La imagen de país que proyecta Japón, en el punto de mira

Japón como país de “buena reputación”: A qué conduce el deseo de no disgustar a nadie (2)

Política Cultura

Por muy simpático que un país pueda parecer al resto, su silencio siempre puede ser equívoco. El autor se fija, en esta segunda parte del artículo, en la excesiva pasividad de Japón a la hora de traducir al inglés contenidos de relevancia.

Para ganar fuerza como emisor de información al exterior, el primer paso que debe tomar Japón es, lógicamente, verter inmediatamente al inglés todos los contenidos que va anunciando en japonés. Desafortunadamente, ni el Gobierno ni las empresas privadas están a la altura deseada en este aspecto.

Una ley que interesa a todos, sin traducción oficial al inglés

Mediante las nuevas leyes de seguridad nacional que fueron puestas en marcha por el Gobierno de Abe Shinzō, las Fuerzas de Autodefensa de Japón se capacitaron para, de forma prácticamente automática, defender los buques y aviones de guerra norteamericanos. El cambio se introdujo añadiendo al Artículo 95 de la ley que rige el funcionamiento de dichas fuerzas un segundo punto. Este cambio hará que, inevitablemente, a partir de ahora el atacante contemple con los mismos ojos el objetivo norteamericano y nuestros efectivos.

El contenido del Punto 2 lo adelanta este epígrafe: “Uso de armas para la protección de las armas y otros equipos de unidades del ejército estadounidense y otros”. Al margen de la mala legibilidad de la frase, vemos que, si bien la puesta en práctica de este punto queda sujeta a múltiples limitaciones, en cualquier caso constituye un cambio sustancial con respecto al marco legal precedente. Está a la vista que el Gobierno de Abe depositó en este punto todos sus deseos de crear una sinergia que fundiera las capacidades disuasorias japonesas con las norteamericanas.

Tratándose de una reforma legal de consecuencias tan trascendentales, es indudable que muchos países, no solo Estados Unidos, querrán acceder al texto para hacer las comprobaciones pertinentes por sí mismos. Sin embargo, la ley de las Fuerzas de Autodefensa de Japón no tiene una traducción oficial al inglés y eso significa que tampoco el Punto 2 del Artículo 95 está traducido. Sean cuales sean las circunstancias que han llevado a ello, el hecho de que esta ley básica, que puede hacer variar el destino de nuestro país, siga sin ser traducida al inglés no augura nada bueno.

Sin explicaciones para los inversores institucionales extranjeros

En el otoño de 2019, la reforma de las leyes japonesas de cambio de divisas y comercio exterior levantó recelos entre los inversores de todo el mundo. El cambio obligaba a todos los inversores extranjeros que adquirieran o estuvieran en posesión de más del 1 % de las acciones de una empresa japonesa a hacer una notificación previa y pasar una inspección. Hasta ese momento, el umbral estaba fijado en el 10 %. Por debajo de ese porcentaje, la adquisición podía hacerse libremente. La reforma introducía, pues, un cambio muy significativo. Durante algún tiempo, los inversores institucionales extranjeros quedaron perplejos, pues no se les dio ninguna explicación para afrontar la nueva situación, y el nerviosismo cundió entre ellos.

Se publicó un texto explicativo sobre el proceso que siguió la elaboración de la ley, tanto en japonés como en inglés (versión inglesa en el este enlace).

El texto transmite la alarma con que veía la situación el Ministerio de Economía, Comercio e Industria. Se trataba de establecer rápidamente normas más duras para evitar que empresas importantes de sectores estratégicos cayeran en manos de intereses extranjeros. La impresión es que Japón trataba afanosamente de no descolgarse del grupo de países occidentales que ya se habían dotado de regulaciones similares.

Sin embargo, las leyes sobre cambio de divisas quedan bajo la jurisdicción conjunta de los Ministerios de Economía y de Finanzas, y el punto de contacto con los inversores institucionales es, más bien, la Agencia de Servicios Financieros. Es decir, que son tres los órganos del Gobierno implicados, sin que esté claro cuál de ellos debe tomar la iniciativa en cada caso. Al parecer, esta situación originó un retraso en la toma de las necesarias acciones. Lo lógico habría sido adelantarse a la previsible preocupación de los inversores extranjeros y, haciendo coincidir el momento con la aprobación del proyecto de reforma por el Consejo de Ministros, ofrecer a los principales mercados financieros las explicaciones del caso.

