La crisis de la investigación japonesa: ¿un problema sin solución?

Ciencia Tecnología

Un número especial de la revista británica Nature publicado en marzo puso de relieve la penosa situación de los jóvenes investigadores nipones con un reportaje que sostenía que la investigación científica japonesa lleva una década estancada. Nakano Tōru, biocientífico que colabora en proyectos punteros, nos explica los problemas estructurales del sistema de la investigación universitaria en Japón.

Cada vez menos artículos

El 23 de marzo de 2017 la revista británica Nature publicó un alarmante reportaje que señalaba que en el último decenio la investigación científica japonesa se ha estancado y ha quedado rezagada respecto a la de otros países. Aunque los medios de comunicación nipones tildaron la publicación de “impactante”, para la comunidad científica del país —en especial la universitaria— tan solo representó la constatación de un problema que nos acecha a diario.

Uno de los pilares del polémico reportaje, titulado Nature Index 2017 Japan, era una comparación de la evolución del número de publicaciones científicas japonesas publicadas en los últimos años respecto a la de otros países, elaborada a partir de varias bases de datos y acompañada de una reflexión sobre los factores que han conducido a Japón a la situación actual. A continuación, quisiera resumir las claves del reportaje analizándolas desde mi experiencia y mi comprensión como investigador biocientífico de una universidad nacional.

Las principales bases de datos utilizadas para el reportaje fueron Web of Science (WOS), Scopus y Nature Index. Mientras que WOS y Scopus abarcan decenas de miles de artículos publicados en revistas científicas de todo el mundo, Nature Index es un índice de tendencias basado en los artículos de 68 revistas seleccionadas como líderes de todas las disciplinas de las ciencias naturales.

Al analizar las dos primeras bases de datos se observa que en el decenio de 2005 a 2015 el número de publicaciones japonesas se mantuvo igual o disminuyó en casi todos los campos. Aunque pueda parecer que mantener un nivel estable de artículos no es algo tan malo, una mirada al panorama global revela lo contrario: mientras que en el resto del mundo los artículos aumentaron en un 80 %, en Japón solo crecieron un 14 %. Nature Index demuestra que entre 2012 y 2016 la producción de artículos japoneses disminuyó en un 8,3 %, cuando en Reino Unido se estiraba un 17,3 % y en China casi un 50 %. Contrariamente a la tendencia mundial al alza, la publicación de artículos científicos en Japón está menguando.

El problema posdoctoral diezma el número de estudiantes de doctorado

En Japón el grueso de las publicaciones científicas procede de las universidades nacionales. Sin embargo, desde la corporativización masiva de dichas instituciones en 2004, las subvenciones estatales para cubrir costes básicos han ido encogiendo un 1 % casi todos los años. Aunque el presupuesto destinado a los departamentos de tecnología y ciencias se ha mantenido estable desde 2001, debemos considerarlo mermado en comparación con el aumento que ha experimentado en otros países.

Se especula que esta rebaja del presupuesto es la principal causante del declive del nivel científico de Japón; ante unos fondos de gestión cada vez más exiguos, todas las universidades se ven obligadas a eliminar puestos fijos, y algunas ya sufren recortes de hasta un 25 % del personal docente.

En los años noventa el Gobierno lanzó el Programa de Ayuda para 10.000 Posdoctorados, destinado a incorporar personal de alto nivel formativo en la empresa privada, pero el proyecto no cumplió las expectativas porque la mayoría de los nuevos doctores se decantó por permanecer en el sector académico. Eso sí, lógicamente la reducción de puestos fijos obligó a muchos de ellos a conformarse con plazas interinas carentes de estabilidad. Ante esta situación, el número de estudiantes que acceden al doctorado empezó a caer a partir de 2003.

La investigación se parece un poco a ir en bicicleta: si la tendencia actual se mantiene, las universidades nacionales se irán quedando sin impulso para seguir avanzando y, una vez perdida la inercia, necesitarán un esfuerzo titánico para restablecer el ritmo original. Finalmente, las universidades sufrirán una especie de “pájara”, quedando inmóviles por una completa falta de energía.

Debemos adoptar medidas básicas antes de que ese futuro nefasto llegue a hacerse realidad. Es más, puede que la ciencia japonesa esté ya al borde del desastre, pero el bloqueo mental derivado de la extenuación sea tan profundo que nos impida reconocerlo. Aunque después de tocar fondo arrancásemos de nuevo, sería necesaria una gran inversión de esfuerzo para adelantar a los demás países, y puede que ni siquiera lográsemos alcanzarlos.

La descompensación de las inversiones arruina las semillas de la investigación

El Gobierno japonés concentra la inversión en ciertas disciplinas como la medicina regenerativa, encabezada por la investigación de las células iPS, o en iniciativas como la World Premier International Center Initiative para respaldar programas punteros en el mundo. Ahora bien, como el gasto de investigación casi no se ha ampliado, dedicar un gran volumen de recursos a ciertas áreas condena a otras a quedar desatendidas. De buen seguro que numerosos proyectos de investigación se están marchitando como resultado de esta estrategia, y con ello puede que se estén aniquilando las semillas de investigaciones que estaban destinadas a brillar en el futuro.

