Luchando contra los recelos en la alianza Japón-Estados Unidos

Política

¿Cambiarán las cosas en la relación Japón-Estados Unidos con esta nueva administración que enarbola la bandera del “America First”? Aunque las dudas que afectaban a la política exterior y de seguridad han quedado despejadas después de la cumbre bilateral, seguimos sin disponer de una imagen de lo que ocurrirá en el futuro con una alianza que se supone basada en el respeto al orden y a las normas internacionales.

Desconfianza hacia Estados Unidos y sensación de obturación

Han pasado varios meses desde que la administración del presidente norteamericano Donald Trump inició su andadura. Para Japón, el acontecimiento más reseñable de estos meses ha sido el viaje a Estados Unidos del primer ministro, Abe Shinzō, y la cumbre entre ambos mandatarios. Abe vivió intensos momentos con Trump en Washington y Florida, y logró eliminar casi todos los factores de ansiedad o preocupación en cuanto a política exterior y de seguridad que podían eliminarse mediante una reunión similar.

Japón abrigaba una inseguridad quizás mayor que la de otros países ante la nueva administración de Trump. No era para menos, si pensamos en las alusiones a Japón que venía haciendo Trump durante su campaña electoral y habida cuenta también del grado de dependencia de Japón con respecto a aquel país. La parte medular de la política de seguridad nacional de Japón la constituye, huelga decirlo, su alianza con Estados Unidos, y que esta alianza se tambalease se veía como una posibilidad real.

Si la alianza nipo-estadounidense llegara a tambalearse, ¿qué opciones se le presentarían a Japón? Durante mis giras de conferencias por Japón, oigo formular sin cesar una misma duda: ¿es realmente bueno que nuestro país siga dependiendo tanto de Estados Unidos? La desconfianza que inspira Trump ha hecho que tanto desde la derecha como desde la izquierda se reclame una mayor autonomía en materia de defensa nacional. Por supuesto, izquierda y derecha añaden matices muy diferentes a esa “autonomía en materia de defensa nacional”. Pero comparten una misma desconfianza hacia Estados Unidos.

Sin embargo, cuando de lo que se trata no es de hacer llamamientos sino de aportar soluciones realistas, Japón solo puede contar con Estados Unidos y es indudable que esta conciencia ha creado una sensación de obturación o falta de salida. Los japoneses sentimos que, a un nivel existencial, Japón es un país que no tiene elección.

La “alianza de la esperanza” alimentada bajo la administración de Obama

No es esta la primera vez que la confianza en la alianza con Estados Unidos se tambalea. Incluso puede decirse que en Japón siempre ha existido una sensación de inseguridad latente. Con el fin de la Guerra Fría en la primera mitad de los años 90 y la desaparición de la Unión Soviética, que era el enemigo imaginario, se cuestionó el sentido de la propia alianza. En una época, se llegó a hablar, incluso, de un periodo de “alianza a la deriva”, según la expresión acuñada por Funabashi Yōichi.

Sin embargo, en la segunda mitad de los noventa, la alianza fue cobrando un nuevo sentido. Dejó de ser algo orientado a dar respuesta a una simple amenaza latente, para pasar a ser el empeño de dos socios que compartían valores avanzados por crear en Asia Oriental un orden y una norma.

Vista con objetividad, la alianza entre Japón y Estados Unidos es una relación de dependencia, en muchos sentidos, del primer país con respecto al segundo. Y en Japón nunca se ha extinguido la sensación de extrañeza ante este desequilibrio implícito. Sin embargo, si la alianza se define como un “esfuerzo por sostener un orden y una norma colaborando con un socio con el que se comparten valores”, nace de ahí la conciencia de que, por lo que respecta al espíritu que sustenta esa alianza, ambos países se sitúan a una misma altura, aunque las medidas concretas que se tomen para sostener esa alianza puedan variar de un socio al otro en virtud de sus diversas capacidades.

En ese sentido, expresiones manejadas por la parte japonesa en los últimos tiempos como “alianza de valores” o “alianza de la esperanza” han sido algo más que pura retórica. Estos valores han sido un importante recurso político para dotar de un sentido esa alianza. Sobre la base de este discurso la alianza se profundizó hasta el punto de que, durante la época Abe-Obama, ambas partes coincidieron en decir que nunca había tenido mejor salud.

Los resultados de la estrategia diplomática de Obama han sigo juzgados a menudo con dureza. Pero la forma en que la alianza nipo-estadounidense se encarriló hacia la estabilidad y se profundizó podrá contarse entre sus logros.

Japón, al igual que otros muchos países, partía de que las elecciones presidenciales serían ganadas por la exsecretaria de Estado Hillary Clinton y contemplaba el futuro de las relaciones bilaterales sobre esta premisa. Esconder este hecho no es posible a estas alturas. Clinton era, de hecho, la candidata perfecta para Japón.

Era de suponer que Clinton, naturalmente, seguiría adelante con la política de rebalance (reequilibrio) llevada a cabo durante la administración de Obama. Se vaticinaba también que, a diferencia de Obama, que tendía a adoptar una actitud intelectual no intervencionista, Clinton recurriría a la “diplomacia de la fuerza”, que ha sido por otra parte la forma más tradicional de la diplomacia norteamericana. Aun así, se esperaba que no fuese tan proclive a actuar de una forma unilateral como lo fue la administración de George W. Bush, y que favoreciese más los esfuerzos plurinacionales. En resumen, se auguraba que la ya buena relación bilateral existente durante la época Abe-Obama podría incluso ahondarse.

