Aprendiendo japonés

Una percepción del japonés inalcanzable para los nativos

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La autora alemana Marei Mentlein nos cuenta cómo ha aprendido a disfrutar del placer de escribir en japonés, idioma con el que tuvo su primer contacto a través de los kanji cuando era niña.

Vi por primera vez un carácter chino, kanji en japonés, cuando todavía llevaba poco tiempo en la escuela primaria; un día, mi tía me llevó a una exposición en un museo etnológico, y recuerdo que fue allí donde me encontré con el símbolo que se utiliza en japonés para escribir hitsuji, "oveja" o "carnero". A día de hoy, la impresión que me produjo esa letra permanece muy viva en mi memoria. Por aquel entonces yo ya había desarrollado cierto interés por Japón a través de libros de ilustraciones y otros materiales, pero fue aquel contacto directo con la lengua japonesa lo que hizo que me volviera una apasionada de este sistema de escritura; a partir de ahí comencé a estudiar el idioma.

Mi infancia escribiendo kanji

Los niños dejan volar su imaginación durante la época de su infancia marcada por la escuela primaria. Yo, que entonces carecía todavía de conocimientos de gramática japonesa, evocaba en mis dibujos escenas propias de una Asia presente en mis fantasías: ideaba mis propios caracteres chinos, en los que nunca faltaba aquella letra que representaba una oveja o carnero. En comparación con el alfabeto latino, el sistema de escritura de los kanji me parecía sumamente racional incluso desde un punto de vista práctico, ya que cada símbolo, cuya escritura me resultaba tan bella, representaba un concepto, un mundo en sí. Además, tardaba menos tiempo en escribir "oveja" o "carnero" en japonés que en alemán, y ocupaba menos espacio. Es posible que esta forma de pensar sea característica de los alemanes; no obstante, fue precisamente esto por lo que me propuse firmemente aprender a escribir kanji algún día.

Se podría decir que, si uno quiere dedicarse simplemente a escribir este tipo de caracteres, estudiar chino sería también una opción; sin embargo, yo ya había establecido cierta conexión con Japón. Por eso, a mis 14 ó 15 años decidí apuntarme a un curso de japonés básico que se impartía en una escuela de cultura de mi ciudad. En las clases, en las que se enseñaba todo utilizando el alfabeto latino, pasamos de repente de aprender a decir konnichiwa ("hola") a estudiar aspectos gramaticales propios del nivel intermedio o superior como la pasiva. El curso terminó sin que yo me hubiera enterado de mucho.

Posteriormente, me apunté a un círculo de japonés que organizaba un instituto de secundaria, también en Kiel, después de verlo anunciado en el periódico; fue allí donde verdaderamente empecé a estudiar japonés desde lo más básico, la escritura de los alfabetos hiragana y katakana, con un curioso libro de texto diseñado especialmente para estudiantes de secundaria en el que también se introducía el kanji. A juzgar por los resultados obtenidos puedo decir que estaba hecho a mi medida. Movida por mi ímpetu de aprender a escribir en lo que yo consideraba un japonés de verdad, conseguí memorizar la gramática básica en tan solo un día con el fin de poder seguir las clases, en las que se avanzaba bastante. Me adapté perfectamente al ritmo del círculo de japonés a fuerza de escribir una y otra vez todas las letras del hiragana en orden; también hice tarjetas para que no se me olvidaran. En ocasiones, la fuerza de voluntad se convierte en un factor importante.

Intercambiar un diario en inglés y japonés

En 1999, a mis 16 años, me fui sola a Japón, donde estuve 10 meses estudiando en un instituto público de educación secundaria de la ciudad de Himeji, en la prefectura de Hyōgo. Mi japonés de entonces se limitaba a frases del tipo de "Compro manzanas". En resumen, podía entender a grandes rasgos, pero vagamente, lo que me decían, reconstruyendo mentalmente las palabras que más o menos había captado, reconstrucción que modificaba en función de las circunstancias; en mi cabeza, formaba frases con estructuras gramaticales correctas, pero ya era demasiado tarde cuando me ponía a hablar. Las conversaciones reales se desarrollan así. Mi empeño por expresarme correctamente y evitar los errores se presentaba un gran obstáculo a la hora de mejorar mi japonés.

Durante sus estudios en un instituto de Himeji, Mentlein participó también en actividades organizadas en la ciudad.

