Xi Jinping ante el nuevo escenario chino

El porvenir de China: un poder sin liderazgo

Política

El congreso del Partido Comunista de China celebrado en noviembre de 2012 trajo consigo un relevo en el poder. Pero, ¿en qué situación se encuentra el poder político chino? ¿Qué futuro espera a la nueva administración de Xi Jinping? Un periodista especializado en la actualidad política china aborda estos temas.

Se prevé que el 18 Congreso del Partido Comunista de China (PCCh), que se dará comienzo el día 8 de noviembre, traiga consigo una renovación total del gobierno chino, algo que solo ocurre una vez cada diez años. A la hora de escribir estas líneas, si excluimos al actual vicepresidente del país, Xi Jinping, cuyo nombramiento como secretario general del PCCh parece ya un hecho, todavía no se ha decidido quiénes ocuparán los puestos clave del gobierno. En realidad, las decisiones se han tomado ya en la última reunión de Beidaihe, popular balneario donde cada año los dirigentes y personalidades influyentes del partido se reúnen a puerta cerrada. Solo falta hacerlas públicas. Pero que sus nombres no se hayan dado a conocer no significa que no podamos hacernos una idea de lo que está ocurriendo en las altas esferas del poder chino.

El prodigioso poder de Deng se esfuma

La razón es muy sencilla. Se piensa que en la China de hoy en día, la fuerza de tracción no reside en un fuerte liderazgo personal ni en un órgano rector, sino en la ambigua voluntad de esa organización que responde a las siglas PCCh. Son los valores formados a partir de 1978, cuando Deng Xiaoping propuso la gran reforma económica. El partido semeja una de esas empresas que han perdido al fundador que la dirigía con mano de hierro y cuyos administradores hacen frente a la realidad tratando de imaginar cómo obraría aquel en tales circunstancias.

Pero el legado de Deng, al menos en lo que atañe a la elección de cargos, va a perder su prodigiosa fuerza en este décimo octavo Congreso.

Con la muerte de Deng, China perdió a su último gran líder. Esto significó poner fin a una época en que el liderazgo del partido lo obtenía por el hombre con mayor capacidad, e iniciar otra en que los cargos son “electivos”. Aunque, si la pregunta es si el paso del poder, primero a Jiang Zemin y después a Hu Jintao, significa que ese sistema electivo ha funcionado, la respuesta no necesariamente es afirmativa. Y es que, de forma palmaria en el caso de Jiang e igualmente cierta en el de Hu, ambos líderes habían sido señalados ya como posibles sucesores por el propio Deng. Es decir, que el PCCh, tras haber seguido la senda marcada por Deng durante estos quince años posteriores a su muerte, comienza ahora a dar sus primeros pasos por sí mismo en lo concerniente a la elección de cargos.

A modo de inciso, diré aquí que en Japón está muy extendida la idea de que la “camarilla de Shanghai”, a la que pertenecería Jiang, se opone a la “camarilla de la Liga de la Juventud Comunista”, de la que formaría parte Hu, pero los hechos no confirman esta idea, de la misma forma que tampoco es totalmente cierto que la pertenencia a la primera de esas supuestas camarillas signifique la existencia de una buena relación personal entre sus miembros. La explicación es la que he dado. Dicho de otra forma, puede concluirse que quien ha venido nutriendo al partido de líderes procedentes de Shanghai no ha sido Jiang, sino el propio Deng.

Al mismo tiempo, hay que decir que, por regla general, la designación de líderes hecha por Deng ha chocado con la realidad del partido. Esto se parece al problema que surge en las escuelas cuando el estudiante que ha sido elegido por el profesorado como delegado de clase no es el que de hecho ejerce el liderazgo en el grupo. Debido a ello, se han producido conflictos entre los líderes designados por Deng y los que, siendo de hecho los hombres fuertes del partido, no podían someterse a esas decisiones. Esta dura pugna política se ha visto en los casos del secretario del PCCh en Pekín, Chen Xitong, que desafió el liderazgo de Jiang; del secretario del PCCh en Shanghai, Chen Liangyu, que hizo frente a Hu, y del secretario del PCCh en Chongqing Bo Xilai, que ha quedado enfrentado con Xi, si bien en este último caso el enfrentamiento es, más bien, entre Bo y el conjunto de la dirección del partido.

