Inmigración y envejecimiento en los 'danchi' de Japón

Sociedad

Los complejos de vivienda pública (danchi), con su envejecimiento demográfico y su creciente proporción de residentes extranjeros, son un microcosmos de la sociedad nipona. Pese a las fricciones intergeneracionales e interculturales, en ellos existe una voluntad de promover la interacción entre los vecinos y la convivencia entre distintas culturas.

El problema de la vivienda tras el fin de la Segunda Guerra Mundial engendró un debate sobre la necesidad de crear complejos residenciales. En 1955 se fundó la Corporación Japonesa de Desarrollo Regional, en la actualidad llamada Urban Renaissance Agency (Agencia del Renacimiento Urbano), o UR. Al año siguiente los primeros inquilinos empezaron a ocupar el complejo de viviendas de Kanaoka (Sakai, prefectura de Osaka), precursor de su especie. A partir de entonces este tipo de lugares proliferaron por todo Japón como símbolo del crecimiento económico acelerado.

Un empleado que trabajaba en la Corporación Japonesa de Desarrollo Regional en los primeros tiempos de los complejos residenciales públicos afirma que “lo innovador fue la separación entre el espacio para comer y el espacio para dormir”. Los complejos de vivienda pública revolucionaron el entorno cotidiano medio de los japoneses, que solía constar de un único espacio vital en que la mesa de comedor se apartaba y se sustituía por el futón a la hora de dormir.

A la vez que modernizaron el espacio vital japonés, los complejos de vivienda pública atrajeron también la concentración de instalaciones como centros comerciales, escuelas y hospitales, que permitieron la transición a un estilo de vida suburbano en el que todos los servicios necesarios quedaban al alcance de los ciudadanos. El entorno de estos complejos está transformándose en la actualidad.

El complejo Shibazono, hervidero de la incitación al odio

Empecé a estudiar los complejos de vivienda pública (danchi) en 2010. En la primavera de ese mismo año, un grupo xenófobo de unos veinte miembros irrumpió en el complejo Shibazono de la ciudad de Kawaguchi (prefectura de Saitama). Alzando una bandera con el mensaje Expulsemos el mal y dispuesto a llevar a cabo un supuesto “Estudio del estado de invasión”, el grupo se dedicó a patrullar el complejo y a sacar fotos sin ninguna consideración para luego publicar las imágenes en internet.

El artículo que escribieron en el blog del grupo, bajo el título El frente de la invasión demográfica de los chinos, rezaba lo siguiente: “Los chinos y los coreanos están acabando con el estilo de vida japonés al residir aquí según las normas de su cultura. Debemos ser conscientes de que se trata de un problema de seguridad que amenaza la vida y la seguridad de todos los japoneses y que constituye una invasión por parte de chinos y coreanos”. Este mensaje, que rezuma discriminación y prejuicios contra los extranjeros, es una muestra innegable de incitación al odio.

El complejo Shibazono de Kawaguchi, construido en 1978, es una urbanización de grandes dimensiones que consta de 2.500 viviendas. La mitad de las viviendas aloja a ciudadanos extranjeros, la mayoría “recién llegados” de procedencia china. Anteriormente a la incursión del grupo xenófobo, algunos medios de comunicación habían cargado ya contra el complejo Shibazono con mensajes antichinos, tildándolo de “complejo chino” o “amenaza china”; en cualquier caso, mensajes propios de una mentalidad japonesa cerrada que señala la conducta egoísta de los chinos y el comportamiento tímido de los japoneses..

Cada vez que leía un artículo de ese talante, me llenaba de amargura. Estaba harto de la actitud excluyente de la sociedad japonesa, que identifica el aumento de la población internacional como un problema de seguridad.

El líder del grupo xenófobo que se introdujo en el complejo Shibazono había pertenecido a una organización neonazi en su juventud, época desde la que propagaba mensajes contra los extranjeros. Cuando lo entrevisté, expuso del modo siguiente sus motivos para “el ataque al complejo Shibazono”: “Los complejos de vivienda pública japonesa están siendo invadidos por las fuerzas extranjeras. Son auténticas ciudades sin ley. No nos queda otra alternativa que enfrentarnos a ellos desde la xenofobia”. Con estos argumentos justificaba sus acciones propagandísticas.