En semejante situación, mis amigas y la televisión se convirtieron en un gran apoyo para mí. Trabé mucha amistad con dos compañeras del instituto; con una de ellas decidí intercambiar un diario. Ambas lo escribíamos en inglés y japonés y, mientras nos corregíamos mutuamente los errores, reflejábamos en él nuestras opiniones, o aquello que queríamos dar a conocer la una a la otra. Siempre se me escapaba el tiempo cuando intentaba hablar, pero el diario era una forma de escribir en japonés a mi ritmo; me ayudó a mejorar progresivamente.

En esa época, en la que el uso de Internet todavía no estaba muy extendido, los libros de texto y los diccionarios eran el principal material de que disponía para aprender japonés; por aquel entonces no existían herramientas en las que realizar búsquedas al instante como ahora. Me las apañaba para establecer una conexión entre el entendimiento y el uso de las palabras y expresiones nuevas observando con tranquilidad en qué circunstancias las empleaba la gente. Los subtítulos que aparecían en los noticiarios y en los programas de variedades me resultaron muy útiles: sólo con ver la tele podía aprender cómo se pronunciaba y se escribía una determinada palabra. Estoy segura de que en la actualidad existen otras formas de aprendizaje mucho más eficaces, pero considero que los esfuerzos que yo realicé entonces no fueron en vano: gracias a eso conseguí educar el oído y hacerme perseverante.

El placer de escribir en japonés en un blog

Continué con el japonés también en la Universidad de Bonn; durante mi tercer año universitario volví a Japón para pasar doce meses de intercambio en la Universidad de Waseda.

En la Universidad de Waseda, delante la estatua de Ōkuma Shigenobu.

Durante ese tiempo, me dediqué al japonés principalmente. Cuando uno ha conseguido dominar los aspectos básicos del idioma, llega el momento de enfrentarse al obstáculo que presentan las diferencias entre la gramática que se estudia y la lengua que habla la gente; existe un registro coloquial, pero también uno formal. Por ejemplo, en clase se nos enseña que el nijūkeigo; esto es, el empleo de desinencias verbales de cortesía con verbos que son propios por sí del lenguaje formal, es incorrecto en términos gramaticales. Sin embargo, su uso está muy extendido en la sociedad japonesa a pesar de las críticas que recibe. Conseguí superar esa barrera que separa el mundo de las ideas de la realidad gracias a un blog que mostraba las tendencias del momento en la lengua.

En un principio, decidí escribir un blog en alemán para contarles a mis familiares y amigos cómo era la vida en Japón. Cuando me enteré de que mis amigos japoneses también querían leerlo, me propuse a mí misma el reto de hacerlo también en japonés, algo que me sirvió de mucho. Un blog no tiene nada que ver con lo que se le exige a uno en clase, ya que se trata de un espacio en el que se puede emplear el idioma sin preocuparse de si la gramática es correcta; es un formato que permite utilizar libremente el japonés que uno considere real, poner en práctica todo un abanico de expresiones interesantes y comprobar cómo funciona todo ello. Además, al escribirlo uno no se aísla del resto del mundo, sino que se sirve de la comunicación con los demás para comprobar la idoneidad del contenido. Por todo ello, pude hacerme una imagen satisfactoria del japonés que realmente se puede usar.

Como moderadora e intérprete durante la visita del escritor austríaco Andreas Gruber a Japón en marzo de 2013, con motivo de la primera traducción al japonés de su novela “Rachesommer” (Verano de venganza). A la izquierda, Sakayori Shin’ichi, traductor japonés de literatura alemana.

Este blog, que escribí durante cinco años, supuso un gran cambio en mi vida: no sólo me ayudó a mejorar mi dominio de la lengua, sino que también me permitió descubrir algo tan básico como la felicidad que se esconde tras el mero hecho de escribir. El japonés está plagado de expresiones relativas a los sentimientos que sirven para transmitir conceptos que no existen en alemán; no sé muy bien por qué, pero puedo decir que me venían como anillo al dedo. Es posible que mi percepción del idioma japonés no sea exactamente igual que la de los japoneses, pero tengo la impresión de que es precisamente esta concepción del idioma más libre e inalcanzable para los propios nativos la que me permite manejar la lengua japonesa.

(Artículo publicado el 30 de mayo de 2013 y traducido al español del original en japonés)

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