Cómo prevenir el “karōshi”, la muerte por exceso de trabajo

Sociedad

Ante el suicidio por exceso de trabajo de una joven que acababa de sumarse a la plantilla de la empresa Dentsū, en diciembre de 2016 el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar de Japón tomó una serie de medidas con carácter de urgencia para la prevención de este triste fenómeno. ¿Qué empuja a los japoneses a trabajar hasta el karōshi? Una reflexión sobre qué actitudes sería necesario adoptar para combatir esta lacra.

¿Qué es el karōshi?

Llamamos karōshi a la muerte de una persona que ha enfermado a causa del agotamiento y el estrés producidos por el trabajo. El proceso puede iniciarse con una enfermedad cerebrovascular o cardíaca que lleva a un colapso y a la muerte, o puede tratarse de un ataque de asma grave que conduzca al fatal desenlace. También sería karōshi el suicidio de una persona que sufría una depresión. El término comenzó a ser usado por los profesionales de la medicina en la segunda mitad de los años 70 del siglo pasado, pero su uso comenzó a difundirse por la sociedad japonesa hace ahora unos 30 años, a finales de los 80. El Gobierno de Japón (Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar) viene reconociendo oficialmente, en los últimos 10 años, un promedio de 200 casos anuales de karōshi, si bien esta cifra no es más que la punta del iceberg. Y además del karōshi, hay que pensar también en el problema de las numerosas personas que, habiendo salvado la vida, convalecen largamente de graves enfermedades por esa misma causa.

La historia del karōshi

El fenómeno del karōshi se remonta a épocas anteriores a la Guerra del Pacífico. En los años 10 y 20 del siglo pasado, en la prefectura de Nagano, se dieron casos de operarias de una planta de hilaturas que, para escapar del durísimo trabajo, se arrojaron una tras otra a las aguas del vecino lago Suwa. Extenuadas tras ser obligadas a trabajar 12 o 14 horas todos los días, decidieron poner fin a su vida de aquella forma. Reportes periodísticos del año 1927 hablan de que 47 jóvenes trabajadoras se habían suicidado en solo medio año. Ante estos terribles hechos, algunos intelectuales de la época quisieron poner coto a la ola de suicidios creando la institución llamada Haha no ie (La casa de la madre), colocando letreros junto al lago y patrullando la zona.

La limitación de la jornada laboral ordinaria a ocho horas solo llegó después de la derrota japonesa en la guerra, con los estándares laborales emanados de la nueva Constitución de Japón. Sin embargo, tales reglamentos no lograron calar en la mayor parte de los lugares de trabajo. Y fue después de la guerra cuando se creó un sistema empresarial que da por supuestas las largas jornadas laborales, y que fue lo que posibilitó el periodo de crecimiento económico acelerado llamado en el mundo “milagro japonés”, que convertiría a Japón en una de las mayores potencias económicas del mundo.

Las largas jornadas laborales se llevan a cabo por alguno de los siguientes medios.

El primero es un método ilegal, consistente en hacer trabajar sin retribuir ese trabajo, lo que en Japón se conoce como sābisu zangyō. En este caso, por muchas horas que se hagan no queda registro de ellas. Se hace ver, de cara al exterior, que las horas trabajadas han sido ocho aunque en realidad hayan sido, por ejemplo, 12.

El segundo método es legalizar las horas trabajadas por encima de las ocho ordinarias por la vía del llamado “Convenio Saburoku”, previo acuerdo entre las partes. “Saburoku” es una forma de llamar al Artículo 36 de la Ley de Estándares Laborales. Con la actual ley, si se suscribe este convenio es posible establecer horas extras de forma prácticamente ilimitada.

Con estos dos métodos a mano, la jornada laboral larga ha echado raíces en los lugares de trabajo japoneses, donde hacer más de 100 horas extras al mes está a la orden del día.

Tras el periodo de rápido crecimiento, Japón entró en los años 80 como una de las grandes potencias económicas del mundo, y su estilo empresarial recibía todo tipo de elogios. Sin embargo, con la burbuja económica originada en la segunda mitad de ese decenio se hizo visible la otra cara de la moneda cuando comenzaron a proliferar los casos de muertes por enfermedades cerebrovasculares o cardíacas causadas por el exceso de trabajo. Por eso, cuando, en 1988, un grupo de abogados, médicos y especialistas de otros campos pusieron en marcha un servicio de consulta telefónica, las líneas quedaron saturadas por el enorme número de llamadas procedentes de personas que habían perdido un familiar en esas circunstancias.

Ya en los años 90, la burbuja económica reventó y el país entró en una larga recesión. Como había que hacer frente a una difícil coyuntura económica, la idea de “sobrevivir” sustituyó a la de “crecer”. Se llevaron a cabo duros ajustes de plantilla y la sensación de inseguridad en el puesto de trabajo creó una atmósfera de gran estrés en las empresas. Para “sobrevivir”, había que trabajar muchas horas. La incidencia de enfermedades causadas por la fatiga y el estrés subió y con ella se disparó también el número de suicidios.

Entre las características que presenta el fenómeno del karōshi a partir de los años 90, pueden citarse las siguientes:

1) Un aumento del suicidio.

2) Un aumento de los casos de acoso u hostigamiento por parte de los jefes como causas del suicidio, además de las largas horas de trabajo.

3) Un aumento del número de muertes de trabajadores jóvenes, en sus veinte o treinta años.

4) Una extensión del fenómeno del karōshi del personal masculino al femenino.