El cabecilla del grupo es una persona cuyo carácter se vertebró en la xenofobia. Sus palabras impregnadas de discriminación y prejuicios quedan lejos de reflejar la verdadera situación de los complejos de vivienda pública. Por más que los residentes extranjeros causasen problemas, ¿no constituye una conducta mucho más “sin ley” irrumpir en su zona vital haciendo gala de la xenofobia?

El problema primario es que la difusión de este tipo de mensajes por la red cosecha un número nada despreciable de adeptos. Para colmo, parte de los medios de comunicación son cómplices del fenómeno.

La comunidad china con trabajos administrativos

Es cierto que el complejo Shibazono presentaba un carácter marcadamente chino, con carteles escritos en japonés y chino y una zona comercial de tiendas en la que casi no se hablaba el japonés. También la mayoría de los restaurantes eran de comida china. El idioma chino predominaba claramente en las voces de las madres que regañaban a sus hijos y las conversaciones entre vecinos. Al preguntar a un grupo de madres chinas que charlaban animadamente en el parque cómo era la vida en el complejo, me respondieron con entusiasmo “Aquí tenemos muchos amigos y vivimos muy bien”.

Ante mis ojos se desenvolvía una vida cotidiana de lo más normal y corriente. El complejo era un entorno de vida, un espacio donde vivir. Los que lo habitaban eran personas. Algunos estarían felices de vivir allí, mientras que otros tal vez se sentirían desgraciados. Solo eso; ni rastro de aquella supuesta “ciudad sin ley”.

Al pasear por el complejo, sin embargo, me topé con un cartel que decía “Advertencia: Expulsemos de las viviendas a los chinos delincuentes, extranjeros de otros países y falsos residentes antes de que los repatríen a la fuerza”. Las gruesas letras negras escritas con rotulador permanente rezumaban odio y discriminación.

Un periodista chino al que conozco desde hace mucho afirma que la presencia de residentes chinos en el complejo Shibazono empezó a ser notable hacia el año 2000: “La mayoría de los residentes chinos son personas que estudiaron en universidades japonesas y se convirtieron en empleados de empresas japonesas y sus familias. El complejo Shibazono está cerca del centro de Tokio y sus viviendas cuentan con una buena distribución, teniendo en cuenta el precio del alquiler. Las viviendas de UR admiten a cualquier persona que cumpla las condiciones salariales, independientemente de su nacionalidad. Mientras que en las viviendas de alquiler privadas se practica una política de admisión muy estricta para con los extranjeros y a veces se los somete a un trato descaradamente discriminatorio, las viviendas públicas de UR no presentan problemas en ese sentido. Esta información se ha difundido entre la comunidad china, por lo que Shibazono se ha convertido en un complejo muy popular especialmente entre los oficinistas que trabajan en el centro”.

Tomemos como ejemplo el caso de un residente chino que trabajaba para una empresa de tecnologías de la información. Llegó a Japón como estudiante de intercambio en 1998. Al empezar a trabajar, se trasladó a un apartamento de alquiler privado pero, tras oír la opinión de sus amigos chinos sobre el complejo Shibazono, decidió mudarse allí: “Lo mejor es que no hay que pagar dinero extra al dueño al entrar a vivir ni a la hora de renovar el contrato. Tampoco te atosigan con las condiciones de admisión por el hecho de ser extranjero, como pasa con los apartamentos privados. Además, me resulta reconfortante vivir rodeado de vecinos de mi misma procedencia. Mi esposa también está muy contenta, ya que al trasladarnos enseguida encontró amigas chinas que también tienen hijos”.

Por otro lado, también era cierto que una parte de los residentes japoneses no tenían en buena consideración a los vecinos chinos. Quejas como que hacían demasiado ruido o que no respetaban las normas para sacar la basura abundaban en especial entre la población anciana. En aquellos tiempos la asociación de vecinos del complejo llegó a realizar una petición formal a UR para que no aumentara el número de residentes chinos. No cabe duda de que existía una actitud de rechazo contra los residentes extranjeros.

Los medios de comunicación e internet se hacen eco de “la invasión de los extranjeros”

Visitando complejos de vivienda pública de todo Japón, he podido constatar que el número de residentes extranjeros va en aumento.

En las regiones de Kantō y Kansai, no son pocos los complejos en que los residentes chinos superan el 50 % del total. En la región de Tōkai, donde abundan las fábricas del sector del automóvil, el grueso de los inquilinos de los complejos son sudamericanos de ascendencia japonesa. El número de residentes de procedencia india que trabajan en el sector de las tecnologías de la información crece exponencialmente en los complejos del distrito de Edogawa, en Tokio. En un complejo grande de gestión prefectural situado entre las ciudades de Yokohama y Yamato (prefectura de Kanagawa) conviven personas de veinte nacionalidades distintas.

