Vientos de cambio soplan en los cementerios japoneses

Sociedad

El número anual de muertes de personas mayores que vivían solas está experimentando un fuerte incremento. Este fenómeno está agravando otras tendencias, como las dificultades para encontrar familiares que se encarguen de organizar los funerales o el abandono de muchas tumbas familiares. Hoy en día, dar honras fúnebres a los fallecidos está dejando de ser un asunto privado para convertirse en un verdadero problema social. La autora analiza en el presente artículo las diversas facetas del problema.

Una época en que también la mayoría de los hombres superan los 80 años

El cambio de siglo ha traído a Japón un rápido aumento de la edad de defunción de los japoneses. Si en 2000 los varones que habían alcanzado los 80 años en el momento de su fallecimiento eran solo el 33,4 % del total, para 2016 eran ya la mayoría, con el 51,6 %. Subiendo el listón hasta los 90, los porcentajes son del 7,5 % y del 14,2 % respectivamente. En cuanto a las mujeres, siempre más longevas, se ha pasado del 56,3 % al 73,8 % para los 80 años y del 19,6 % al 37,2 % para los 90.

Existe, además, otra tendencia, que se hará más patente durante los próximos 20 años, a un aumento en el número total de defunciones. Nos dirigimos, pues, hacia una sociedad marcada por un elevado número de muertes. Si en 1990 fallecían anualmente unas 800.000 personas y en 2003 lo hacían algo más de un millón, en 2016 fueron 1,3 millones las personas que murieron en Japón, lo que indica que el ritmo de aumento de esta cifra se está acelerando.

Según una estadística elaborada por el Instituto Nacional de Investigaciones sobre Población y Seguridad Social (2012), se estima que durante el año 2040 morirán en Japón 1,67 millones de personas. Así pues, Japón experimenta al mismo tiempo una elevación de la edad de fallecimiento y un agudo incremento del número de muertes.

Cada vez más ancianos solitarios sin nadie que se encargue de su funeral

Hay situaciones en que la colaboración de otras personas es imprescindible y en Japón se ha considerado tradicionalmente que durante el último periodo de la vida deben ser los familiares directos u otros descendientes del interesado quienes se responsabilicen de muchos de los trámites y procedimientos que se desarrollan durante esos años postreros. Sin embargo, debido a la gran diversificación de la familia y de los hogares que se está produciendo, en muchos casos no se puede contar ni con familiares directos ni con otros descendientes para llevar a cabo dichos trámites. La elevación de la edad de fallecimiento significa que los hermanos e incluso los hijos del interesado han alcanzado también una edad elevada y en muchos casos estas personas sufren impedimentos físicos, económicos o de otra naturaleza que obstaculizan el cumplimiento de esa función.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, en Japón ha venido aumentando el número de familias nucleares, formadas por un matrimonio o por personas solteras que viven con sus padres. Por otra parte, son muchas las personas que al cumplir años y comenzar a necesitar cuidados, pasan a vivir con la familia de alguno de sus hijos. Según datos del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar, en 1975 más de la mitad (54,4 %) de los núcleos familiares en los que había personas mayores de 65 años estaban formados por tres generaciones. Sin embargo, esta proporción no ha hecho más que descender. En 2000 era ya menor que la de los hogares compuestos únicamente por un matrimonio y en 2015 el 57,8 % de los hogares con presencia de mayores de 65 estaban formados exclusivamente por esa persona, o bien por esa persona y su cónyuge. La cifra total de personas que viven solas, que en 1980 era de 880.000, ascendió en 2015 a 5,92 millones y se estima que en 2035 se situará en los 7,62 millones, lo que significa que el 23,4 % de las ancianas y el 16,3 % de los ancianos vivirán solos (estadísticas del Instituto Nacional de Investigaciones sobre Población y Seguridad Social).

También es muy notable el aumento del número de personas que permanecen solteras a lo largo de toda su vida. La tasa de soltería vitalicia, medida a la edad de 50 años, era en 2015 del 23,37 % entre los hombres y del 14,06 % entre las mujeres. La de los hombres experimentó un fuerte incremento especialmente a partir de 1990. A consecuencia de ellos, desde hace unos años un grupo cada vez más nutrido de hombres solteros va pasando a la tercera edad.