Jiang y Hu: falta de resolución ante los grandes desafíos

Al desembarazarse de sus adversarios políticos en la segunda mitad de sus respectivos mandatos Jiang y Hu se han ganado la fama de ser líderes firmes, dirigentes dignos de regir los destinos del partido. Sin embargo, la realidad es que ninguno de los sucesores de Deng ha demostrado un fuerte liderazgo en la toma de grandes decisiones. Muy por el contrario, ha quedado patente su bloqueo mental en situaciones que exigían tomar decisiones de peso.

En orden cronológico, podríamos citar en primer lugar el incidente de la isla de Hainan, ocurrido en 2001, en que un avión de combate chino impactó lateralmente durante el vuelo con un EP3 de reconocimiento de Estados Unidos. Resultó muerto el piloto chino y el norteamericano se vio obligado a hacer un aterrizaje de emergencia en suelo chino. En aquella ocasión Jiang tardó más de ocho horas en poder entablar contacto con EE.UU. Esta tendencia se ha mantenido también durante el mandato de Hu, lo cual quedó de manifiesto en temas como la realización, contra la opinión pública mundial, de pruebas nucleares por Corea del Norte, o el proceso de deterioro de las relaciones con Japón. Más recientemente, hemos visto la demora en la toma de decisiones durante el proceso seguido en el expediente disciplinario abierto contra Bo Xilai. Se pensó que la tardanza podía justificarse por la necesidad de coordinar medidas con diversas partes, pero, en todo caso, no parece que podamos esperar del gobierno chino que implemente sus políticas a partir de las decisiones tomadas por un único y firme líder. Esta es la razón por la que en China no se responsabiliza a nadie personalmente por las medidas tomadas, por mucho que los medios de comunicación japoneses digan que “[el primer ministro] Wen Jiabao está quedando aislado” o que “la facción de Jiang Zemin vuelve por sus fueros y se responsabiliza a Wen”.

En la historia china, se conviene en sentar una clara división entre la primera y la segunda mitad del mandato de Jiang. La línea divisoria quedó marcada cuando Deng abandonó el ejercicio de la política, lo que dio ocasión a un gran giro hacia el liderazgo colegiado. Fue algo similar a lo que ocurriría con una empresa familiar que se convirtiera en una gran sociedad anónima y pasase a cotizar en bolsa. El problema es que el Consejo de Administración que ha sucedido al frente de la misma al fundador no tiene otra opción que seguir guiándose por el viejo mapa trazado por este (Deng).

La actual dirección del partido no parece dotada de la energía suficiente para contrariar las directrices establecidas por Deng –apertura económica en la política nacional y esconder las garras en el campo diplomático–. Con respecto a lo segundo, hay quien defiende que las directrices de Deng hayan sido revisadas, pero personalmente dudo que en reuniones de cierta altura pueda renegarse de las directrices de Deng. Por estas razones, en la actual China, la incapacidad de seguir con las medidas políticas el trepidante ritmo de cambios impuesto por la realidad es un problema cada vez más grave.

Bo Xilai, aclamado por plantar cara a la corrupción

Buenos exponentes de esto son el caso del referido Bo, quien fue despojado de su carné de militante del partido a finales de septiembre tras ser destituido en marzo de su cargo como secretario del comité del partido en la ciudad de Chongqing, y los métodos políticos empleados por su rival y responsable del partido en la provincia de Guangdong, Wang Yang, cuyo caso se ha comparado con el de Bo.

