Construyendo un camino: las universidades japonesas ante un futuro incierto

El problema de los exámenes de historia para acceder a la universidad

Ciencia Tecnología Sociedad Cultura Educación

Japón quiere dejar atrás la educación centrada en la memorización para pasar a un modelo de aprendizaje más activo, pero para lograrlo deberá cambiar por completo la forma de enfocar los exámenes de ingreso a la universidad. En este artículo el autor expone una dura crítica de la educación histórica del bachillerato y el sistema de acceso a la universidad actuales, señalando sus efectos negativos y defendiendo la necesidad de una reforma para estimular la capacidad de reflexión y expresión de los estudiantes.

Mucha memorización y poca reflexión

En Asia Oriental las calificaciones de los exámenes de ingreso constituyen el único baremo para medir los méritos de los estudiantes que quieren acceder a la universidad, y por eso el currículum y la metodología escolares se dirigen exclusivamente a su preparación. Este sistema hace que tanto la enseñanza como los exámenes prioricen la memorización por encima de la reflexión. Además, la mayoría de los ciudadanos de los países que forman la región están de acuerdo con que el Estado defina los contenidos del currículum a memorizar.

El sistema educativo y los exámenes de ingreso japoneses presentan una característica propia, especialmente negativa, que se acentuó con el cambio social que siguió a la Segunda Guerra Mundial: lo que se memoriza no son textos enteros, sino frases sueltas. Excepto en algunos centros de alto nivel, los exámenes de ingreso del bachillerato y de la universidad evitan a toda costa las respuestas elaboradas, huyendo incluso de los enunciados largos. Esto sería impensable en países como China, Corea del Sur o Vietnam, que conservan la tradición del sistema de examen imperial chino.

El trasfondo directo de ese sistema de exámenes de respuestas cortas o tipo test (fáciles de puntuar) que se difundió en Japón tras la Segunda Guerra Mundial (en la actualidad, con plantillas de respuesta que se corrigen automáticamente) fue la política desarrollista del Japón de la época, que buscaba educar y examinar al mayor número de jóvenes posible con el mínimo de presupuesto.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que en Japón casi no se educa en la expresión escrita y el debate —competencias que se cultivan desde la escuela primaria en países como China, Corea del Sur, Vietnam o Estados Unidos— debido en parte a la forma de entender la igualdad y la neutralidad en el contexto educativo; se considera que los exámenes de redacción no se prestan a una puntuación justa, que las pruebas de redacción y orales favorecen a los hijos de familias económica y culturalmente privilegiadas, y que este tipo de exámenes deben evitarse especialmente en el caso de la historia porque su evaluación puede verse influenciada por la tendencia política del examinador.

Desde la perspectiva histórica, la idea de prescindir de los textos y limitarse a frases concisas surge seguramente de una sociedad dominada por guerreros, mercaderes y agricultores sin tiempo que dedicar a las disertaciones, muy distinta de la clase intelectual confuciana que concibió el sistema de examen imperial chino de otros países de la región.

Exámenes que hacen aborrecer la historia

El crecimiento económico iniciado en la década de los sesenta trajo la popularización de la educación secundaria y universitaria. Gracias al sistema docente y examinador del que hablábamos, se logró difundir un paquete fijo y denso de conocimientos, no solo a la élite social sino a toda la masa ciudadana. El currículum educativo incluía asignaturas de historia japonesa e historia universal. Tras el período de crecimiento económico acelerado Japón contaba con una plantilla de historiadores entre las mejores del mundo, destacada por el meticuloso análisis de los documentos históricos y la amplitud geográfica de estudio, que contribuyó a la calidad de la educación histórica del país.

El problema fue que el rumbo educativo cambió a finales del siglo XX, cuando se produjo una escalada de la competitividad en los exámenes universitarios de ingreso; los conocimientos realmente esenciales quedaron sumergidos en un mar de datos irrelevantes que memorizar, y la formación de las competencias expresivas y argumentativas quedó aún más aparcada.

