La sociedad japonesa ante la inmigración

Cómo conseguir que la apertura de puertas a la inmigración en Japón sea un éxito

Economía Sociedad

Japón tiene ante sí un reto: cómo enfocar la convivencia con los inmigrantes una vez que sea efectiva la política de apertura de fronteras a los trabajadores extranjeros. Lo que hace falta es una estrategia de control migratorio efectiva y un equilibrio que permita políticas favorables tanto para los inmigrantes como para los japoneses.

Existencia o no de política de inmigración: un debate trasnochado

En junio de 2018, mediante la aprobación por parte del Consejo de Ministros de las directrices económicas y fiscales llamadas “Honebuto no Hōshin” (literalmente, “política huesuda”), el Gobierno de Japón dio un importante paso hacia la ampliación del cupo migratorio para los trabajadores extranjeros. A partir de ahora, en los casos en que no sea posible asegurarse una fuerza laboral equivalente en el mercado nacional, se abrirán las puertas a los trabajadores extranjeros siguiendo directrices específicas para cada sector industrial.

Si bien hasta ahora el Gobierno ha negado que se trate de una “política de fomento de la inmigración”, escudándose en que se impone un plazo de estancia (estadía) máximo para los trabajadores extranjeros, que será de cinco años en total, la impresión que se tiene es la de que se está reformando el actual sistema para allanar el camino hacia el establecimiento permanente de los extranjeros en Japón, mediante coordinaciones entre programas existentes, como el Programa de Prácticas de Aprendizaje de Habilidades (Ginō Jisshū Seido) o el marco de concesión de permisos de residencia a extranjeros con alta cualificación profesional (el llamado “sistema de puntos”), a lo que se suma la búsqueda de vías para promover la introducción de trabajadores extranjeros en el sector de los cuidados a la tercera edad.

Por cierto, uno de los aspectos que salen a colación cuando se plantean estos temas es el de si todo esto constituye o no una política gubernamental de fomento de la inmigración. No diré que esto sea intrascendente, pero sí que se trata de un debate trasnochado. Hay tres razones.

Ya no se pretende aculturar a los residentes extranjeros

En primer lugar, si llamamos “política migratoria” al conjunto de medidas tomadas en consideración a la identidad lingüística, cultural o social de los residentes extranjeros, en nuestros tiempos y en un Estado democrático como Japón sería imposible formular una política que hiciera caso omiso de esos aspectos. Por supuesto, se podrá criticar que no se estén considerando con suficiente seriedad estos temas que afectan a los extranjeros. Sin embargo, se podría decir que la necesidad de tener una “política migratoria” como premisa ya no se sostiene.

En segundo lugar, los residentes extranjeros objeto de estas políticas ya no aspiran a convertirse en “inmigrantes” en el sentido tradicional de la palabra. Lo que quieren no es ser forzosamente aculturados por la sociedad receptora, sino que en dicha sociedad se respete la diversidad en cuestiones como el modo de vida, las costumbres o el idioma.

Finalmente, hay también cambios en el entorno internacional. En Europa, llaman la atención las reformas que se están haciendo para permitir la nacionalidad o ciudadanía múltiple. Asimismo, se está avanzando en temas como la homologación de titulaciones como médico o abogado y la firma de acuerdos sobre la jubilación y otros sistemas públicos de la seguridad social. Se trata, por una parte, de allanar los obstáculos que van a encontrar quienes deseen emigrar y, por otra, de dar paso a una sociedad en la que la identidad nacional de estas personas no represente un obstáculo, abandonando el viejo esquema mental que nos lleva a pensar que estos “inmigrantes” no van a poder llevar una vida normal a menos que se integren y adapten perfectamente al marco institucional y a los sistemas sociales del lugar en el que aspiran a vivir. Dicho de otro modo, los países europeos se están apresurando a crear un entorno que permita a estas personas trabajar y vivir en países distintos al de aquel cuya nacionalidad poseen, no solo como grupos socioculturales, sino nacionales de sus países de origen. Es una forma de fijación del carácter o idiosincrasia nacional. En nuestra época, marcada por el avance de la globalización, parece una tendencia a contracorriente, pero en todo caso es un fenómeno muy interesante. En cualquier caso, pienso que hablar de migraciones o de inmigración es algo que ya ha pasado a la historia, tanto desde la perspectiva de quienes cambian de país de residencia, como desde la del país receptor.

“Migración circular”, un concepto que puede encajar en Japón

Sobre la base de todo lo dicho, repasaré ahora el significado de la presente ampliación del marco de entrada a Japón de trabajadores extranjeros. Si hasta ahora el Gobierno se había mostrado bastante conservador adoptando estrategias como limitar a los nikkei (descendientes de japoneses) de cuarta generación la entrada a Japón de trabajadores no cualificados, da la impresión de que ahora, súbitamente, se ha lanzado a una ampliación de grandes proporciones. Sin embargo, la organización patronal Keidanren, probable inspiradora o impulsora desde la sombra de esta reforma, ya venía reclamando una apertura generosa del “grifo” migratorio desde hacía tiempo debido al problema demográfico que sufre Japón. Cabe pensar que esta importante decisión tomada por el Gobierno haya sido posible solo después de que la patronal haya convencido de la necesidad de un cambio al Ministerio de Justicia (en el que se integra el Departamento de Inmigración) y a la Agencia Nacional de Policía, que mantenían una postura muy prudente ante este tema, temiendo que tuviera un efecto negativo sobre la seguridad ciudadana.