No trataré aquí el caso en que se ha visto inmerso Bo. En lo que quiero fijarme es, más bien, en la política que llevó adelante Bo en Chongqing. Bo puso en marcha una exhaustiva campaña para acabar con las mafias locales, que condujo finalmente al arresto del cabecilla de las mismas, que ejercía como subdirector de Seguridad Pública, por lo que Bo fue aclamado en todo el país. Para entender estos hechos hay que comprender primero que en todo el país los poderosos actúan en colusión con las mafias, formando un entramado clandestino a través del cual monopolizan el lucro. El efecto más pernicioso es el alza del valor del suelo. Estos grupos compran a personas con pocos recursos lotes de terreno a precio de ganga y los venden obteniendo ganancias exorbitantes. Si alguien osa resistirse, recibe la visita de los gángsters. Los ciudadanos están totalmente indefensos, a merced de este entramado mafioso que cuenta entre sus aliados con policías y jueces.

Además, para reavivar la tradición comunista de los buenos tiempos, Bo lanzó una campaña política de movilizaciones masivas en la que se entonaban las viejas canciones revolucionarias de la época de Mao Zedong. Su movimiento se propagó, en un principio, como un boom nostálgico entre las generaciones que comenzaban a ver con añoranza una época, la de la Gran Revolución Cultural, cuyos recuerdos más trágicos estaban borrándose. Pero poco a poco fue tomando un cariz claramente político. Esta evolución fue haciéndose más patente al producirse, entre los usuarios de Internet, una fuerte reacción en contra de la visión crítica de la figura de Mao Zedong expresada por el famoso economista Mao Yushi.

Las críticas del profesor Mao iban dirigidas hacia la política que siguió Mao Zedong en la última parte de su mandato y no resultaban especialmente novedosas. Sin embargo, la reacción en Internet revistió una virulencia inusitada y el profesor Mao fue atacado implacablemente. De especial interés es el hecho de que entre las reacciones contra sus ideas, abundasen mensajes como “la sociedad china era más justa en los tiempos de la Revolución Cultural” o “si tengo que elegir entre la sociedad actual, infestada de funcionarios corruptos, y la de la Revolución Cultural, me quedo con la segunda”.

Como se ve, la política de Bo ha conseguido ganarse, por una parte, a esa inmensa mayoría de la población que sufre con impotencia los abusos de los poderosos y, por la otra, a los grupos de opinión que no se han beneficiado de la apertura económica y mantienen una posición crítica ante el actual estado de cosas.

La sensación de alarma que está cundiendo en la actual dirección del partido ante estos movimientos quedó condensada en las dos declaraciones que realizó el primer ministro Wen el 14 de marzo, durante la rueda de prensa celebrada tras la reunión de la Asamblea Popular Nacional. Fue precisamente la víspera del 15 de marzo, fecha en que se expedientó a Bo. “Todavía hay quienes pretenden empezar otra vez con la Revolución Cultural”, manifestó Wen, quien añadió: “[Si no se llevan hasta sus últimas consecuencias las reformas] el Partido Comunista podría perder todo lo que ha venido construyendo hasta ahora”.

El Comité Central del Partido ha conjurado la amenaza que supone Bo, pero el terreno abonado de las masas descontentas, en el que Bo sembró su semilla, continúa existiendo en China. Es muy probable que, si las perspectivas de tener una buena cosecha son halagüeñas, surjan otros políticos que se lancen a la aventura de convertirse en nuevos Bo. Lo que atormenta ahora a la dirección del partido es que la ruta marcada por Deng, con sus poco manejables valores, les cierra el paso hacia la captación de esos grupos sociales descontentos. Así, por ejemplo, para asuntos como atajar el problema de la distribución de la riqueza, si esto supone abordar seriamente los temas de fondo, se hace inevitable reavivar el debate entre capitalismo y socialismo, que quedó zanjado hace más de veinte años por el propio Deng. Lo único de que son capaces los líderes que han sido elegidos tras la reforma económica de Deng y partiendo de esos valores, es de llevar a cabo pequeñas modificaciones.

