La capacidad competitiva de las universidades en la era global

La universidad japonesa, tras la quimera de la competitividad internacional

Sociedad Educación

Uno de los grandes retos a los que se enfrenta la universidad japonesa es mejorar su competitividad a nivel internacional, pero ninguna reforma será efectiva a menos que se tenga en cuenta la brecha entre la competencia "real" y la "imaginaria". Kariya Takehiko, profesor de la Universidad de Oxford, nos cuenta cómo sacar partido de la estrategia globalizadora de las universidades.

Cuando hablamos de Japón en términos de competitividad internacional universitaria, en primer lugar debemos analizar por qué supone un problema la capacidad competitiva del sistema universitario japonés. Especialmente al comparar el caso japonés con el del Reino Unido, es importante tener en cuenta las grandes diferencias del contexto en el que se desarrolla el citado problema de capacidad competitiva. A menos que definamos claramente ese contexto, no podremos comparar los distintos sistemas como es debido ni extraer conclusiones válidas de la comparación.

La competitividad internacional real y la imaginaria

Vamos a empezar por aclarar por qué supone un problema la capacidad competitiva de la universidad a nivel internacional comparándola con otros sectores. Por ejemplo, la capacidad competitiva de un país en el ámbito empresarial, gubernamental o científico se puede determinar mediante indicadores como la productividad de sus empresas, el poder diplomático y militar de su gobierno o la capacidad científica de investigación y desarrollo. Estos criterios de competitividad no se prestan a dudas porque la competitividad internacional en los campos citados es una realidad tangible. Y lo que nos permite calificar esa competitividad como "real" es el hecho de que existe un lugar concreto (dicho de otro modo, un "mercado" donde se realiza el intercambio) donde se desarrolla.

Por el contrario, si tomamos por ejemplo el sector de la educación obligatoria y nos preguntamos si es posible analizar su capacidad competitiva internacional, no podremos responder sino con cierta reserva. Es cierto que podemos extrapolar uno de los indicadores básicos de la competitividad económica de un país, como es la calidad y cantidad de su capital humano, para argumentar la existencia de la competitividad internacional en la educación obligatoria; el ejemplo por antonomasia es el Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (informe PISA, por sus siglas en inglés) de la OCDE. Sin embargo, la competitividad en ese sector es distinta de la competitividad internacional que se desarrolla en un mercado global claramente definido de los sectores que mencionábamos antes.

La educación obligatoria es un sector que se desarrolla de forma interna e independiente en cada país y, a fin de cuentas, la competitividad internacional en dicho sector no es más que un concepto imaginario con el que se pretende medir la excelencia del sistema de un país en comparación con el de otros países. Sin embargo, esta competitividad no se basa en un mercado global real en el que el país con el mejor sistema atraiga a un mayor número de estudiantes de todo el mundo, o en el que los distintos países se disputen a los mejores docentes.

Los países de habla no inglesa estarían en clara desventaja en una competición real

Siguiendo con las reflexiones anteriores, pasemos ahora a analizar el sector universitario. Es cierto que la globalización educativa ha conllevado el desarrollo de un mercado competitivo global real que tiene como activos el alumnado, el profesorado, los investigadores y los fondos de investigación, en especial entre los países que imparten la docencia superior en inglés. En el contexto de la comparación entre Japón y Reino Unido que hoy nos ocupa, podemos afirmar que las universidades británicas, sobre todo las de nivel mundial, están en el meollo de la competición.

Por otro lado, en los países de habla no inglesa el sector universitario, al igual que el de la educación obligatoria, no es lo bastante competitivo como para que se cree un mercado real con flujo internacional de alumnado y profesorado (o, dicho de otro modo, con transacciones de personal altamente cualificado). Aunque no a un nivel tan absoluto como la educación obligatoria, la educación universitaria también es un sector que se desarrolla de forma interna en cada país, y que asimismo dispone de un lugar para la competitividad internacional imaginaria como son los rankings de universidades. Sin embargo, en los países de habla no inglesa (en particular, los países de idiomas no pertenecientes a la Europa occidental) esa competitividad no afecta especialmente al mercado universitario nacional y, aunque exista competitividad a distintos niveles, esta se limita siempre al ámbito nacional.

Una vez que hemos definido debidamente el contexto de la competitividad internacional del sistema universitario, queda clara la conclusión que obtendremos al comparar Japón con el Reino Unido: la universidad japonesa se sitúa en una posición definitivamente desaventajada en el mercado competitivo real. Además de tener como lengua docente el japonés, uno de los idiomas más difíciles de aprender para los hablantes de los idiomas de la Europa occidental, incluso si parte de la docencia universitaria se impartiese en inglés, sería imposible competir al mismo nivel de los países que tienen como lengua materna el inglés, la lengua franca actual por antonomasia. A menos que dispongan de estudios o materias de investigación a los que solo pueda accederse en ese país, y que ofrezcan un valor añadido reconocido internacionalmente, las universidades de los países de habla no inglesa llevan las de perder.