En la banda de edad de los 65 a los 69 años, encontramos que un 9,1 % de los hombres no se ha casado nunca (2015). Su situación es sostenible mientras dura la salud, pero cuando los cuidados a la ancianidad o por enfermedades se hacen necesarios se plantea el problema de si algún familiar está en condiciones de hacerse cargo de ellos. Y aunque estas personas puedan permitirse contratar los servicios de profesionales, con la muerte surgen otras necesidades, como la celebración de funerales o la adquisición y mantenimiento de una tumba.

Funerales a menor escala y más simples

Veamos ahora cómo ha evolucionado la cuestión funeraria durante estos últimos 20 años. Hay que señalar, para comenzar, que la asistencia a funerales ha decrecido. Según un estudio realizado por una empresa funeraria a partir de los datos de su propio negocio, en 1996 el promedio de asistencia era de 180 personas, en 2005 de 100 y en 2013 de 46. En apenas 17 años, el número se ha reducido a una cuarta parte.

En respuesta a una encuesta de la Comisión de Comercio Justo llevada a cabo en 2005, el 67,8 % de las funerarias dijeron haber detectado un descenso en el número de asistentes a dichos ritos con respecto a la situación de cinco años atrás, y en una encuesta similar realizada en 2016 la proporción de quienes dieron esa misma respuesta ascendió hasta el 86,8 %.

El principal causante de este fenómeno es la elevación de la edad de fallecimiento. Hasta ahora, la asistencia a estos ritos tenía fuertes condicionantes sociales y en muchos casos se hacía por diversos compromisos, al igual que los familiares del fallecido. Pero ahora que muchos de los hijos que entierran a sus padres sobrepasan los 60 años y han superado ya la edad de jubilación, una vez dejado el puesto de trabajo sus relaciones sociales se reducen y consecuentemente se reduce también la asistencia. Hoy en día es perfectamente normal que los funerales se celebren dentro de un pequeño círculo y tampoco es raro que la familia decida no realizar ninguna ceremonia, limitándose a velar el cadáver y enviarlo al crematorio.

En el estudio de 2016 de la citada comisión, un 26,2 % de las empresas funerarias encuestadas dijeron haber detectado un incremento de los entierros directos (sin mediar ceremonia). Si bien esta modalidad simplificada representa solo el 5,5 % de los casos tratados por las empresas encuestadas en el conjunto del país, se estima que en Tokio dicha proporción se sitúa ya en torno al 30 %, apreciándose grandes diferencias entre regiones o zonas.

Abandono de tumbas y diversificación de las formas y lugares de enterramiento

Las propias tumbas han cambiado mucho. Últimamente, están ganando popularidad los enterramientos que crean una atmósfera más luminosa y natural, disponiendo las tumbas en espacios verdes a modo de “parques funerarios” y sustituyendo las lápidas de piedra por árboles.  La tradicional inscripción de “…-ke senzo daidai” (“sucesivas generaciones de antepasados de la familia…”), es sustituida a menudo por expresiones simples como “ai” (“amor”) o “arigatō” (“gracias”), y el diseño de las lápidas es cada vez más imaginativo y personal. Los orígenes de esta tendencia los encontramos en los años 90, cuando comenzó a difundirse la idea de que cada persona debía dejar decididos los detalles de su enterramiento y de su tumba estando en la plenitud de sus facultades.

En Japón, las tumbas han sido siempre vistas como algo que van heredando los hijos y los nietos, pero con la escasez de nacimientos y la mayor proporción de solteros vitalicios de los últimos tiempos, la familia se está haciendo cada vez más “nuclear” y ya no puede asegurarse la transmisión de las tumbas ni la continuidad de los ritos. En los cementerios de todo el país llama la atención la gran cantidad de tumbas que no han sido limpiadas ni cuidadas durante años, prueba de que nadie las visita.

A este fenómeno no son ajenas las grandes migraciones que se producen entre las diversas ciudades y áreas del país. En las regiones con población menguante, el problema de las tumbas abandonadas es especialmente grave. Según estudios realizados en la prefectura de Kumamoto, en la ciudad de Takamatsu y en otros lugares, cerca de un tercio de las tumbas están en esa situación.

Para poder seguir cuidando de la tumba familiar, algunas personas optan por trasladarla a un lugar más próximo a su actual residencia. Otros buscan una solución uniéndose con otras personas para recibir enterramiento en común, al margen de que puedan tener o no parientes de sangre, y también hay quien contrata un servicio que asegura un cuidado indefinido de la tumba o depósito de los restos mortales. No faltan quienes piensan que la tumba es algo innecesario y guardan los restos en un rincón de su propia casa, o los llevan al mar o la montaña, lo cual tampoco está prohibido, siempre que se respeten ciertas normas.