El antagonismo entre los favorables a que se introduzca la mano de obra extranjera, como es el caso de los círculos financieros y económicos, y quienes, como la policía y otras autoridades de orden público, se posicionan en contra de esa política, no es un esquema exclusivamente japonés. Pero las circunstancias en las que se decide abrir las puertas a los trabajadores extranjeros son diferentes en cada país. En este caso, probablemente, además de una conciencia del éxito cosechado en la política de atracción del turismo internacional, han influido también las ambiciosas directrices emitidas por el Gobierno de Abe Shinzō en materia de inversión internacional y de creación de un clima laboral favorable, así como el propio clima internacional de negocios actual, dentro del cual aferrarse a las particularidades japonesas en cuanto a tecnología industrial y métodos de administración de empresas ya no supone una ventaja comparativa.

Ciñéndonos a la política migratoria japonesa, podría decirse que, a la postre, también ha servido de apoyo a esta decisión de Japón un clima internacional en el que va tomando carta de naturaleza el concepto de circular migration. La migración circular, es una estrategia migratoria en la que los migrantes no echan raíces en el país de recepción, sino que vuelven periódicamente a su país de origen o emigran a un tercer país, con lo que no solo se consigue responder a las necesidades laborales de los países de recepción, sino que se mitiga también la fuga de cerebros en los países de origen e incluso se contribuye al desarrollo de sus infraestructuras sociales.

La Organización de las Naciones Unidas se ha posicionado a favor de esta forma de migración porque entiende que puede servir de ayuda a los países en desarrollo. Pero en Occidente la idea es que mediante esta política será posible contener una corriente migratoria que se considera ya excesiva. Aquí, cobra una especial importancia el retorno a su país de los extranjeros. De la experiencia de muchos países desarrollados se desprende que la deportación forzosa como forma de devolver a los extranjeros a sus países de origen tiene sus limitaciones. La ventaja de la migración circular es que la devolución del extranjero a su país se entiende como algo positivo, que contribuye al desarrollo socioeconómico del país de origen. De esta forma, la devolución deja de producir cargo de conciencia y pasa a ser promovida. Lógicamente, cualquier devolución hecha de forma que atente contra los derechos humanos de los implicados es digna de censura, y tanto de la ONU como del resto de los organismos internacionales se espera que cumplan una función fiscalizadora al respecto. Pero, por otra parte, puede entenderse que la penetración de este concepto ha servido de ocasión para que un país tan reacio a abrir sus puertas a la inmigración como Japón, lo haga.

Japón no está obligado a situarse a los mismos niveles que Occidente

Al juzgar la decisión tomada en esta ocasión por Japón, uno de los enfoques que se hacen es el de inquirir si a partir de ahora Japón irá convirtiéndose en un país receptor de inmigración o no. A veces se publican trabajos académicos en los que se critica a Japón en razón del porcentaje de residentes extranjeros (3 %) que aloja, que resulta bajo si se lo compara con muchos países occidentales receptores de grandes flujos migratorios. Pero esta pretensión de medir el desarrollo de un país por el número de extranjeros que acepta no solo carece de toda base, sino que puede inducir a los lectores al error de creer que un país es mejor que otro por el simple hecho de alojar a un mayor número de extranjeros. Que sean muchos o pocos debe ser una decisión democráticamente tomada por cada país. Por supuesto, no se puede dar oxígeno a la discriminación ni a los prejuicios, pero es equivocado pensar que los países que más extranjeros aceptan son los más pacíficos o los más estables, pues esto, simplemente, no es real.

El investigador norteamericano de temas migratorios James Hollifield sostiene que muchos Estados modernos son “Estados migratorios”, un concepto que implica que por factores económico-políticos estos Estados necesitan a los trabajadores extranjeros, pero que, al mismo tiempo, por otros factores de carácter sociopolítico, sufren para conseguir un equilibrio entre inmigrantes y poblaciones autóctonas. Esto explica también que, últimamente, en vez de hablarse de controles migratorios se esté hablando ya muy a menudo de “gestión migratoria” o de “gobernanza migratoria”.

Abrir las puertas de Japón a los extranjeros traerá muchos beneficios a nuestro país. En lo económico, se obtendrá una fuerza laboral “lista para la batalla”, y las medidas que se tomen para atraer a los extranjeros, como las facilidades para aprender el japonés, servirán también para que los extranjeros tengan una comprensión más profunda de Japón. En el aspecto social, es posible también que se desarrolle en Japón una mayor comprensión hacia la diversidad y un mayor respeto por los derechos humanos. Esta comprensión y este respeto, a la larga, redundarán en mejoras en los servicios sociales que recibimos, que serán más permeables a los derechos humanos y a la diversidad presente entre los mismos japoneses.