No obstante, con este artículo no pretendo confirmar la situación patentemente desaventajada de la universidad japonesa en el panorama internacional, sino analizar en qué medida la competitividad internacional del sector universitario supone un problema para el sector universitario japonés dentro del marco contextual del que hablaba más arriba, y con ello desvelar los problemas que acarrea el sistema educativo en Japón.

Información globalmente accesible como premisa para ser competitivos

En la actualidad la transparencia y la responsabilidad fiscal son conceptos de gran relevancia para todo tipo de entidades, incluidas las educativas. Las universidades de los países de habla inglesa, además de expresar los contenidos académicos y de investigación, así como la información relacionada con la gestión y la financiación universitarias en un idioma vehicular internacional, suelen publicar sus actividades a nivel global. Por poner un ejemplo, las tesis académicas redactadas en inglés resultan accesibles en todo el mundo, por lo que su calidad queda expuesta a la evaluación de un público universal.

Lo mismo sucede con los planes de estudios y los materiales educativos en inglés, que, además de estar redactados en una lengua franca internacional, son permanentemente accesibles para todo el mundo. Gracias a que las universidades publican toda la información de este modo, resulta muy sencillo elaborar un ranking de las distintas entidades académicas. Tanto la calidad de la educación y la investigación, como las finanzas y la eficiencia administrativa, están a la vista de toda la comunidad global.

La accesibilidad de la información facilita la creación de un mercado competitivo internacional real en el que profesorado, alumnado y contribuyentes se sirven de dicha información para elegir los mejores centros académicos. En ese contexto competitivo, la reputación supone un problema real del que las universidades dependen para su supervivencia.

La opacidad de la lengua japonesa

Veamos qué sucede con las universidades japonesas. A menos que se haga el esfuerzo de traducirla al inglés, la información relacionada con la calidad de la enseñanza y la educación o la situación administrativa y financiera de las universidades solo es accesible para los que entienden el japonés. Visto desde un punto de vista global, el uso de un idioma tan inaccesible relega a las universidades japonesas a una opacidad informativa irremediable.

Dejando de lado las áreas de investigación que publican sus resultados en inglés, la calidad educativa y el rendimiento académico del resto de las disciplinas no se evalúan en un contexto global. Por lo tanto, los rankings globales no ejercen ninguna influencia destacable en los mercados —del alumnado, del profesorado y financieros— de las universidades japonesas, y como consecuencia no participan en un mercado real como el de las universidades de habla inglesa.

Aproximadamente el 60% del alumnado universitario japonés estudia carreras de humanidades y ciencias sociales. Aunque esos estudiantes logren luego colocarse en las mejores empresas (sacrificando tiempo de estudio para dedicarse a buscar empleo desde el tercer curso) según el grado de dificultad de acceso a su universidad, sin importar qué ni cómo —calificaciones— estudiaron en ella, lo cierto es que la gran mayoría de las universidades japonesas no tienen siquiera presencia en el mercado universitario global. El hecho mismo de que esto se desconozca a causa de la barrera del idioma demuestra que la universidad japonesa está excluida de la competición real del sector universitario.

Distinguir la competición imaginaria

En Japón el tema de la capacidad competitiva de las universidades a nivel internacional ha ido tomando una relevancia considerable en los últimos años. Sin embargo, parece que son más bien pocos los que se dan cuenta de la brecha entre la competición real que mencionábamos arriba y la competición imaginaria. Es bien cierto que, del mismo modo que la competitividad internacional de la educación obligatoria, la calidad de la educación universitaria es un factor determinante para la calidad del capital humano de un país. Por eso es más que comprensible que se preste atención a la competitividad internacional de la educación universitaria en Japón, aunque no exista un verdadero tráfico internacional de recursos humanos y financieros (en todo Japón solo 6.603 de los principales cargos docentes universitarios, menos del 4%, son ocupados por extranjeros, y la mayor parte de la financiación para la educación y la investigación procede de fuentes nacionales).

