Guerras de la historia, 2025: Japón se prepara para la ofensiva del 80.º aniversario

La historia como arma de guerra cognitiva: nuevos obstáculos en la reconciliación con China

Política

Las “guerras de la historia”, que han malogrado las relaciones entre Japón y China, parecen destinadas a estallar de nuevo ahora que el Partido Comunista de China celebra el 80.º aniversario de su “victoria sobre Japón”. Kawashima Shin analiza las fuerzas sociopolíticas que siguen dando forma a la narrativa histórica de China.

Una breve historia de las “guerras de la historia”

En 1995, en el quincuagésimo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, el primer ministro Murayama Tomiichi realizó unas declaraciones públicas en las que expresaba arrepentimiento por las pasadas agresiones de Japón hacia otros países asiáticos. Los primeros ministros Koizumi Jun’ichirō, en 2005, y Abe Shinzō, en 2015, señalaron el 60.º y 70.º aniversario respectivamente con declaraciones propias. Cada uno de estos documentos es producto de su propio tiempo, y representa una fase diferente de las largas guerras de la historia que han asfixiado las relaciones de Japón tanto con China como con Corea del Sur.

En los noventa el apoyo público a la reconciliación histórica era elevado en Japón, pero mucho menor en Corea del Sur, donde la democratización había eliminado las restricciones al debate sobre las heridas e injusticias sufridas a manos del Japón Imperial. En China, por la misma época, la lucha del Partido Comunista Chino contra la agresión japonesa se había convertido en un tema clave de la campaña del Partido Comunista para reafirmar la legitimidad de su gobierno absoluto.

La declaración de 2005 del primer ministro Koizumi se produjo en un momento en que las guerras de la historia habían estallado de nuevo, provocando feroces protestas antijaponesas en China. En 2015, el presidente Xi Jinping se esforzaba por posicionar a China, en aquel momento la segunda mayor economía del mundo, como miembro destacado de la sociedad internacional dominante, en parte subrayando su papel histórico en la construcción del mundo de posguerra como uno de los cuatro grandes aliados en la “guerra contra el fascismo” (junto con Rusia, con quien Pekín cultivaba lazos más estrechos).

Ahora, diez años después, las guerras de la historia han entrado en una nueva fase. Mientras el mundo conmemora el octogésimo aniversario del final de la guerra, el controvertido pasado de Japón será objeto de un renovado escrutinio. Para responder adecuadamente a esta nueva fase, debemos comprender la naturaleza de la disputa actual y los factores que la configuran. A continuación exploraremos y analizaremos los antecedentes, el contexto y las características distintivas de las guerras actuales de la historia.

La historia como herramienta de legitimización

Desde el comienzo de la era moderna los Estados han escrito sus propias versiones de la historia y han difundido esos relatos a través de las escuelas y otras vías de educación para unir a sus pueblos bajo la ilusión colectiva de una nación. Esta tendencia sigue siendo evidente, sobre todo entre los Estados más jóvenes, como la República Popular China. Las historias nacionales que China ha escrito en las últimas décadas están cuidadosamente elaboradas para promover la cohesión social y reforzar la legitimidad del PCCh.

Los relatos históricos transmitidos a través de la educación escolar y la propaganda estatal no son los mismos que aquellos resultantes de una investigación académica rigurosa. Sin embargo, cuando el poder del Estado es especialmente fuerte (por ejemplo, bajo una movilización nacional en tiempos de guerra o bajo un Gobierno autoritario fuerte como el de la China actual), los regímenes tienden a apropiarse de la investigación histórica para sus propios fines políticos. El presidente Xi Jinping ha ejercido un férreo control sobre la producción de los historiadores chinos para imponer la conformidad ideológica, alegando amenazas a la seguridad del régimen por parte de fuerzas hostiles de dentro y fuera de China. Con este fin, el régimen de Xi ha consolidado los diversos departamentos de investigación histórica dentro de la Academia China de Ciencias Sociales y ha intensificado las críticas al “nihilismo histórico” (como denomina a la historiografía que se aparta del relato aprobado centrado en el partido), apuntando a determinados investigadores con una gran reputación de erudición rigurosa.

Los relatos históricos controlados por el Estado y difundidos a través de la educación escolar y la propaganda tienden a cambiar en respuesta a los cambios en la política gubernamental. En la China de Deng Xiaoping, se animaba a los historiadores a explorar temas como el desarrollo económico moderno y la República de China a principios del siglo XX. En cambio, Xi Jinping ha promovido una reescritura de la historia moderna centrada en el PCCh, una campaña que refleja su énfasis en el liderazgo integral y supremo del partido, eclipsando el papel del Gobierno.