Como bien ilustró el caso del doctor Ōsumi Yoshinori, ganador del Premio Nobel 2016 de Fisiología o Medicina, los resultados de la investigación son imprevisibles. Los gurús de la innovación como Google o Apple no surgieron de una gran empresa, sino de proyectos de I+D “caseros”. Pensando en el porvenir debemos cuestionarnos si es correcto seguir invirtiendo tantos recursos en campos que ya son punteros en la actualidad, que disfrutan de grandes inversiones o que cuentan con investigadores famosos entre sus filas. Se impone efectuar análisis rigurosos y basados en datos fiables de la relación entre el gasto y los resultados para detectar qué disciplinas se están marginando o favoreciendo en exceso.

Otro problema que señalaba el reportaje de la revista Nature era la falta de ambición de los investigadores jóvenes japoneses para convertirse en jefes de proyecto. Se trata de un problema gravísimo considerando la importancia de que los nuevos investigadores se independicen para poder inventar libremente e impulsar la innovación.

Es cierto que, formando parte de un laboratorio liderado por un peso pesado de la investigación, uno puede dedicarse a sus proyectos sin tener que preocuparse por el presupuesto y la gestión. Puede que en Japón predomine la mentalidad del “quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”, pero seguramente ese no es el único motivo: el arduo camino que aguarda al joven investigador que se lanza a establecerse por su cuenta es un factor disuasorio muy poderoso.

El problema capital es el presupuesto. En los países occidentales suelen asignarse generosos fondos a los investigadores que abren su propia línea. Por desgracia, las universidades nacionales japonesas —salvo alguna excepción— no disponen de la financiación necesaria para hacer lo propio. Como resulta imposible investigar solo con los fondos para financiar costes básicos (subvenciones de gestión que cubren las actividades más rudimentarias del desarrollo), es imprescindible hacerse con fondos competitivos (que se asignan según la evaluación por parte de un jurado externo de los proyectos presentados). Con todo, prácticamente no existen fondos para que los investigadores júnior lideren sus propios proyectos con libertad y flexibilidad.

Los contratos temporales del Ministerio de Educación también embarrancan

Uno de los mecanismos de apoyo a la independización de los jóvenes investigadores es el sistema de tenure track, que consiste en acumular experiencia como investigador independiente mediante contratos temporales para, si nada falla, terminar asegurándose un puesto permanente. Este sistema, ampliamente implantado en otros países como Estados Unidos, no acaba de cuajar en Japón por más que el Ministerio de Educación se empeñe en recomendarlo.

La Universidad de Osaka, donde trabajo, implementó el Programa de Apoyo a Jóvenes Investigadores Independientes de Ciencias de la Vida en el quinquenio de 2008 a 2013. Basándome en mi experiencia como responsable del programa, debo reconocer sinceramente que implantar el sistema de tenure track a gran escala no es viable porque existen demasiadas barreras: habría que diseñar un sistema para facilitar el ascenso a los jóvenes, evaluar el sistema de tenure track, cambiar la mentalidad de la gran mayoría del personal ajeno al sistema, garantizar la inversión necesaria para impulsar las start-ups, etc.

En la Reunión General de Innovación Científica y Tecnológica celebrada en abril de 2017, un mes después de la publicación del reportaje de Nature, la Oficina del Gabinete anunció su intención de incrementar el presupuesto anual inicial de tecnología y ciencia en 900.000 millones de yenes en tres años. Ahora bien, como en el presupuesto se incluye “de forma experimental” todo lo relacionado con nuevas tecnologías de la información de otras áreas como la agricultura o la arquitectura—que ya cuentan con otras subvenciones—, no es posible determinar qué proporción de la partida se acabará destinando a las ciencias naturales.

Barreras más altas que la propia financiación

Aunque las ciencias de la vida son donde resulta más evidente, la metodología investigadora evoluciona a gran velocidad en todas las disciplinas. Pruebas como el análisis exhaustivo con secuenciadores de ADN de nueva generación o el análisis mediante equipos ópticos avanzados disparan los requisitos presupuestarios de las investigaciones. Por ese motivo en Japón muchas disciplinas están quedando excluidas de las investigaciones punteras.

Aunque, en efecto, la ciencia japonesa requiera una importante inyección de fondos para emerger de la crisis en la que está sumida, no todo se solucionará a golpe de presupuesto. Sin una profunda reforma del sistema universitario y de la conciencia del personal académico, es más que complicado enderezar el rumbo de la situación.

El Ministerio de Educación está intentando fomentar una amplia gama de reformas sistemáticas en la universidad mediante la implementación de una serie de programas. Las universidades se apuntan a los programas y reciben la financiación pero, a la hora de presentar resultados, huyen sin pagar la cuenta. Y es que, como demuestra el ejemplo del sistema de tenure track que mencionábamos arriba, las barreras que frenan las reformas fundamentales del sistema son elevadísimas.

La institución universitaria está lacrada por problemas muy arraigados como la verticalidad del sistema docente o el anquilosamiento de un sistema de gestión que distribuye de forma ineficiente los recursos para la educación, la investigación y la administración. En el trasfondo de la cuestión se halla una intricada combinación de percepciones propias de la mentalidad japonesa que lastran la movilidad de los recursos humanos y la productividad laboral. La situación es tan delicada que, de seguir por el camino actual, la investigación universitaria de Japón podría acabar quedando fuera de juego. Y no nos quedan ni diez años para comprobar si estamos ante un temor infundado o una amenaza verdadera.

(Traducido del original japonés, publicado el 22 de mayo de 2017)

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