Maltratadores de niños: los factores sociales detrás de unos actos monstruosos

Sociedad

Las frases de arrepentimiento dejadas por una niña de cinco años poco antes de morir víctima de malos tratos han conmocionado a la sociedad japonesa y el Gobierno se ha apresurado a tomar medidas de urgencia en la lucha contra la lacra del maltrato infantil. Pero para solucionar este difícil problema es necesario un conocimiento muy preciso del trasfondo social que se oculta bajo estos casos.

En marzo de 2018 murió víctima de malos tratos una niña de cinco años. Estaba sometida a una dieta de hambre y, en nombre de la disciplina, era golpeada. En junio, causó una fuerte conmoción social la publicación por parte de la Policía Metropolitana de algunos textos que la niña había escrito a lápiz en un cuaderno, en los que expresaba su arrepentimiento. “Por favor, perdonadme, perdonadme, por favor”, decía.

Nada más darse a conocer estos impactantes escritos, la gente comenzó a congregarse frente al apartamento de Meguro-ku (Tokio) donde vivía la niña. Juntaban sus manos orando por su alma. La publicación de los escritos provocó una corriente de opinión a favor de hacer mayores esfuerzos para prevenir los malos tratos a menores y el Gobierno ha tomado cartas en el asunto. Además de reglamentarse los registros domiciliarios en los casos en que a los centros de bienestar infantil no se les permite entrevistar al menor, y clarificarse las condiciones bajo las que se comparten informaciones con la policía, se ha anunciado que para 2022 habrá aumentado 1,6 veces (de 3.200 a 5.200) el personal de dichos centros.

Es muy importante reforzar los sistemas que permiten salvar a los niños víctimas de malos tratos. Pero no debemos olvidar que, al mismo tiempo, es necesario ir habilitando líneas de ayuda para los padres que no aciertan a criar a sus hijos adecuadamente. Y es que los padres que maltratan a sus hijos son, en cierto sentido, “refugiados” en situación de aislamiento y falta de ayuda.

 Respaldo legal para la prevención

En Japón, la conciencia en torno al maltrato infantil comenzó a despertarse hacia los años 90. En 1990, los centros de bienestar infantil comenzaron a hacer una estadística de estos casos y ese mismo año se creó en Osaka la primera asociación privada para la prevención del fenómeno, que vino secundada un año después por una iniciativa similar en Tokio. Estos primeros esfuerzos se hicieron en un contexto en que Japón apuntaba a la ratificación de la Convención sobre los Derechos del Niño, que se materializó en 1994.

En noviembre de 2000 entró en vigor la Ley de Prevención del Maltrato Infantil. En la sociedad japonesa, la institución familiar era impenetrable y a los poderes públicos les resultaba muy difícil intervenir en los casos de violencia que se daban en ese ámbito. Sin embargo, gracias a la nueva ley, se hizo más fácil proteger a los niños maltratados internándolos temporalmente en centros de acogida, incluso en contra de la voluntad de los padres. Gracias a la reforma de dicha ley que tuvo lugar en 2004, se estableció el deber de todos los Gobiernos municipales del país de trabajar por la prevención del maltrato infantil, y mediante una ulterior reforma (2007) se fortaleció la autoridad de dichos centros de bienestar frente a los padres remisos a seguir las instrucciones.

Al mismo tiempo, vemos que si en 1990, primer año del que se dispone de estadísticas, se registraron 101 intervenciones de la autoridad por casos de maltrato, en 2016 se alcanzaban las 122.578. Detrás de este agudo incremento hay una serie de cambios, como un mejor conocimiento del fenómeno por parte de la sociedad y un aumento en el número de consultas y avisos. Fue en 2003 cuanto el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar comenzó a hacer público el número de niños muertos por maltrato. En los últimos años la cifra anual oscila entre los 50 y los 100, contando a aquellos en que alguno de los padres se suicida después de haber matado a su hijo o hija.

Desde el año 2000, cuando comenzó a darse respaldo legal a la lucha contra el maltrato infantil, vengo investigando y escribiendo sobre tres casos concretos de maltrato infantil, que nos ofrecen una panorámica de cuál es el trasfondo social de esta lacra.

