¿Superará la democracia la crisis financiera?

La enfermedad de la democracia perturba la economía

Economía

El mecanismo que empuja a las democracias a una ampliación del gasto público opera por igual en todos los países desarrollados. ¿Serán capaces las democracias de terminar con los déficits presupuestarios? Reflexiones del economista Inoki Takenori.

Política y economía van de la mano

Observando la política japonesa y su actual coyuntura, uno acaba cayendo en el masoquismo de pensar si no será Japón el único país que da esta deplorable imagen. Convendrá saber, sin embargo, que en Estados Unidos y en algunos de los miembros de la Unión Europea se dan situaciones iguales o muy parecidas. Puede decirse que casi todos los países desarrollados se hallan inmersos en una confusión similar, que se encuentran en un atolladero al ser incapaces sus políticos de encontrar una estrategia que permita solucionar el problema de las finanzas públicas (un déficit presupuestario y una deuda soberana colosales) y, al mismo tiempo, posibilitar un crecimiento a medio y largo plazo. No habrá muchos países, además de Rusia, China y Corea del Sur, en los que el déficit presupuestario no sea motivo de enfrentamiento político.  

Debió de intrigar a muchos que, justo después del gran terremoto con tsunami que afectó en marzo de 2011 al este de Japón, cuando se cernían sobre el país las más negras previsiones, el yen experimentara un alza en los mercados cambiarios. Al principio se buscó la causa en la necesidad de las compañías de seguros generales de hacer acopio de yenes para responder a sus obligaciones. Pero estas variaciones en los mercados de divisas se presentan siempre en relación con algo. Hoy en día hay una cierta unanimidad en cuanto a que el yen subió en términos relativos porque la situación de impotencia política en Estados Unidos y en la Unión Europea proyectaba sobre esas economías previsiones todavía más oscuras que las que existían sobre Japón. Probablemente esa interpretación sea correcta. Las democracias parlamentarias de Estados Unidos y la Unión Europea han caído en una situación en la que no son capaces de tomar resoluciones políticas acertadas, basadas en una perspectiva de largo plazo.

En economía los diagnósticos deben basarse en las cifras, pero si solo se atiende a las cifras se acaba exagerando la importancia de una supuesta causa única, o considerando que unas cifras parecidas son siempre síntomas de una misma enfermedad. Lo cierto es que la naturaleza del problema varía ligeramente de un país a otro. Aunque se use la misma expresión, “crisis financiera”, para Grecia y para Italia, son dos casos diferentes. En el caso de Grecia, el problema no es solo a corto plazo. Tras haberse hecho emisiones desmedidas de deuda, el diferencial de riesgo se amplió y el valor de la deuda se desplomó, siendo entonces muy difícil refinanciarla, lo que significaba la imposibilidad de elaborar los presupuestos al haberse agotado la liquidez del Estado. Pero además la propia capacidad recaudatoria del Estado se ha debilitado en cuanto a la captación de las rentas más altas. No solo la expansión del gasto público, también la falta de ingresos contribuye a inflar el déficit presupuestario. Uno no da crédito a sus ojos al contemplar el declive de Grecia, un país que hasta hace apenas cuatro o cinco años se consideraba, en el seno de la UE, un alumno aventajado por su índice de crecimiento económico y por la larga duración de su jornada laboral. Italia, por su parte, tiene un problema a medio plazo, pues arrastra un stock de deuda pública que equivale al 120% de su PIB (producto interno bruto) y en la UE se teme cada vez más un impago de su deuda. Sin perder de vista estas diferencias, trataré a continuación de exponer cómo los actuales sistemas políticos engendran “economías enfermas”, centrándome en los puntos que considero más importantes.