En el caso de la historia, el esqueleto curricular se mantuvo intacto, con un enfoque aislado de la historia de Japón como si el país se hubiera desarrollado en un vacío espaciotemporal, y una historia universal con la visión escandalosamente sesgada de la historiografía occidental del siglo XIX. Sobre dicho esqueleto se fueron implantando los nuevos contenidos a evaluar en los exámenes de ingreso a la universidad, que no hicieron más que engrosar los libros de texto y propagar el desapego de los jóvenes para con la educación histórica.

La historia universal se vio particularmente perjudicada por la nueva tendencia. A los ya copiosos contenidos de historia europea del currículum se fueron sumando contenidos fragmentarios de nuevas regiones como Oriente Medio, el Sudeste Asiático o África, que no aportaron nada a la comprensión histórica de los estudiantes. Es más, como consecuencia cayó en picado el número de estudiantes que elegían historia como materia para examinarse en las pruebas de ingreso a la universidad.

Como los estudiantes no se aplican en las asignaturas de las que no piensan examinarse, el nivel académico de historia universal de los estudiantes de bachillerato japoneses sigue a la baja. Y entre los que eligen una carrera de historia se mantienen las tendencias anteriores a la Segunda Guerra Mundial, que en lugar de corregirse son cada vez más pronunciadas: los que se decantan por la historia japonesa solo se interesan por su propio país, y los demás tienden descaradamente a elegir países “occidentales avanzados (y sofisticados)”, despreciando la historia de los “países orientales pobres (atrasados y desagradables porque casi todos van contra Japón)”.

Estudiantes que no saben aprovechar sus conocimientos

Así pues, ¿en la situación actual es posible formar a chicos capaces de comprender su propio país y el mundo desde distintos puntos de vista, expresar sus opiniones, debatirlas y actuar según su criterio, o jóvenes que puedan comparar varias posturas y promesas políticas y hacer buen uso del derecho al voto en una democracia? ¿Con este sistema lograremos engendrar a personas válidas que lideren el país con diligencia, capaces de identificar los puntos comunes y las diferencias con el resto de los países asiáticos, suavizar las fricciones y promover el entendimiento mutuo? Lo dudo mucho.

En la universidad donde trabajo los exámenes de ingreso de historia japonesa se componen totalmente de preguntas de redacción, y los de historia universal en gran parte. Pues bien, lo más chocante de las respuestas de los estudiantes —más aún que sus deficiencias expresivas— es la incapacidad de aplicar los conocimientos que poseen. Por ejemplo, al preguntarles por qué los barcos del sello rojo de principios del período Edo comerciaban principalmente con el Sudeste Asiático en lugar de con China, pocos logran recordar que China y Japón habían roto sus relaciones a causa de la invasión de Corea por parte de Toyotomi Hideyoshi, un episodio que se estudia en la secundaria inferior. Tampoco son muchos los que, al observar una gráfica que muestra un crecimiento repentino del PIB de China en el siglo XVIII, son capaces de pensar que pueda deberse a un aumento de la población en lugar de a una mejora de la productividad.

Dicho con un poco de exageración, los que acceden a las universidades de élite son estudiantes que se limitan a la memorización de infinitos nombres, fechas y fenómenos aislados, sin aprender a cuestionarse el sentido y la definición de conceptos como el PIB que requieren relacionar y comparar varios fenómenos, y que son incapaces de exponer o argumentar. Lograr que este tipo de estudiantes aprendan a desgranar los puntos esenciales de un discurso de forma lógica requiere un esfuerzo agotador. Pero alguien que no es capaz de sintetizar y exponer sus conocimientos tampoco puede formarse una opinión ni debatirla.

El problema se extiende a la educación de posgrado; no resulta nada fácil guiar a los estudiantes para que superen los ideales inmaduros como el de “quiero investigar sobre tal tema porque me gusta” o “hago la tesis sobre tal cosa porque nadie la ha explicado todavía” y aprendan a plantear preguntas con sentido y buscar la forma adecuada de responderlas.

¿Y si desestimamos la historia como materia útil para el mundo actual y dejamos la comprensión del panorama internacional y la formación de recursos humanos globales en manos de otras disciplinas? Pues cometeríamos un gran error, y si no solo hay que observar las relaciones internacionales en Asia Oriental, en las que la historia es un tema mucho más conflictivo que la religión. La historia tiene la clave de los puntos comunes de Asia Oriental como región, como la tendencia a priorizar el crecimiento económico sobre otros factores y la concentración de países donde triunfaron las revoluciones socialistas, la mayor del mundo fuera de la URSS. Existen nuevas investigaciones sobre estos temas que resultarían fácilmente comprensibles e interesantes para los estudiantes de bachillerato: ¿por qué no descartamos algunos de los temas más gastados y añadimos cosas nuevas?