Niña abandonada muere entre cartones

El primer caso de los que investigué se centraba en una niña de tres años que había aparecido muerta por inanición en 2000, dentro de una caja de cartón en el dormitorio de empleados de una empresa de Taketoyo (prefectura de Aichi). La empresa era filial de una importante compañía siderúrgica.

La madre, dedicada a sus labores, era una jovencita de 18 años cuando nació su primogénita. Su marido era de los que piensan que, en la distribución de papeles, a los hombres les corresponde trabajar y a las mujeres hacer las labores domésticas y ocuparse de la crianza de los hijos, de modo que con él la joven no podía hablar de sus dificultades en la crianza de la pequeña. No estaba en buenas relaciones con su madre ni con su suegra.

Cuando se quedó embarazada por segunda vez, comenzó a llevar un cuaderno de ingresos y gastos del hogar, preocupada por cómo iban a salir adelante con dos niños. Su hija presentaba un cierto grado de retraso en su desarrollo, pero cuando fue invitada por el servicio público de salud a llevarla a un aula de logopedia se negó a hacerlo, alegando que no podía permitirse pagar los 50 yenes que se exigían para costear la merienda.

Su marido era de su misma edad y aunque era empleado fijo, apenas percibía 130.000 yenes netos mensuales. Al parecer, era de personalidad aspérgica y estaba completamente absorto en su trabajo. En una ocasión, teniendo la primogénita 10 meses, le dio una fuerte sacudida, ocasionándole heridas en la cabeza. La niña tuvo que ser atendida en un hospital, y fue al regresar al hogar cuando comenzó a mostrar el retraso. Ambos cónyuges tenían más predilección por el segundo hijo, un varón, que iba creciendo con normalidad, y acabaron postergando a su hermanita mayor. La vida social del marido se circunscribía prácticamente a la relación con los compañeros de trabajo. En casa, los juegos electrónicos ocupaban todo su tiempo.

Preocupada siempre por los apuros económicos que atravesaba su hogar, la madre no fue capaz de comunicarse con los servicios públicos y esto le impidió tomar decisiones acertadas. Aislada y sin ayuda, cayó en la oniomanía (adicción a las compras), llegando a endeudarse para comprar colchas de lujo que le ofreció un vendedor a domicilio y no pudiendo devolver el dinero a los prestamistas. La atmósfera asfixiante que rodeaba al matrimonio y la ira contenida fue dirigiéndose inconscientemente hacia la niña, que pasó a ser introducida en una caja de cartón cada vez que desobedecía. La niña comenzó a no aceptar la comida y fue adelgazando hasta que su vida se extinguió.

Aislamiento y falta de salida que derivan en negligencia parental

El segundo caso que investigué, ocurrido en 2010, fue el de unos hermanitos que murieron tras ser abandonados a su suerte durante 50 días en el dormitorio de las chicas que trabajan en un club de alterne de Nishi-ku (Osaka). La mayor tenía tres años y el menor, uno. La madre, que contaba 23 años, había crecido en la prefectura de Mie. Se casó joven y tuvo su primer parto a los 20 años. Mientras se dedicó a sus labores, aprovechaba perfectamente todas las ayudas públicas ofrecidas por el ayuntamiento del municipio donde residía. Tras divorciarse, se llevó a sus hijos a Nagoya, donde trabajó en un club nocturno. De allí pasó a Osaka, donde realizó un trabajo similar sin pedir ayuda a sus padres ni a los servicios públicos.

El tercer caso, de 2014, salió a la luz pública con la aparición en un apartamento de Atsugi (prefectura de Kanagawa) del esqueleto de un niño de cinco años. La habitación estaba repleta de basura. Habían pasado siete años y cuatro meses desde la muerte del pequeño. El padre contaba en aquel entonces 37 años y era un camionero que realizaba largas jornadas laborales. Padecía, además, una ligera discapacidad mental. Su esposa se llevaba muy mal con sus padres y acabó refugiándose en el apartamento de él, tras lo cual se quedó embarazada y dio a luz. Dejó el apartamento cuando el niño tenía tres años. El hombre no comunicó a nadie la desaparición de su esposa y se las arregló para compaginar su trabajo y la crianza del niño durante dos años más.