Iniciativa pública y responsabilidad colectiva en Taiwán y Suecia

Veamos ahora cómo está el panorama en otros países. En Taiwán, una isla en la que está muy vivo el espíritu de ayuda mutua entre los miembros de un mismo clan familiar, normalmente de línea paterna, problemas como la escasez de nacimientos, el envejecimiento, la mayor longevidad o la nuclearización de las familias están agravándose muy rápidamente. Como consecuencia de estas tendencias están empezando a manifestarse nuevos problemas sociales, como la crítica situación en la que caen muchas familias que no pueden cuidar en el hogar de sus ancianos, y el progresivo aislamiento social de estos. En los últimos años, en grandes ciudades como Taipei, Xinpei, Taizhong o Kaohsiung, los propios Gobiernos municipales están organizando entierros colectivos y ofreciendo ceremonias simplificadas para abaratar costos.

En el caso de Taipei, las familias ya no tienen que pagar nada en concepto de traslado, depósito o incineración del cadáver, y tampoco para comprar el ataúd o realizar la ceremonia funeraria. Al parecer, todo esto se costea con fondos procedentes de donaciones realizadas por los propios ciudadanos. Cuando comenzó a funcionar este sistema colectivo, en 2012, se efectuaba una vez a la semana, despachándose en total 832 casos, pero en 2017 se amplió a tres veces a la semana y se ha llegado ya a los 1.594.

Quien así lo desee puede obtener también una tumba gratuita. Los diversos Gobiernos locales y regionales de la isla están promoviendo formas de enterramiento respetuosas con la naturaleza, plantando árboles en vez de erigir lápidas, disponiendo los restos mortales en zonas ajardinadas o permitiendo lanzar las cenizas al mar, todo lo cual puede hacerse de forma gratuita en el caso de Taipei. Esta última modalidad solo la efectúa la Administración municipal. En 2017, entre los meses de marzo y noviembre, se efectuó nueve veces botando en cada ocasión una embarcación ad hoc. Tanto el traslado de los restos desde la instalación de incineración hasta el muelle, como el alquiler de la embarcación y la propia ceremonia son totalmente gratuitos.

En Suecia, la ciudadanía paga el llamado begravningsavgift, que puede considerarse un impuesto y que se utiliza para costear todo el tratamiento de los restos mortales y el ceremonial. No es una forma de ahorro obligatorio que en su día cada cual utilizará para su propio funeral, sino una forma de cargar solidariamente con los costos funerarios del conjunto de la ciudadanía.

A los vecinos de Estocolmo este dinero se les descuenta automáticamente de su salario. En otros municipios, los fieles de la Iglesia Nacional, de credo luterano, abonan este dinero como parte de las cuotas mensuales con las que sustentan su organización. La cuantía de las cuotas puede variar según el municipio, tamaño de la organización religiosa, etc, pero todo el tratamiento del cadáver y el ceremonial son gratuitos sin distinción. Además, las tumbas pueden utilizarse gratuitamente durante 25 años. A los fieles de otros credos (católicos, musulmanes, etc) no integrados en la Iglesia Nacional y a las personas sin religión se les descuenta una cuota equivalente de su salario.

En Japón, están aumentando los casos en que, pese a existir familiares vivos, nadie se encarga de dar honras fúnebres a los fallecidos o de recoger sus restos mortales, y esto se está convirtiendo en un nuevo problema. Para las honras se necesita un fallecido y unos familiares o allegados. Es lógico que las transformaciones sociales acarreen también cambios en la forma de honrar a los fallecidos. Pero hoy en día esto ya no es un problema estrictamente privado y deberíamos abordarlo como algo que nos afecta a todos como sociedad.

(Escrito el 9 de febrero de 2018 y traducido al español del original en japonés)

Fotografía del encabezado: en Japón existen diversos servicios para posibilitar que los restos mortales de los fallecidos puedan ser guardados en el domicilio familiar sin necesidad de poseer una tumba. En la fotografía, una “tumba doméstica” elaborada con cartón. (Fotografía tomada en 2015 por la Redacción de nippon.com en la feria sectorial Ending, realizada en Tokyo Bigsight, en Kōtō-ku, prefectura de Tokio).

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