Como es previsible, en la mayoría de los complejos de vivienda pública hay personas que albergan prejuicios contra los extranjeros. En mi periplo por todo Japón, no obstante, prácticamente no hallé rastros de esos “daños” causados por la presencia de extranjeros de los que se lamentan algunos medios de comunicación y grupos racistas. El panorama que observé en incontables ocasiones consistía en que parte de los residentes de los complejos sufrían una paranoia alimentada por publicaciones en medios e internet que ignoran la realidad de estos entornos residenciales y por la amenaza que proclaman los argumentos racistas. En definitiva, la actitud excluyente de la sociedad japonesa convierte cualquier pequeño problema de los complejos de vivienda pública en delincuencia provocada por extranjeros.

Un residente japonés del complejo Shibazono, por ejemplo, me concedió las siguientes declaraciones: “El amplio patio interior del complejo ha sido desde siempre un lugar de reunión de los chicos malos del barrio, pero hay vecinos que van por ahí culpando a los residentes chinos de las travesuras de estos jóvenes. Es lo que sucedió cuando rompieron los farolillos que decoraban el escenario de la danza del bonʼodori justo antes del festival de verano. A pesar de que hubo testigos de que los culpables habían sido un grupo de adolescentes japoneses que vivían fuera del complejo, rápidamente se extendió el rumor de que debían de haber sido los chinos”.

Otro vecino me contó otra anécdota: “Es verdad que, a causa de la diferencia de costumbres, hubo un tiempo en que tuvimos problemas con la gestión de la basura, pero los extranjeros también terminan aprendiendo las normas básicas cuando llevan mucho tiempo viviendo aquí. Siguen viniendo reporteros a preguntarnos si tenemos algún problema y se marchan decepcionados cuando les contamos que eso es cosa del pasado”.

De estos testimonios podemos concluir que quienes crean la amenaza en los complejos de vivienda pública son personas externas que vienen con ganas de confirmar esa supuesta “invasión” por parte de los extranjeros.

Un rayo de esperanza para unos complejos residenciales envejecidos

El problema más grave de los complejos de vivienda pública es su envejecimiento demográfico. Casi toda la población japonesa de gran parte de estos lugares supera los 65 años, y abundan los hogares unipersonales. La realidad de estos complejos es que cada vez se registran más casos de muerte en soledad entre los residentes.

El envejecimiento demográfico ha provocado la extinción de una gran cantidad de acontecimientos antaño tan señalados como los festivales de verano o las competiciones deportivas escolares. También la actividad de las asociaciones de vecinos se halla en sus horas bajas; en casi todos los complejos de vivienda pública que he visitado, dichas asociaciones están presididas por septuagenarios u octogenarios.

Estoy convencido de que los extranjeros son quienes pueden salvar estos complejos residenciales en declive.

Actualmente sigue existiendo una profunda brecha entre los residentes japoneses y los extranjeros, debida al desinterés mutuo y al distanciamiento motivado por el miedo a fricciones y conflictos. En el complejo Shibazono, sin embargo, la organización de voluntarios Shibazono Kakehashi Project, fundada en 2015 y compuesta principalmente por estudiantes universitarios, organiza un diverso abanico de actividades para promover la convivencia multicultural. En 2018 se permitió nombrar a extranjeros para ocupar cargos directivos/de gestión de la asociación de vecinos. Esta voluntad de establecer una interacción activa entre los residentes está devolviendo la vitalidad a una comunidad que se estaba apagando. Iniciativas del mismo tipo se están llevando a cabo por todo Japón.

Desde el punto de vista del envejecimiento y el aumento de la población extranjera, por tanto, los complejos de vivienda pública son un microcosmos de la sociedad nipona, desde el que está germinando un movimiento para transformar el rumbo de estas zonas residenciales y reflotarlas. Por eso, precisamente, estoy convencido de que los complejos de vivienda pública son el futuro, o por lo menos, una esperanza para Japón.

(Traducido del original japonés, publicado en julio de 2019.)

Fotografía del encabezado: el complejo de vivienda pública Brillia Tamagawa New Town de la ciudad de Tama (prefectura de Tokio), en 2013. (Jiji Press)

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