Los déficits presupuestarios desestabilizan todavía más los mercados financieros

Con la crisis financiera del verano de 2008 y la subsiguiente recesión, se contrajeron la producción y el empleo, y en Estados Unidos los ingresos procedentes de los impuestos sufrieron una gran merma, lo cual obligó a emitir más deuda para financiar el déficit. La causa de la crisis no fue solo la falta de liquidez. Fue la propagación al conjunto del sistema financiero de la insolvencia de los bancos comerciales, causada por la imposibilidad de recuperar muchos de los créditos para adquisición de vivienda concedidos sin garantías a personas de rentas bajas. Ante esta situación, en julio de 2010, el presidente Obama firmó, a modo de marco legal para la reconstrucción de un mercado financiero saneado, la ley conocida como Dodd-Frank, de kilométrico texto, que viene a ser una versión actualizada de la Ley Glass-Steagall de 80 años atrás. Sin embargo, se han expresado serias dudas sobre el grado de efectividad práctica que pueda tener esta ley, que dispone una re-regulación de las transacciones financieras. Obama ha sido criticado por haber perdido la oportunidad de reformar de un modo efectivo el sistema financiero a cambio de un pacto con la oposición para hacer realidad la reforma del sistema de la sanidad pública. Pero aun en el caso de que esta ley de regulación de las transacciones financieras sea capaz de hacer que los bancos actúen de forma más reflexiva en Estados Unidos, en tanto el Reino Unido y la Unión Europea no hagan lo propio no se conseguirá terminar con la inestabilidad en los mercados financieros mundiales. Por lo tanto, no puede decirse que se haya resuelto el punto principal. Una crisis financiera podría volver a ocurrir en cualquier momento.

Los mercados financieros y los déficits presupuestarios ejercen un fuerte influjo mutuo. La inestabilidad de los primeros, tal como muestra el caso de Grecia al que me refería, puede sacudir el enorme mercado de la deuda pública creado por los déficits presupuestarios. Los mercados financieros están perfectamente vinculados unos a otros mediante los mercados de deuda, cuya actividad se centra en la deuda pública. Asímismo, al producirse una quiebra financiera no puede ignorarse el mecanismo por el que se contagia el riesgo a las finanzas del Estado. Ocurre frecuentemente que cuando los créditos incobrables representan un problema para los bancos, los bancos centrales o los gobiernos inyectan grandes cantidades de fondos para proteger a accionistas y acreedores. Porque dejar que un banco quiebre es tanto más difícil cuanto mayor sea su tamaño (en inglés suele decirse too big to fail, “demasiado grande para quebrar”). Pero esta costumbre implica una suerte de riesgo moral (moral hazard) y ha permitido que los bancos adopten actitudes cada vez más temerarias ante el riesgo. Si se diera el caso de una situación crítica, siempre habría una inyección de fondos públicos, y esto es una fuerza que empuja a los bancos a hacer inversiones de alto riesgo. La consecuencia es que crece el riesgo de caer en la llamada “espiral fatal” (doom loop). En el caso de Estados Unidos, debido a que el presidente Obama no muestra una actitud firme en lo concerniente a la regulación de los mercados financieros, sigue inalterado el riesgo que supone para las finanzas públicas tener que rescatar a un gran banco. Y el coste más grave para el conjunto de la economía, más que ninguna otra cosa, es la pérdida de puestos de trabajo en la economía real, que se ve afectada por las crisis financieras. Las finanzas, que son un lubricante de la economía real, acaban tiranizándola. Ya no es el perro el que mueve la cola, sino la cola la que mueve al perro.

Las perturbaciones de una política inestable opacan el futuro

No solo los mercados financieros son inestables. Las perturbaciones políticas contribuyen también a hacer menos transparente el futuro. La inestabilidad política de Oriente Medio podrá convertirse en un factor negativo para la recuperación de la economía mundial, pero nunca en un dato positivo.

Sin embargo, la inestabilidad en el ámbito internacional no es un fenómeno nuevo. Lo grave es la situación de la política nacional en cada uno de los países desarrollados. Acerca de la política japonesa, no harán falta muchas explicaciones. Resulta amargo recordar lo que dijera el intelectual Fukuzawa Yukichi (1835-1901): “Y también en nuestro país, Japón, el pueblo tiene la política que se merece”.