El fracaso de la “educación relajada”, culpa de la universidad

El sistema conocido como educación relajada (yutori kyōiku) que se introdujo en los años noventa en las escuelas de primaria y secundaria aspiraba a paliar los problemas educativos que describíamos arriba, pero fue duramente criticado al considerarse que había hundido el nivel académico del país y terminó como un fiasco. El fracaso se debió a un cúmulo de factores, pero quisiera hacer hincapié en la falta de implicación de la universidad como punto clave.

Los responsables universitarios de historia, así como los de otras materias, se escudan en dos excusas para justificar la elaboración de exámenes de ingreso basados en la memorización: la necesidad de corregir un gran número de pruebas en poco tiempo, y el hecho de que el sector de la secundaria y los organismos examinadores se centran en la educación basada en la memorización y demandan exámenes de ingreso acordes a su metodología. La primera excusa es comprensible dado que Japón tiene el presupuesto de educación más bajo de todos los países industrializados (lo que se traduce en un personal docente escolar y universitario demasiado ocupado para poder pensar). Pero la segunda excusa es inaceptable; las universidades deben aceptar gran parte de la responsabilidad por no adaptar los exámenes a los cambios de la educación escolar ni actualizar el currículum de humanidades, así como por seguir formando a un personal docente que solo sabe educar para la memorización.

Los profesores universitarios son ni más ni menos que los mejores estudiantes engendrados por el sistema de exámenes de ingreso. Por eso no es de extrañar que sigan dictando pruebas que evalúan la memorización de enormes cantidades de datos, en lugar de definir los conocimientos realmente necesarios del currículum desde su criterio de especialistas en la materia. Y así es normal también que los estudiantes de bachillerato se interesen cada vez menos por la historia. También la inmensa mayoría de adultos japoneses tienen una opinión negativa de la historia y otras disciplinas de humanidades como la literatura y la filosofía, a las que nunca encontraron el interés ni la utilidad como estudiantes. La situación de los estudios de letras es cada vez más precaria, y en cierto sentido es culpa de las universidades.

La búsqueda del aprendizaje activo

No son pocos los profesores de bachillerato y universidad que son conscientes del peligro que corren la historia y el resto de las humanidades. En 2011 el Consejo de Ciencia de Japón emitió una propuesta para la reforma del currículum y la metodología educativa de la geografía y la historia en el bachillerato. Y en verano de 2015 se fundó la Asociación para la Colaboración Bachillerato-Universidad en la Educación Histórica, un organismo nacional que recoge propuestas para reformar los exámenes de acceso a la universidad y el currículum universitario de artes liberales.

En la Universidad de Osaka llevamos diez años colaborando con centros de secundaria y universidades de todo el país para investigar nuevas formas de enfocar la educación histórica, especialmente en cuanto a contenidos se refiere. También hemos aplicado ciertas reformas en las clases como la introducción de cursos para los estudiantes que no tuvieron acceso a una educación sistemática de historia universal. Uno de los resultados de este programa es el libro de texto universitario Shimin no tame no sekaishi (Historia universal para la ciudadanía; Ōsaka Daigaku Shuppankai), publicado en 2015.

El Ministerio de Educación, Cultura, Deporte, Ciencia y Tecnología ha lanzado una política para promocionar el llamado aprendizaje activo, un método centrado en un aprendizaje que fomenta la iniciativa del estudiante para sustituir el enfoque pasivo actual de la educación japonesa. Debemos apresurarnos a transformar el panorama educativo en colaboración con las universidades, cambiando el rumbo de los exámenes de ingreso para reflejar las nuevas políticas de aprendizaje y evitar que las iniciativas de mejora queden en agua de borrajas.

Fotografía del titular: Un par de estudiantes esperan a que empiece su examen de ingreso en la Universidad de Tokio el 25 de febrero de 2015. (Cortesía de Jiji Press.)

educacion relajada enseñanza de la historia