La razón de que esto no se haya hecho así es, quizás, que nadie pensó en tal necesidad o, quizás, que existiendo la voluntad de hacer algo, no se disponía sin embargo del personal indicado o del presupuesto necesario para hacerlo. O quizás hayan sido las dos cosas.

El peligro oculto en el deseo de no desagradar a nadie

Se tiende, pues, a no salir del espacio del idioma japonés, sin que a nadie se le pase por la cabeza la necesidad de ofrecer esa misma información también en inglés. Es el primero de los dos problemas a que me refería, pero me gustaría señalar aquí otras dos tendencias muy japonesas: tratar de no desagradar a nadie y recular ante las críticas cuando entran en juego temas históricos.

Todos preferimos gustar a disgustar. Gozar del apoyo y ser considerado un buen país por el 80 % del mundo es para Japón un precioso recurso diplomático (véase el artículo anterior). Sin embargo, gustar a los demás parece haberse convertido en un objetivo en sí mismo, olvidándose lo realmente prioritario, que debería ser identificar el interés nacional y pensar en cómo utilizar ese recurso en su provecho.

Incluso en el caso de que dos países mantengan una actitud igualmente amistosa hacia Japón, no es raro que a veces se plantee la necesidad de priorizar al uno sobre el otro, en aras del interés nacional. El problema es que los japoneses siempre queremos agradar a todos. Pero si, por ejemplo, se da el caso de que uno de esos dos países es una democracia reconocida e irreprochable, mientras que el otro no lo es, mostrar la misma sonrisa hacia ambos es un acto de deslealtad a los propios principios.

Por supuesto, en la diplomacia real sería una necedad dar la preferencia al uno y negársela al otro de una forma demasiado ostentosa. En las relaciones entre países, la mano izquierda es una exigencia. Pero esto no puede llevarnos a acabar torciendo hasta la vara de medir que llevamos dentro, porque acabaremos confundiendo lo realmente importante con lo que no lo es.

Ser valorado implica ciertas responsabilidades

A lo largo de los ya más de siete años que está durando su segundo periodo al frente del Ejecutivo, Abe ha pasado a convertirse en uno de los pocos abanderados de un orden mundial libre, abierto y sometido al imperio de la ley, que quedan en la esfera internacional. Una prueba de esto la encontramos en lo que manifestó acerca del Acuerdo de Asociación Estratégica Unión Europea-Japón en una conferencia que ofreció en Bruselas, sede legislativa de la UE, en septiembre de 2019 (versión inglesa en este enlace).

La credibilidad obtenida por Abe se eleva sobre la plataforma de la confianza a que se han hecho acreedores Japón y su pueblo. Ser valorado como adalid de la libertad y de la democracia es algo que a Japón le ha costado mucho tiempo ganarse. Si nos paramos a pensar, ese venía siendo el anhelo de Japón desde la apertura obrada por la Restauración Meiji de 1868, hace ya siglo y medio. Pero mantener el estatus obtenido no va a salirnos gratis. Si hasta ahora podíamos pasar sin expresar claramente nuestras preferencias, de ahora en adelante no va a ser tan fácil.

El necesario esfuerzo por no desvincularse de Asia

Vamos ahora al último de los puntos a los que aludía antes. Decía que cuando se nos critica por ciertos asuntos, al menos hasta ahora muchos de nosotros nos hemos sentido rehenes de la historia e intimidados. Esto no hay forma de disimularlo. La retórica utilizada en estos ataques contra Japón ignora palmariamente hechos como la maduración que ha experimentado nuestra sociedad durante estos 75 años transcurridos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, o los muchos avances realizados en el campo de los sistemas e instituciones, así como en su transparencia. Pareciera que la sentencia dictada contra nosotros en aquel tribunal que juzgó los crímenes de guerra, una sentencia que hace de Japón un invasor malvado e inhumano, se nos siguiera aplicando in æternum, y que se tratara de retratar al Japón contemporáneo con los rasgos de aquella época.