Este hombre, tras completar el bachillerato, había ingresado en una escuela profesional, pero la escuela estaba situada a tres horas de su domicilio, y por esa y otras circunstancias terminó abandonándola. Después de hacer algunos trabajos ocasionales, cambió de idea para conseguir algún trabajo más serio, pero nunca llegó a tener unos ingresos estables. Padecía, como se ha dicho, una ligera discapacidad mental, pero su familia tampoco estaba en condiciones de ayudarle. Fue entonces cuando conoció a la que sería su esposa, que entonces tenía 17 años, de quien tuvo un hijo. El matrimonio comenzó a pedir dinero a la familia y contrajo también deudas con prestamistas, a consecuencia de lo cual fue aislándose de los círculos familiares.

Después de muchas dificultades logró un puesto fijo como camionero con un salario neto de entre 230.000 y 250.000 yenes, trabajando seis días a la semana y con exigentes jornadas. Incapaz de pagar sus deudas y no pudiendo tampoco dedicar tiempo a la crianza del niño, su relación matrimonial empeoró. Para complementar los ingresos familiares, la esposa trabajó durante algún tiempo en un konbini (convenience store) dejando al niño solo en casa, pero después pasó a trabajar en un club de alterne, hasta que abandonó el hogar. El marido, temeroso de perder su puesto fijo, trataba de hacer el mayor número posible de horas, para lo que rechazaba incluso las vacaciones pagadas. Durante dos años después de la desaparición de su mujer cuidó como pudo al niño, pero, exhausto, terminó abandonándolo.

¿Por qué no pidieron ayuda pública?

Todos los padres que aparecen en estas tres historias fueron víctimas, durante su niñez, de negligencia parental y malos tratos, y crecieron aislados. Ya de mayores, siguieron experimentando diversas dificultades en sus vidas y no hicieron acopio de las fuerzas suficientes para vivir independientemente dentro de la sociedad. Y ocultaron todo esto, de forma que la sociedad no lo supiera. Aunque estos padres reciban ayudas públicas mientras la crianza de los niños va viento en popa, cuando surgen problemas y la situación se agrava son reacios a cursar solicitudes o, tal vez, incapaces de hacerlo.

Incluyendo el caso de Meguro-ku al que me refería al principio, si nos fijamos en las madres de los niños que han muerto víctimas de malos tratos, vemos que todas han dado a luz antes de cumplir los 20 años o cuando acababan de cumplirlos. Insuficientemente preparadas para independizarse, se casaron siendo muy jóvenes y construyeron un hogar como una forma de hacerse un hueco en el mundo. Pero al divorciarse y comenzar a trabajar criando a sus hijos, el riesgo de caer en una pobreza rigurosa es alto.

Tras la elección hecha por la madre que comenzó a trabajar en un club de alterne de Nishi-ku (Osaka) descubrimos una realidad social en la que a una mujer que vive sola le resulta muy difícil conseguir los ingresos necesarios para criar a sus hijos mediante un trabajo corriente. Muchas madres solteras y otras muchas mujeres eligen trabajos en que se ofrecen servicios sexuales porque son más accesibles. Pero estos trabajos las ponen en una situación de indefensión laboral, y dentro de un proceso en que la mujer va convirtiéndose en un artículo de consumo, el afecto y consideración que pueden permitirse dar a sus hijos va reduciéndose. Además, como ocurre también en este caso, muchas madres sienten una fuerte resistencia a recibir ayudas públicas después de su divorcio. Es muy probable que bajo esta mentalidad se oculte el deseo de esconder el hecho de que no pueden desempeñar el papel de madre en la práctica.

Vapulearlos públicamente como padres perversos no es ninguna solución. En estos casos no se pudo dedicar a la crianza suficiente tiempo ni suficiente dinero, y las ayudas públicas eran totalmente necesarias.