Bajo el mandato de Xi Jinping, la Segunda Guerra Sinojaponesa ocupa un lugar aún más destacado que antes en los libros de texto de historia, ya que el inicio del conflicto se mueve de 1937 a 1931. Al mismo tiempo, los nuevos libros de texto restan importancia al Segundo Frente Unido, que suspendió temporalmente la Guerra Civil China cuando el PCCh se unió al gobernante Partido Nacionalista (Kuomintang) para resistir la invasión japonesa. Este cambio de énfasis refleja un giro en la política china respecto a Taiwán a partir de 2016, cuando Pekín abandonó la idea de la reunificación a través de un Tercer Frente Unido, es decir, una nueva alianza entre el Gobierno comunista y el Kuomintang de Taiwán.

La cultura participativa y la fragmentación

Los esfuerzos de los Gobiernos estatales por moldear la narrativa nacional en su propio beneficio se remontan a los comienzos de la Edad Moderna. Pero los debates históricos actuales se complican aún más por dos factores que han entrado en juego mucho más recientemente: el papel cada vez más destacado de los legos como escritores de historia y la fragmentación de la comprensión histórica del público.

El primer factor puede atribuirse al auge de internet y de las redes sociales en particular, que han abierto la historiografía hasta el punto de que los influencers superan ahora en número a los historiadores profesionales con títulos académicos. Por supuesto, siempre ha habido historiadores y narradores locales fuera de la corriente académica dominante, pero su influencia se hallaba circunscrita. La proliferación de historiadores aficionados con capacidad para influir en un gran número de consumidores de información es una novedad cargada de dramatismo.

Hay que señalar que muchos de estos influencers que se dedican a la historia respaldan sus teorías con pruebas históricas, o al menos con cosas que pasan por pruebas. Esto es posible porque hoy día se puede acceder fácilmente a muchas fuentes históricas en internet. Desde el punto de vista de un historiador profesional, el problema es la tendencia a saltarse pasos tan cruciales como la crítica de las fuentes (análisis para evaluar el contexto y la fiabilidad del material de partida) y la revisión objetiva de estudios anteriores. Pero para muchos de los consumidores actuales de información, la cita de fuentes históricas confiere un aire de credibilidad a los relatos alternativos que circulan por las redes sociales. Esta tendencia ha llevado a una devaluación de la experiencia profesional, complicando aún más el discurso histórico.

El segundo factor, la fragmentación de las percepciones históricas, está estrechamente interrelacionado con el fenómeno más amplio de la fragmentación social. La creciente desigualdad económica, consecuencia de la globalización, ha exacerbado la fragmentación social en las últimas décadas, y esto se refleja en las divergentes visiones de la historia que tienen las personas. En Estados Unidos, los movimientos por la justicia social, como Black Lives Matter, se han movido en paralelo a desafíos a la narrativa establecida de la historia estadounidense y su panteón de “héroes”. En otros casos, sin embargo, los grupos desfavorecidos pueden adoptar una versión más nacionalista de la historia de su país. También hay países y regiones —Taiwán es un ejemplo— donde las divisiones por etnia y generación han dado lugar a una variedad de puntos de vista históricos.

Para agravar la confusión, vivimos en una época en la que las decisiones lógicas de los individuos racionales importan menos que las respuestas emocionales provocadas y amplificadas por los medios de comunicación actuales. La política nacional e internacional son ámbitos en los que las emociones tienden a ser especialmente intensas, y esas emociones inevitablemente influyen en la forma en que la gente entiende la historia. Este es otro factor importante que influye en las guerras de la historia en la década de 2020.

Impugnar la versión occidental

Pasemos ahora al espacio discursivo internacional. A escala mundial, el discurso histórico ha estado dominado durante mucho tiempo por las potencias militar e industrialmente avanzadas. Las potencias coloniales occidentales escribieron sus propias historias de los países que habían colonizado, y esos relatos, redactados desde una perspectiva occidental moderna, sustituyeron a menudo las narraciones tradicionales de esos países colonizados. Cuando más tarde las colonias obtuvieron la independencia les resultó difícil superar la influencia de las versiones de los colonizadores y recuperar sus propias historias.

Además, la investigación histórica en el campo de la política internacional y la diplomacia depende en gran medida del acceso a documentos diplomáticos. Dado que los países desarrollados, como Gran Bretaña y Estados Unidos, llevan la delantera en el registro y publicación de dichos documentos, los relatos de los asuntos internacionales tienden a reflejar su perspectiva en lugar de los puntos de vista de los países en desarrollo, que carecen de la capacidad de publicar sus propios registros diplomáticos.

