El “divorcio póstumo”: la última declaración de independencia de la mujer

Sociedad

Cada vez hay más mujeres en Japón que recurren al llamado divorcio póstumo, para anular legalmente la relación con la familia del marido al quedarse viudas. Tras esa decisión parece hallarse, de un lado, la disolución del sentido de pertenencia de la esposa a la familia del marido, y, del otro, el rechazo hacia la obligación de cuidar de los padres del difunto marido.

Un trámite simple

El “divorcio póstumo” es cada vez más común en Japón. Aunque formalizar un divorcio requiere el consentimiento de ambas partes del matrimonio, puede hacerse unilateralmente tras la muerte de uno de los cónyuges. Aquellos que, tras enviudar, desean cortar los lazos con los familiares del difunto, tienen la opción de anular legalmente la relación presentando una “declaración de finalización de la relación familiar” al departamento de registro familiar y al censo municipal correspondientes.

Para llevar a cabo el trámite, el interesado solo debe presentar un documento que lo identifique, otro que atestigüe el fallecimiento del cónyuge —por ejemplo, el Certificado de Registro Familiar— y la declaración de finalización de la relación familiar, sellada y rellenada, con su nombre, domicilio, dirección de registro familiar y nombre del difunto cónyuge. No se necesita el consentimiento ni el permiso de nadie más. Tampoco existe ningún plazo límite para presentar la documentación después de enviudar. La familia del difunto no tiene derecho a rechazar el trámite ni a recibir notificación sobre su formalización.

Aunque el trámite que permite hacer oficialmente efectivo el “divorcio póstumo” es así de simple desde su instauración, ha sido en estos últimos años cuando ha empezado a aumentar el número de personas que recurren a tal recurso. Hasta hace poco la expresión divorcio póstumo no existía, y la declaración de finalización de la relación familiar era tan poco común que ni siquiera los funcionarios del registro familiar la conocían.

Según las estadísticas del Ministerio de Justicia, el número de personas que formalizaron el trámite experimentó un crecimiento paulatino, hasta alcanzar los 2.167 casos en 2013. Después de llegar a los 2.202 en 2014, sin embargo, el número se disparó hasta los 2.783 casos en 2015, un aumento de casi 600 casos en un año. La cifra se elevó hasta 4.032 en 2016, un espectacular incremento del 150 %. Así pues, el número prácticamente se duplicó en tres años. Cabe apuntar, además, que la mayoría de las personas que se acogen a este recurso son mujeres.

La brecha generacional sobre el papel de la nuera

Uno de los factores que han motivado el aumento acelerado de los divorcios póstumos es la brecha generacional con respecto a la visión del sistema familiar.

El modelo del sistema familiar de Japón, pueblo tradicionalmente agrícola, se basa en la familia agricultora de antes de la Segunda Guerra Mundial. Las familias del campo que tenían propiedades vivían explotando unas tierras que habían ido heredando durante siglos. Para evitar que el terreno y el patrimonio, fuente de sustento vital, se dividiera y se dispersara, el primogénito varón de la casa heredaba todos los bienes. Se creó una jerarquía que situaba al primogénito en lo más alto de la estructura familiar. El establecimiento de un sistema familiar basado en el patriarcado en el periodo Meiji hizo que se consolidase la estructura en la que el primogénito encabezaba la familia generación tras generación, heredando tierras y patrimonio, y casándose con una esposa que pasaba a formar parte de su familia.

A pesar de que el sistema familiar de la era Meiji se abolió con la reforma del Código Civil de la posguerra, su concepto quedó profundamente arraigado en la generación de japoneses educados antes de la guerra y en sus hijos, la generación que actualmente es mayor de 75 años. La mayoría de ellos tienen muy presente que, cuando una mujer se casa, pasa a formar parte de la familia del marido, y dan por sentado que debe ocuparse de los familiares y cuidarlos. Por eso se crean “expectativas” de que sus hijos los tratarán como ellos trataron a sus padres, y esperan que las nueras desempeñen el mismo papel que en su generación.

Por otro lado, mientras que alrededor de un 50 % de la población japonesa trabajaba en el primer sector —principalmente agricultura y pesca— hasta la Segunda Guerra Mundial, ese porcentaje empezó a menguar a partir de 1955, hasta caer por debajo del 10 % hacia 1985. Durante el período del crecimiento económico acelerado que siguió a la guerra, los jóvenes de las zonas rurales se trasladaron a las ciudades para trabajar y estudiar. Fue en esa generación, que empezó a vivir separada de sus padres, cuando se generalizó el modelo de la familia nuclear, y los conceptos de hogar y de pertenencia de la esposa a la familia del marido dejaron de heredarse y se fueron desvaneciendo.

Ahora que las mujeres participan cada vez más en el mercado laboral, no son pocas las que trabajan, como los hombres, y además siguen encargándose del cuidado del hogar y de los hijos. Para estas mujeres es imposible, psicológica y económicamente, seguir desempeñando el papel tradicional de nueras que los suegros esperan de ellas.

La baza legal de borrarse oficialmente de la familia

El Código Civil establece el deber de manutención de los familiares hasta el tercer grado de parentesco; es decir que dicha obligación se extiende a los padres, los abuelos, los hermanos y los sobrinos del cónyuge. Como la declaración de finalización de la relación familiar anula la relación con la familia política, al igual que el divorcio, también disuelve el deber de manutención.

