(Escrito el 15 de septiembre y traducido al español del original en japonés)

Fotografía del encabezado: un anciano camina auxiliado por su cuidador en Nagoya (prefectura de Aichi) el 3 de abril de 2013. (Fotografía: Jiji Press)

Bibliografía citada

Oficina del Gabinete: Libro blanco del envejecimiento 2014.

Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar: Estudio básico de las condiciones de vida de los ciudadanos 2014 (2013).

Yuhara Etsuko (2011): “Kaigo satsujin no genjō kara miidaseru kaigosha shien no kadai”, en el no. 125 de la publicación Nihon Fukushi Daigaku Shakai Fukushi ronshū, de la Facultad de Ciencias del Bienestar Social de la Universidad Nihon Fukushi.

Ōta Teiji (1987): “Zaitaku keā no kadai ni kan suru shiron: Rōjin kaigo jiken no kentō kara”, en Shakai Fukushi Daigaku, no. 28 (2), pág. 54-75.

Makino Fumiko (2011): Heisei 22-nendo rōjin hoken jigyō suishinhi tō hojokin rōjin hoken kenkō zōshin tō jigyō kearā wo sasaeru tame ni kazoku (setai) wo chūshin to shita tayō na jittai to hitsuyō na shien ni kan suru chōsa kenkyū jigyō hōkokusho, NPO Hōjin Kaigosha Sapōto Nettowāku Sentā Arajin.

Instituto Meiji Yasuda de Vida y Bienestar (2014): Kaigo suru fuan to sareru fuan: kaigo no fuan ni kan suru chōsa.

Mitomi Kiyoshi (2000): Igirisu no zaitaku kaigosha, Minerva Shobō.

(*1) ^ En la primera fase de la atención al anciano, debe tenerse una idea cabal de lo que demanda el usuario y comprobar cuáles son las situaciones de la vida diaria de este que crean esa demanda). (Nota de la Redacción)

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