Un sistema para ayudar a los padres jóvenes en la crianza

Antes de que el maltrato infantil se convirtiera en el problema social que actualmente es, hubo un periodo en el que el interés se dirigió hacia los llamados coin locker babies. La expresión se forjó hacia el año 1973, cuando se dieron varios casos de recién nacidos que eran abandonados en compartimentos de consignas de estaciones y otros lugares. Un estudio sobre malos tratos, abandonos y asesinatos de niños llevado a cabo ese mismo año por el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar, reveló que se habían dado 251 casos de asesinatos de menores de tres años de edad. Se presumió que muchos de los agresores eran consanguíneos. Quiere esto decir que en aquella época el número de muertes de niños por malos tratos era varias veces mayor que el actual.

Lo cierto es que, si nos fijamos en la causa de defunción de todas las embarazadas o puérperas que han muerto en los 23 ku o municipios que componen el centro urbano de Tokio entre 2005 y 2014, veremos que los suicidios son tres veces más numerosos que las muertes por enfermedad.

Ahora, igual que en aquella época de los coin locker babies, para una mujer que no ha encontrado su lugar en el mundo el embarazo puede ser un empujón hacia la desesperación. Algunas limitan su acción a ellas mismas y se suicidan; otras ponen fin a su vida llevándose con ellas a sus hijos, una acción llamada shinjū que en Japón tradicionalmente ha tenido una consideración especial; finalmente, hay quienes matan a sus hijos, pasando el caso a considerarse maltrato derivado en muerte si es que la madre sobrevive. Por edades, el grupo más numeroso entre los niños que mueren por malos tratos es el de cero años.

Es muy positivo que con ocasión del caso de Meguro-ku se vayan a reforzar las funciones de los centros de bienestar infantil y se estén haciendo mayores esfuerzos para detectar nuevos casos de maltrato. Pero la manera más efectiva de lidiar con el problema sería conducir cuidadosamente a los jóvenes para que se integren en la sociedad, puedan socializar en un ambiente seguro, y poner los medios necesarios para que los hijos sean criados no bajo la responsabilidad exclusiva de la familia, sino compartiendo dicha responsabilidad con el conjunto de la sociedad. Es al darse cuenta de que han sido excluidos socialmente cuando estos padres dirigen toda su agresividad hacia los más débiles: sus hijos.

Con la reforma efectuada en la Ley de Bienestar de la Infancia en 2016, se priorizó otorgar siempre a los niños, como sujetos de derechos, los máximos beneficios. Un años después, como vía para concretar el ideal del bienestar infantil, el citado ministerio publicó el documento Atarashii shakaiteki yōiku bijon (Visión de una nueva crianza social de los niños).

Los medios destacaron que en el documento se propugna, para reducir el número de jóvenes que acaban siendo recogidos en instituciones, la ampliación de los métodos de inserción en familias de adopción mediante un nuevo sistema. Pero el documento presenta un diseño más ambicioso, pues se habla también de establecer en los barrios centros de ayuda a la crianza y al hogar, potenciar el trabajo social y crear un sistema para que las familias puedan criar a sus hijos en coordinación con médicos, voluntarios y otros recursos humanos locales.

En Japón, la idea de que la crianza de los niños es responsabilidad exclusiva de la familia está muy arraigada. Y como los padres tienen esa idea muy interiorizada, cuando llegan a una situación en que las ayudas públicas resultan imprescindibles, son incapaces de elevar su voz para reclamarlas.

Si vamos difundiendo la idea de que la crianza es algo que debe realizarse con un amplio apoyo social, estaremos contribuyendo, finalmente, a atajar muchos casos de maltrato infantil.

(Escrito en agosto de 2018 y traducido al español del original en japonés.)

Fotografía del encabezado: ramos de flores en recuerdo de la niña Funato Yua, que murió víctima de los malos tratos en un apartamento de Meguro-ku (Tokio). Fotografía tomada por Tamaki Tatsurō en la tarde del 8 de junio de 2018 (Mainichi Shinbunsha/Aflo).

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