Comparar la calidad educativa (tomando los planes de estudios y los contenidos de las asignaturas) y el rendimiento académico de las universidades japonesas con los de las universidades de otros países para identificar los puntos fuertes y débiles puede ser útil en cierto sentido. Para los mercados japoneses, escudados tras el muro del idioma (tengamos en cuenta que los mercados nacionales laboral, universitario y productivo se nutren de los más de 127 millones de hablantes del japonés), el esfuerzo dedicado a esa competitividad imaginaria puede acabar elevando la capacidad competitiva a nivel internacional en el plano económico, el científico y técnico, el político y diplomático, etc.

No obstante, sigue habiendo una gran distancia entre perseguir esa competitividad imaginaria de la que hablábamos y analizar en qué medida se expone la universidad japonesa a la competencia internacional real y qué puntos debe trabajar para salir airosa de esa competición. Si se confunden estos dos puntos y se intenta nutrir una capacidad competitiva internacional real sin entrar efectivamente en el mercado competitivo, los resultados serán decepcionantes.

La estrategia globalizadora no se traduce en verdadera capacidad competitiva

Por resultados decepcionantes me refiero a los de la "estrategia globalizadora" que está tan en boga últimamente y que consiste en medidas como aumentar la docencia en inglés o contratar a más profesorado extranjero, con el fin de elevar la clasificación global de su universidad. Encima de que esas medidas resultan innecesarias en general, no son el tipo de reforma que requiere la mayoría de las universidades japonesas para impulsar su capacidad competitiva a nivel internacional. Además, esas medidas carecen de incentivos: a menos que se concentren los medios necesarios en un pequeño número de entidades, con la metodología actual resulta imposible reforzar la anhelada capacidad competitiva.

Incluso en las universidades de élite, perseguir la competitividad internacional solo tiene sentido en una parte de las disciplinas académicas; disciplinas en las que justamente ya existe una competitividad internacional feroz. Si en el resto de las disciplinas y los niveles académicos no ocurre lo mismo es porque, como hemos sugerido antes, no existe necesidad ni incentivo para ello. Por poner un ejemplo, mientras que la Universidad de Tokio no tiene más que un 6% del profesorado extranjero, la Universidad de Oxford, en la que trabajo, tiene más del 41%. En cuanto a los estudiantes extranjeros de estudios de grado y postgrado, en la Universidad de Tokio son solo un 8% y en Oxford suman hasta un 29% del total del alumnado. Considerando solo los estudiantes de postgrado, la diferencia es de un 14% frente a un 58%. Estas cifras revelan que ni siquiera las mejores universidades japonesas logran atraer a la élite docente y estudiantil del resto del mundo.

Investigación con valor añadido exclusivo de Japón

Tomemos un ejemplo cercano: el Instituto Nissan de Estudios Japoneses donde trabajo es un instituto de investigación de ciencias sociales financiado por una empresa japonesa. Se trata de un caso bastante común en las mejores universidades de otros países. En cambio, la Universidad de Tokio se convirtió hace pocos años en la primera universidad japonesa donde se fundó un laboratorio de investigación financiado por entidades extranjeras (el Instituto Kavli de Física y Matemáticas del Universo recibió 570 millones de yenes de la Fundación Kavli de Estados Unidos). Fue un acontecimiento tan excepcional que salió en las noticias. Este ejemplo pone de manifiesto la baja capacidad competitiva de las áreas de ciencias y la falta absoluta de competitividad real de las de humanidades y ciencias sociales de las universidades japonesas.

Ahora bien, si me preguntan si las humanidades y las ciencias sociales en Japón pueden aportar algún valor a nivel global, mi respuesta es un rotundo sí. Como país no occidental pionero en estas áreas, Japón ha acumulado una vasta experiencia —tanto positiva como negativa— que está registrada, por supuesto, en lengua japonesa. Esta experiencia, difundida entre los japoneses, constituye una rica fuente de conocimientos exportables al resto del mundo. Enviar a estudiantes que han adquirido estos conocimientos —aunque sea en japonés— al extranjero es una forma de contribuir en el mundo distinta de la competitividad internacional. En lugar de centrarnos en competir a los mismos niveles, resultaría mucho más provechoso diferenciar claramente la universidad japonesa de las de los países de habla inglesa y otros idiomas europeos para sacar a relucir las materias educativas y de investigación en las que Japón puede ofrecer un valor añadido sin parangón en el resto del mundo. Para eso sí valdría la pena impartir la docencia en inglés. Actualmente la universidad japonesa es incapaz de distinguir entre la competitividad real necesaria y la prescindible: esa es la auténtica raíz de la desorientación y la distribución ineficiente de recursos que afectan al sistema universitario japonés.

(Traducido del original japonés, redactado el 27 de enero de 2014).

 Fotografía del encabezamiento: El Oriel College de la Universidad de Oxford, Reino Unido (Cortesía de TopFoto/AFLO)

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