No obstante, esta situación ha empezado a cambiar en las dos últimas décadas, a medida que la influencia relativa del mundo desarrollado ha disminuido. Los países emergentes de Asia y África han creado sus propios archivos de material histórico y han empezado a utilizar métodos académicos para elaborar relatos convincentes de su propia historia, incluyendo los asuntos internacionales y la diplomacia. Por supuesto, estos relatos no están exentos de sesgos políticos, en particular de sentimientos nacionalistas. No obstante, es justo decir que se ha puesto en marcha un importante replanteamiento de la historia mundial gracias a los grandes avances de los países asiáticos y africanos en la investigación histórica.

La narrativa en evolución de China

Con esto como telón de fondo, veamos cómo China, una gran potencia regional y aspirante a líder mundial regida por un Gobierno autoritario, intenta reescribir la historia.

Como ya se ha mencionado, Xi Jinping ha hecho especial hincapié en la historia como parte de su campaña interna para imponer la unidad ideológica y reforzar aún más la dictadura del Partido Comunista. Con este fin, la historia aprobada del partido ha asumido un lugar prominente (empequeñeciendo la historia del Estado chino) en la educación escolar y no escolar, y los historiadores que discrepan de esa narrativa han sido condenados como “nihilistas”. En el ámbito universitario, se ha revisado el plan de estudios del “Esquema de la historia moderna de China”, curso obligatorio para todos los estudiantes universitarios, para situar al PCCh con mayor firmeza en su centro.

El régimen de Xi ha estado colaborando también exteriormente con países como Rusia y Bielorrusia para promover una “visión correcta” de la Segunda Guerra Mundial. Este año, podemos esperar un nuevo estallido de actividad en este frente, centrándose en el Día de la Victoria (9 de mayo) en Rusia y el Día de la Victoria sobre Japón (3 de septiembre) en China.

La historia como arma de guerra cognitiva

Una tendencia especialmente significativa en este contexto es la integración de los mensajes internos y externos de China sobre la historia moderna. En 2015, cuando China conmemoró el septuagésimo aniversario del final de la guerra, el mensaje externo de Pekín se centró en el estatus histórico de China como uno de los Cuatro Grandes aliados en la guerra contra el fascismo y su papel clave —comparable al de Estados Unidos y Gran Bretaña— en la construcción del mundo de posguerra. De este modo, Pekín se esforzaba por posicionarse como uno de los polos de un orden mundial cada vez más multipolar.

En 2025 las opiniones de China sobre la historia se transmiten a personas de dentro y fuera del país, a través de las redes sociales y otros medios, como uno de los frentes de una guerra cognitiva integrada y multidimensional que abarca muchos ámbitos políticos.

Un aspecto de esta guerra que merece ser analizado con detenimiento es el intento —hasta ahora limitado en gran medida a China— de socavar la legitimidad del Tratado de San Francisco de 1951, que restableció las relaciones pacíficas entre Japón y las potencias aliadas. En los últimos años, un grupo de “eruditos” chinos ha defendido la invalidez del tratado, poniendo así en duda no solo la posición de Japón en el mundo de la posguerra, sino también el estatus legal de Taiwán, Okinawa y la península de Corea.

Calificando el tratado de producto de un complot de Estados Unidos en violación de la Declaración de las Naciones Unidas de enero de 1942, estos revisionistas niegan la legitimidad del instrumento que constituye la base de la arquitectura de seguridad hub-and-spokes (“eje y radios”) centrada en Estados Unidos que prevalece hoy en Asia Oriental. Según esta versión de la historia, el estatus territorial de Okinawa está en juego, y Taiwán debería ser devuelto a China de acuerdo con la Declaración de El Cairo de 1943. Es una narrativa histórica que apoya los objetivos políticos de China de reunificar Taiwán con el continente y erosionar el liderazgo de Estados Unidos, y está siendo propagada por el Gobierno y el PCCh como arma de guerra cognitiva destinada a alterar el statu quo mundial. A medida que el octogésimo aniversario atrae la atención pública hacia el final y las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, existe una alta probabilidad de que China amplíe el objetivo de esta propaganda a la región circundante y más allá.

También en Japón podemos esperar escuchar una amplia gama de opiniones sobre la Segunda Guerra Mundial y las guerras de la historia a medida que se acerca el octogésimo aniversario. Lo que debemos tener en cuenta es que hoy en día hay nuevas dimensiones en esta larga disputa histórica, y que los mensajes de China sobre el tema son ahora una parte integral de una campaña de guerra cognitiva mucho más amplia diseñada para moldear la opinión pública nacional y mundial.

(Artículo publicado originalmente en japonés, y traducido al español de la versión en inglés. Imagen del encabezamiento: el presidente de China, Xi Jinping, charla con el presidente ruso, Vladímir Putin, en la decimosexta cumbre de los BRICS, celebrada en Kazán (Rusia) en octubre de 2024. © Sputnik/Kyōdō. Según los medios rusos, Xi también asistirá a las celebraciones del octogésimo Día de la Victoria en Moscú el 9 de mayo.)

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