Cuando la confusión política hace imposibles las previsiones y aumenta la indeterminación, el influjo que esto ejerce sobre la economía es enorme. La actividad económica, con el consumo a la cabeza, se guía por la previsibilidad o calculabilidad. Las inversiones se basan en el cálculo de los beneficios que se espera obtener en el futuro y por ello nunca pueden librarse de la indeterminación, pero aun así no son un simple juego. Las inversiones se hacen porque, pese al riesgo, existe alguna perspectiva prometedora, y de esta forma se consigue ampliar el empleo y la producción. Como he dicho anteriormente, después del shock causado por la quiebra de la financiera Lehman Brothers, no se ha reformado a fondo el mercado financiero. Se advierte aquí la incapacidad de la política para adoptar una actitud decidida al respecto.

En Estados Unidos, la situación es similar a la de Japón. Por lo que respecta a las finanzas, los dos grandes partidos han venido poniendo en vigor durante cerca de 30 años confusas políticas a corto plazo. Al llegarse en 2003 a Medicare Part D (la parte que establece la gratuidad de los medicamentos), el Congreso incumplió la regla de establecer una nueva fuente de ingresos fiscales para una nueva partida de gasto público. En la fijación de los presupuestos para 2010 el presidente Obama aplazó el recorte de cuatro billones de dólares en los gastos del gobierno federal. Por otra parte, para asegurarse los ingresos por impuestos no se han tomado medidas radicales. Difícil será evitar la calificación de “populismo”. Si hacemos un cálculo de lo que se gastará en el futuro en la sanidad pública y en el conjunto de la seguridad social, las posibilidades de una declaración de bancarrota no son nulas.

En cuanto a Japón, vemos que tampoco hay coherencia a la hora de abordar el déficit presupuestario. Personalmente no he sido hasta ahora partidario de la austeridad o contención presupuestaria, pero cuando, al pensar de dónde podrían obtenerse los fondos necesarios para la reconstrucción tras el último gran terremoto, manifesté que habría que pensar en complementar la emisión de deuda pública con un aumento provisional del impuesto sobre el consumo, se me criticó duramente, diciendo que cómo se me ocurría tal cosa en una situación económica tan mala. Se estima que los costes de reconstrucción, sin incluir los derivados del accidente nuclear, rebasarán ampliamente los 20 billones de yenes, y aun así esta cantidad podría parecer pequeña si se la compara con los 900 billones del total de lo que debe el Estado. Por eso suena razonable cuando alguien dice que hay que financiar ese coste solo con deuda pública. Pero es que lo que le hace falta al Japón actual es un espíritu comunitario, es pensar que la reconstrucción es algo en lo que debe ayudar la actual generación de japoneses, en lo que cada ciudadano debe hacer su contribución. ¿No es función de la política fomentar la unidad del pueblo en tiempos de crisis?

La objeción de que la subida del impuesto sobre el consumo repercute negativamente sobre la coyuntura económica es errónea en dos puntos. La inversión privada y pública para la reconstrucción debe suplir la disminución de la renta individual disponible. Los ingresos extras derivados del aumento impositivo deben convertirse obligatoriamente en gasto público. Lo importante es la demanda efectiva. A diferencia del impuesto sobre el consumo, los otros impuestos generan una desigualdad entre niveles de renta y edades, y el impuesto sobre las utilidades de las corporaciones (impuesto de sociedades), en tanto merma la competitividad de las empresas japonesas frente a las extranjeras, surte un efecto negativo. Por tanto, es con el aumento del impuesto sobre el consumo con lo que debe obtenerse el grueso de esos recursos. Sin embargo, a mediados de noviembre, los partidos de Democrático de Japón, Liberal Democrático y Nuevo Kōmeitō acordaron habilitar fondos públicos para la reconstrucción por valor de 10,5 billones de yenes, que provendrán principalmente del impuesto sobre la renta y del impuesto sobre las utilidades de las corporaciones, estableciendo para la amortización de esa “deuda de reconstrucción” el plazo, un tanto indefinido, de 25 años. Es decir, que la política no ha apelado a la solidaridad de la presente generación de japoneses.

