El “buzón de bebés” de Kumamoto y los derechos de los niños abandonados

Sociedad

Han pasado diez años desde que el Hospital Jikei de Kumamoto pusiera en marcha su sistema de acogida anónima de niños cuyos padres no pueden encargarse de ellos. En este decenio el servicio, conocido como Kōnotori no yurikago (La cuna de la cigüeña) o Akachan Posuto (buzón de bebés), ha recibido a 130 menores. En este artículo la autora pone en duda la efectividad de la iniciativa y hace hincapié en el derecho de los niños de conocer sus orígenes.

El Hospital Jikei se halla en una tranquila zona residencial. Un camino estrecho dentro de la finca lleva hasta una puertecilla conocida como Akachan Posuto (“buzón de bebés”). Hasuda Taiji, director del centro, inauguró este servicio en mayo de 2007 inspirándose en el sistema alemán. En Alemania los buzones de bebés existen desde 1999 y en cierta época llegó a haber hasta noventa activos.

Ofrecer ayuda antes de que los niños nazcan

Según el Ministerio de Sanidad, Trabajo y Bienestar, en el año fiscal 2014 se produjeron en Japón 44 muertes infantiles provocadas por maltratos (sin contar los casos de suicidio familiar), 8 más que en el año fiscal anterior. En veintisiete de esos casos, el 61,4 %, las víctimas eran menores de un año. En los últimos diez años los homicidios infantiles por malos tratos han mantenido una media que ronda los 50 casos anuales, por lo que la efectividad del buzón no resulta evidente.

El Hospital Jikei justifica la necesidad del sistema apelando a una anécdota pasada: una mujer arrestada por infanticidio declaró que, aunque conocía la existencia del buzón, no había podido costearse el desplazamiento hasta Kumamoto. El investigador que la entrevistó en prisión afirma que la instalación de buzones podría ayudar a salvar vidas infantiles entre la población con menos recursos económicos.

Pero, ¿es eso cierto? ¿Una mujer que acababa de dar a luz iba a sopesar fríamente si ir a Kumamoto o matar a su hijo porque no podía pagarse el viaje? Una comadrona a la que entrevistamos y que trabaja en un servicio telefónico de consulta sobre el embarazo, explica: “Los recién nacidos pueden tener un llanto estridente. Es fácil imaginar que haya quien, aturdido por el sonido, le tape la boca al bebé sin pensar”. Los niños nacidos sin atención sanitaria corren además otros riesgos fatales, como el de asfixiarse con el líquido amniótico que se les queda en la cara o el de sufrir hipotermia si no reciben el calor adecuado.

Tal vez la mujer de la anécdota que mencionábamos, desorientada, mató a su hijo accidentalmente y, al preguntarle por qué no había ido hasta Kumamoto a entregar al bebé, simplemente alegó la falta de dinero como excusa. ¿Era un buzón de bebés lo que necesitaba esa mujer? ¿O bien que, antes de dar a luz, alguien se preocupase de ponerla en contacto con algún organismo sanitario o de consulta? ¿La solución no hubiera sido contar con alguien a quien pedir ayuda? Hay padres que, aunque no tengan la intención de maltratar a sus hijos, terminan haciéndolo porque no pueden controlar sus emociones. ¿Qué resultado puede dar decirle a alguien que termina cometiendo un infanticidio sin querer “Si vas a matar a tu hijo, mejor tráelo al buzón”?

¿Salva vidas realmente el buzón de bebés?

Por otro lado, debemos preguntarnos si los que entregan a sus hijos en el buzón de bebés están en circunstancias tan extremas como para haber podido terminar con su vida de forma accidental. Hablamos de personas que buscaron la dirección del hospital y se desplazaron hasta Kumamoto en avión o en tren bala; su comportamiento denota serenidad. Los motivos que esgrimen los usuarios del buzón de bebés ante el hospital o las administraciones son la falta de recursos económicos, la soltería de la madre o la reputación, pero todos coinciden en declarar que no tienen ninguna intención de cometer un filicidio. Un antiguo trabajador de un centro de consulta sobre la infancia al que entrevisté también lo corrobora: “Sin buzón de bebés, había quien habría acudido al centro de consulta porque no tenía recursos para hacerse cargo del niño e incluso quien habría decidido criarlo aun siendo pobre. Pero no creo que por eso fueran a matar al niño”.