Búsqueda unilateral del interés nacional

Sin embargo, en las elecciones presidenciales, Estados Unidos eligió la opción menos esperada. Trump es un lego en cuestiones de política exterior y de seguridad. Durante la campaña, se sintió incluso que evitaba conscientemente al establishment de especialistas en esos campos.

Pero su visión del mundo, condensada en la frase “America First”, no deja de ser consistente. Confluyen en dicha visión tres tendencias –hacia el conservadurismo, hacia el aislacionismo y hacia la xenofobia– que estaban formadas ya mucho antes de que Trump presentase su candidatura. Si la palabra “xenofobia” suena demasiado fuerte, podríamos decir entonces que Trump tiende a expresar sin ninguna vacilación esa “distancia que todos sentimos ante lo que es de naturaleza distinta a la nuestra”. Y si para referirme a esos tres pensamientos he usado la palabra “tendencia” es porque carecen de la suficiente elaboración conceptual como para definirnos con ningún “-ismo”.

Durante las elecciones, Trump expuso su mensaje de “America First” con bastante claridad. Y después de asumir el cargo mantuvo esa misma línea. Dejó en claro que la administración de Trump no se interesaría por asuntos abstractos como el orden o las normas internacionales, que respondería solo a lo que supusiera una amenaza directa para su país y que perseguiría sin vacilación el interés nacional en sus formas más palpables. Todas estas cosas quedaron expuestas ante el mundo claramente durante su discurso de toma de posesión (20 de enero), en el que Trump demostró no tener pelos en la lengua.

Por supuesto, no habrá que decir que perseguir el interés nacional era algo que Estados Unidos venía haciendo ya. Pero hasta ahora su estilo era utilizar su poder para sostener el orden y las normas globales y, en el contexto regional, implementarlas en colaboración con sus aliados, para, al mismo tiempo, engarzar en ese orden y en esas normas los intereses nacionales de Estados Unidos.

Lógicamente, existía también un doble estándar, pero el orden y las normas internacionales que Estados Unidos venía sustentando en compañía de sus aliados ha servido para cimentar ese liberal international order (un internacionalismo libre y abierto) y muchos países han sido beneficiarios de ello.

Se desvanecen los valores que sustentaban la alianza

Puede decirse que Japón ha sido uno de los países que más beneficios ha obtenido. Durante mucho tiempo, Japón ha carecido del hard power que le hubiera permitido crear un entorno internacional favorable a sus intereses. Es más: ha renunciado a hacer de ello su razón de Estado. Por esta razón, para elevar de alguna forma el nivel de previsibilidad de una situación internacional siempre fluctuante e incierta, para Japón, más importante que cualquier otra cosa ha sido la estabilidad de un orden y unas normas internacionales que contuvieran la acción de los diversos países e imprimieran una dirección al mundo.

En ese sentido, la alianza con Estados Unidos ha sido para Japón la única opción. Aunque hayan podido plantearse dudas sobre su fiabilidad, ha seguido siendo la mejor opción a su alcance. Y debido a que la sensibilidad de los japoneses ha venido haciéndose a esto, fuera de las protestas contra el tratado y su renovación que se dieron durante los años sesenta y setenta, en Japón la postura contraria al tratado nunca se ha convertido en una corriente social mayoritaria.

Sin embargo, las menciones de Trump a Japón durante su campaña electoral y su postura de “America First” sostenida desde que tomó posesión de la presidencia han abierto ante nosotros el abismo de pensar que quizás ya no sea posible seguir fundamentando nuestra política de defensa en la alianza bilateral. Quedaba así barrido el discurso del “empeño de dos países que comparten valores avanzados”, que había sido el sustento de la alianza.

El realismo pragmático de la visita de Abe a Estados Unidos

Puede decirse que esta ansiedad se ha grabado muy hondo en la conciencia de los japoneses, pero lo curioso es que ni siquiera en estas circunstancias hay indicios de que la corriente antiamericana vaya a cobrar fuerza en el país. Esto marca un fuerte contraste con lo que ocurre en Europa. En los países europeos, el recelo que inspira la administración de Trump es incomparablemente mayor que el que se siente en Japón.

Podemos ver este hecho como una muestra del realismo de los japoneses de su flexibilidad o quizás de su seguidismo con respecto a Estados Unidos. Son interpretaciones que dependerán de la postura política que se adopte. Pero no cabe duda de que los japoneses tenemos un realismo muy pragmático que nos lleva a pensar que, más allá de que la persona elegida como presidente de Estados Unidos –un problema, al fin y al cabo, del pueblo norteamericano– pueda gustarnos o disgustarnos, tenemos que construir con este país una buena relación.

Y ha sido sobre la base de esta idea como Abe ha ido a reunirse con Trump, primero en la Casa Blanca y luego en su residencia privada de Mar-a-Lago, en Florida.

Desde el otro lado del Pacífico nos llegan ecos tumultuosos, pero todavía no sabemos con certeza qué deparará a Japón la administración de Trump. Sería apresurado interpretar, a la luz del bombardeo de instalaciones militares del Gobierno sirio llevado a cabo por Estados Unidos, que el presidente ha abandonado la lógica del “America First”. Por el momento, creo que lo importante es no caer en reacciones excesivas y mantener una postura de desapasionada observación hasta que tengamos una idea más clara de lo que podemos esperar de dicha administración.

(Escrito el 10 de abril de 2017 y traducido al español del original en japonés)

Fotografía del encabezado: el primer ministro japonés, Abe Shinzō (derecha), es recibido por el presidente norteamericano, Donald Trump, previamente a la rueda de prensa conjunta que ofrecieron ambos mandatarios en la Casa Blanca el 10 de febrero de 2017. (Reuter/Aflo)

Abe Shinzō Donald Trump Alianza Japón-EE. UU.