Reconozcamos el mal que corroe la democracia

¿Por qué hace sufrir de esta forma a las democracias liberales el problema de las finanzas públicas? La explicación es sencilla. Los políticos tienen que ganar las elecciones. Si las pierden, su situación viene a ser la de un desempleado. Ante tal riesgo, no son muchos los ciudadanos de a pie dispuestos a probar suerte en la política. Pero el principio democrático de conseguir votos en las elecciones para obtener un escaño entraña un peligro, es una espada de doble filo. Para ser elegido, el político promete a los electores una serie de beneficios económicos. Por eso la democracia tiene una fuerte tendencia hacia la expansión del gasto público. Aunque un proyecto de ley que otorgue beneficios a un determinado grupo o sector sea aprobado por el legislativo, la carga per cápita puede ser prácticamente inapreciable. Por lo tanto, la gente no relacionada con los beneficios que genera ese proyecto de ley, o indiferente hacia ellos, no se preocupará por indagar sobre la pertinencia del mismo y no se posicionará en contra. Hasta es posible que, confiando en que podrá obtener el consentimiento y la cooperación para aprobar, la próxima vez, otro proyecto que conceda beneficios a su propio grupo, esta vez llegue a hacer causa común con quienes apoyan ese proyecto. Cuando el beneficio está muy concentrado y el coste muy repartido, la gente es menos consciente de ese coste. Es este mecanismo el que hace que, uno tras otro, vayan aprobándose estos proyectos que expanden el gasto público.

Esta tendencia a la expansión del sector público, propia de las democracias parlamentarias, trae consigo la automática politización de los problemas económicos. Porque la gente muestra un gran interés por saber quién será el que pueda hacer realidad esos beneficios para su grupo. En las democracias liberales, los sistemas parlamentarios dan la impresión de posibilitar una elección imparcial gracias al principio de igualdad de una persona, un voto, pero en realidad, puede darse el caso de que no exista una clara relación entre el voto y su resultado.

¿No es cierto que mucha gente, en Estados Unidos y otros países, acariciando a esa gallina de los huevos de oro que anida en la conjunción de intereses políticos y económicos, ha llevado un nivel de vida por encima de sus ingresos? De esta forma han ido aumentando las deudas de los particulares, con la recepción de créditos a la vivienda como en el caso de Estados Unidos, y las deudas públicas de muchos países cuyos políticos han echado mano del gasto público para ganarse el favor popular. No será exagerado decir que son los funcionarios del Ministerio de Finanzas los que ponen freno a este mecanismo. La acumulación de déficit presupuestario causada por esta formidable ilusión ha impedido la puesta en marcha de políticas de generación de empleo. Las víctimas son esos desempleados, especialmente esos desempleados jóvenes que, pese a tener suficiente capacidad y ganas de trabajar, se ven privados de una oportunidad de empleo.

Otro factor que acarrea problemas es esa “semi-nación” llamada Unión Europea. Con “semi-nación” no me refiero solamente al hecho de que carezca de una constitución. Debido a que la política financiera no está unificada, no existe un órgano administrativo equivalente al Ministerio de Finanzas de un estado convencional. Además, es una agrupación compuesta por miembros que presentan grandes desigualdades en cuanto a costes laborales y productividad. Como se ha introducido la moneda única, el euro, que implica la renuncia por parte de los países miembros a tomar medidas propias en política financiera, estos no tienen capacidad de reacción en caso de sobrevenir una crisis de esa naturaleza. Hay “una política financiera”, que es la que pone en marcha el Banco Central Europeo (BCE), y no les queda otro remedio que confiarse a ella. Pero el proceso de toma de decisiones en el BCE no es un proceso democrático. Naturalmente, influye mucho la situación económica de los países grandes y fuertes. Hallamos aquí el problema del “déficit democrático” introducido por el euro.