Por otra parte, en los países europeos y en otros receptores tradicionales de inmigración, como Estados Unidos o Australia, los roces con los extranjeros (inmigrantes) están produciendo malestar social. Por muchas críticas que pueda recibir Japón de otros países por “falta de política migratoria”, hay que partir de que, por su naturaleza, la política migratoria no puede ser objeto de competencia internacional. Hay que insistir en que si este mecanismo es necesario o no para un Estado es algo sobre lo que ese Estado debe juzgar sobre bases racionales.

Receptividad hacia los problemas de los más desfavorecidos, japoneses o extranjeros

Últimamente se cita mucho la frase “lo que queríamos era fuerza laboral y resulta que nos llegan seres humanos”. Cuando se trata de mercancías, es fácil borrarlas de la lista de importaciones si se ve que ya no son necesarias. Pero las personas no son objetos de usar y tirar. Por otra parte, cuando hablamos de cómo favorecer la convivencia entre nacionales e inmigrantes, tendemos a olvidarnos de la atención a los primeros. El respeto a la diversidad es ciertamente importante, pero reflejarlo en políticas concretas es muy difícil. De suyo, en un Estado lo necesario es una ideología o unos ideales que favorezcan la unidad, siendo mucho más fácil llevar las riendas de ese Estado cuando se pone la diversidad bajo control.

En una sociedad multicultural sin ideales unificadores es posible que nazca lo que el politólogo estadounidense Francis Fukuyama llamó identity politics (política basada en identidades raciales o étnicas). El pueblo queda dividido según su etnicidad y se reclama que, no solo para los extranjeros y otros grupos determinados, sino también para estos otros grupos nacionales se den ciertas facilidades. Un buen exponente es el Brexit o proceso de salida de la Unión Europea por parte del Reino Unido, el nacimiento de la administración Trump en Estados Unidos, o la formación de Gobiernos contrarios a la inmigración en Hungría o Austria. Desdeñar estos movimientos sin conocer suficientemente las circunstancias y situaciones en que han ocurrido, achacándolos al avance de la extrema derecha o tildándolos de reacciones irracionales no solo es inadecuado para la formación de una sociedad estable, sino que podría ser incluso peligroso.

Lo importante es que tarde o temprano y sea cual sea la escala que alcancen, Japón va a experimentar convulsiones sociales similares a las que están ocurriendo en los países “migratoriamente desarrollados”. A partir de ahora se va a exigir a los círculos políticos que desarrollen un sentido del equilibrio que les permita utilizar sin incurrir en riesgos la identity politics. Pero aun en el caso de que esto se haga realidad, siempre quedará el temor a que esto afecte negativamente a la moralidad. Y es que si, como consecuencia del crecimiento de las colonias de extranjeros en Japón, se ponen negro sobre blanco muchas normas que venían respetándose como parte de la moralidad japonesa, podría ocurrir que comience a pensarse que todo es posible en tanto no se incurra en ilegalidad y a comportarse siguiendo ese pensamiento. No puede descartarse la posibilidad de que esto haga temblar el propio orden social de Japón, que hasta ahora se habían sostenido gracias a un acuerdo tácito.

Será verdad que Japón acoge a menos extranjeros que otros países, pero en ningún caso es un país xenófobo. Lo que no puede descartarse es que se haga xenófobo una vez comience a tomar cuerpo la problemática de los extranjeros. Es un fenómeno que está ocurriendo en muchos países que han admitido en sus fronteras a un gran número de ellos. Al margen de cuál sea el juicio que nos merezca, lo que hay tras este fenómeno es una percepción cada vez más generalizada entre los ciudadanos de que la presencia de los inmigrantes está estropeando sus vidas. Que los extranjeros estén deteriorando la calidad de vida de los ciudadanos del país receptor, sea esto una realidad o un discurso, no es algo de lo que podamos felicitarnos. Si la fuerza laboral extranjera es vista como algo beneficioso para Japón a medio o largo plazo desde una perspectiva socioeconómica, habrá que exigir de los políticos que, como tales, sepan al menos explicar las cosas de forma que los ciudadanos se abran a aceptar un cierto impacto en el corto plazo. Habrá que ver también hasta qué punto la política sabe ser sensible e implicarse en los problemas de las personas más desfavorecidas, sean extranjeras o japonesas. Ahí está la clave para que esta nueva política pueda resultar un éxito.

(Escrito en septiembre de 2018 y traducido al español del original en japonés.)

Fotografía del encabezado: jóvenes vietnamitas en fase de capacitación trabajan en una obra de construcción. Instantánea tomada en Shinjuku-ku (Tokio) el 11 de noviembre de 2016. (Fotografía: Yomiuri Shimbun / Aflo)

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