Puede que los usuarios del buzón de bebés sepan que la policía no puede detenerlos por dejar allí a sus hijos, ya que la sociedad admite su elección. Como el buzón es un “lugar seguro”, nadie sale acusado de abandono de menores. El día en que el buzón entró en funcionamiento entregaron a un niño de tres años. Su madre había fallecido en un accidente de tráfico, y el pariente que le hacía de tutor legal estaba gastando el dinero del seguro de vida que había heredado el menor. El pariente tardó cuatro años en sucumbir a sus remordimientos y entregarse a las autoridades, pero aun así no se le inculpó por apropiarse del dinero del seguro. Otro problema que plantea el buzón es que el 10 % de los niños abandonados sufren algún tipo de discapacidad. Además, como los procesos de adopción resultan complicados, muchos niños terminan creciendo en instituciones.

Un comité ético quiere acabar con el sistema en Alemania

En Alemania, país que el Hospital Jikei tomó como modelo para su iniciativa, el comité ético asesor del Gobierno analizó en 2009 los datos recopilados hasta ese momento y concluyó que los buzones de bebés no servían para salvar vidas; las personas que mataban a sus hijos recién nacidos no hacían uso del servicio, y tampoco se conocía ningún caso que, de no existir los buzones, hubiera tenido un desenlace fatal. El comité insistió también en el problema de que los niños abandonados se vean privados del derecho de conocer sus orígenes, considerando que sufren una “importante desventaja” y una “violación de un derecho humano básico”. Por todo ello este organismo ha aconsejado eliminar el sistema de los buzones e instaurar un sistema de confidencialidad que permita revelar la identidad de las madres a los organismos de consulta pero mantener su anonimato en los organismos sanitarios donde den a luz.

Kumamoto dispone de un comité especial, formado por especialistas en bienestar social infantil, médicos y abogados, que evalúa el funcionamiento del buzón de bebés. Dicho comité reclama firmemente el contacto con los padres que renuncian a sus hijos, denunciando que el buzón facilita el abandono y advirtiendo que es inadmisible mantener el anonimato total. Por desgracia, como el comité carece de fuerza legal para impulsar sus recomendaciones y el hospital se mantiene firme en su defensa de la necesidad de garantizar el anonimato, sus posturas no hallan ningún punto de encuentro.

La inquietud de los niños que no saben quiénes son sus padres

Para las personas que dejan a sus hijos en el buzón de bebés, tal vez el servicio les permite deshacerse de un problema apremiante. Sin embargo, la profesora de la Universidad de Houston Brené Brown apunta que para los niños “el sentimiento de vergüenza crece cuando no podemos confesar la verdad a los demás”. En su libro Los dones de la imperfección, Brown también asegura que esconder un secreto puede provocar depresión y dependencia. El abandono de los hijos en el anonimato, además, conlleva también consecuencias negativas para los padres.

No es del todo incomprensible que haya quien desee fingir que su embarazo no deseado nunca existió. Pero, ¿qué hay de los sentimientos de los niños que son abandonados como si nunca hubieran existido? Uno de esos niños a los que entrevistamos, ahora adolescente, nos confesó su inquietud por no saber quiénes son sus padres y el deseo de conocer los motivos por los que lo abandonaron.

En un país como Japón, que ha firmado la Convención sobre los Derechos del Niño de la ONU que explicita el derecho de los menores de conocer los propios orígenes, los niños abandonados en el buzón de bebés podrían pasarse toda la vida buscando sus raíces, como los que fueron separados de sus padres en la guerra. No saben exactamente cuándo nacieron. Ningún seguro sanitario los admite porque no cuentan con el historial médico de sus progenitores. Se ven obligados a cargar con la responsabilidad del embarazo no deseado de unos padres de los que no conocen ni la identidad ni las circunstancias. ¿Y esos niños deben asumir estas desventajas solo porque “se les salvó la vida”?

En los primeros tiempos del buzón, los enfermeros del Hospital Jikei lloraban cada vez que les llegaba un menor abandonado. “La pena de que el niño se hubiese quedado sin madre era mayor que la alegría de que le hubiéramos salvado la vida”, recuerda uno de los trabajadores.

Los medios de comunicación tienden a destacar la función salvavidas del buzón de bebés y a priorizar el hecho de conservar vidas. Sin embargo, la intención rescatadora del hospital y el hecho de que haya recibido a 130 niños en sus años de funcionamiento no permiten afirmar que la iniciativa esté contribuyendo efectivamente a la conservación de vidas infantiles. La expresión salvar vidas suena tan bien que no se deja cuestionar y termina bloqueando toda reflexión. Pero creo que los medios de comunicación tienen la responsabilidad de abandonar sus ideas fijas sobre este noble concepto y utilizar la información disponible, por escasa que sea, para analizar la realidad con ojo crítico.

Fotografía del encabezado: Puerta del único buzón de bebés de Japón, instalado en el Hospital Jikei de Kumamoto. (Cortesía de Morimoto Nobuyo).

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