En Japón también se habla de hacer algo parecido, de planificar una “comunidad de Asia Oriental”. Pero nos conviene conocer un poco mejor las grandes dificultades experimentadas por Europa en los más de 1200 años de historia del movimiento comunitario, desde la época de Carlomagno, y el largo lapso de tiempo que ha tenido que transcurrir hasta que ese proyecto de comunidad se ha hecho realidad. No es posible hablar de una “comunidad de Asia Oriental” sin considerar detenidamente, muy en especial, la evolución de las relaciones entre Japón y China en relación con el TPP (Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, por sus siglas en inglés) o con ASEAN+4 (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, más Japón, China, Corea del Sur e India), si podría ocurrir o no una “guerra fría” entre Estados Unidos y China, y otros importantes asuntos en el campo de las relaciones internacionales.

Estados Unidos está en constante proceso de “rebarbarización”

Las medidas de política financiera no son capaces de rescatar inmediatamente a la economía de una situación crítica. La economía tiene algo que la asemeja a un cuerpo humano. No todas las enfermedades pueden curarse mediante fármacos o cirugía. Hay dolencias que desaparecen con una sola dosis de un medicamento, y desgraciados males que estamos obligados a soportar largamente. Las medidas económicas no son panaceas. La confianza de los ciudadanos en que lo sean, el propio hecho de confiar excesivamente en el gobierno y en el Banco de Japón puede llevar a un riesgo moral.

Hay otro aspecto del que debemos ser conscientes: aunque la situación económica es ciertamente grave, las cifras macroeconómicas no son tan malas como las de la Gran Depresión ocurrida hace algo más de ochenta años. En Estados Unidos la tasa de desempleo durante la década de 1930 superaba el 25%. Actualmente permanece en torno al 9%. Por supuesto, no propugno el conformismo ante la difícil situación del empleo. Pero la ilusión de que existen las panaceas aboca a una crítica exacerbada de la política y con esto solo se consigue empeorarla. Hay que evitar este círculo vicioso.

Otro hecho que no debe escapársenos es que la posición o el papel de Estados Unidos en la economía mundial no es el que era hace ochenta años. En los años veinte, Estados Unidos era el gran acreedor de los mercados internacionales de capital. Para sostener el valor del marco alemán de forma que este país pudiera pagar sus indemnizaciones de guerra, se importaron grandes cantidades de capital desde Estados Unidos. Ocurrió entonces en Alemania un gran boom del consumo, a consecuencia del cual se produjo en ambos países un reventón en los mercados de la vivienda y de las acciones. Fue en aquella época, en que la economía mundial estaba dominada por los Estados Unidos cuando se produjo la quiebra de esa misma economía.

En cambio, en la crisis que viene gestándose desde el fin de la Guerra Fría, si bien Estados Unidos sigue siendo el país hegemónico, ya no es acreedor sino prestatario, y si se ha entregado a un boom que lo ha llevado a consumir por encima de sus ingresos, ha sido gracias al flujo de capital procedente de China y Japón. El mejor exponente de ese boom ha sido, huelga decirlo, el crédito subprime. Estados Unidos es, digámoslo así, un engorroso gigantón que nos lleva a todos de susto en susto. Aunque igualmente cierto es que no existe, hoy por hoy, otro país que pueda constituirse en núcleo de la política y de la economía del mundo.

Una economía de mercado tan abierta como la norteamericana sigue un ciclo de calentamientos y contracciones periódicos, y en ella siempre existe un insaciable deseo de un mercado con pocas regulaciones. Cuando ocurre una crisis los ánimos se enfrían durante un cierto periodo, transcurrido el cual se retorna a ese “toque salvaje” (“rebarbarización”). Es una característica de la economía norteamericana. No será incorrecto decir que es responsabilidad de ese gran país que es Estados Unidos considerar cómo poner bajo control, por medio de la ley y de la política, ese “toque salvaje”.

(Este artículo es una ampliación de “Demokurashī no yamai ga keizai wo konran saseru”, publicado en el número de noviembre de 2011 de la revista mensual Chūō Kōron.Traducido al español del original japonés.)

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