Sobre las llamadas ianfu (literalmente, “mujeres de solaz”, internacionalmente conocidas como “esclavas sexuales”), se pretende que Japón se llevó por la fuerza de la península coreana a sus inocentes jovencitas. A los diplomáticos japoneses se les ha ordenado que hagan frente a estas críticas, pero, además de no tener los suficientes conocimientos sobre historia han tenido que luchar sin tener objetivos claros, y se han achicado ante los ataques. En cuanto al reto de las estatuas que vienen colocándose en recuerdo de aquellas muchachas, se ha dado la callada por respuesta, como si no tocar el asunto fuera a solucionarlo. ¿Cómo habrá que abordar estos temas a partir de ahora?

Las estatuas tienen el efecto de dividir y enfrentar, sea a los japoneses destinados en Estados Unidos por sus empresas y a sus hijos y familias, sea, en un sentido más amplio, a las comunidades asiáticas asentadas en el país. Si se permite que estas estatuas, que encierran una crítica contra Japón basada en falsedades, se sigan haciendo y se mantengan en esos lugares, se herirá el orgullo de los japoneses de forma innecesaria. Para impedir que esto ocurra, los diplomáticos tendrán que andar a la brega.   

A un nivel más alto, es importante que China y Corea del Sur, que son los dos países más propensos a atacar a Japón, no hagan un frente común. Hay que señalar que, durante estos dos o tres últimos años, China ha mostrado contención en sus críticas contra Japón. Esto se ha conseguido sin que, durante ese mismo periodo, Japón haya tenido que ceder posiciones en el Mar de la China Oriental ni en el de la China Meridional. Tampoco ha hecho concesiones especiales en su posicionamiento ante el tratamiento que el Gobierno de China está dispensando a temas como el problema del pueblo uigur o el de Hong Kong. En ambos, Japón ha comunicado directamente su preocupación durante las cumbres bilaterales celebradas.

Durante estos mismos años, el primer ministro japonés ha presentado una propuesta de reforma constitucional para clarificar la constitucionalidad de las Fuerzas de Autodefensa. Su Gobierno ha mostrado una línea incluso más clara todavía en los asuntos de defensa, abriendo la puerta a dotar de capacidad de combate a los buques de las fuerzas marítimas y a la utilización de misiles accionados a distancia. Pese a todo esto, o quizás debido precisamente a ello, China ha mantenido silencio. Sobre las razones de ese silencio, no podemos hacer más que conjeturas. Pero cabe imaginar que el silencio chino haya ejercido alguna influencia sobre Corea del Sur.  

No caer en el pesimismo e ir supliendo las carencias

Japón apenas se manifiesta al mundo en inglés y esto da origen a muchos malentendidos. Aun concediendo que tenemos que congratularnos de haber conseguido que haya en el mundo tantos países “japonófilos”, ocurre a veces que el deseo de gustar a todos nos conduce al extravío. Lo que trato de hacer es advertir frente a este peligro que nos acecha como país.

Los países que tantas energías gastan en tratar de desacreditar a Japón en razón de estas cuestiones históricas son, a día de hoy, China y Corea del Sur. Si pasamos por alto estas críticas incluso en los casos en que se fundamentan en falsedades, el germen se irá extendiendo por el país. He señalado también que, si se toma la postura de aguantar el tipo ante los ataques que se desarrollan en suelo norteamericano y de tratar de neutralizarlos cuando es posible, entonces nuestros diplomáticos tendrán que perseverar en su esfuerzo, sin apartarse de los principios.

Además, a la vista del hecho de que cuando China modera sus críticas contra Japón, Corea del Sur se deja influir por esa actitud, podemos concluir que, en nuestras relaciones con China, es esencial no ceder nunca en los puntos básicos y esforzarnos al máximo por fortalecernos, sin dejar ningún resquicio por donde puedan hacernos daños.

Las carencias y deficiencias de Japón son incontables. Aquí he citado solo algunas de ellas, pero quien busque material para criticar al Gobierno de Japón o a la empresa privada por las fallas que han mostrado últimamente en sus estrategias de relaciones públicas, lo encontrará en abundancia. Pero tampoco hay que caer en el pesimismo. Lo único que hay que hacer es ir solventando con firmeza y constancia las carencias que nos aquejan.

Fotografía del encabezado: el primer ministro japonés Abe Shinzō alza su mano junto a la del presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker el día 27 de septiembre de 2019 en el Foro Europa de Conectividad, celebrando en Bruselas (Bélgica). (Fotografía: Reuters/Aflo)

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