En el caso de Takahashi Matsuri, la empleada de la gigante de publicidad y relaciones públicas Dentsu cuya muerte (noviembre de 2015, reconocida por el Ministerio de Salud como accidente laboral en septiembre de 2016) ha ocupado espacios en los medios de comunicación de todo el mundo, concurrían esas cuatro características. Fue un caso emblemático del fenómeno del karōshi y su impacto realmente ha estremecido la sociedad japonesa.

Trasfondo social del karōshi

Al pensar en el trasfondo social que tiene el fenómeno del karōshi, hay que considerar tres aspectos.

En la época de la Restauración Meiji (1868), Japón partía de una situación de inferioridad con respecto a los países occidentales. Para salir de esa situación y crecer como país, se enarbolaron las banderas del fukoku kyōhei (enriquecer el país, reforzar el ejército) y del shokusan kōgyō (aumentar la producción, fomentar la industria). Los japoneses cumplieron largas jornadas laborales y llevaron a cabo una verdadera revolución industrial. Tras la Guerra del Pacífico, para alcanzar a los países occidentales e incluso superarlos, aunque también para superar el shock de la derrota, las jornadas largas pasaron a ser parte integrante del propio sistema empresarial, lo que permitió alcanzar un gran desarrollo económico. Así es como, a lo largo de estos 150 años transcurridos desde la Restauración Meiji, las jornadas laborales largas han ido tomando carta de naturaleza en Japón. Y precisamente por eso, cambiar esta realidad supondría una revolución histórica que exige, tanto de parte de los empresarios como del Gobierno, una buena dosis de arrojo y determinación.

El segundo punto que debemos tener en cuenta es que ni siquiera con la nueva Constitución promulgada tras la guerra se consiguió que la idea de los derechos humanos arraigase en los lugares de trabajo. Como se ve en la expresión “kenpō wa kaisha no monzen de tachidomaru (la Constitución, ante la verja de la empresa detiene su marcha)”, los principios o ideas pregonados por la Constitución no lograron permear esa comunidad tan netamente japonesa que es la kaisha (empresa, compañía), donde el beneficio societario siguió siendo la gran prioridad y los derechos humanos individuales fueron dejados en un segundo plano. Tanto cuantitativa como cualitativamente, los sindicatos obreros han carecido de fuerza y no han contribuido demasiado a la mejora de las condiciones laborales.

Hay un tercer punto, y es que, entre los países del mundo, Japón destaca por ser especialmente cómodo, un país en el cual sus empresas dispensan grandes atenciones a los consumidores o clientes, claro que todo ello se sostiene sobre la base de los largos horarios laborales que soportan unos empleados acostumbrados a las horas extras no retribuidas. Por ejemplo, entre las tabernas y los minoristas hay muchos establecimientos que operan las 24 horas del día, pero eso es posible gracias a los duros turnos nocturnos que soportan sus dependientes. Las empresas de paquetería y mensajería hacen llegar los envíos a domicilio desde la mañana hasta bien entrada la noche, pero eso solo es posible gracias a los maratonianos horarios que realizan los conductores. La realidad es que muchos trabajadores de estos sectores de las tabernas, el comercio minorista o los transportes acaban muriendo por exceso de trabajo. Necesitamos entender que ante todo hay que proteger la vida y la salud de estos trabajadores, aunque esto repercuta sobre la comodidad del servicio ofrecido.

Para frenar el karōshi

Gracias al auge de los movimientos ciudadanos promovidos por familiares de víctimas del karōshi, en junio de 2014 la Dieta (Parlamento) aprobó la Ley para la Promoción de Medidas contra el Karōshi (conocida como “Ley de Prevención del Karōshi”). No se registró en el hemiciclo ni un solo voto en contra. La ley especificaba en su texto que la prevención del karōshi es un deber del Estado.

Además, en octubre de 2016 el Gobierno de Japón elaboró su primer Libro Blanco del Karōshi.

Para terminar con los horarios excesivamente largos y erradicar así el karōshi, sería conveniente considerar tres asuntos.

Para empezar, que los empresarios japoneses tendrán que desprenderse de la falsa idea, forjada a lo largo de la historia, de que las largas jornadas laborales son imprescindibles, tendrán que aprender de países europeos como Alemania, Francia o Suecia y decidirse a poner proa hacia un modelo empresarial que promueva jornadas más cortas.

En segundo lugar, el Gobierno de Japón debería implicarse seriamente en este problema y, mediante reformas legales y una más escrupulosa supervisión administrativa, usar correctamente la autoridad del Estado para acabar con las jornadas largas.

Finalmente, la ciudadanía también debería implicarse en la transformación de los lugares de trabajo, haciendo oír su voz ante los empresarios y ante el Gobierno, y haciendo las críticas que sea necesario hacer desde una perspectiva de respeto a los derechos humanos de los trabajadores. Al mismo tiempo, es igualmente necesario reflexionar y considerar cuidadosamente si, con nuestras excesivas exigencias de servicios, no estaremos propiciando el endurecimiento de las condiciones laborales de los trabajadores.

Aclarados estos puntos, para prevenir el karōshi sería necesario que el ciudadano contemplase como algo propio este problema, y que se vayan debatiendo todos los aspectos del mismo.

Fotografía del encabezado: En rueda de prensa celebrada el 20 de enero de 2017 en las dependencias del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar (barrio de Kasumigaseki, en Tokio) comparece ante los medios Yukimi (derecha), madre de Takahashi Matsuri (en la fotografía del centro), exempleada de Dentsū que cometió suicidio a causa del excesivo trabajo. A la izquierda, Kawahito Hiroshi, abogado que representó a la familia y autor de este artículo. (Jiji Press)

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