Sin embargo, rara vez es necesario presentar el documento de declaración, ya que el deber de manutención de la nuera solo se hace efectivo si los suegros la llevan a juicio y el Tribunal Familiar sentencia su obligación de mantener a la familia del difunto cónyuge, reconociendo “circunstancias especiales”. Dichas circunstancias se limitan a casos en que los suegros hayan mantenido a la nuera durante muchos años y en que esta goce de suficiente holgura económica; y, aun así, la nuera solo se vería obligada a ayudar a los suegros en lo mínimo necesario para su manutención.

Entonces, ¿por qué ahora hay tantas personas que deciden cortar tajantemente la relación con la familia política? Probablemente el factor más influyente sea la combinación del envejecimiento demográfico y el descenso de la tasa de natalidad, que provoca que cada vez más personas de generaciones jóvenes se vean sobrepasados económica y psicológicamente a la hora de cuidar de los suegros cuando envejecen.

Veamos un par de ejemplos reales de personas que utilizaron la declaración. El primero es el de una mujer en la cincuentena que llevaba unos treinta años conviviendo con la suegra cuando enviudó. Aunque había que seguir pagando la hipoteca de la vivienda, la suegra no estaba dispuesta a contribuir en absoluto a los gastos cotidianos con su pensión. Así que la mujer decidió anular su relación familiar con ella para salir del atolladero.

El segundo caso es el de un matrimonio en que el marido heredó el negocio familiar. Vivían con los padres de él. Al fallecer el marido, la viuda se vio obligada a heredar el negocio mientras seguía encargándose de la casa y los hijos. Pero la suegra empezó a criticar la forma en que llevaba el negocio. La viuda acabó sintiendo que se la culpaba de la muerte del marido y, tras dos años de sufrir la situación, presentó la declaración.

Ahora que cada vez hay más mujeres que trabajan, es lógico que una mujer en la cincuentena, que lleve más de dos décadas activa y tenga que dejar el trabajo para cuidar de los suegros, se sienta frustrada ante las “expectativas” de la generación de sus padres para con las nueras.

Las mujeres que, en vida de su marido, aguantaban la relación con los suegros por el bien familiar no aceptan seguir atadas a esa familia tras enviudar. Las nueras que ahora tienen entre 50 y 60 años no soportan las “expectativas” de manutención y cuidados geriátricos de los suegros (mayores de 75 años), que conservan la idea antes mencionada de que la esposa pasa a formar parte de la familia del marido, y por eso sienten el deseo imperioso de borrarse del registro familiar. De ahí que terminen oficialmente con la relación tan pronto como se enteran de la posibilidad de hacerlo.

Mujeres que aceptan no compartir tumba con el marido

Al igual que la idea de que la mujer pertenece a la familia del marido se ha ido disolviendo en Japón, la forma de pensar sobre la tumba también se está transformando radicalmente. Cuando imperaba la idea de que la nuera pertenecía a la familia del marido, lo normal era que, al fallecer, se la incluyera en el mausoleo de dicha familia. Últimamente, sin embargo, cada vez hay más mujeres que eligen no enterrarse en dicha tumba por desavenencias con el marido o su familia, o bien para evitar a los hijos la carga de mantener y gestionar el mausoleo. Al parecer estas son otras consideraciones por las que muchas personas se decantan por la opción del “divorcio póstumo”.

Un sondeo realizado por el Instituto Dai-ichi de Investigación sobre la Vida en 2009, en que se preguntó a los encuestados con quién querían compartir tumba al fallecer, reveló una diferencia significativa entre sexos: solo el 29,9 % de las mujeres respondió que quería estar en el mausoleo familiar, frente al 48,6 % de los hombres.

El mismo centro llevó a cabo, en 2014, un estudio de opinión sobre la inclusión de ambos cónyuges en una misma tumba, dirigido a hombres y mujeres de entre 60 y 79 años. Sobre la idea, generalmente aceptada en Japón, de que las parejas casadas deben compartir tumba con el marido, solo un 12,6 % de los hombres respondieron “No estoy muy de acuerdo” o “No estoy de acuerdo”, frente a un 23,1 % de las mujeres. Ante la pregunta de si deseaban compartir tumba con su cónyuge actual, el 64 % de los hombres respondió afirmativamente, mientras que solo el 43,7 % de las mujeres, menos de la mitad, lo hizo. De estos datos se desprende que hay más hombres que mujeres que defienden la idea de que los matrimonios deben compartir tumba.

Aunque no esté directamente relacionado con el “divorcio póstumo”, el cambio de mentalidad de la mujer, y su emancipación económica y psicológica, han motivado una creciente demanda de tumbas exclusivas para mujeres. Además, en el último decenio se han multiplicado las opciones de tumbas que no requieren de mantenimiento posterior por parte de los familiares, como las tumbas a perpetuidad en templos budistas, las tumbas en que se planta un árbol en lugar de una lápida o los osarios con altar mortuorio automatizado. Otros síntomas de cambio son el surgimiento de la expresión hakatomo (literalmente, ‘amigos de tumba’, referido a amistades que comparten tumba al fallecer) y la proliferación de cementerios que no exigen relación de parentesco para poder compartir tumba.

Como país del mundo donde el envejecimiento y el descenso de la tasa de natalidad están más avanzados, Japón debe enfrentarse a una apabullante lista de dificultades, encabezada por el problema de cuidar de sus mayores. Sin embargo, creo que no soy la única que considera ciertas transformaciones, como la popularización del “divorcio póstumo” o el cambio de perspectiva sobre las tumbas, como una declaración de independencia, especialmente por parte de las mujeres, de un pueblo que hasta ahora se ha visto atado por los lazos familiares.

(Traducido del original japonés, redactado el 8 de noviembre de 2017).

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