Wang no puede desprenderse de la imagen de lentitud en sus reformas

Quien, en este contexto, ha venido trabajando en la profundización de las reformas a las que aludió Wen tras la Asamblea Popular Nacional es Wang Yang, un político de la provincia de Guangdong cuya trayectoria se ha contrapuesto a menudo a la de Bo. Lo primero en lo que incidió Wang al ser destinado a esa región meridional en 2007 fue la liberación ideológica. En un discurso que dirigió a finales de ese año, en el que alzó la voz de mando para instar a abrir nuevos caminos y seguir avanzando en las reformas económicas, Wang utilizó veintidós veces la expresión “liberación ideológica”.

En concreto, Wang puso sobre el tapete la introducción de un sistema de elección directa para elegir a los líderes en los niveles inferiores, como aldeas y lugares de trabajo, la reforma institucional de la Asamblea Popular Nacional y de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, la reforma de los órganos judiciales y un sistema para poner coto a la corrupción, además de una reforma de las funciones del gobierno. Ocho de los diecinueve puntos del programa de reformas expuesto por Wang hacen referencia a la participación política del pueblo –por supuesto, desde la premisa del unipartidismo–, lo cual fue muy comentado tanto dentro como fuera de Guangdong. Entre esos puntos aparecen propuestas como la de que las elecciones para alcalde de distrito se hagan de forma que el número de candidatos sea superior al de puestos vacantes y, por lo tanto, algunos de ellos puedan ser rechazados (frente al sistema tradicional en el que solo se podía refrendar a los candidatos propuestos por el partido), o la de que, bajo ciertas condiciones, en el futuro incluso los alcaldes de las ciudades sean cargos electivos. Wang aludió también al papel de los medios de comunicación como vigilantes del poder y a la triple división de las funciones del poder ejecutivo (planificación y fijación de políticas, ejecución y supervisión).

Resulta interesante comparar los métodos políticos utilizados por Wang con los de Bo. Aquel ha hecho un intento mucho más concreto y definido que este por cambiar la sociedad, y además, en el seno del partido, está tomando decisiones que requieren una gran valentía. Sin embargo, en un contexto en que la realidad cambia a gran velocidad, es difícil no recibir una cierta sensación de lentitud. Por el contrario, las contundentes medidas de Bo han encontrado una gran receptividad en la sociedad, aunque de ellas puedan derivarse también grandes perturbaciones.

Dezplazamiento del centro de poder fuera del partido

Esto podría deberse a la percepción popular de que la actual situación no puede ser fácilmente transformada mediante simples reformas. Y es que con los sucesivos relevos generaciones que se han hecho en el partido paralelamente al proceso de implementación de las reformas económicas, no solo se ha visto afectada la legitimidad del propio partido, sino que también se ha empezado a producir un dezpñazamiento del centro del poder fuera del mismo, aunque no fuese esa la intención.

Muy representativo de esta tendencia es el ascenso de las grandes empresas públicas. Sus responsables reciben una retribución anual cuyo máximo se ha fijado en sesenta millones de yuanes (cinco millones de yuanes al mes). Los ingresos medios de un operario corriente se sitúan entre los dos mil y los tres mil yuanes al mes, lo que permite ver hasta qué punto es desproporcionadamente alto el sueldo que reciben aquellos. ¿Cómo es posible que ocurra esto en un país socialista?

El hecho es que en China los burócratas del partido, cuyo número se estima en setenta millones, disponen de dos ingresos: un salario oficial, que es el que se hace público, de nivel bajo, y otros ingresos mucho más elevados con los que pueden llevar una vida a la altura de sus aspiraciones. Es lo que en China se llama “ingresos grises”, que en realidad son sobornos casi en su totalidad. Y para generar todos estos ingresos encubiertos, las empresas públicas resultan imprescindibles. Los burócratas del partido dan prioridad a estas empresas en la realización de nuevos proyectos, permitiendo que monopolicen el mercado y obtengan así pingües beneficios, que les son revertidos en forma de sobornos. Este problema era todavía pequeño entre 1990 y mediados del primer decenio del siglo XXI, cuando se dio el auge de las empresas privadas. Pero con el renacer de las empresas públicas ocurrido tras la quiebra de Lehman Brothers, el problema fue cobrando mayor relevancia social. Aquellos cuatro billones de yuanes de inversión pública que tantos elogios cosecharon en el mundo, donde se esperaba el dinero como agua de mayo, tuvieron como efecto secundario ensanchar todavía más la brecha económica entre ricos y pobres en China.

Ahora China se propone luchar contra las redes de corrupción que se han creado en este proceso, pero no cabe esperar que los burócratas del partido sean capaces de desmontar los mecanismos que les proporcionan esos ingresos encubiertos. Si algo es obvio es que, en el día a día de la China actual, el país ya no está manejado por el partido, sino por esa gran acumulación de intereses que son las grandes empresas. Esto se hace sentir también en el problema del enfrentamiento entre China y otros países asiáticos con el dominio del Mar de la China Meridional, en el que tiene un gran protagonismo la China National Offshore Oil Corporation, que explota los recursos petroleros submarinos.

Ante esta realidad, el Comité Central del partido está tratando de utilizar a los medios de comunicación como fiscalizadores. Pero a los medios, tanto a los de larga trayectoria como los de nueva creación, solo se les permite inmiscuirse en asuntos locales. Los gobiernos locales, atrapados entre el siempre bien protegido poder central y una opinión pública que está cobrando fuerza, están perdido vitalidad a ojos vista.

Recientemente, Chen Guangcheng, un invidente que se ha destacado como abogado y activista cívico, buscó refugio en la Embajada de Estados Unidos en Pekín y se dirigió personalmente al primer ministro Wen para denunciar los abusos de los gobiernos regionales. Su caso permitió ver que, por lo que respecta a sus intereses, el gobierno central y los gobiernos regionales no siempre van de la mano. La autorización a los medios de comunicación para que investiguen los casos de corrupción y las injusticias que se dan a nivel local no ha hecho sino agrandar la distancia que ya existía entre el gobierno central y los gobiernos locales, y acentuar la tendencia mostrada por estos últimos a simular acatamiento persistiendo veladamente en sus actitudes.

El ritmo de reformas no satisface a un pueblo cada vez más violento

Si consideramos que para el PCCh, cuya legitimidad está cada vez más en entredicho, el crecimiento económico es la única carta que puede jugar para contentar al pueblo, es lógico que las autoridades sean remisas a efectuar ajustes que podrían ralentizar ese crecimiento. Y por las razones expuestas tampoco les resulta fácil, desde un punto de vista político, imprimir a la nave del Estado un nuevo rumbo hacia la redistribución efectiva de la riqueza.

En resumidas cuentas, los actuales dirigentes del partido, resignados a aceptar la brecha económica entre ricos y pobres como un efecto secundario del crecimiento, se ven obligados a seguir impulsando el desarrollo. En este momento, la mayor amenaza para los responsables políticos es que la proliferación de casos de corrupción vaya cargando a la sociedad de una energía que pueda dirigirse en contra del propio poder. De ocurrir esto, el vaticinio de Wen de que el partido podría perderlo todo puede resultar certero.

Para la nueva administración de Xi, asediada por tantos y tan graves problemas, sin duda el mayor reto será cómo alargar la vida del partido y cómo preparar la pista para que el aterrizaje político que se avecina sea lo suficientemente suave. Pero no parece que el pueblo chino, que se expresa cada vez con mayor violencia, esté dispuesto a esperar pacientemente a que el partido aplique con su habitual parsimonia sus reformas.

(Publicado el 12 de octubre de 2012 y traducido al español del original en japonés)

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